El lenguaje de los muertos (59 page)

BOOK: El lenguaje de los muertos
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Zek medio se sentó, apoyada sobre un codo, y saludó agitando la mano, pero al principio el hombre de los prismáticos la ignoró.

Darcy aminoró aún más la marcha, y describiendo un amplio círculo alrededor del blanco yate, se unió a los saludos de Zek.

—¡Eh, allí! —dijo con su mejor acento de aristócrata inglés—. ¡Hola, los del
Lazarus
!

El hombre fue hasta la puerta del salón, se asomó al interior, y luego volvió a salir. Ahora apuntó sus prismáticos hacia Zek, que continuaba saludando. Esto ya no era necesario, porque el barco a motor estaba a unos escasos quince metros del
Lazarus
. Zek sintió sobre ella la mirada del hombre y se estremeció, a pesar del calor del sol. Al primer hombre se le unió un segundo, que muy bien podría haber sido su hermano gemelo, y observaron en silencio al barco que navegaba en círculos alrededor de ellos, y, sobre todo, miraron a Zek.

Darcy volvió a aminorar la marcha, y un tercer hombre salió del salón del yate blanco. Ben Trask se puso de pie y sostuvo en alto la botella de cerveza.

—¿No quieren una copa? —preguntó, imitando el acento que había adoptado Darcy—. Podríamos subir a bordo…

«Y que lo digas», pensó Darcy.

Zek inspeccionó telepáticamente el barco, no sólo arriba, sino también bajo cubierta. Contó seis individuos en total. Tres dormían. Y todos eran vampiros. Y en ese instante uno de los durmientes despertó. Su mente estaba alerta; era más enteramente vampiro que los otros. Y «vio» a Zek antes de que ésta pudiera ocultar su espionaje telepático.

La joven dejó de saludar y le dijo a Darcy:

—Vámonos. Uno de ellos ha leído en mi mente. No vio mucho, pero sí que no soy lo que aparento. Pero si ahora se marchan, les perderemos.

—¡Les veremos luego! —gritó Ben Trask cuando Darcy viró en dirección opuesta al
Lazarus
y se dirigió hacia el promontorio más alejado.

Ya lejos de los observadores del
Lazarus
, Darcy aminoró la velocidad y dejó que el barco se deslizara junto a una roca plana, cubierta de hierba, y que apenas se alzaba sobre la superficie del mar. Jazz y Manolis salieron de la cabina, se pusieron las máscaras, regularon las válvulas de las escafandras, y cuando Darcy detuvo el motor, pasaron del barco a la roca, y de allí al mar.

—¡Jazz! —gritó Zek—. ¡Ten cuidado!

Puede que Jazz la oyera, y puede que no; su cabeza desapareció de la superficie y surgió una hilera de burbujas; los buceadores se sumergieron a unos cinco metros de profundidad y nadaron hacia el
Lazarus
.

—Más distracción —observó sombrío Darcy, que viró hacia el mar y aumentó gradualmente la velocidad.

—Darcy —dijo Zek—, esta vez quédate un poco más lejos. Estoy segura de que estarán prevenidos.

Cuando el
Lazarus
estuvo nuevamente a la vista, Ben Trask se arrodilló y cogió una pistola ametralladora Sterling que guardaba en una bolsa bajo el asiento. Extendió la culata y la cargó con proyectiles de 9 milímetros; luego dejó el arma entre sus pies y la cubrió con la bolsa.

A unos ochocientos metros, Darcy giró a babor y se dirigió hacia el barco blanco. Ahora había actividad a bordo, y los tres que estaban en cubierta iban y venían a lo largo de la barandilla, deteniéndose cada pocos pasos para mirar hacia el agua. Jazz y Manolis llegarían en cualquier momento. Darcy se acercó un poco más y Zek comenzó a saludar como antes. Los hombres de cubierta se agruparon junto a la barandilla para mirarla, y Zek sintió otra vez los prismáticos sobre su cuerpo casi desnudo. Pero en esta ocasión el interés no era sexual.

