–No, tengo que asistir a una reunión de paisajes esa tarde –dijo Yay–. Y aparte de eso está un chico al que conocí el otro día durante la sesión de tiro... Me las he arreglado para tropezarme casualmente con él esa noche.
Sonrió.
–Comprendo –dijo Chamlis–. Has vuelto a tus viejas costumbres depredadoras, ¿eh? Bueno, espero que disfrutes de tu encuentro casual.
–Lo intentaré.
Yay dejó escapar una carcajada. Se dieron las buenas noches y Chamlis salió por la compuerta del vehículo –el chorro de claridad que llegaba desde abajo hizo que su vieja estructura llena de señales y arañazos brillara durante una fracción de segundo–, y empezó a subir por el tubo sin esperar un ascensor. Aquella muestra de precocidad geriátrica hizo que Yay sonriera y meneara la cabeza. El vehículo volvió a ponerse en marcha y se alejó.
Ren seguía durmiendo medio cubierta por la sábana. Sus negros cabellos se esparcían sobre la almohada. Gurgeh estaba sentado detrás del escritorio que había junto a los ventanales de la terraza contemplando la noche. Había dejado de llover. Las nubes se fueron disipando y la luz de las estrellas y las cuatro Placas del extremo más alejado del Orbital Chiark –las Placas se encontraban a tres millones de kilómetros de distancia y sus partes internas quedaban iluminadas por la claridad diurna-proyectó un resplandor plateado sobre las hilachas de nubes que pasaban velozmente y llenaban de fugaces chispazos las oscuras aguas del fiordo.
Gurgeh se volvió hacia la terminal del escritorio, presionó el margen calibrado unas cuantas veces hasta encontrar las publicaciones que buscaba y estuvo leyendo un rato. Artículos sobre teoría de los juegos publicados por otros jugadores de primera categoría, críticas de algunas partidas suyas, análisis de nuevos juegos y jugadores que prometían...
Después abrió los ventanales y salió a la balconada circular. El fresco aire de la noche acarició su desnudez y Gurgeh sintió un escalofrío. Había cogido su terminal de bolsillo para dictar un nuevo artículo sobre juegos muy antiguos y desafió al frío durante un rato hablando en voz baja con las oscuras siluetas de los árboles y el silencioso fiordo como único público.
Cuando volvió a entrar Ren Myglan seguía durmiendo, pero su respiración se había vuelto más rápida y un poco irregular. Gurgeh sintió curiosidad y fue hacia ella. Se puso en cuclillas junto a la cama y clavó los ojos en su rostro viendo como sus rasgos temblaban y se contorsionaban durante el sueño. El aliento brotaba de su garganta y bajaba por su delicada nariz, y tenía las fosas nasales un poco dilatadas.
Gurgeh permaneció en aquella posición varios minutos. Su rostro había adoptado una expresión bastante extraña, una mueca a medio camino entre el sarcasmo y la sonrisa melancólica. Estaba preguntándose qué clase de pesadillas podían hacer que la joven se moviera con tanta violencia, y el que no hubiese forma de saber qué provocaba esos jadeos y gemidos casi inaudibles hizo que se sintiera invadido por una vaga frustración que casi rozaba la pena.
Los dos días siguientes fueron relativamente tranquilos. Gurgeh pasó la mayor parte del tiempo leyendo artículos publicados por otros jugadores y teóricos, y terminó el artículo que había empezado a dictar la noche que Ren Myglan pasó en su casa. Ren se marchó la mañana siguiente a mitad del desayuno después de que tuvieran una pelea. Gurgeh tenía la costumbre de trabajar durante el desayuno y Ren quería hablar. Gurgeh albergaba la sospecha de que estaba irritada porque no había dormido demasiado bien.
Tenía mucha correspondencia atrasada por revisar o contestar. La mayor parte eran peticiones. Le pedían que visitara otros mundos, que tomara parte en torneos de gran importancia, que escribiera artículos, que redactara algún comentario sobre un nuevo juego, que se convirtiera en profesor/conferenciante/catedrático en varias instituciones educativas, que aceptara la invitación de viajar a bordo de varios VGS, que se comprometiera a ser el tutor de tal o cual niño prodigio... La lista era muy larga.
Gurgeh rechazó todas las peticiones y, como siempre, el hacerlo le resultó bastante agradable.
También había un comunicado de una UGC que afirmaba haber descubierto un mundo en el que existía un juego basado en la topografía de los copos de nieve, razón por la que el juego nunca se desarrollaba dos veces en el mismo tablero. Gurgeh nunca había oído hablar de un juego semejante y no logró encontrar mención alguna de él en los archivos constantemente actualizados que Contacto se encargaba de compilar para las personas como él. Sospechaba que el juego no existía –las UGC eran conocidas por su afición a las travesuras y las bromas pesadas–, pero envió una réplica muy educada (y también un tanto irónica) porque la tomadura de pelo, si es que se trataba de eso, le había parecido bastante ingeniosa.
Vio una competición de vuelo planeado sobre las montañas y acantilados que había al otro extremo del fiordo.
