«Podría negarme –pensó Gurgeh–. Ya he hecho suficiente. Nadie me culparía. ¿Por qué no? ¿Por qué no aceptar que son mejores que yo, al menos en este aspecto del juego? ¿Por qué he de soportar el temor, las preocupaciones y la tortura? La tortura psicológica como mínimo, y puede que incluso la física... Has demostrado todo lo que te habían pedido que demostraras y todo lo que tú querías probar, y has llegado mucho más lejos de lo que esperaban.
«Abandona. No seas idiota. No eres del tipo heroico. Utiliza un poco del sentido común que has adquirido jugando al Azad. Ya has alcanzado todas las metas que te habías fijado. Abandona y demuéstrales lo que piensas de su estúpida "opción física" y de sus ridículas amenazas de matones..., demuéstrales lo poco que significa todo eso para ti.»
Pero no iba a hacerlo. Sostuvo la mirada del ápice y comprendió que iba a seguir jugando. Sospechó que no estaba del todo cuerdo, pero no pensaba abandonar. Agarraría a ese juego tan fabuloso como enloquecido por el cuello, saltaría sobre él y seguiría adelante.
Y averiguaría hasta dónde podía llegar antes de que el juego le hiciera salir despedido por los aires..., o se revolviese contra él y le devorara.
–Estoy dispuesto –dijo sin apartar la mirada del rostro del ápice.
–Creo que es usted macho, ¿no?
–Sí –dijo Gurgeh.
Sintió que le empezaban a sudar las palmas.
–Mi apuesta es la castración. Amputación del miembro masculino y extracción de los testículos contra castración apicial en esta partida del Tablero del Origen. ¿Acepta?
–Yo...
Gurgeh tragó saliva, pero no logró humedecerse la boca. Era absurdo. No corría ningún peligro real. La
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le rescataría, y también tenía la opción de pasar por todo el proceso. No sentiría ningún dolor, y los genitales eran una de las partes del cuerpo que volvían a crecer más deprisa..., pero eso no impidió que la habitación pareciera oscilar y distorsionarse ante sus ojos, y tuvo una repentina visión de un burbujeante charco de líquido rojizo que se iba volviendo negro poco a poco. Sintió una oleada de náuseas.
–¡Sí! –logró balbucear por fin–. Sí –repitió volviéndose hacia el Adjudicador.
Los dos ápices le saludaron con una reverencia y se alejaron.
–Si quieres puedes llamar a la nave ahora mismo –dijo Flere-Imsaho.
Gurgeh no apartó los ojos de la pantalla. De hecho estaba a punto de ponerse en contacto con la
Factor limitativo
. pero sólo para discutir su posición actual en el juego, que no era demasiado buena y no para lanzar un grito de socorro. No hizo caso de la unidad.
Era de noche, y no había tenido un buen día. Bermoiya había jugado con gran brillantez y los servicios de noticias sólo hablaban de la partida. Los artículos y comentarios afirmaban que iba a ser una de las grandes partidas clásicas de la historia de los juegos, y Gurgeh –en compañía de Bermoiya, naturalmente–, había vuelto a repartirse los titulares y las horas de más audiencia con Nicosar, quien seguía aniquilando implacablemente a sus adversarios sin importar lo buenos que fueran.
Pequil fue hacia él después de la sesión de la noche. El ápice seguía llevando el brazo en cabestrillo y le trató de una forma casi reverencial. Le dijo que el módulo estaría sometido a una vigilancia especial que duraría hasta el final de la ronda. Pequil estaba seguro de que Gurgeh era una persona de honor, pero los jugadores que aceptaban una apuesta física siempre eran sometidos a una discreta vigilancia y en el caso de Gurgeh la vigilancia correría a cargo de un crucero situado en la capa superior de la atmósfera. La nave formaba parte del escuadrón que patrullaba continuamente los cielos que aún no llegaban a ser espacio por encima de Groasnachek. El módulo tenía que seguir en su posición actual sobre el tejado del hotel.
Gurgeh se preguntó qué estaría sintiendo Bermoiya en aquellos momentos. Cuando expresó su intención de utilizar la opción física el ápice empleó la palabra «debo», cosa que a Gurgeh no se le había pasado por alto. Gurgeh había acabado sintiendo un considerable respeto hacia el estilo de juego del ápice y, por lo tanto, hacia el mismo Bermoiya. No creía que el juez tuviera muchos deseos de utilizar la opción, pero el Imperio había acabado encontrándose en una situación bastante apurada. Todo el mundo había dado por sentado que a estas alturas ya estaría fuera del juego, y el Imperio había basado su estrategia de exagerar la amenaza que Gurgeh representaba para ellos en esa suposición. La estrategia no sólo no había funcionado sino que los resultados estaban alcanzando las proporciones de un pequeño desastre. Se rumoreaba que ya habían rodado algunas cabezas en el Departamento Imperial. Bermoiya habría recibido órdenes muy claras y terminantes: tenía que detener a Gurgeh fuera como fuese.
