Se encontró en la parte trasera del edificio. Estaba en un pequeño jardín oscuro, polvoriento y abandonado encerrado por un cuadrado de muros. La luz amarilla que brotaba de las ventanas mugrientas se derramaba sobre la hierba gris y el pavimento de losas agrietadas. La unidad dijo que aún quería enseñarle unas cuantas cosas. Quería que viera el sitio donde dormían quienes no tenían dinero; creía poder introducirle en una prisión disfrazado como visitante...
–Quiero volver. ¡Quiero volver ahora mismo! –gritó Gurgeh arrojando la capucha hacia atrás.
–¡Muy bien! –dijo la unidad.
Volvió a poner la capucha en su sitio y salieron disparados hacia arriba. Ascendieron en línea recta durante varios minutos antes de empezar a dirigirse hacia el hotel y el módulo. La unidad no dijo nada en todo el trayecto. Gurgeh también guardó silencio y se dedicó a observar la gran galaxia de luces que era la ciudad desfilando bajo sus pies.
Llegaron al módulo. La puerta del techo se abrió para dejarles pasar apenas iniciaron el descenso y se cerró en cuanto hubieron entrado. Gurgeh dejó que la unidad le quitara la capa y el arnés antigravitatorio. Sentir las correas del arnés deslizándose por sus hombros y la desaparición de su peso hizo que experimentara una extraña sensación de desnudez.
–Hay una cosa más que me gustaría enseñarte –dijo la unidad.
Flotó por el pasillo que llevaba hasta la sala del módulo. Gurgeh la siguió.
Flere-Imsaho se inmovilizó en el centro de la habitación. La pantalla estaba activada y mostraba a un macho copulando con un ápice. La música de fondo era ensordecedora y la pareja se agitaba rodeada por el lujo de los almohadones y los cortinajes.
–Estás viendo un programa de un canal selecto imperial –dijo la unidad–. Esto es una emisión codificada del Nivel Uno.
La escena cambió varias veces mostrando combinaciones sexuales distintas que iban desde la masturbación en solitario hasta orgías de grupo con los tres sexos azadianos.
–Son canales restringidos –dijo la unidad–. Se supone que los visitantes no deben verlos, pero el aparato decodificador se encuentra disponible en el mercado y puede adquirirse a un precio bastante módico. Ahora veremos algunos programas del Nivel Dos. Se emiten en canales de acceso reservado a los estratos superiores de los aparatos burocrático, religioso, militar y comercial del Imperio.
La pantalla quedó inundada durante unos segundos por un remolino de colores que no tardó en esfumarse. Gurgeh vio a más azadianos desnudos o con muy poca ropa. El énfasis volvía a estar puesto en la sexualidad, pero ahora había otro elemento nuevo incorporado a la acción. Muchas de las personas que tomaban parte en ella vestían ropas extrañas y de aspecto bastante incómodo, y algunas eran atadas y golpeadas o colocadas en posiciones absurdas que se les obligaba a mantener mientras servían como objeto de satisfacción sexual. Hembras uniformadas daban órdenes a grupos de ápices y machos. Gurgeh reconoció algunos de los uniformes como versiones grotescamente exageradas de los que vestían los oficiales de la Flota Imperial. Algunos ápices llevaban ropas de macho, y otros llevaban ropa de hembra. Vio ápices obligados a comer sus excrementos o los de otra persona o a beber su orina. Los programas que giraban alrededor de este tema parecían considerar como particularmente valiosas a las secreciones de otras especies pan-humanas. Vio bocas y anos de animales y alienígenas penetrados por machos y ápices; vio alienígenas y animales persuadidos a copular con los tres sexos azadianos y objetos –algunos de uso cotidiano, otros que parecían fabricados especialmente con ese fin– usados como sustitutos del falo. En cada escena había un claro elemento de... Gurgeh supuso que debía ser dominación.