Conectó la holopantalla de la casa y vio un programa de entretenimiento bastante reciente sobre el que había oído hablar a varias personas. El programa giraba en torno a un planeta cuyos habitantes eran glaciares conscientes y los icebergs eran sus niños. Gurgeh había supuesto que lo encontraría ridículo, pero se sorprendió al ver que le divertía. Inventó los rudimentos de un juego con los glaciares como piezas basado en la clase de minerales que podían extraerse de las rocas, las montañas que se destruirían, las presas que obstruirían el curso de los ríos, los paisajes que se crearían y los estuarios que quedarían bloqueados si los glaciares fuesen capaces de licuarse y volver a congelar partes de sí mismos a voluntad, tal y como ocurría en el programa. El juego era bastante divertido, pero no tenía nada de original y una o dos horas después Gurgeh decidió olvidarse de él.
Pasó gran parte del día siguiente nadando en la piscina del sótano de Ikroh, aprovechando los ratos en que practicaba la braza de espaldas para dictar. Su terminal de bolsillo le seguía por la piscina flotando a unos centímetros de su cabeza.
A finales de la tarde una mujer y su hija salieron del bosque y decidieron hacer una parada en Ikroh. Ninguna de las dos parecía haber oído hablar de él. La casualidad había hecho que pasaran por allí y decidieran descansar un rato. Gurgeh las invitó a tomar una copa y les preparó un almuerzo algo tardío. Las mujeres dejaron sus jadeantes monturas a la sombra junto a la casa y los robots se encargaron de darles agua. Gurgeh habló con la madre aconsejándole sobre cuál era la ruta más espectacular que podían seguir cuando ella y su hija reemprendieran la marcha y regaló a la niña una pieza de un juego Bátaos llena de tallas y adornos que no había dejado de admirar desde que la vio.
Cenó en la terraza con la pantalla de la terminal activada mostrándole las páginas de un viejo tratado bárbaro sobre los juegos. El libro –la civilización que lo produjo había sido Contactada hacía dos milenios, y por aquel entonces la obra ya tenía mil años de antigüedad–, resultaba un tanto limitado en cuanto a sus apreciaciones, claro está, pero la forma en que los juegos de una sociedad revelaban gran cantidad de datos sobre su ética, su filosofía y su mismísima alma siempre conseguía fascinar a Gurgeh. Aparte de eso las sociedades bárbaras siempre le habían parecido especialmente intrigantes incluso antes de que hubiera empezado a interesarse por sus juegos.
El libro era muy interesante. Gurgeh descansó la vista contemplando la puesta de sol y volvió a concentrarse en la lectura apenas hubo anochecido. Los robots de la casa le trajeron algo de beber, una chaqueta más gruesa y un poco de comida, tal y como había pedido. Gurgeh ordenó a la casa que rechazara las llamadas.
La intensidad de las luces de la terraza fue aumentando lentamente. El lado más distante de Chiark brillaba con una claridad blanquecina sobre su cabeza cubriéndolo todo con una capa plateada. Las estrellas parpadeaban en un cielo sin nubes. Gurgeh siguió leyendo.
La terminal emitió un zumbido. Gurgeh se volvió hacia el ojo de la cámara incrustado en un rincón de la pantalla y frunció el ceño.
–Casa, ¿tienes problemas de audición o qué? –preguntó.
–Por favor, disculpe la anulación de su orden –dijo una voz de tono más bien oficial desde la pantalla. Gurgeh no la conocía y la entonación de las palabras les quitaba cualquier posible calidad de disculpa que hubieran podido tener–. ¿Estoy hablando con Chiark-Gevantsa Jernau Morat Gurgeh dam Hassease?
Gurgeh contempló el ojo de la cámara con expresión dubitativa. Hacía años que no oía pronunciar su nombre completo.
–Sí.
–Me llamo Loash Armasco-Iap Wu-Handrahen Xato Koum.
Gurgeh enarcó una ceja.
–Bueno, no creo que tenga problemas para recordarlo...
–Señor, ¿me permite que le interrumpa?
–Ya lo ha hecho. ¿Qué desea?
–Quiero hablar con usted. He anulado su orden pero no se trata de una emergencia, aunque sólo puedo hablar directamente con usted esta noche. Actúo en calidad de representante de la Sección de Contacto a petición de Dastaveb Chamlis Amalk-Ney Ep-Handra Thedreiskre Ostle-hoorp. ¿Me da su permiso para visitarle?
–Sí, a condición de que pueda prescindir de los nombres completos.
–Llegaré enseguida.
Gurgeh desactivó la pantalla. Dio unos cuantos golpecitos con la terminal en forma de pluma sobre el canto de la mesa de madera y alzó la cabeza hacia las oscuras aguas del fiordo. Sus ojos escrutaron las débiles lucecitas de las casas esparcidas al otro lado.
Oyó un rugido en el cielo, levantó la cabeza y vio una estela de vapor luminoso procedente del lado más distante de Chiark. La estela se desvió trazando un ángulo muy pronunciado y se dirigió hacia la pendiente que había junto a Ikroh. Un estruendo ahogado hizo vibrar los troncos de los árboles que se alzaban por encima de la casa y hubo un ruido semejante al que podría hacer una ráfaga de viento surgida de la nada. Un instante después Gurgeh vio a una unidad bastante pequeña que dobló a toda velocidad la esquina de la casa. Sus campos eran de un azul intenso surcado por franjas amarillas.
