El guardia le saludó –un gesto al que Gurgeh nunca sabía cómo replicar– y le entregó una hoja de papel. Gurgeh lo cogió y le dio las gracias. El guardia regresó a su puesto acostumbrado de vigilancia al final de la escalera.
Gurgeh volvió al módulo intentando leer la nota por el camino.
–¿Flere-Imsaho? –preguntó.
No estaba seguro de si la pequeña máquina seguía allí o estaba fuera.
La unidad entró flotando por la puerta que daba acceso a otra parte del módulo. Se había quitado el disfraz y remolcaba un enorme libro lleno de ilustraciones sobre la fauna aérea de Eá.
–¿Sí?
–¿Qué dice aquí?
Gurgeh le enseñó la nota.
La unidad se acercó un poco más a la hoja de papel.
–Dejando aparte los típicos adornos y florituras imperiales, dice que les encantaría que fueras al palacio mañana para que puedan añadir sus felicitaciones a las que ya has recibido. Lo que significa realmente es que quieren echarte un vistazo.
–Y supongo que he de ir, ¿no?
–Yo diría que sí.
–¿Se te menciona en la nota?
–No, pero te acompañaré. Lo máximo que pueden hacer es echarme a patadas, ¿verdad? ¿De qué estabas hablando con la nave?
–Va a encargarse de inventarme unas Premisas para registrarlas en los archivos, y aprovechó la ocasión para soltarme una conferencia sobre el condicionamiento sociológico.
–Lo hace con la mejor de las intenciones, créeme –dijo la unidad–. Sencillamente... Bueno, no quiere dejar una tarea tan delicada en manos de alguien como tú.
–Ibas a salir, ¿verdad? –dijo Gurgeh.
Volvió a activar la pantalla y tornó asiento delante de ella. Buscó el canal de juegos en la longitud de onda imperial y fue pasando las imágenes hasta llegar al informe sobre el sorteo para la segunda ronda de partidas. Aún no había ninguna decisión. El sorteo estaba realizándose y se esperaba que los resultados fueran hechos públicos en cualquier momento.
–Bueno... –dijo Flere-Imsaho–. Hay una especie de ave nocturna interesantísima que se alimenta de peces y que vive en un estuario a sólo cien kilómetros de aquí. Me estaba preguntando si...
–Oh, no te pierdas la diversión por mí –dijo Gurgeh.
Los resultados del sorteo empezaron a aparecer en el canal de juegos. La pantalla se llenó de nombres y números.
–En tal caso... Buenas noches.
La unidad flotó hacia el umbral.
Gurgeh la despidió con un gesto de la mano sin volverse a mirar.
–Buenas noches –dijo.
No oyó si la unidad replicaba o no.
Encontró su sitio en el sorteo. Su nombre aparecía en la pantalla junto al de Lo Wescekibold Ram, director de la Junta de Monopolios Imperiales. El listado le clasificaba en el Nivel Cinco Principal, lo cual quería decir que era uno de los sesenta mejores jugadores del Imperio.
Al día siguiente Pequil no tenía que ir a trabajar. Un vehículo imperial se presentó para recoger a Gurgeh y aterrizó al lado del módulo. Gurgeh y Flere-Imsaho –que había vuelto bastante tarde de su expedición al estuario– fueron llevados por encima de la ciudad hasta el palacio. Aterrizaron en el tejado de un impresionante conjunto de edificios de oficinas desde el que se dominaba uno de los pequeños parques que había dentro del recinto del palacio y fueron acompañados hasta una escalinata cuyos peldaños estaban cubiertos por una magnífica alfombra. Bajaron por ella y llegaron a un despacho de techo muy alto en el que un sirviente le preguntó a Gurgeh si quería beber o comer algo. Gurgeh dijo que no, y el sirviente se marchó dejándole a solas con la unidad.
