El lenguaje de los muertos (52 page)

BOOK: El lenguaje de los muertos
10.44Mb size Format: txt, pdf, ePub

¡Haarrry!
—lo llamó la luna con la voz de Sandra—.
¡Harry! ¿Por qué no me respondes?

Otro sueño avanzó y desplazó al primero. Harry dio vueltas en la cama, sudando, y envió trémulos mensajes en la lengua muerta hacia la oscuridad de la noche. Pero…

No, no, Harry, yo no necesito que me hables en esa lengua, porque no estoy muerta. Quizá sería mejor que lo estuviera, pero no es así. ¡Y ahora, mírame, Harry, mírame!

Harry se obligó a abrir los ojos, e intentó aceptar la rareza de lo que vio.

El escenario era extraño, gótico, pero Harry conocía muy bien a la gente que aparecía en él. Sandra, que caminaba de un lado a otro y se retorcía las manos; Ken Layard, encorvado sobre una mesa de madera, extrañamente jorobado y cogiéndose la cabeza con manos como garras, mientras miraba febrilmente en las insospechadas cavernas de su propia mente. Sandra la telépata y Layard el localizador, que ahora eran criaturas de Janos.

Pero ¿lo eran en su totalidad?

Harry era inmaterial e incorpóreo. Lo supo de inmediato; era la misma sensación que había experimentado en aquel extraño período que medió entre la muerte física de Harry Keogh y la incorporación de su mente al cuerpo del descerebrado Alec Kyle. Sólo su espíritu estaba aquí. Increíble, e imposible fuera del territorio de los sueños y sin la ayuda del metafísico continuo de Möbius. Pero Harry, con su instinto de necroscopio, supo que esto era más que un sueño.

Examinó el lugar.

Una inmensa cámara, con una gran cama de columnas en una especie de nicho en el muro de piedra. En la habitación había además un jergón con un colchón relleno de paja y unas mantas miserables; sillas de madera, una mesa rústica, una gran chimenea ennegrecida por el fuego, y tapicerías antiguas en las severas paredes de piedra. No había ventanas, y sólo una puerta de gruesa madera de roble reforzada por bandas de hierro. Estaba cerrada, y no se veía en ella manecilla o picaporte alguno. Harry supuso que el cerrojo estaría echado del lado exterior. No había más luz que la de un par de velas pegadas con su propia cera en la mesa donde estaba sentado Layard. La luz temblorosa iluminaba un techo abovedado donde los cristales se acumulaban sobre el mortero que unía los grandes bloques de piedra. El suelo estaba revestido por losas de piedra, la habitación era fría y poco acogedora, y toda la escena tenía el clima amenazante de una mazmorra. El lugar era una mazmorra, o algo tan parecido que prácticamente no había diferencia.

¡Una mazmorra en el castillo de los Ferenczy!

—¿Harry? —la voz de Sandra era un susurro temeroso; la joven hablaba en voz muy baja por miedo a…, a alguien. Dejó de caminar y se abrazó a sí misma cuando un involuntario estremecimiento de terror sacudió su cuerpo. La joven miró al vacío, una expresión concentrada en su rostro—. Harry, ¿eres tú? —preguntó.

Ken Layard levantó de inmediato la cabeza y preguntó:

—¿Lo has conseguido? —Su rostro estaba demacrado, crispado por un sufrimiento insoportable, la frente perlada por gotas de sudor helado. Pero cuando habló, la escena comenzó a enturbiarse y Harry, aunque involuntariamente, inició la retirada.

—¡No dejes que se vaya! —susurró Sandra.

La joven corrió hacia la mesa, cogió entre sus manos la cabeza de Layard, y unió su voluntad a la de él para reforzar el esfuerzo extrasensorial que él estaba realizando. Y la habitación se volvió otra vez sólida, y el incorpóreo necroscopio por fin comprendió.