Que el Imperio quisiera ocultar el material del primer nivel no le había sorprendido demasiado. Un pueblo tan obsesionado por el rango, el protocolo y la dignidad inherente al atuendo debía sentir el deseo de restringir el acceso a ese tipo de imágenes por muy inofensivas que pudieran ser. El segundo nivel era distinto. Gurgeh tuvo la impresión de que revelaba una pequeña parte de lo que había oculto bajo la fachada imperial, y no le costó nada comprender que les resultara tan incómodo. Estaba claro que el deleite que podía producir la visión de un programa del Nivel Dos no era fruto del placer vicario que se siente viendo a personas que se lo están pasando bien e identificándose con ellas, sino del placer que producía ver a personas humilladas mientras otras personas disfrutaban a sus expensas. El Nivel Uno giraba en torno al sexo; el Nivel Dos giraba alrededor de lo que estaba claro era una obsesión que el Imperio no lograba separar del acto sexual.
–Y ahora el Nivel Tres –dijo la unidad.
Gurgeh observó la pantalla.
Flere-Imsaho observó a Gurgeh.
La luz de la pantalla se reflejaba en los ojos del hombre y los fotones no utilizados salían despedidos de la aureola del iris. Al principio las pupilas se ensancharon, pero no tardaron en irse encogiendo hasta quedar convertidas en puntas de alfiler. La unidad esperó a que los ojos clavados en la pantalla se fueran llenando de humedad, a que los músculos diminutos que había alrededor de los ojos vacilaran cerrando los párpados, a que el hombre meneara la cabeza y se diera la vuelta, pero lo que esperaba ver no ocurrió. La pantalla había capturado la mirada de Gurgeh. Era como si la presión infinitesimal que la luz ejercía sobre la habitación se hubiera invertido tirando del hombre que observaba las imágenes y atrayéndole hacia ellas. Gurgeh había quedado paralizado en ese instante de vacilación que precede a la caída, tan inmóvil, helado e irremisiblemente vuelto hacia las imágenes que se sucedían en la pantalla como si fuera una luna detenida hacía ya mucho tiempo.
Los gritos crearon ecos en la sala y rebotaron en sus asientos amoldables, divanes y mesitas. Eran gritos de ápices, hombres, mujeres y niños. A veces eran silenciados enseguida, pero lo más normal era que durasen mucho tiempo. Cada instrumento y cada parte del cuerpo de aquellos seres torturados emitía su propio ruido. Sangre, cuchillos, huesos, láseres, carne, sierras, sustancias químicas, sanguijuelas, gusanos, armas vibratorias e incluso falos, dedos y garras... Todo creaba su propio sonido inimitable y distinto a los demás para que sirviera de contrapunto al tema de los gritos.
La última escena que vio incluía a un macho psicópata al que se le habían inyectado grandes dosis de hormonas sexuales y alucinógenos, un cuchillo y una mujer descrita como una enemiga del estado. La mujer estaba embarazada y le faltaba muy poco para dar a luz.
Los ojos se cerraron. Las manos subieron hasta sus orejas. Gurgeh bajó la vista.
–Basta –murmuró.
Flere-Imsaho desactivó la pantalla. Gurgeh se fue inclinando lentamente hacia atrás como si la pantalla hubiese estado emitiendo algún tipo de atracción, una gravedad artificial que le había hecho acercarse inconscientemente a ella. La atracción había desaparecido de repente, y la brusca reacción hizo que Gurgeh casi perdiera el equilibrio.
–Son programas retransmitidos en directo, Jernau Gurgeh. Ése que has visto se está desarrollando ahora mismo. Lo que acabas de ver sigue ocurriendo en algún sótano oculto debajo de una prisión o en un cuartel de la policía.