Flere-Imsaho fue hacia los ventanales y Gurgeh se entretuvo contemplando los retratos colgados de las paredes. Unos minutos después un ápice que parecía bastante joven entró en la habitación. Era alto y vestía una versión relativamente sobria del uniforme de la Burocracia Imperial.
–Buenos días, señor Gurgeh. Soy Lo Shav Oíos.
–Hola –dijo Gurgeh.
Intercambiaron una cortés inclinación de cabeza y el ápice fue rápidamente hacia un escritorio enorme situado enfrente de las ventanas y colocó un fajo de papeles bastante voluminoso encima de él antes de tomar asiento.
Lo Shav Oíos se volvió hacia Flere-Imsaho, que zumbaba y chisporroteaba a cierta distancia de Gurgeh.
–Y supongo que ésta debe ser su pequeña máquina, ¿no?
–Se llama Flere-Imsaho. Me ayuda con los problemas lingüísticos que puedan presentarse.
–Claro, claro... –El ápice movió la mano señalando un sillón situado al otro lado de su escritorio–. Siéntese, por favor.
Gurgeh se sentó y Flere-Imsaho se colocó junto al sillón. El sirviente trajo un vaso de cristal tallado y lo colocó encima del escritorio cerca de Oíos, quien tomó un sorbo antes de seguir hablando.
–Supongo que no debe necesitar mucha ayuda, señor Gurgeh. –El joven ápice sonrió–. Su eaquico es soberbio.
–Gracias.
–Permita que añada mi felicitación personal a la del Departamento Imperial, señor Gurgeh. Ha llegado mucho más lejos de lo que muchos de nosotros creíamos posible. Tengo entendido que sólo ha estudiado el juego durante la tercera parte de uno de nuestros Grandes Años.
–Sí, pero el Azad me pareció tan interesante que durante ese tiempo apenas hice otra cosa, y aparte de eso comparte ciertos conceptos con otros juegos que he estudiado en el pasado.
–Aun así, ha derrotado a personas que han estado estudiando el Azad durante toda su vida. El sacerdote Lin Goforiev Tounse, por ejemplo... Se esperaba que haría un buen papel en estos juegos.
–Sí, ya me lo dijeron. –Gurgeh sonrió–. Quizá tuve suerte.
El ápice dejó escapar una risita y se reclinó en su asiento.
–Quizá fuera eso, señor Gurgeh. Siento que su buena fortuna le abandonara en el sorteo para la próxima ronda. Lo Wescekibold Ram es un jugador soberbio, y somos muchos quienes esperamos que mejore su actuación de los últimos juegos.
–Espero poder proporcionarle una buena partida.
–Eso esperamos todos. –El ápice tomó otro sorbo de su vaso, se puso en pie y fue hacia los ventanales que tenía detrás para contemplar el parque. Gurgeh le vio rascar el grueso cristal con la punta de un dedo como si intentara quitar algo pegado–. Estrictamente hablando no se trata de algo que concierna a mi departamento, desde luego, pero... Bueno, confieso que me interesaría mucho saber si puede decirme algo sobre sus planes respecto al registro de las Premisas.
El ápice se dio la vuelta y miró a Gurgeh.
–Aún no he decidido cómo expresarlas –dijo Gurgeh–. Probablemente las presentaré mañana.
El ápice asintió y le contempló con expresión algo pensativa mientras tiraba suavemente de una de las mangas del uniforme imperial.
–Me pregunto sí me permitiría darle un consejo, señor Gurgeh. ¿Puedo aconsejarle que se muestre lo más... circunspecto posible? (Gurgeh se volvió hacia la unidad y le pidió que tradujera la palabra. Oíos esperó en silencio hasta que Flere-Imsaho hubo acabado de explicarle su significado y siguió hablando.) Tiene que registrar sus Premisas en el departamento, claro está, pero ya sabe que sus cualificaciones personales sólo le permiten participar en estos juegos de una forma totalmente honorífica, y por lo tanto lo que diga en sus Premisas sólo tiene un valor... ¿Digamos que estadístico?