Gurgeh se había informado sobre el destino que sufriría el ápice en el ahora más bien improbable caso de que fuera él y no Gurgeh quien perdiera. La castración apicial significaba la eliminación total de la vagina reversible y los ovarios. Gurgeh empezó a pensar en eso y a meditar en lo que sería de aquel juez tranquilo e imponente si perdía, y comprendió que no había tomado en consideración todas las implicaciones de la opción física. Aun suponiendo que ganara... ¿Cómo podía permanecer impasible ante la mutilación de un ser consciente? Para Bermoiya la derrota significaría el final de todo: carrera, familia..., todo. El Imperio no permitía la regeneración o sustitución de las partes corporales perdidas como consecuencia de una apuesta. La pérdida del juez sería permanente y posiblemente fatal. El suicidio era algo bastante común en tales casos. Sí, pensándolo bien quizá lo mejor para todos sería que el juez lograra derrotar a Gurgeh...
El problema estaba en que Gurgeh no quería perder. No sentía ninguna animosidad personal hacia Bermoiya, pero anhelaba desesperadamente ganar aquella partida, y la siguiente, y la que vendría a continuación. Cuando empezó a practicar el juego en el ambiente al que estaba acostumbrado Gurgeh no comprendió lo seductor que podía acabar siendo el Azad. Técnicamente hablando no había ninguna diferencia entre las partidas de ahora y las que había jugado a bordo de la
Factor limitativo
. pero las sensaciones que experimentaba jugando al Azad en el sitio para el que fue concebido eran totalmente distintas. Había necesitado algún tiempo para comprenderlo, pero ahora Gurgeh estaba seguro de saber cuál era la auténtica razón de que el Imperio hubiese sobrevivido gracias al juego. El Azad producía un deseo insaciable de obtener más victorias, más poder, más territorios, más control sobre todo lo que te rodeaba...
Flere-Imsaho se quedó en el módulo. Gurgeh se puso en contacto con la nave para comentar y examinar su pésima posición actual y, como ya era costumbre en ella, la nave le comunicó que veía algunas formas bastante improbables de salir bien librado, pero Gurgeh ya había dado con ellas sin su ayuda. Aun así el darse cuenta de que existían era una cosa y el llevarlas a la práctica sobre el tablero en plena partida era otra muy distinta, por lo que la nave no podía serle de gran ayuda.
Gurgeh decidió dejar de analizar el juego y le preguntó a la nave qué podía hacer para disminuir el rigor de la apuesta que había establecido con Bermoiya en el improbable supuesto de que ganara la partida y fuese el juez quien tuviera que enfrentarse al cirujano. La respuesta fue que no podía hacer nada. La apuesta ya había sido acordada y eso era todo. Ninguno de los dos podía hacer nada, aparte de seguir jugando hasta que hubiera un ganador. Si se negaban a seguir con la partida los dos sufrirían el castigo fijado para el perdedor.
–Jernau Gurgeh... –dijo la nave en un tono algo vacilante–. Necesito saber qué quieres que haga en el caso de que las cosas vayan mal mañana.
Gurgeh bajó la vista. Había estado esperando aquella pregunta.
–Quieres saber si has de venir corriendo para sacarme de aquí o si decido seguir adelante y te llamo para que me recojas después con el rabo pero muy poca cosa más entre las piernas, y espero a que lo que he perdido vuelva a crecer, ¿no? Naturalmente, todo ese proceso habrá servido para que la Cultura siga estando en las mejores relaciones posibles con el Imperio...
Gurgeh no intentó ocultar el sarcasmo que impregnaba su voz.
–Más o menos –dijo la nave después del retraso–. El problema es que... Bueno, seguir adelante sería menos complicado, pero si te operan... Tendré que destruir tus genitales o desplazarlos. Si realizaran un análisis completo de ellos el Imperio conseguiría demasiada información sobre la Cultura.
Gurgeh estuvo a punto de echarse a reír.
–¿Estás intentando decirme que mis pelotas son una especie de secreto de estado?
–Efectivamente, y eso quiere decir que aun suponiendo que te sometas a la castración... En cualquiera de los dos casos el Imperio acabará bastante enfadado.
Gurgeh siguió pensando en silencio durante unos momentos después de recibir la señal. Enroscó la lengua dentro de su boca sintiendo el bultito minúsculo oculto debajo de la blandura del tejido.
–Ah, a la mierda con todo –dijo por fin–. Quiero que sigas el desarrollo de la partida. Si me doy cuenta de que voy a perder intentaré ganar todo el tiempo posible... No sé cómo, pero ya me las arreglaré. Cuando esté claro que he empezado a utilizar tácticas dilatorias ponte en marcha, sácanos de aquí y transmite mis más sinceras disculpas a Contacto. Si consigo aguantar no hagas nada. Ya veremos qué opino mañana.
–Muy bien –dijo la nave.