Ellos aún no estaban enteramente sometidos a Janos. Eran sus vasallos, sí, pero él todavía tenía que vigilarlos, y mantenerlos encerrados cuando no estaba cerca de ellos…, como ocurría ahora. Y como ellos sabían que estaban condenados a servirle como no-muertos vampiros, habían combinado sus talentos PES en un último intento de desafiar a Janos, antes de que sus mentes dejaran de pertenecerles por completo. Layard había utilizado su talento para localizar a Harry en su cama del hotel de Rodas, y Sandra había seguido las coordenadas que le daba Layard para comunicarse telepáticamente con el necroscopio. Pero con sus poderes amplificados por la sustancia vampírica que Janos había introducido en ellos, lo habían conseguido más allá de sus esperanzas. No sólo habían encontrado a Harry y se habían comunicado con él, sino que le habían permitido entrar telepática y visualmente en su mazmorra.

Sandra estaba vestida con una especie de túnica transparente; no llevaba zapatos ni ropa interior, y en sus pechos y nalgas se veían unas manchas que sólo podían ser cardenales. La vestimenta de Layard era menos ligera: una manta rústica que él había sujetado con un cinturón como una casulla. Debía de hacer un frío terrible en los profundos subterráneos del castillo, pero Harry supuso —y así era, efectivamente—, que las bajas temperaturas ya no les afectaban.

—¡Harry! ¡Harry! —volvió a llamar Sandra, y miró directamente hacia donde se hallaba la incorpórea presencia del necroscopio—. ¡Harry, sé que te tenemos! ¿Por qué no me respondes? —El miedo y la frustración de Sandra eran evidentes en la expresión de su rostro.

—Tú…, tú me tienes —dijo Harry por fin—, pero me llevó unos minutos acostumbrarme, eso es todo.

—¡Harry! —exclamó la joven, y su aliento fue como una nubecilla en el aire helado—. ¡Dios mío, realmente te tenemos!

—Sandra —habló Harry algo más animado—, estoy dormido y soñando…, o algo así. Pero puede que despierte, o que me despierten, en cualquier momento. Y si eso sucede, tal vez seguiremos en contacto, o tal vez no. Así pues, creo que será mejor que nos dejemos de rodeos, pues seguramente te has comunicado conmigo por alguna razón muy concreta.

Su tono —tan frío, tan distante, tan inexpresivo— la dejó atónita. Ella no se había imaginado que él iba a reaccionar así. Sandra fue hasta la mesa y se dejó caer en una silla junto a Layard.

—Harry —dijo—, me han usado, me han transformado y envenenado. Si alguna vez me hubieras querido, ahora estarías llorando. Y no lo estás.

—No siento nada —respondió él—. ¡No me atrevo a sentir nada! Estoy hablando contigo, pero sin mirar en mi interior. Y no me pidas que lo haga, Sandra.

Ella apoyó la cabeza entre los brazos y sollozó desesperada.

—Eres tan frío, tan frío. ¿Has experimentado en tu vida algún sentimiento cálido, Harry?

—Sandra, eres un vampiro, y aunque tal vez lo ignores, estás mostrando las características de tu especie. Ellos raramente hablan, sino que hacen juegos de palabras. Fingen emociones que no comparten ni comprenden, como el amor, la honestidad, el honor. Y otras que comprenden muy bien, como la lascivia y el odio. Buscan crear confusión, y aturdir así la mente de sus adversarios. Y para un vampiro, toda criatura que no es un vasallo es un adversario. Me has buscado, sin duda porque tenías que decirme algo importante, pero ahora el vampiro que hay en ti te demora y te distrae, y hace que te desvíes de tu curso.

—¡Tú nunca me has amado! —le acusó ella, escupiendo las palabras y mostrando sus nuevos dientes de vampiro.

Y Harry vio, por primera vez, que los ojos de Sandra y los de Ken Layard eran ahora amarillos y bestiales. Más tarde se volverían rojos…, si él fracasaba y permitía que hubiera un «más tarde».

