Read El lenguaje de los muertos Online
Authors: Brian Lumley
—Tengo que decirte algo. —El necroscopio suspiró—. Ken ahora pertenece a Janos, es su localizador. Y también Sandra es suya…
Durante un instante, sólo hubo un silencio horrorizado. Y luego:
¡Oh, Dios! ¡Harry…, lo siento tanto!
Harry sintió la compasión de su interlocutor, hizo un gesto de asentimiento, y no dijo nada.
¡Dios, me parece imposible!
—dijo por fin Jordan, hablando tanto para sí mismo como para Harry—.
Vinimos a Grecia para encontrar un alijo de droga, y mira lo que hemos hallado. Muerte, destrucción, y un ser monstruoso. ¡Y tan poderoso! Yulian Bodescu, comparado con él, era como una linterna junto a un rayo láser. ¿Sabes que yo me introduje en su mente por error? Y fue como si una araña diminuta hubiera caído en una bañera llena de agua y hubieran quitado el tapón. Era imposible luchar contra él, Harry. Su mente es como una vorágine inmensa, oscura e irresistible. ¿Y yo? ¡Yo me sumergí en ella de cabeza!
—Sí, también quiero hablar contigo de eso —dijo Harry—. ¿Cómo pudo tener tal control sobre ti en la distancia? Tú eras un telépata poderoso.
Esa es precisamente la razón
—respondió amargamente Jordan—
Harry, todos nosotros somos como estaciones de radio, quiero decir, nuestras mentes. La mayoría transmitimos en frecuencias personales, propias. Sólo hablamos con nosotros mismos. Pensamos para nosotros mismos. Los telépatas, por otra parte, tienen el don de sintonizar la longitud de onda de otras personas. Pero Janos es una estación muy superior, e infinitamente más compleja. Si alguien sintoniza su longitud de onda, él interfiere la transmisión, localiza la señal del telépata, y se apodera de él. Cuanto más poderoso sea su don, más rápido se apodera él de su poseedor. Sí, y más terrible es su influencia. Así de simple
.
—¿Quieres decir que dio contigo porque eres telépata? Entonces, la gente común estaría a salvo.
No puedo responder a eso con certeza, pero creo que sí. De una cosa estoy seguro: con una mente como la suya, seguro que es un poderoso hipnotizador. De hecho, él tiene todos los poderes de los wamphyri, pero multiplicados
.
—Sí, eso es lo que me han dicho —asintió Harry con aire pesimista—. Y si es así, entonces algo que me dijo Faethor no tiene sentido.
¿Has hablado de nuevo con ese bastardo malvado? ¡Harry, él era el padre de Janos!
—Lo sé —respondió Harry—, pero si no hablas con ellos, no puedes conocerlos. Y ésa es mi mejor arma, el conocimiento.
Bien, espero que sepas lo que haces. Pero nunca le permitas que entre en tu mente, Harry. Porque una vez que está dentro, lo está para siempre
.
Eso era exactamente lo contrario de lo que le había aconsejado Faethor.
—Lo recordaré —respondió Harry, pero con tono desabrido, sin humor—. Trevor, ¿hay algo más que pueda hacer por ti? ¿Algún recado?
He dejado en el mundo de los vivos a algunos amigos; dame tiempo, que ya pensaré en un par de cosas para decirles. Pero ahora no. Quizá puedas volver a hablar conmigo. Confío en ello
.
—Trevor, tú eras un telépata en vida, y sigues siéndolo. Nunca estarás solo. Ya verás que tengo razón. Y… una última cosa.
¿Sí?
—Quiero…, quiero asegurarme de que serás incinerado. Y luego, me gustaría conservar tus cenizas.
Harry
—dijo Jordan al cabo de unos segundos—,
¿te dijeron alguna vez que eres morboso?
—Y luego Jordan rió, aunque con una risa un tanto insegura—.
Diablos, me importa un bledo lo que suceda con mis cenizas. Supongo que entonces podré hablar contigo más a menudo, ¿no? Quiero decir, si me pones en un jarrón sobre tu chimenea
.
Harry rió para no llorar.
—Sí, supongo que sí…
Hacia media tarde ya todo estaba un poco más organizado. Harry aún no había podido comunicarse con Möbius o con Faethor, pero Manolis y Darcy volvieron de la ciudad con los arpones. Eran italianos, del modelo Champion que había recomendado Manolis, con un poderoso propulsor de goma.
—En una ocasión vi a un hombre herido accidentalmente por un disparo de uno de estos arpones en una pierna. Tuvieron que abrirle la pierna de arriba abajo para desprender la punta del proyectil. Están dándole un baño de plata a los arpones. Los iremos a buscar esta noche.
—¿Y mi vuelo a Atenas? —preguntó Harry, que una vez que había tomado una decisión no se volvía atrás.
Manolis suspiró.
—Igual que la última vez, mañana a las dos y media. Si no hay problemas con los enlaces, estará en Budapest aproximadamente a las seis y cuarenta y cinco. Pero ambos deseamos que cambie de idea.