Y luego, cuando Darcy recomenzaba sus vueltas alrededor del
Lazarus
, el ruido de la cadena les indicó que estaban levando anclas, y oyeron que ponían en marcha los motores del yate. Y un cuarto hombre salió a cubierta desde el salón… ¡y llevaba en sus brazos una metralleta!

—¡Jesús! —gritó Ben Trask.

Y su grito fue como la señal para que comenzara la batalla.

El hombre de la metralleta abrió fuego desde la cubierta del
Lazarus
, rociando de plomo al barco más pequeño. Zek había saltado del techo de la cabina, y mientras entraba en el pequeño cubículo, el parabrisas voló hecho trizas y Darcy sintió el latigazo de los proyectiles a su alrededor. Después Trask se puso en pie y devolvió el fuego, y el tirador del
Lazarus
cayó hacia atrás como si le hubiera golpeado un martinete. Rebotó contra un puntal en la cubierta, y luego pasó sobre la borda y cayó al agua. Y otro tripulante corrió a coger la metralleta.

Darcy ya había dado la vuelta al
Lazarus
y se dirigió a mar abierto, pero Zek salió de la cabina, cogió el volante y le dio la vuelta de un tirón, gritando:

—¡Mira! ¡Por Dios, mira!

Darcy le cedió el volante y miró. En el
Lazarus
, el hombre de la metralleta estaba disparando al agua, contra algo o alguien que se alejaba lentamente del flanco del barco blanco. Sólo podía ser Jazz, o Manolis, o ambos.

—¡Lleva tú el barco! —gritó Darcy, y fue junto a Trask, que seguía disparando, y cogió una segunda bolsa que había bajo el asiento. Pero mientras cargaba la pistola ametralladora, hubo otra ráfaga de balas, y Trask gritó y se tambaleó hacia atrás, aunque consiguió no caer por sobre la borda. En el músculo superior del brazo de Trask había un agujero, que se volvió escarlata y comenzó a sangrar un instante después. Pero Darcy ya estaba disparando.

El
Lazarus
se movía; salió dando marcha atrás de la bahía, y luego comenzó a girar lentamente sobre su propio eje, y el agua se agitó furiosa por la acción de las hélices. No podían hacer nada, y dejaron que se marchara. Zek fue hasta donde estaba Trask para ver si podía hacer algo por él. Él hizo una mueca de dolor, pero le dijo:

—No te preocupes, no es nada. Hay que vendarlo, eso es todo.

Dos cabezas salieron a la superficie mientras Zek rasgaba la camisa de Trask para hacerle una venda y un cabestrillo. Darcy aminoró la marcha y ayudó a Jazz a subir a bordo, y un instante después le tocó el turno a Manolis. Y en ese instante el motor gorgoteó y se detuvo en seco.

—¡Está ahogado! —protestó Darcy.

Pero Ben Trask señalaba el mar y gritaba:

—¡Jesús! ¡Jesús!

El
Lazarus
había dado la vuelta y regresaba. El ruido de sus motores se hacía más intenso a medida que se acercaba al barco más pequeño, y su intención era evidente. Manolis, que intentaba frenéticamente poner en marcha el motor, miró el reloj sumergible que llevaba en la muñeca.

—¡Ya debería haber volado por los aires! —gritó—, ¡Las minas ventosa deberían…!

Y las minas estallaron cuando el
Lazarus
estaba a menos de cincuenta metros. No fue una sola explosión, sino cuatro.

Las dos primeras explosionaron cerca de la popa del barco blanco, con sólo un segundo entre una y otra explosión, lo que lanzó la popa a un lado y luego al otro, y también la elevó fuera del agua. El
Lazarus
, no obstante, continuó avanzando aunque con apenas una fracción de su antiguo ímpetu, pero luego las minas tercera y cuarta estallaron junto a la proa, y eso cambió por completo las cosas. Con la popa ya medio hundida en el agua por la gran brecha abierta por las primeras dos minas, la proa se elevó en medio de una cresta de agua espumosa, y cuando cayó y golpeó el agua, estallaron los motores. La parte trasera del barco se abrió, dejando escapar una gran bola de fuego.