La unidad fue hacia Gurgeh. Su tamaño era bastante parecido al de Mawhrin-Skel y Gurgeh pensó que habría cabido perfectamente en la bandeja rectangular de bocadillos que tenía encima de la mesa. Las placas de un gris metalizado que formaban su estructura parecían un poco más complicadas que las de Mawhrin-Skel, y estaban cubiertas con todavía más remaches y protuberancias que las suyas.
–Buenas noches –dijo Gurgeh.
La unidad flotó por encima del muro de la terraza y se posó sobre la mesa junto a la bandeja de los bocadillos.
–Contacto, ¿eh? –dijo Gurgeh. Cogió la terminal y la guardó en un bolsillo de su albornoz–. Qué rapidez... Hablé de esa posibilidad con Chamlis hace sólo dos noches.
–Da la casualidad de que me encontraba en este volumen de espacio –explicó la unidad con su voz seca y desprovista de entonación–. Estaba en tránsito entre la UGC
Conducta flexible
y el VGS
Lamentable conflicto de evidencias
viajando a bordo de la Unidad de Ofensiva Rápida (Desmilitarizada)
Fanático
. Mi calidad de agente de Contacto más cercano me convirtió en la elección obvia para visitarle pero, como ya le he dicho, no puedo quedarme mucho tiempo.
–Oh, qué lástima –dijo Gurgeh.
–Sí. Su Orbital es realmente encantador... Bien, quizá en alguna otra ocasión.
–Bueno, espero que no haya perdido el tiempo viniendo hasta aquí, Loash... Debo confesar que no esperaba una audiencia con un agente de Contacto. Mi amigo Chamlis creía que Contacto quizá pudiese... Bueno, no sé exactamente qué esperaba. Chamlis parecía pensar que ustedes quizá dispusieran de algún dato interesante que no estuviera incluido en el flujo de información general. En cuanto a mí, no esperaba nada o, como mucho, sólo un poco de información. ¿Puedo preguntarle qué está haciendo aquí?
Gurgeh se inclinó hacia adelante y apoyó los codos sobre la mesa acercando la cabeza a la pequeña unidad. La bandeja junto a la que se había posado aún contenía un bocadillo. Gurgeh lo cogió y empezó a masticarlo sin apartar los ojos de la unidad.
–Por supuesto. He venido para averiguar hasta qué punto desea cambiar de aires y si estaría dispuesto a aceptar nuestras sugerencias al respecto. Existen ciertas posibilidades de que Contacto pueda encontrar algo que quizá le interese.
–¿Un juego?
–Se me ha dado a entender que guarda cierta relación con un juego.
–Eso no quiere decir que deba jugar conmigo –dijo Gurgeh.
Puso las manos encima de la bandeja y las sacudió para quitarse las migajas del bocadillo. Algunas de ellas salieron despedidas hacia la unidad tal y como Gurgeh había esperado que ocurriría, pero sus campos interceptaron hasta la más diminuta desviándolas limpiamente y haciéndolas caer en el centro de la bandeja que tenía delante.
–Señor, lo único que sé es que Contacto ha encontrado algo que quizá pueda interesarle. Creo que está relacionado con un juego. Me han dado instrucciones de averiguar si está dispuesto a viajar, por lo que supongo que el juego –si es que se trata de un juego–, debe desarrollarse en algún lugar que se encuentra a cierta distancia de Chiark.
–¿Viajar? –exclamó Gurgeh. Se reclinó en su asiento–. ¿Adonde? ¿Queda muy lejos? ¿Cuánto duraría el viaje?
–No lo sé con exactitud.
–Bueno, intente darme una respuesta aproximada.
–Prefiero no hacer conjeturas aproximadas. ¿Cuánto tiempo estaría dispuesto a pasar lejos de su hogar?
Gurgeh entrecerró los ojos. Su estancia más prolongada fuera de Chiark había tenido lugar hacía ya treinta años, cuando se inscribió en un crucero. La experiencia no le había parecido demasiado agradable. Se había embarcado porque en aquellos tiempos ese tipo de viajes estaban de moda más que porque realmente le gustara la idea. Los distintos sistemas estelares habían sido espectaculares, desde luego, pero se podían ver igual de bien en una holopantalla, y Gurgeh seguía sin comprender qué extraño placer encontraba la gente en el hecho de haber estado físicamente en un sistema estelar determinado. Al principio había planeado pasar varios años de crucero, pero acabó volviendo a Ikroh cuando sólo llevaba un año de viaje.
Gurgeh se frotó la barba.
–Quizá... Medio año aproximadamente. Me resulta bastante difícil responder a esa pregunta sin conocer todos los detalles. Pero digamos que... Sí, medio año, aunque no veo la necesidad de hacer semejante desplazamiento. El ambiente local casi nunca añade nada realmente digno de interés al juego.