El lenguaje de los muertos (56 page)

BOOK: El lenguaje de los muertos
2.73Mb size Format: txt, pdf, ePub

Mientras esperaban la comida, Darcy terminó de informar al equipo, y observó cómo todos se ponían en guardia cuando comprendieron todo el horror de la situación. Luego, intentó averiguar por qué Jazz y Zek habían decidido participar en el caso.

Jazz respondió en nombre de los dos:

—Es por Harry, por Harry Keogh. Él cuenta con nosotros. Si tiene problemas, allí estamos.

—Eso es muy leal de vuestra parte —les dijo Darcy—, pero fue Harry quien dijo que prefería que os mantuvierais al margen. Claro está que no me quejo de que estéis aquí…, necesito gente capaz, y vosotros seguramente lo sois. Harry estaba preocupado porque Janos Ferenczy es un mentalista poderoso. Ya ha matado a Trevor Jordan, y domina a Ken Layard, de modo que ya veis el porqué de la preocupación de Harry. Él pensaba sobre todo en lo que podría suceder si Janos se enfrentaba contigo, Zek. De todos modos, puesto que Janos está en Rumania (eso es lo que creemos, en todo caso), y como Harry ha ido tras él… —Darcy se encogió de hombros—. Yo estoy encantado de que estéis en el equipo.

—Entonces, ¿cuándo empezamos? —David Chung parecía deseoso de ponerse manos a la obra.

—Tú comienzas mañana —le respondió Darcy—. La parte «activa» del servicio, al menos. Esta noche, cuando regresemos al hotel, lo planearemos todo. Y entonces veremos qué hará cada uno de nosotros… ¡y a quién se lo hará! —Darcy vio que un camarero se acercaba a la mesa con una bandeja cargada de viandas—. Y ahora, sugiero que disfrutemos de la cena y nos relajemos como mejor podamos. Porque mañana será un día muy duro, podéis creerme.

Mientras Darcy Clarke y su equipo pensaban sobre lo que harían al día siguiente, Harry Keogh reflexionaba sobre el que acababa de transcurrir. El vuelo a Atenas había transcurrido sin incidentes. Pero a bordo del avión a Budapest, cuando antes de que despegara había cerrado los ojos dispuesto a recuperar una hora de sueño, sintió de inmediato, mientras se hundía en el sueño, unas sondas extrañas que tocaban su mente. Y sabiendo que estaban allí, se había obligado a permanecer despierto y alerta, aunque había escondido este hecho a los talentos telepáticos que le habían localizado. «Ellos» sólo podían ser Ken Layard y Sandra, pero ahora sus poderes PES eran fríos e impuros. Ya estaban casi completamente dominados por Janos Ferenczy, y sus inseguros toques eran tan viscosos como los muros de una cloaca, y Harry tuvo que hacer un esfuerzo para no retroceder ante ellos. Pero recordó lo que Faethor le había dicho, y —cosa extraña— reconoció que probablemente era un buen consejo:

Cuando le sientas cerca, en lugar de retroceder, búscale. ¿Que él pretende entrar en tu mente? ¡Entra antes tú en la suya!

Y cuando las inteligencias vampíricas perdieron su temor a ser descubiertas y le exploraron con mayor avidez, Harry las exploró a ellas. Y habló con ellas en voz muy baja, susurrando.

—¿Ken? ¿Sandra? De modo que él ahora cuenta con vuestra colaboración. Sí, y habéis hecho un buen trabajo. ¿Pero por qué tanto secreto? Yo os esperaba. Sabía que él os utilizaría. De hecho, no puede hacer nada sin vosotros. ¿Qué? ¿Él? ¿Cara a cara, y de hombre a hombre? No hay ninguna posibilidad. Vuestro superhombre vampiro es un cobarde. Tiene miedo de que yo le sorprenda de noche. Yo, un hombre solo contra él, y contra todo lo que guarda en su madriguera de las montañas, y me tiene miedo. Vosotros me habéis dicho que ha leído el futuro y ha visto su victoria. Bien, podéis decirle que esas predicciones no siempre se cumplen.