—Así es —dijo Darcy—. Los hombres de la Organización E estarán aquí mañana por la noche. Y están tratando de comunicarse con Zek Föener y con Jazz Simmons en Zakinthos para preguntarles si ellos también quieren intervenir en el caso. Tendremos un equipo estupendo, Harry, y no hay ninguna razón para que vayas a Hungría solo. Podría ir contigo uno de los hombres, al menos parte del camino. Un buen telépata, o quizás un vidente.
—¿Zek Föener? —Harry frunció el entrecejo ante ese nombre—. ¿Y Michael Simmons? ¡Claro que querrán intervenir, estoy seguro!
Hasta ese momento no había tenido ocasión de decirles lo que Trevor Jordan le había contado acerca de los superiores poderes PES del vampiro. Lo hizo ahora, y cuando terminó su relato, preguntó:
—¿No se dan cuenta de lo que es Zek Föener? ¡Una de las mejores telépatas del mundo! Pero cuando su mente roce apenas la de Janos, él se apoderará de ella al instante. En cuanto a Jazz…, fue un magnífico colaborador en Starside, pero esto no es Starside. En verdad, no me atrevo a enviar a ninguno de nuestros agentes más talentosos contra Janos. Él se apoderará de ellos, y los utilizará como si fueran suyos. Es por eso por lo que debo ir solo. Dos buenas personas ya han soportado demasiadas cosas como para arriesgar una vez más sus vidas.
—Claro está que tienes razón —estuvo de acuerdo Darcy—. Pero tú eres nuestra mejor carta, Harry, el mejor hombre que tiene la Organización. Y es muy difícil no decir nada, y permitir que arriesgues tu vida. Quiero decir, sin ti… ¡estaríamos perdidos en la oscuridad!
—No voy a discutir contigo —respondió Harry muy tranquilo—, pero voy solo.
Y su tono era tan decidido que no permitía ninguna réplica.
No habían cenado; por la noche fueron a buscar los arpones bañados en plata y cuando volvían se detuvieron en una taberna para cenar y beber una copa. Comieron un rato en silencio hasta que Darcy dijo:
—Algo se está preparando, puedo sentirlo. Mi sexto sentido desea que mañana no llegue nunca, pero sabe que ocurrirá.
Harry levantó la vista de su gran bistec poco hecho.
—Ante todo, pasemos la noche, ¿de acuerdo? —dijo, y había una profundidad en su voz a la que Darcy no estaba acostumbrado, una dureza muy rara en Harry.
Darcy supuso que se debería a la tensión, a los nervios. Y estaban justificados, después de todo.
Harry no lo sabía, pero iba a pasar una mala noche. Dormido incluso antes de que su cabeza tocara la almohada, fue de inmediato asaltado por extraños sueños; sueños «reales», pero vagos y sombríos, y que seguramente no recordaría cuando despertara.
Desde que era niño, cuando sus talentos de necroscopio comenzaron a desarrollarse, Harry tenía dos tipos de sueños. Los sueños «reales», elaboraciones inconscientes de los acontecimientos y recuerdos de la vigilia, que cualquiera podía experimentar, y «mensajes» metafísicos bajo la forma de advertencias, augurios, y ocasionalmente visiones fugaces de acontecimientos del pasado y también del porvenir. Los últimos habían presagiado su don para hablar con los muertos, permitiendo que éstos se infiltraran desde sus tumbas en su mente dormida. Harry había aprendido a distinguir entre los dos tipos de sueños, y sabía cuáles eran importantes y debían ser recordados, y cuáles tenía que descartar por poco significativos. Ocasionalmente los dos tipos se superponían, sin embargo, cuando una conversación con un amigo muerto se yuxtaponía a un sueño «real», o a una pesadilla; por ejemplo, cuando había soñado que su madre se convertía en un vampiro chillón. O al revés, cuando la voz de un amigo se interponía para que una pesadilla dejara de torturarlo.
Esta noche Harry iba a experimentar los dos tipos entremezclados, y todos ellos con carácter de pesadilla.
Comenzaron de manera inofensiva, pero a medida que avanzaba la noche, comenzó a sentir una opresión mental. Si hubiera compartido con alguien la habitación, esta persona le habría visto agitarse y dar vueltas en la cama mientras los peculiares mecanismos de su mente erigían una serie de extraños escenarios.
A la larga, el combate acabó por agotarle, y se sumió más profundamente en los sueños, y, como le sucedía a menudo, se encontró en un cementerio, y de noche. Esto no era en sí siniestro: sólo tenía que decir quién era, y encontraría amigos. Pero los sueños son contradictorios, y Harry no hizo ningún esfuerzo para identificarse, sino que vagabundeó por entre las tumbas, iluminadas por la luz plateada de la luna.
Del suelo se levantaba una bruma que convertía los senderos de entre las tumbas en arroyos lácteos. Harry vagabundeó en silencio bajo la lámpara lunar, y la niebla se enredaba de una manera casi tangible alrededor de sus tobillos.