Gurgeh alzó los ojos hacia la pantalla apagada. Seguía teniendo las pupilas dilatadas pero la humedad había desaparecido. Gurgeh clavó la mirada en la pantalla, osciló lentamente hacia atrás y hacia adelante y tragó una honda bocanada de aire. Tenía la frente cubierta de sudor, y estaba temblando.
–El Nivel Tres está reservado a la élite dirigente. Sus señales militares de alta importancia estratégica utilizan el mismo código cifrado. Supongo que comprendes por qué.
»No se trata de ninguna noche especial, Gurgeh. Lo que has visto no es ningún festival de erotismo sadomasoquista que se emita en ocasiones señaladas. Estas cosas ocurren cada noche... Hay más, pero creo que esa selección era bastante representativa.
Gurgeh asintió. Tenía la boca seca. Tragó saliva con cierta dificultad, hizo unas cuantas inspiraciones lo más profundas posible y se frotó la barba. Abrió la boca para hablar, pero la unidad se le adelantó.
–Una cosa más, algo que también te han ocultado. Me enteré anoche, cuando la nave lo mencionó... Desde que empezaste a jugar con Ram tus adversarios también han estado utilizando drogas, anfetaminas de acción directa sobre la corteza cerebral como mínimo aunque poseen drogas mucho más sofisticadas que también han decidido utilizar. Tienen que inyectárselas o ingerirlas. No poseen glándulas especiales capaces de producir las drogas dentro de sus cuerpos, pero puedes estar seguro de que las utilizan. La sangre de la mayoría de tus adversarios contiene muchos más compuestos y sustancias químicas «artificiales» que la tuya.
La unidad emitió una especie de suspiro. El hombre seguía sin apartar los ojos de la pantalla desactivada.
–Y eso es todo –dijo la unidad–. Si lo que te he enseñado te ha parecido desagradable o te ha trastornado... Lo siento, Jernau Gurgeh. Pero no quería que te marcharas de aquí creyendo que el Imperio no era más que unos cuantos jugadores venerables, un montón de edificios impresionantes y unos cuantos clubs nocturnos exóticos. El Imperio también es lo que has visto esta noche, y hay muchas cosas más que no puedo mostrarte. Todas las frustraciones que pesan por un igual sobre los pobres y los relativamente acomodados, esas frustraciones causadas por el simple hecho de vivir en una sociedad donde nadie es libre de hacer lo que quiere o desea... Está el periodista que no puede escribir lo que sabe es verdad, el médico que no puede aliviar los sufrimientos y dolores de la enfermedad porque quien los padece es del sexo equivocado... Un millón de cosas que ocurren cada día, cosas que no son tan melodramáticas y horrendas como las que te he enseñado pero que siguen siendo parte del sistema y que son algunos de los efectos producidos por su funcionamiento.
»La nave te explicó que un sistema culpable no admite la existencia de los inocentes, pero yo creo que sí la admite. Por ejemplo, reconoce la inocencia de un niño y ya has visto como se enfrenta a ella. En cierto sentido, incluso puede afirmarse que reconoce la "santidad" del cuerpo..., pero sólo para violarla. Todo se reduce a lo mismo, Gurgeh. Todo es propiedad y posesión, todo consiste en tomar y poseer. –Flere-Imsaho hizo una pausa, flotó hacia Gurgeh y se detuvo muy cerca de su rostro–. Ah, me temo que estoy volviendo a sermonearte, ¿verdad? Los excesos de la juventud... Te he hecho trasnochar. Quizá tengas ganas de irte a acostar. Ha sido una noche muy larga, ¿no? Te dejaré a solas. –La unidad giró sobre sí misma, flotó hacia la puerta y volvió a detenerse delante del umbral–. Buenas noches –dijo.
Gurgeh carraspeó para aclararse la garganta.
–Buenas noches –dijo.
No había apartado los ojos de la pantalla hasta entonces. La unidad desapareció por el umbral.