Cuando el resplandor del incendio disminuyó, y un gran anillo de humo subió al cielo con el estertor final del barco, el
Lazarus
exhaló su último suspiro y se hundió en el mar. Briznas de la toldilla en llamas revolotearon sobre el agua y el humo poco a poco se desvaneció; el mar tuvo un gigantesco eructo y lanzó nubes de vapor, el gorgoteo y la ebullición de las aguas continuaron unos segundos más, y luego se hizo el silencio.

—¡Desaparecido! —dijo Darcy cuando recuperó el aliento.

—Así es —respondió Jazz Simmons—. Pero asegurémonos de que ha desaparecido por completo, y con toda la tripulación.

Manolis consiguió poner en marcha el motor y fueron al lugar donde se había hundido el
Lazarus
. Sobre el agua se veía una mancha de petróleo. Y mientras miraban, una cabeza y unos hombros surgieron del agua, y poco después se pudo ver también la parte inferior de un cuerpo ennegrecido. Flotaba en el agua como crucificado, los brazos abiertos y grandes ampollas amarillas reventando en el cuello, los hombros y los muslos. Pero de repente abrió los ojos, los miró fijamente, y comenzó a toser y a escupir flema, sangre y agua salada.

Manolis, sin pensárselo dos veces, detuvo el motor, cogió un arpón, disparó y atravesó el pecho del vampiro. La criatura tuvo uno o dos espasmos, y luego flotó inmóvil en el agua. Pero todavía no podían estar seguros. Zek miró hacia otro lado cuando lo arrastraron hasta el costado del barco, le ataron pesas a los tobillos, y dejaron que se hundiera.

—Rumbo a aguas profundas —comentó Manolis sin emoción—. Hasta los vampiros son de carne y hueso, y si no pueden respirar, no pueden vivir. Además, el fondo del mar es rocoso en esta zona, y hay muchos meros. Aunque sobreviviera, ellos le devorarían antes de que pudiera curarse.

Ben Trask estaba pálido y tembloroso, pero conservaba el dominio de sí mismo. Ahora su hombro estaba bien sujeto.

—¿Y qué ha sido del vampiro que hice caer por la borda?

Manolis llevó el barco hasta el centro de la bahía, donde estuviera anclado el
Lazarus
, y Darcy gritó y señaló algo que chapoteaba en el agua. A pesar de estar herido, el vampiro nadaba hacia tierra. Se le acercaron, le arponearon y le arrastraron mar adentro, donde procedieron de la misma manera que con el otro vampiro.

—Hemos terminado con ellos —gruñó Ben Trask.

—No del todo —le recordó Zek, señalando la torre de piedra blanca y amarilla que se alzaba en la isla—. Allí hay dos más. —La joven se llevó la mano a la frente, cerró los ojos y pareció concentrarse—: Y puede que haya algo más. Aunque no sé con seguridad qué es…

Manolis acercó la motora a la playa y cogió su arpón. Con él y la Beretta se sentía más tranquilo. Darcy tenía su metralleta y Zek cogió otro arpón. A Jazz le bastaba con la ballesta de Harry Keogh, con la que se había familiarizado durante el viaje. Podrían haber cogido otra metralleta, pero Ben Trask ahora no podía ir con ellos, y por si acaso le dejaron el arma. Su misión era guardar el barco.

Descendieron a la playa, y luego se dirigieron hacia las rocas, y comenzaron la escalada. Había una huella muy fácil de seguir entre los peñascos, y en las zonas más empinadas había escalones tallados en la roca. A medio camino de la torre, se detuvieron para descansar unos minutos y miraron hacia atrás. Ben les está mirando con los prismáticos, y también vigilaba la torre. Hasta el momento no había indicios de vida en el lugar, pero cuando se acercaron a la base, Jazz vio movimiento en las antiguas troneras.

Inmediatamente cogió de un brazo a Zek y la empujó a cubierto, e hizo señas a Darcy y a Manolis para que se refugiaran tras una pila de rocas.

—Si alguna de esas criaturas tiene rifles, podrían matarnos como a moscas —explicó Jazz.