¡Ahhh! ¡Nos ha percibido!
—Era Sandra, que siseaba como una serpiente en la mente de Harry—.
Nos conoce. Sus pensamientos son fuertes. Su oculta fortaleza está aflorando
.

Estaba en lo cierto, y Harry sintió que pasaba algo extraño. Se encontraba mucho más fuerte, y no conocía la fuente de esta renovada vitalidad. Se preguntó si era Faethor. Era posible. Pero, por el momento, no podía hacer nada, y en una tormenta cualquier puerto es mejor que ninguno.

La mente de localizador de Ken Layard se aferraba a Harry como una ventosa; el necroscopio dejó que la suya se deslizara por la del localizador hasta su origen, y miró por los ojos de Layard.

Era como si Harry estuviera allí en carne y hueso…, ¡y lo estaba, pero en la carne y los huesos de Layard! Estaban en la misma habitación subterránea de antes. Sandra estaba sentada frente a él (frente a Layard), y Janos caminaba furioso de un lado a otro.

—¿Dónde se encuentra? ¿Qué está pensando? —preguntó el monstruo, y miró con sus ardientes ojos rojos a Sandra; era evidente que estaba preocupado, pero intentaba esconderlo bajo la máscara de la furia.

—Está en un avión —respondió Sandra—, y viene hacia aquí.

—¿Tan pronto? ¡Es un demente! ¿No sabe que va a morir? ¿No puede ver que mis planes para con él van más allá de la muerte? ¿Qué piensa?

—Me oculta sus pensamientos —respondió ella.

Janos se detuvo, y acercó su rostro, a medias horrible, a medias guapo, al de Sandra.

—¿Esconde sus pensamientos? ¿Y tú te consideras una mentalista, una ladrona de pensamientos? ¿Qué pretendes, ponerme en ridículo? ¿No te he advertido que sufrirás las consecuencias si continúas poniendo obstáculos en mi camino? Te lo pregunto de nuevo: ¿cuáles son sus pensamientos?

El amo vampiro se inclinaba sobre la mesa, y miraba furioso a la atemorizada joven. Sus labios se encogieron en una mueca feroz y descubrieron sus dientes de bestia carnívora, pero Sandra no pudo darle otra respuesta.

—¡Él…, él es demasiado fuerte para mí!

—¿Demasiado fuerte para ti? —se enfureció Janos—. ¿Demasiado fuerte? Escucha: en las entrañas de este castillo yacen las cenizas de hombres sátiros, que en su día recorrieron estas tierras violando y asesinando mujeres, niños y hombres. Sí, y cuando habían acabado con los seres humanos, ni siquiera las bestias se salvaban de su lujuria. Y esas criaturas (cuyas ingles son ahora polvo, y sales sus huesos) no han hecho nada durante dos mil años. Pero te digo esto: cumple ahora mis órdenes, antes de que me sienta tentado de resucitarlos, y les ordene que se encarguen de tu educación. Pues eso será un tormento infinito, Sandra. Yo les pondría en línea para que uno a uno se encargaran de ti, tu vampiro repararía incesante el daño causado a tu carne. Imagínate esto: tu dulce cuerpo cubierto por su suciedad, arruinado una y otra y otra y otra vez.

Harry le miró por medio de los ojos de Layard, juntó flema de la garganta de éste, y la escupió al rostro del vampiro. Y cuando el monstruo retrocedió, emitiendo sonidos guturales y arañándose la cara, Harry le dijo con la voz de Layard:

—¿Eres sordo, además de insano, Janos Ferenczy? Ella no puede ver en mis asuntos, porque estoy aquí mismo, mirando los tuyos.

Layard, atónito, se apretó su propia garganta, pero Harry mantuvo el control de la situación.

Janos se acercó tambaleante a la mesa, una expresión inquisitiva en el rostro, pero sin poder creer lo que oía.

—¿Qué dices? —preguntó mirando furioso a Layard—. ¿Qué? —y levantó amenazadora una mano en forma de garra.

—¡Adelante! —se mofó Harry—. ¡Golpea! Dañarás a tu siervo, y no al que le manda.

