Gurgeh y Nicosar empezaron a jugar la primera de las partidas menores tres días después. La etapa final de los juegos estaba envuelta en una atmósfera muy extraña. El Castillo Klaff había sido invadido por una curiosa sensación de anticlímax. Normalmente la última etapa de los juegos era la culminación de seis años de trabajos y preparativos que abarcaban a todo el Imperio; la apoteosis de todo lo que era y representaba el Azad. Esta vez la continuidad imperial ya había quedado decidida. Nicosar se había asegurado otro Gran Año de gobierno cuando venció a Vechesteder y Jhilno, pero en cuanto concernía al resto del Imperio aún tenía que jugar con Krowo para decidir quién se ceñiría la corona imperial. El que Gurgeh saliera vencedor no cambiaría las cosas, dejando aparte los daños que su victoria pudiese producir en el orgullo imperial. La corte y el Departamento tomarían buena nota de lo ocurrido y se asegurarían de no invitar a ningún otro alienígena decadente pero astuto y lleno de trucos para que tomara parte en los juegos sagrados.
Gurgeh sospechaba que muchas de las personas que seguían en la fortaleza habrían preferido abandonar Ecronedal y volver lo más deprisa posible a Eá, pero la ceremonia de la coronación y la confirmación religiosa eran dos actos de asistencia obligatoria y nadie saldría de Ecronedal hasta que el frente de llamas hubiera pasado y el Emperador hubiese surgido de entre las cenizas.
Probablemente los únicos que tenían ganas de empezar a jugar fuesen Gurgeh y Nicosar. Incluso los jugadores que asistirían a su enfrentamiento y los analistas habían perdido todo interés en el juego, lo cual era bastante lógico teniendo en cuenta que no podrían hablar sobre él, y se había llegado al extremo de prohibirles que lo comentaran entre ellos. Todas las partidas que Gurgeh había jugado después del momento en que se suponía quedó eliminado eran temas tabú. No existían. El Departamento de Juegos ya había empezado la ardua labor de inventar un enfrentamiento final entre Nicosar y Krowo que se utilizaría como versión oficial del final de los juegos. A juzgar por sus esfuerzos anteriores Gurgeh esperaba que el resultado sería plenamente convincente. Quizá le faltara la chispa indefinible del genio, pero serviría.
Ya no quedaba ningún cabo suelto por atar. El Imperio ya tenía nuevos mariscales estelares (aunque reemplazar a Yomonul exigiría llevar a cabo unas cuantas alteraciones en el escalafón), nuevos generales y almirantes, arzobispos, ministros y jueces. El rumbo del Imperio había sido fijado, y era considerablemente parecido al que habían marcado los últimos juegos. Nicosar seguiría con su política actual; las premisas de los ganadores indicaban muy poco descontento o ideas nuevas. Los cortesanos y funcionarios podían volver a respirar con tranquilidad sabiendo que nada cambiaría demasiado y que sus posiciones y carreras no corrían peligro. En vez de la tensión habitual que envolvía a la última etapa de los juegos la atmósfera era bastante más parecida a la que habría podido esperarse en un torneo de exhibición. Los únicos que se tomaban en serio las partidas futuras eran los dos contrincantes.
Nicosar impresionó a Gurgeh apenas empezó a mover las piezas. La estima y el respeto que sentía hacia él crecían a cada momento que pasaba. Cuanto más estudiaba el estilo del ápice más consciente era de que tenía delante a un adversario temible que dominaba todas las facetas del juego. Vencer a Nicosar exigiría algo más que suerte. Si quería vencerle
Gurgeh necesitaría ser otra persona. En cuanto empezaron a jugar Gurgeh tuvo que concentrarse al máximo no en el objetivo de vencer al Emperador, sino en el de impedir que le aplastara.
Nicosar jugaba con bastante cautela durante casi todo el tiempo y de repente atacaba con una serie de movimientos tan brillante como fluida, que al principio daban la impresión de haber sido hechos por un loco con ciertas dotes para el juego, y que acababan revelándose como las jugadas maestras que eran realmente. Sus movimientos eran respuestas perfectas a las preguntas imposibles que planteaban.
Gurgeh hizo cuanto pudo para prever esas devastadoras fusiones de astucia y fuerza bruta y para dar con alguna réplica a ellas en cuanto se habían producido, pero hacia el final de las partidas menores —unos treinta días antes de la llegada de las llamas– Nicosar ya había conseguido acumular una considerable ventaja en piezas y cartas que le sería muy útil cuando empezaran a jugar en el primer tablero principal. Gurgeh empezó a sospechar que su única posibilidad de no ser derrotado era resistir lo mejor posible en los dos primeros tableros y albergar la esperanza de que el último le fuese más favorable.
Los arbustos cenicientos alzaban sus copas alrededor del castillo ondulando lentamente junto a las murallas como una marea dorada. Gurgeh estaba sentado en el mismo jardincito que había visitado otras ocasiones. Durante sus visitas anteriores había podido ver el horizonte por encima de los arbustos cenicientos; ahora el paisaje terminaba a sólo veinte metros, la distancia que le separaba de la primera copa cubierta de hojas amarillas. Los últimos rayos de sol proyectaban la sombra del castillo sobre el dosel de follaje. Las luces de la fortaleza se iban encendiendo a espaldas de Gurgeh.