Gurgeh se dejó caer en un sillón amoldable. Se contempló los pies durante unos momentos, se puso en pie y salió del módulo. Estaba amaneciendo. La ciudad parecía más limpia, como si la hubieran lavado, y hacía bastante frío. El resplandor de las luces se debilitaba lentamente bajo la tranquila inmensidad azul del cielo. El guardia situado junto a la escalera de caracol tosió y golpeó el suelo con los pies para entrar en calor, pero su posición hacía que Gurgeh no pudiera verle.
Volvió a entrar en el módulo y se acostó en la cama. Se quedó inmóvil en la oscuridad durante un buen rato con los ojos abiertos. Después cerró los ojos y se dio la vuelta. Intentó dormir, pero no lo consiguió y descubrió que tampoco quería segregar alguna droga que le permitiera conciliar el sueño.
Acabó levantándose y volvió a la sala. Ordenó al módulo que sintonizara los canales de juegos y se sentó delante de la pantalla para contemplar la partida que estaba jugando con Bermoiya. Estuvo mucho rato sin apartar los ojos de la pantalla, inmóvil y en silencio, sin una sola molécula de droga en su sangre.
Había una ambulancia de la prisión aparcada delante del centro de conferencias. Gurgeh bajó del vehículo aéreo y fue directamente a la sala de juegos. Pequil tuvo que correr para mantenerse a su altura. El ápice no lograba entender al alienígena. El visitante de la Cultura no había abierto la boca en todo el trayecto del hotel al centro de conferencias cuando lo normal era que quienes se hallaban en su situación actual hablasen sin parar..., y no parecía estar asustado, aunque Pequil no entendía cómo era posible que no lo estuviera. Si hubiese conocido un poco mejor a ese alienígena despistado y más bien inocente habría comprendido cuál era la expresión que tensaba aquel rostro descolorido, velludo y de rasgos afilados. El alienígena estaba furioso.
Lo Prinest Bermoiya estaba sentado en un taburete junto al Tablero del Origen. Gurgeh fue hacia el tablero y se adentró un par de metros en él. Se frotó la barba con uno de sus largos dedos y movió un par de piezas. Bermoiya hizo sus movimientos y en cuanto la acción se fue extendiendo –a medida que el alienígena hacía esfuerzos desesperados por salir de su apurada situación actual–, el juez ordenó a unos cuantos jugadores aficionados que hicieran sus movimientos por él. El alienígena siguió dentro del tablero llevando a cabo personalmente sus movimientos y yendo velozmente de un lado a otro como si fuese un gigantesco insecto oscuro.
Bermoiya no comprendía qué estaba intentando conseguir. Los movimientos parecían carecer de propósito y el alienígena hizo varias jugadas que eran errores estúpidos o sacrificios carentes de objetivo. Bermoiya conquistó algunos de sus dispersos efectivos. Pasado un tiempo pensó que el macho quizá tuviera algo parecido a un plan, pero si existía debía ser un plan muy oscuro y complicado. Quizá estaba intentando llevar a cabo algún extraño conjunto de movimientos o colocación de piezas que le permitiera salvar el honor mientras seguía siendo un macho.
¿Quién sabía qué extraños preceptos regían su conducta en un momento semejante? Los movimientos siguieron sucediéndose los unos a los otros, y la pauta siguió siendo tan caótica como indescifrable. Hicieron una pausa para almorzar y siguieron jugando.
Bermoiya no volvió a sentarse en su taburete después de la pausa. Se colocó a un lado del tablero e intentó comprender el plan resbaladizo e inaprensible que estaba guiando los movimientos del alienígena, suponiendo que dicho plan existiera. Era como estar jugando contra un fantasma, como si Bermoiya y el alienígena estuvieran compitiendo en tableros distintos. El enfrentamiento directo parecía haberse vuelto imposible. Las piezas del alienígena se le escapaban una y otra vez y se movían como si hubiera previsto su próximo movimiento incluso antes de que Bermoiya lo hubiese pensado.