Janos se quedó boquiabierto. Ahora comprendía.

—¿Tú? —dijo.

Harry hizo que el rostro de Layard sonriera torvamente.

—¿Sabes que esa fascinación tuya por mi mente no es sólo enfermiza y molesta, sino también contagiosa? —dijo Harry—. Pensaba que habías aprendido la lección, Janos, pero al parecer me equivocaba. Muy bien, veamos ahora qué sucede en tu mente.

—¡Soltadle! —aulló Janos a los telépatas, cogiéndose la cabeza con las manos—. ¡Enviad al necroscopio fuera de aquí! ¡No quiero que entre en mi mente!

—No te preocupes —le respondió Harry mientras Layard se retorcía en su asiento—. ¿Acaso crees que me metería en una cloaca? Pero recuerda una sola cosa, Janos Ferenczy: tú buscaste descubrir mis planes. Bien, ahora te los diré. Vendré a buscarte, Janos. Y como puedes ver, nuestros poderes son muy similares.

Harry se retiró de la mente de Layard y abrió los ojos. El avión ya había despegado, y se dirigía hacia el noroeste, rumbo a Budapest. Y Harry estaba satisfecho. Hacía menos de una semana, cuando todavía estaba en Edimburgo, le sorprendieron sus presagios acerca de un incierto y aterrorizador futuro, y sintió que estaba en el umbral de nuevos y extraños acontecimientos. Y ahora sintió que aquel sentimiento estaba justificado: sus poderes de necroscopio se estaban incrementando, expandiéndose para llenar la brecha causada por la manipulación de su hijo Harry. Ésta, en todo caso, era la explicación de Harry…

A la mitad del viaje —dormido en su asiento, ya sin temores—, Harry se comunicó con Möbius en la tumba del cementerio de Leipzig, donde el científico estaba enterrado. Möbius le reconoció al instante y dijo:

Harry, le he llamado pero no obtuve respuesta. En verdad, tenía un poco de miedo de comunicarme con usted. La última ocasión… ¡fue espantosa, Harry!

Harry asintió.

De modo que ya sabe contra qué debo enfrentarme. Bien, por el momento le he puesto en fuga: él no sabe con certeza qué puedo hacer yo, pero sabe que cualquier cosa que intente contra mí deberá apelar más a la fuerza física que a la mental. Físicamente aún soy muy vulnerable. Por eso necesito el continuo de Möbius
.

Möbius se mostró bien dispuesto.

¿Quiere que comience donde lo había dejado?
—preguntó.


.

Muy bien, abra su mente para mí
.

Harry hizo lo que el sabio le pedía, y dijo:

Entre por su propia voluntad
—y un momento más tarde sintió a Möbius en las laberínticas bóvedas de su mente.

Usted es un libro abierto
—observó Möbius—.
Si quisiera, podría hacerlo
.

Encuentre las páginas que están pegadas
—le dijo Harry—.
Y despéguelas para mí. Ésa es la parte de mí mismo que he perdido. Abra esas puertas, y tendré acceso a mi mejor recurso
.

Möbius se internó a mayor profundidad, en las abiertas cavernas de la mente extramundana.

¿Cerradas?
—dijo—.
Sí, y yo diría que fue un experto quien lo hizo. Harry, éstos no son cerrojos ni llaves ordinarios. He traspasado el umbral del conocimiento de usted, y aquí ha sido cerrada toda una sección. Este es el origen de su intuición matemática, pero está sellado con símbolos que ni siquiera yo reconozco. Quien hizo esto… ¡era un genio!

Harry sonrió, melancólico.

Sí, lo era, pero tanto Faethor Ferenczy como su hijo Janos pudieron abrir esas puertas con la sola fuerza de su voluntad
.

Möbius era realista.

Ellos eran wamphyri, Harry, y yo sólo era un hombre. Un hombre decidido y paciente, pero no un gigante
.

Entonces, ¿no puede hacerlo?
—preguntó Harry conteniendo el aliento.

No a fuerza de voluntad, pero quizá sí utilizando la razón
.