Gurgeh contempló los troncos marrones de aquellos árboles gigantescos y meneó la cabeza. Había perdido la partida en el Tablero del Origen y estaba a punto de ser derrotado en el Tablero de la Forma.
Había algo que se le escapaba. Una faceta del estilo de Nicosar se le escurría entre los dedos. Lo sabía, estaba seguro de ello..., pero no lograba entender cuál podía ser esa faceta. Tenía la sospecha de que era algo muy simple, por muy compleja que pudiese llegar a ser su articulación y puesta en práctica sobre los tableros. Tendría que haberla localizado, analizado y evaluado hacía ya mucho tiempo dándole la vuelta para usarla en beneficio propio, pero había algo que se lo impedía, y Gurgeh estaba seguro de que ese algo estaba intrínsecamente relacionado con su misma forma de comprender el juego. Un aspecto de su estilo parecía haberse esfumado, y Gurgeh estaba empezando a pensar que el fuerte golpe en la cabeza recibido durante la cacería le había afectado más de lo que creyó al principio.
Pero la nave tampoco parecía tener idea de qué estaba haciendo mal. Los consejos que le daba siempre parecían lógicos y sólidos, pero apenas se enfrentaba al tablero Gurgeh descubría que no podía aplicar sus ideas. Si iba en contra de sus instintos y se obligaba a seguir las sugerencias transmitidas por la
Factor limitativo
acababa metido en una situación aún más apurada que antes. Cuando estabas en un tablero del Azad no había nada que pudiera causarte más problemas que el aplicar un estilo de juego en el que no creías.
Gurgeh se incorporó lentamente, estiró la espalda –ahora ya casi no le dolía–, y volvió a su habitación. Flere-Imsaho estaba flotando delante de la pantalla observando un diagrama holográfico bastante extraño.
–¿Qué estás haciendo? –preguntó Gurgeh mientras se dejaba caer en un diván.
La unidad giró sobre sí misma.
–He encontrado una forma de anular los sistemas de vigilancia –dijo en marain–. Ahora podemos volver a hablar en marain. ¿No te parece estupendo?
–Supongo que sí –replicó Gurgeh en eáquico.
Cogió una pantalla portátil para enterarse de lo que estaba ocurriendo en el Imperio.
–Bueno, lo mínimo que podrías hacer después de todo lo que me ha costado desactivar los sistemas es utilizar el lenguaje, ¿no crees? No ha sido nada fácil, ¿sabes? No estoy diseñado para este tipo de cosas. Tuve que hurgar en mis archivos sobre electrónica, óptica, campos de escucha y todo eso... Pensé que te complacería.
–Me siento invadido por el éxtasis más absoluto e indecible que te puedas imaginar –dijo Gurgeh articulando cuidadosamente las palabras en marain.
Volvió la mirada hacia la pantallita y ésta empezó a informarle de los nuevos nombramientos, el aplastamiento de una insurrección en un sistema muy lejano, el desarrollo de la partida entre Krowo y Nicosar –la situación de Krowo no era tan mala como la de Gurgeh–, la victoria que las tropas imperiales habían obtenido sobre una raza de monstruos y el aumento de sueldo para los machos que se enrolaran en el Ejército.
–¿Qué es eso? –preguntó lanzando una rápida mirada a la pantalla mural y el extraño toroide que giraba lentamente en ella.
–¿No lo reconoces? –replicó la unidad, modulando la voz para expresar sorpresa–. Creía que lo reconocerías nada más verlo. Es un modelo de la Realidad.
–La... Oh, sí. –Gurgeh asintió y volvió a concentrar su atención en la pantallita. Un grupo de asteroides estaba siendo bombardeado por naves de guerra imperiales para acabar con la insurrección–. Cuatro dimensiones y todo eso,¿no?
Gurgeh fue pasando rápidamente los subcanales para sintonizar los programas del juego. Algunas partidas de la segunda serie celebrada en Eá aún no habían terminado.
–Bueno, en el caso de la Realidad propiamente dicha hay siete dimensiones relevantes. Una de esas líneas... ¿Me estás escuchando?
–¿Hmmmm? Oh, sí.
Todas las partidas de Eá se encontraban en su fase final. Las partidas secundarias de Ecronedal aún estaban siendo analizadas.
–... una de esas líneas de la Realidad representa a la totalidad de nuestro universo. Supongo que te han enseñado todo eso, ¿no?
–Mm.