Gurgeh se acarició la barba pensando que por lo menos le habían permitido elegir, pero se preguntó qué habría ocurrido en el caso de que no necesitaran eliminar las pruebas. Dada la situación actual el incidente diplomático parecía inevitable, pero si hubiera existido alguna forma de evitarlo... ¿Cuál habría sido la actitud de Contacto entonces? ¿Le habrían dejado escoger? No es que importara demasiado, claro, pero después de aquella conversación Gurgeh comprendió que había perdido la voluntad de ganar.
La nave tenía más noticias que comunicarle. Acababa de recibir una transmisión de Chamlis Amalk-Ney prometiendo un mensaje más largo dentro de poco tiempo, pero mientras tanto la vieja unidad se conformaba con hacerle saber que Olz Hap lo había conseguido. La joven prodigio acababa de lograr la Red Completa. Una jugadora de la Cultura había conseguido producir el resultado definitivo e insuperable en una partida de Acabado. La joven dama se había convertido en el ídolo de Chiark y de todos los jugadores de la Cultura. Chamlis ya la había felicitado en nombre de Gurgeh, pero suponía que éste desearía enviarle un mensaje propio. La unidad se despidió transmitiéndole sus mejores deseos.
Gurgeh cortó la conexión y se reclinó en su asiento. Contempló la superficie opaca de la pantalla en silencio durante unos momentos sin estar muy seguro de lo que sabía, pensaba o recordaba. Ni tan siquiera estaba muy seguro de lo que era. Una sonrisa melancólica aleteó durante una fracción de segundo en una de las comisuras de sus labios y se esfumó.
Flere-Imsaho acababa de aparecer encima de su hombro.
–Jernau Gurgeh... ¿Estás cansado?
Gurgeh necesitó unos momentos para salir de su aturdimiento y acabó volviéndose hacia la diminuta unidad.
–¿Qué? Sí, un poco. –Se puso en pie y se estiró–. Pero creo que me costará bastante conciliar el sueño.
–Sí, ya me lo había imaginado. He pensado que quizá te gustaría acompañarme.
–¿Para qué? ¿Para ver pájaros? No, unidad, no lo creo. Gracias de todos modos.
–Bueno, la verdad es que no estaba pensando en nuestros amigos cubiertos de plumas. Cuando salgo por las noches no siempre voy a observarles. A veces visito otras partes de la ciudad. Al principio me dedicaba a vagabundear porque quería averiguar qué especies de pájaros hay en cada zona, pero a medida que pasaba el tiempo empecé a ir un poco por todas partes porque... Bueno, porque sí.
Gurgeh frunció el ceño.
–¿Y por qué quieres que vaya contigo?
–Porque mañana quizá tengamos que marcharnos de una forma algo brusca, y... Bueno, me he dado cuenta de que apenas conoces la ciudad.
Gurgeh agitó una mano.
–Tengo más que suficiente con la parte que me enseñó Za.
–Dudo mucho que te enseñara la parte en la que estoy pensando. Hay muchas cosas que ver.
–No he venido aquí para hacer turismo, unidad.
–Las cosas que quiero enseñarte te interesarán.
–¿De veras?
–Creo que sí. Creo que te conozco lo bastante bien para estar seguro de que te interesarán. Vamos, Jernau Gurgeh... Ven conmigo. Por favor. Juro que te alegrarás de haberme hecho caso. Anda, ven. Has dicho que te costaría mucho conciliar el sueño, ¿verdad? Bueno, entonces... ¿Qué tienes que perder?
Los campos de la unidad brillaban con sus tonalidades verdes y amarillas habituales envolviéndola en un aura tranquila y controlada. El tono de voz que había empleado estaba impregnado de seriedad.
Gurgeh entrecerró los ojos.
–Unidad, ¿qué estás tramando?
–Ven conmigo, Gurgeh. Por favor... –La unidad flotó lentamente hacia la parte delantera del módulo. Gurgeh la siguió con la mirada, pero no se movió. La unidad se detuvo junto a la puerta del salón–. Por favor, Jernau Gurgeh. Te juro que no lo lamentarás.
Gurgeh se encogió de hombros.
–De acuerdo, de acuerdo... –Meneó la cabeza–. Salgamos a divertirnos un rato —murmuró.
La unidad fue hacia el morro del módulo con Gurgeh detrás y se detuvo delante del compartimento que contenía un par de bicicletas antigravitatorias, unos cuantos arneses de flotación y algunos equipos más.
–Ponte un arnés. No tardaré nada. –La unidad se marchó y Gurgeh colocó las tiras del arnés sobre su camisa y sus pantalones cortos. Flere-Imsaho reapareció poco después con una larga capa negra provista de capucha–. Póntela, por favor.
Gurgeh se puso la capa encima del arnés. Flere-Imsaho deslizó la capucha sobre su cabeza con un campo y ató los cordoncillos de tal forma que la capucha ocultaba los lados de su rastro y proyectaba sombras sobre su parte delantera. La tela de la capa era lo bastante gruesa para disimular la presencia del arnés. Las luces del compartimento fueron disminuyendo lentamente de intensidad hasta apagarse y Gurgeh oyó algo que se movía por encima de su cabeza. Alzó los ojos y vio un cuadrado negro lleno de estrellas.