Haga lo que pueda
—Harry volvió a respirar.

Es posible que necesite su ayuda
.

¿Y cómo puedo ayudarlo?

Estudie mientras yo trabajo
.

¿Y qué tengo que estudiar?

Aritmética, ¿qué otra cosa podría ser?

¡Pero si sé menos que un niño atrasado!
—protestó Harry—.
Para mí, la palabra «números» sólo me sugiere un concepto incierto y problemático
.

Estúdielos de todos modos
—le respondió Möbius, y encendió una pantalla ante los ojos de la mente de Harry. Había sumas simples que esperaban soluciones, y tablas de multiplicar incompletas cuyos espacios en blanco parpadeaban ante Harry esperando que él los llenara con la respuesta correcta.

Yo…, yo no sé las malditas respuestas
—gruñó Harry.

Pues intente encontrarlas
—le reprendió Möbius, que ya tenía bastante con sus propias dificultades…

Cuatro asientos más allá, del otro lado del pasillo central, alguien se volvió para mirar el rostro pálido y perturbado de Harry que dormía. Se trataba de un hombre delgado y de modales afeminados. Fumaba un Marlboro con boquilla, y sus ojos hundidos, de pesados párpados, eran tan negros como sus pensamientos.

Nikolai Zharov había fracasado estrepitosamente en Inglaterra, y éste era su castigo. Debía continuar el trabajo que no habían podido hacer Norman Harold Wellesley ni los hombres de la Securitatea de Rumania. Sus superiores se lo habían dicho muy claramente: «Vaya a Grecia y mate a Keogh. Y si fracasa, será mejor que no vuelva».

Bien, ya no estaban en Grecia, pero Zharov suponía que eso no tenía mucha importancia. Grecia, Hungría, Rumania…, ¿a quién le importaba el lugar, con tal de que el necroscopio muriera?

A las seis y media de la tarde, Harry Keogh, turista, ya había salido del aeropuerto de Budapest y había ido en tren a un lugar llamado Mezobereny. Ése había sido para él el final del trayecto, el alto en el camino. Después de Mezobereny el rastro del vampiro apuntaba a Arad, un lugar apartado. Harry tendría que seguir su camino desde aquí con los medios que consiguiera: autobús, taxi, carro, a pie, lo que fuera.

En las afueras de Mezobereny encontró un pequeño hotel regentado por sus dueños y que tenía el mismo nombre que el distrito donde se encontraba, Sarkad, y solicitó una habitación para pasar la noche. Eligió ese hotel porque cruzando una polvorienta y tranquila calle del pueblo, había un gran cementerio. Si tenía visitas nocturnas —sueños influidos por sus enemigos, y quizá visitantes más concretos—, así al menos tendría a los muertos de su lado. Y por esa razón, antes de acostarse, intentó, junto a la ventana, comunicarse con ellos en la lengua muerta.

Los muertos le conocían de oídas, pero no podían creer que estuviera allí. Le mantuvieron despierto con sus preguntas hasta muy tarde. Pero a medianoche Harry no tuvo más remedio que decirles que estaba cansado, y que debía descansar para prepararse para el día siguiente.

Harry no era un espía en el sentido corriente de la palabra. Si lo hubiera sido, habría advertido que un hombre le había seguido desde la estación de ferrocarril hasta el Sarkad, y había solicitado la habitación vecina.

Nikolai Zharov había oído al necroscopio que se movía en la habitación, y cuando Harry se había dirigido a la ventana, el ruso hizo lo mismo. La luz de las habitaciones caía sobre la calle, y la sombra de Harry se extendía oscura en el empedrado. Zharov retrocedió, apagó la luz y de nuevo fue a la ventana. Y desde allí miró hacia donde miraba Harry.

Other books

Touch of Love by E. L. Todd
Atrophy by Jess Anastasi
Scarlet Plume, Second Edition by Frederick Manfred
The Gone Dead Train by Lisa Turner
Grounded by Kate Klise
Dossier K: A Memoir by Imre Kertesz
The Nest by Kenneth Oppel
Thyroid for Dummies by Rubin, Alan L.