Gurgeh asintió con la cabeza. La teoría espacial, el hiperespacio, las hiperesferas y todas esas cosas nunca le habían interesado mucho. Esas disquisiciones no parecían tener mucha relación con su vida cotidiana así que... Bueno, ¿para qué devanarse los sesos pensando en ellas? Algunos juegos podían comprenderse mejor aplicando un marco tetradimensional, pero Gurgeh siempre se había concentrado en las reglas específicas de cada juego y las teorías generales sólo le importaban en cuanto se aplicaban a un juego determinado. Pulsó el botón que haría aparecer otra página en la pantallita..., y se encontró con su propio rostro volviendo a expresar cómo lamentaba haber sido eliminado de los juegos, dando las gracias a todo el mundo por haberle tratado tan bien y deseando el mejor de los futuros posibles al pueblo y el Imperio de Azad. Un comentarista empezó a hablar imponiéndose a su voz y dijo que Gurgeh había sido eliminado en la segunda serie de Ecronedal. Gurgeh sonrió levemente y contempló cómo la realidad oficial de la que había aceptado formar parte iba siendo construida y se convertía en hechos incontrovertibles.
Apartó los ojos de la pantallita para lanzar un rápido vistazo al toroide y recordó algo que le había tenido perplejo hacía ya unos cuantos años.
–¿Cuál es la diferencia entre el hiperespacio y el ultraespacio? –preguntó mirando a la unidad–. La nave me habló del ultraespacio en una ocasión y nunca logré entender qué demonios era eso.
La unidad intentó explicárselo utilizando el holo-modelo de la Realidad para ilustrar sus explicaciones. Éstas fueron un tanto excesivas y abstrusas, como siempre, pero Gurgeh logró hacerse una cierta idea de lo que era el ultraespacio.
Flere-Imsaho le dio la noche parloteando continuamente en marain sobre una interminable serie de temas aparentemente inconexos. Al principio Gurgeh pensó que el lenguaje era innecesariamente complicado, pero no tardó en descubrir que le gustaba oírlo e incluso hablarlo, aunque la vocecita estridente de la unidad resultaba bastante desagradable. Flere-Imsaho sólo se calló cuando Gurgeh se puso en comunicación con la nave para llevar a cabo su análisis de la partida. Hablar en marain no impidió que fuera tan negativo y deprimente como de costumbre.
Disfrutó de su mejor noche de sueño desde el día de la cacería y, sin que hubiera ninguna razón aparente para ello, despertó con la vaga sensación de que aún tenía una posibilidad de invertir el rumbo de la partida.
Gurgeh necesitó casi toda la mañana para comprender el objetivo que se había fijado Nicosar, y cuando lo hubo conseguido la desmesurada ambición de esa meta hizo que contuviera el aliento.
El Emperador no se conformaba con aniquilar a Gurgeh, sino que quería vencer a toda la Cultura. No había ninguna otra descripción posible de la forma en que usaba las piezas, el territorio y las cartas. Nicosar había modelado su juego para que reflejara el Imperio y la totalidad del Azad.
Y después llegó otra revelación cuyo impacto sobre Gurgeh fue casi tan grande como el de la primera, una interpretación –quizá la mejor– de la forma en que había jugado hasta entonces. Su estilo de juego representaba a la Cultura. Cuando construía sus posiciones y desplegaba sus piezas Gurgeh solía crear algo parecido a la sociedad en que había nacido. La red o parrilla de fuerzas y relaciones que materializaba no contenía jerarquías obvias o liderazgos implícitos, y al principio su comportamiento siempre era pacífico.
En todas las partidas que había jugado los ataques iniciales llegaban del otro bando. Gurgeh solía pensar en el período anterior a los enfrentamientos decisivos como una etapa de preparativos para la batalla, pero aquella mañana se dio cuenta de que si hubiera estado solo en el tablero habría hecho más o menos lo mismo. Se habría ido extendiendo lentamente por los distintos territorios, consolidando su posición de una forma tranquila y gradual que no le exigiera demasiados esfuerzos o sacrificios..., y, naturalmente, eso no había ocurrido jamás. Siempre era atacado, y cuando se veía obligado a luchar desarrollaba ese conflicto con la misma diligencia que antes había empleado para desarrollar la disposición y el potencial de las piezas no amenazadas y el territorio que nadie le disputaba.
Todos los jugadores a los que se había enfrentado hasta el momento intentaron adaptarse en sus propios términos a ese estilo sin precedentes sin ni tan siquiera darse cuenta de lo que estaban haciendo, y ninguno de ellos lo había conseguido. Nicosar no estaba intentando adaptarse. El Emperador estaba utilizando el sistema diametralmente opuesto, y había convertido el tablero en su Imperio, incluyendo con la máxima exactitud posible todos los detalles estructurales permitidos por los límites de la definición que imponía el juego.
Gurgeh estaba asombrado. La brusca comprensión de lo que había ocurrido fue encendiéndose en su interior como un amanecer que aumenta de intensidad hasta convertirse en nova, como un hilillo de datos cuyo caudal se va incrementando hasta convertirse en arroyo, río, marea y
tsunami
. Su siguiente tanda de movimientos fue casi automática. Eran movimientos de reacción, no partes bien meditadas de su estrategia por muy limitada e inadecuada a la situación actual que ésta hubiera demostrado ser. Tenía la boca seca y le temblaban las manos.