Y Harry estudió más de cerca a los prisioneros de Janos, a la que había sido su amante, y al que había sido su amigo, y vio que el vampiro había hecho muy bien su trabajo con ellos. No eran sólo sus ojos; había ya muy poco de humano en sus cuerpos; eran no-muertos, y Janos había puesto mucho de sí mismo en sus vasallos. La belleza de Sandra, antes muy natural, era ahora de otro mundo. Y Layard parecía una figura tridimensional de cartón piedra que hubiera sido parcialmente aplastada.

Los pensamientos de Harry eran tan perceptibles como palabras pronunciadas.

—¡Sí, me aplastaron realmente, Harry! Fue en Karpathos. En un momento de distracción de Janos, cogí una astilla en la playa e intenté clavársela. Él llamó a sus hombres del
Lazarus
, y tras dejarme atado en la playa, me arrojaron grandes piedras desde los acantilados. Pararon cuando yo ya estaba destrozado y enterrado. Mi vampiro me está curando, pero nunca volveré a andar erguido.

Harry sintió que le invadía una oleada de piedad, pero se obligó a reprimirla.

—¿Por qué me habéis llamado? ¿Para ofrecerme vuestros consejos, o para debilitarme con remordimientos y arrepentimiento… y miedo por mi propia suerte? ¿Aún tenéis voluntad propia, o ya sois enteramente suyos?

—Por el momento aún tenemos voluntad propia —respondió Layard—. Pero no sabemos por cuánto tiempo. Posiblemente hasta que él llegue. Y después… continuará nuestro cambio, y no es posible dar marcha atrás. Tienes razón, Harry: somos vampiros. Queremos ayudarte, pero nos ofusca nuestra parte vampírica.

—Así no vamos a ninguna parte —observó Harry.

—Dime solamente que me amabas —le rogó Sandra.

—Yo te amaba —dijo Harry.

—¡Mentiroso! —replicó ella.

Harry se sintió desgarrado.

—No puedo amar —dijo con un sentimiento muy próximo a la desesperación, y por primera vez en su vida se dio cuenta de que lo que decía era probablemente la verdad. Quizás había podido amar en otra época, pero ya no. Después de todo, Manolis Papastamos tenía razón; era un tipo frío.

—No hay amor en ti —dijo Sandra, replegándose en sí misma—, ¿y por qué tendríamos que darte consejos, si lo único que quieres es matarnos?

—¿Pero no es eso lo que deseamos, al menos ahora, que todavía podemos elegir? —le preguntó Layard.

—¿Lo es? ¿Lo es? —ella le cogió una de las manos destrozadas. Y luego, dirigiéndose a Harry, dijo—: Pensé que ya no quería vivir, no en este estado. Pero ahora ya no lo sé. Harry, Janos me ha…, me ha conocido. ¡Me conoce! No hay cavidad en mi cuerpo que él no haya llenado. Le odio…, pero también le deseo. Y eso es lo peor: desear a un monstruo. Pero el deseo es parte de la vida, después de todo, y yo siempre he amado la vida. ¿Y qué sucederá si tú ganas? ¿Harás conmigo lo que hiciste con lady Karen?

—¡No! —La sola idea le repelía—. No podría hacerlo otra vez. Ni a ti ni a nadie. Nunca más. Si yo gano, haré todo lo posible para que no sufras.

—¡Pero no puedes ganar! —se quejó Layard—. ¡Ojalá pudieras!

—¡Pero tal vez pueda, tal vez pueda! —intervino Sandra—. Janos quizá se equivoca!

—¿En qué se equivoca? —preguntó Harry, que sintió que la conversación por fin iba a dar algún fruto.

—Él ha mirado en el futuro —explicó Sandra—. Ése es uno de sus talentos. Ha mirado en el futuro, y ha visto su victoria.

—¿Qué es lo que ha visto, exactamente?

—Que tú vendrás —respondió ella—, y que habrá fuego y muerte y estrépito como para despertar a los muertos. Que los vivos, los muertos y los no-muertos se verán envueltos en un caos del que saldrá un único superviviente, el vampiro más terrible y más poderoso de todos. ¡Ah, y no sólo vampiro, sino wamphyri!

—Una paradoja —dijo entre sollozos Layard—. Porque ahora sabes por qué no debes venir.