Gurgeh se volvió hacia la unidad y le pidió que le aclarara el significado de la palabra «cualificaciones».
–Paparrucheo puro, jugaroide espacialero –murmuró Flere-Imsaho en marain con cierta irritación–. Disimular y fingir; tú esa palabra utilizar antes en eáquico ya. Lugarcito plagado de microfonitos. ¿Importar tú si dejar de dar pistas más a imbéciles estos sobre jergamiento nuestro? ¿Vale?
Gurgeh tuvo que hacer un considerable esfuerzo para no sonreír.
Oíos siguió hablando.
–La regla general es que los participantes deben estar preparados para defender sus opiniones con argumentos en caso de que el departamento crea necesario interrogarles más ampliamente al respecto, pero tengo la esperanza de que comprenderá que hay muy pocas probabilidades de que ése vaya a ser su caso. El Departamento Imperial es consciente de que los..., los valores predominantes en su sociedad pueden ser muy distintos a los de la nuestra. No deseamos colocarle en una situación incómoda obligándole a revelar cosas que la prensa y la mayoría de nuestros ciudadanos podrían encontrar... ofensivas. –Oíos sonrió–. Personalmente, y que esto quede entre nosotros, supongo que podría ser..., bueno, casi siento la tentación de utilizar la palabra «vago», y puedo asegurarle que esa hipotética vaguedad suya no molestaría especialmente a nadie.
–¿«Especialmente»? –preguntó Gurgeh en su mejor tono de inocencia volviéndose hacia la chisporroteante unidad que flotaba junto a él.
–Más parloteo paparruchesco biltrivnik ner plin ferds, tú estar cuonstipicuamente sometiendo dura prueba nomonomo wertsishi mi zozlik zibbidik jodida paciencia mía, Gurgeh.
Gurgeh tosió.
–Disculpe –dijo mirando a Oíos–. Sí, comprendo... Puedo asegurarle que tendré muy presentes todos los consejos que me ha dado cuando llegue el momento de redactar mis Premisas.
–Me alegra oírle decir eso, señor Gurgeh. –Oíos volvió a sentarse–. Naturalmente, todo lo que le he dicho es pura opinión personal y no guarda ninguna relación con lo que pueda pensar el Departamento Imperial. Esta rama de la administración es totalmente independiente del Departamento, ¿sabe? Aun así, una de las cosas que hacen tan fuerte al Imperio es precisamente su cohesión, su... unidad, y dudo de que mi evaluación de cuál podría ser la actitud de otro departamento imperial esté muy alejada de la realidad. –Lo Shav Oíos sonrió con una cierta condescendencia–. Todos estamos en el mismo barco, ¿comprende?
–Comprendo –dijo Gurgeh.
–Sí, tengo la seguridad de que lo comprende... Dígame, ¿está muy impaciente por ir a Ecronedal?
–Mucho, especialmente dado que se trata de un honor para el que es preciso reunir unas cualificaciones personales muy estrictas y que rara vez se concede a los jugadores invitados.
–Cierto, cierto... –Sus palabras parecieron divertir a Oíos–. Muy pocos de nuestros invitados tienen ocasión de poner los pies en el Planeta de Fuego. Es un lugar sagrado, y no sólo eso sino que también es todo un símbolo de la naturaleza imperecedera del Imperio y del Juego.
–Mi gratitud es tan inmensa que supera con mucho mi pobre capacidad para expresarla –ronroneó Gurgeh, e inclinó levemente el torso en un gesto al que le faltaba muy poco para ser una reverencia.
Flere-Imsaho emitió una especie de balbuceo ahogado.
Oíos sonrió con satisfacción.