—No deben de tenerlos, o ya habrían disparado —señaló Manolis—. Nos podrían haber matado cuando bajamos a la playa, e incluso cuando estábamos cerca del
Lazarus
, antes de que estallaran las minas.

—Pero han estado mirándonos —observó Zek—. Los percibo telepáticamente.

—Y están esperándonos allá arriba —dijo Jazz, contemplando con ojos entrecerrados los muros blancos de la antigua fortaleza.

—Estamos patinando sobre un hielo muy delgado —dijo Darcy—. Mi talento me está diciendo que ya hemos llegado demasiado lejos.

Les llegó un grito desde la playa. Se dieron la vuelta y vieron a Ben Trask que luchaba por subir la pendiente lo más rápido posible.

—¡Esperad! —gritó—. ¡Esperad!

Llegó a unos treinta o treinta y cinco metros de ellos e hizo un alto para descansar un instante. Y cuando se hubo recuperado, volvió a hablar casi gritando para que le oyeran.

—He mirado con los prismáticos la fortaleza. Algo no está bien. La subida parece muy fácil hasta llegar a los antiguos escalones de piedra, pero no lo es. ¡Se trata de una trampa!

Jazz bajó unos metros y se encontraron a medio camino; el marido de Zek cogió los prismáticos.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué clase de trampa?

—Es como cuando escucho a la policía que interroga a un sospechoso —respondió Ben—. Sé de inmediato si miente, aunque no sepa cuál es la mentira. De modo que no me preguntes qué sucede allí arriba, pero créeme; se trata de una trampa.

—De acuerdo —respondió Jazz—. Vuelve al barco. De aquí en adelante iremos prevenidos.

Después de que Ben emprendiera el regreso, Jazz observó con los prismáticos la zigzagueante y empinada escalera que iba desde la base de la formación rocosa en forma de chimenea hasta los antiguos muros de la fortaleza. Cerca de la cima se abría la entrada de una caverna, erizada de peñascos y fragmentos de roca. La caverna estaba separada del vertiginoso borde y de los escalones por una barrera de gruesos alambres tendidos entre postes de hierro. Unos cables, casi invisibles, colgaban desde la muralla y desaparecían en la penumbra de la cueva. Jazz los contempló durante unos instantes. Es posible que fueran utilizados para detonar las cargas explosivas de una demolición.

Jazz se reunió con los demás, que estaban esperándolo.

—Creo que estamos yendo derecho hacia una trampa —les dijo—. O lo estaremos, si subimos por esos escalones —y explicó lo que significaban.

Darcy cogió los prismáticos, e inspeccionó minuciosamente la roca.

—Es posible que tengas razón. ¡Seguro que la tienes! Si Ben dice que todo está mal, es que lo está.

—No podemos cortar esos cables —dijo Jazz—. Esas criaturas tienen la ventaja de la altura. Desde allí, puede verse hasta a un ratón si sube esos escalones.

—Escuchadme —dijo Manolis, que también había estudiado el camino para subir a la roca—. ¿Por qué no jugamos al mismo juego que ellos? Dejemos que piensen que hemos caído en la trampa.

—¿Y cómo lo haremos? —preguntó Darcy.

—Continuamos subiendo, pero nos demoramos un poco, y uno de nosotros va muy por delante de los demás. El sendero describe una curva precisamente debajo de la cueva. Y justo antes de la curva, hay un gran agujero, una especie de concavidad en el risco. Así pues, uno de nosotros acaba de coger la curva y los otros se preparan a seguirlo. Las criaturas de la fortaleza se encuentran en un dilema: ¿aprietan el botón y matan con seguridad a uno, o esperan a que los otros den la vuelta a la curva? Al llegar aquí, el que va al frente se da prisa y pasa el punto de máximo riesgo, y los demás fingen seguirlo. Pero en realidad se asoman para que les vean desde la fortaleza, pero no siguen subiendo. Los vampiros no pueden esperar; ya han dejado escapar a uno de nosotros, y deben a toda costa acabar con los otros tres. Y aprietan el botón. ¡Bum!

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