Y de repente… supo que no estaba solo en el lugar, y sintió una frialdad y un callado horror que nunca había experimentado en ningún cementerio. Contuvo la respiración y escuchó, pero incluso su propio corazón parecía inmóvil y silencioso en este terrible lugar.
Y un instante después supo por qué era terrible. No eran sólo el frío y el silencio, ¡era la naturaleza de ese silencio!
Los muertos estaban callados…, yacían petrificados en sus tumbas, aterrorizados por algo que había entre ellos. ¿Pero qué era aquello?
Harry deseaba huir del lugar, se sentía urgido a alejarse de ese lugar, que debería haber sido para él un pequeño paraíso en medio del incierto paisaje de los sueños, pero al mismo tiempo se sentía atraído hacia un rincón del cementerio, donde la vegetación crecía verde, lujuriosa y húmeda a causa de los vapores circundantes.
Los vapores de la tumba
—pensó Harry—,
como el aliento helado de los muertos que escapa de todas esas sepulturas
.
Era un pensamiento muy peculiar, porque Harry sabía que no hay vida en la muerte…, ¿o la había?
No, claro que no, porque las dos condiciones del hombre eran completamente independientes: los muertos estaban separados de los vivos, como lo están las dos laderas de un abismo insondable, y Harry era el único ser vivo que tenía el poder de salvar la brecha.
¿Sí? ¿Y qué sucedía con los no-muertos?
Algo restalló bajo su pie con un sonido semejante al de una vejiga que estalla, y Harry miró hacia abajo. Estaba precisamente en el límite de la vegetación, y más allá los poco naturales vapores se alzaban en torbellinos, y era de suponer que surgían de alguna tumba. A los pies de Harry… un montoncillo de setas negras o pedos de lobo, que dejaban escapar sus rojas esporas a medida que él los aplastaba al caminar.
¿De quién sería aquella tumba —se preguntó Harry— que proporcionaba su pútrido sustento a las setas? Se deslizó en medio de una cortina de hojas verdes y húmedas que parecían reacias a dejarle pasar, pero cuando salió al otro lado, fue como si se encontrara en otro lugar.
Allí no había ningún mausoleo, ni lápidas cubiertas de musgo medio tapadas por la maleza. ¿Qué era aquello, un lodazal?
Sí, una ciénaga. Harry se hallaba en el límite de una vasta, neblinosa extensión de cieno, troncos putrefactos y lianas. Y en todo el lugar, apenas había un trozo de suelo medio sólido, las negras y arrugadas setas venenosas crecían en repugnantes montones y soltaban sus móviles esporas rojas.
Harry iba a dar la vuelta para regresar, pero se encontró clavado al suelo, fascinado por una repentina turbulencia que agitó el lodazal. El cieno se agitaba, formaba círculos concéntricos, como si algo muy grande se removiera debajo, haciendo que se formaran hediondas burbujas que subían a la superficie y dejaban escapar sus gases.
Y un instante después, de las profundidades de la ciénaga surgió… ¡una sepultura completa, con su lápida y su trozo de tierra!
Hasta ahora, y a pesar de ser inquietante, el sueño de Harry había tenido el ritmo lánguido de un lento ballet, pero el resto aconteció con una velocidad y ferocidad que destrozaban los nervios.
Harry deseaba marcharse, pero parecía haber echado raíces en el lugar; se vio obligado a contemplar cómo el viscoso lodo se deslizaba poco a poco de la superficie de la tumba y permitía ver su verdadera naturaleza… y conocer la identidad de su ocupante. El nombre grabado en la lápida todavía medio cubierta de fango no le era desconocido. La inscripción decía:
HARRY KEOGH: NECROSCOPIO
Después el suelo que soportaba la lápida se abrió en un estallido, lanzando grandes terrones en todas direcciones. Y en la abierta tumba yacía, como un parásito en una herida, una grotesca caricatura del propio Harry…, pero rodeado por una guirnalda de setas venenosas, que se abrían liberando sus esporas.
Harry intentó gritar pero no tenía boca; su parodia lo hizo por él; con un gruñido monstruoso se sentó en la tumba, abrió los ojos amarillos y purulentos y gritó hasta convertirse en un putrefacto muñón gorgoteante.
Harry se cubrió los ojos con una mano para no ver a la horrible criatura… y su mano estaba cubierta por nódulos negros, como melanomas monstruosos que crecían en su carne y se abrían mientras él los miraba horrorizado. Y ahora vio por qué no podía huir, había echado raíces en el lugar, era una especie de hongo híbrido y los dedos de sus pies eran tentáculos que penetraban en el negro y hediondo suelo de los bordes del pantano.
Volvió el rostro hacia la luna y gritó, no con su boca de seta que escupía esporas, sino con la mente.
¡Dios! ¡Oh, Dios, oh, Dios!
Y antes de que la viscosa materia de la seta sellara sus ojos para siempre, vio que la luna era una calavera que se burlaba de él en medio de un cielo de sangre. Pero antes de que el cielo dejara caer sobre Harry su lluvia roja, la luna lo cogió con dos esqueléticos brazos, lo arrancó del fétido suelo, y le devolvió a sus miembros su forma humana.