Harry asintió para sus adentros, y dijo:

—Siempre es así cuando se lee el futuro.

Y entonces, la puerta de la mazmorra se abrió de un golpe, y allí estaba Janos, hermoso como el demonio y malo como el infierno. Y era el fuego del infierno el que ardía en sus ojos.

Y antes de que la escena se disolviera por completo en las tinieblas, Harry le oyó decir:

—Así pues, si os doy bastante cuerda os ahorcáis solos. ¡Sabía que os comunicaríais con él! Bien, y si lo habéis hecho para vosotros, sin duda podréis volver a hacerlo para mí. ¡Que así sea!

Capítulo catorce

Segundo contacto - Horror en Halki - Carga negativa

Harry, dormido con un muy inquieto sueño en su cama del hotel de Rodas, podría haber despertado en ese instante, pero tan pronto como se interrumpió su comunicación con Sandra y Layard, otra voz se inmiscuyó en sus sueños; esta vez se trataba de una visita recibida con agrado.

¿Harry? ¿Ha llamado usted? ¿Ha pronunciado Su nombre, Harry, en el vacío?

Era Möbius, pero la movilidad de su voz y el tono con que hablaba le dijeron al necroscopio que Möbius estaba tan perplejo y errático como siempre.

—¿Su nombre? —musitó Harry, que se agitaba entre las desordenadas sábanas, pero que comenzaba a tranquilizarse—. ¿El nombre de usted, quiere decir? Sí, es probable que lo haya pronunciado, pero más temprano.

¡No, Su nombre!
—insistió Möbius.

—No sé de qué me habla —respondió Harry, desconcertado.

¡Ah!
—suspiró Möbius, en parte aliviado, pero más que nada decepcionado—.
Pensé por un momento que usted había llegado a la misma conclusión que yo. En absoluto imposible, ni siquiera improbable. Porque, como usted sabe, siempre le he considerado mi igual, Harry
.

Lo que decía seguía sin tener sentido, pero Harry no quiso decírselo. Su respeto por Möbius era ilimitado.

—¿Su igual? —respondió por fin—. Nada de eso, señor. Y de ninguna manera podría yo llegar a la misma conclusión que usted, fuera la que fuere. Ya no soy el mismo hombre de antes. Y por eso le estaba buscando.

¡Ah, sí, ahora lo recuerdo! ¿Era algo sobre la pérdida de su lengua muerta? ¿Y también de su habilidad matemática? Bien, en cuanto a lo primero, evidentemente no la ha perdido, pues de ser así no podría ahora estar hablando conmigo. Y con respecto a que haya perdido su habilidad matemática, bien, no creo que ése sea el caso, Harry Keogh
.

Harry dejó escapar un suspiro de alivio. La mente de Möbius, al principio un tanto nublada, parecía haber recuperado su habitual claridad.

—Pues ésa es la única manera de describir lo que me pasa. No puedo hacer ningún tipo de cálculos; soy incompetente para las matemáticas; no puedo conjurar las ecuaciones y por consiguiente no tengo acceso al continuo de Möbius. ¡Y necesito el continuo más que nunca!

¡Incompetente para las matemáticas!
—repitió asombrado Möbius—.
¡Usted, que era mi mejor alumno! ¿Cómo podría creer una cosa así?
—y Möbius escribió en la pizarra de la mente de Harry una complicada secuencia matemática. Harry la miró, examinó cada uno de los símbolos y de los números, y era como intentar descifrar una lengua completamente desconocida.

—Es inútil —dijo.

¡Asombroso!
—exclamó Möbius—.
Ese problema era muy simple, Harry. Me parece que su incapacidad es seria
.

Other books

Scottish Myths and Legends by Rodger Moffet, Amanda Moffet, Donald Cuthill, Tom Moss
Curse of the Iris by Jason Fry
Wedded to War by Jocelyn Green
Fry Me a Liver by Delia Rosen
Wicked Fall by Sawyer Bennett
Daring In a Blue Dress by Katie MacAlister
Daughter of Venice by Donna Jo Napoli