–Ya ha dejado claro que es un buen jugador. Estoy seguro de que las grandes dotes naturales para el juego que ha exhibido hasta el momento no le abandonarán y le permitirán demostrar que es más que digno del lugar que se le ha concedido en el castillo de los juegos de Ecronedal. Y ahora... –dijo el ápice lanzando una rápida mirada a la pantalla de su escritorio–. Veo que ya ha llegado la hora de que asista a otra reunión del Consejo Mercantil. Me temo que será tan insoportablemente tediosa como todas las reuniones de ese Consejo, y nada me gustaría más que continuar con nuestra agradable conversación, señor Gurgeh, pero por desgracia me veo obligado a ponerle punto final en aras de la regulación eficiente del intercambio de bienes entre nuestros muchos mundos.
–Lo comprendo, lo comprendo –dijo Gurgeh, y se puso en pie al mismo tiempo que el ápice.
–Encantado de haberle conocido, señor Gurgeh.
Oíos sonrió.
–Lo mismo digo.
–Permita que le desee suerte en su partida con Lo Wescekibold Ram –dijo el ápice mientras le acompañaba hasta la puerta–. Me temo que va a necesitarla... Estoy seguro de que será una partida muy interesante.
–Eso espero –dijo Gurgeh.
Salieron del despacho. Oíos le ofreció la mano y Gurgeh se la estrechó permitiendo que sus rasgos mostraran una leve sorpresa.
–Buenos días, señor Gurgeh.
–Adiós.
Gurgeh y Flere-Imsaho fueron escoltados hasta la aeronave que les aguardaba en el tejado y Lo Shav Oíos se alejó por otro pasillo para asistir a su reunión.
–¡Gurgeh, eres un gilipollas! –dijo la unidad en marain apenas volvieron a estar en el módulo–. Primero me preguntas cuál es el significado de dos palabras que ya conoces, después utilizas las dos palabras y el...
Gurgeh había empezado a menear la cabeza y se apresuró a interrumpirle.
–Máquina, me temo que no entiendes nada de juegos, ¿verdad?
–Sé darme cuenta de cuando alguien está haciendo imbecilidades.
–Bueno, máquina... Hacer imbecilidades siempre es mejor que dejarse tratar como un animalito doméstico, ¿verdad?
La unidad emitió un sonido muy parecido a una brusca inhalación de aire y pareció vacilar.
–Bueno, de todas formas... –dijo por fin–. Al menos ahora no tienes que preocuparte por tus Premisas. –Dejó escapar una risita que sonó bastante forzada–. ¡La sola idea de que puedas decir la verdad les asusta tanto como a ti!
La partida entre Gurgeh y Lo Wescekibold Ram despertó gran atención. La prensa seguía estando fascinada por aquel alienígena huraño que se negaba a hacer declaraciones, y envió a sus reporteros más sarcásticos y a los cámaras más capaces de captar cualquier expresión facial que pudiera darle una apariencia estúpida, desagradable o cruel (y, preferiblemente, las tres cosas a la vez). Algunos cámaras habían empezado a considerar que la fisonomía de Gurgeh era un auténtico desafío, pero otros opinaban que Gurgeh era un típico caso de pez grande en un acuario pequeño.
Un gran número de seguidores y fanáticos de los juegos que habían pagado para asistir a la competición decidieron cambiar sus entradas originales por una entrada para la partida entre Gurgeh y Lo Wescekibold Ram. El interés del público era tal que la galería de invitados se habría llenado aunque fuese bastantes veces más grande de lo que era, y eso a pesar de que los organizadores habían decidido prescindir del edificio en el que se desarrollaron las partidas anteriores de Gurgeh y habían optado por erigir una inmensa carpa en un parque equidistante un par de kilómetros del Gran Hotel y el Palacio Imperial. La sede de juegos improvisada tenía una capacidad tres veces superior a la del viejo salón de congresos, pero estaba atestada.
Pequil se presentó por la mañana en el vehículo del Departamento de Asuntos Alienígenas y llevó a Gurgeh hasta el parque. El ápice ya no intentaba colocarse delante de las cámaras, y en cuanto bajaron del vehículo se apresuró a apartarlas y despejó un camino para que Gurgeh pudiera pasar.