—¡De prisa…! —se oyó como un susurro la voz de Harris en la distancia, resonando en el corredor de cemento.
Janos se detuvo en seco y se volvió hacia el sonido.
Viv sabía que era la forma improvisada que Harris tenía de distraer a Janos, pero cuando éste echó a correr, no cabía duda de que el truco había funcionado.
Contando mentalmente, Viv se cuidó mucho de no salir disparada. «No muevas una pestaña hasta que se haya alejado». Contuvo la respiración una vez más, no sólo para ocultarse, sino para percibir todos los sonidos. El ruido sordo de los aparatos de aire acondicionado… el zumbido de las luces del techo… y, más importante que todo eso, el ligero roce de los zapatos de Harris que se perdían en la distancia… y el sonido veloz e inquietante de los zapatos de Janos, que lo perseguía.
Incluso cuando ambos estuvieron tan lejos que ya no podía oírlos, Viv esperó aún unos segundos, sólo para estar segura. Finalmente asomó la cabeza de debajo de la manta y examinó el camino de entrada. No había nada en ninguna parte. Sólo algunos contenedores de basura y sus compañeros, los tanques de propano. Se quitó con un gesto brusco la manta de encima de los hombros y echó a correr hacia los contenedores.
Viv salió al corredor y siguió hacia la izquierda en sentido inverso.
—¡Socorro! —gritó—. ¡Que alguien… necesitamos ayuda!
Igual que antes, las pilas de muebles de oficina en desuso eran los únicos objetos que oían su petición de auxilio. Desandando sus pasos hacia la policía del Capitolio, corrió en dirección al breve tramo de escaleras que había a la izquierda, pero justo al girar en la esquina del corredor se dio de bruces contra el pecho de un hombre alto que iba vestido con un traje de rayas finas. El impacto fue duro, su nariz chocó contra la corbata rojo oscuro de Ermenegildo Zegna y la aplastó contra el pecho del hombre. Ante la sorpresa de Viv, el hombre consiguió retroceder y absorber el impacto, casi como si hubiese oído que ella se acercaba.
—Ayúdeme… necesito ayuda —dijo Viv atropelladamente.
—Tranquila —contestó Barry, su ojo de cristal enfocando demasiado hacia la izquierda mientras apoyaba una mano en el brazo de Viv—. Ahora dime qué es lo que ocurre…
Mientras avanzo velozmente a través del sinuoso pasillo que discurre entre dos compresores de aire contiguos, permanezco atento a cualquier sonido que delate la presencia de Janos, pero el ruido que producen las máquinas ahoga cualquier otro sonido. En la entrada era ruidoso; aquí es ensordecedor. Es como correr entre camiones de dieciocho ruedas con los motores revolucionados al máximo. Aquí abajo las máquinas son como enormes dinosaurios. La única parte buena es que, si no puedo oír a Janos, él tampoco puede oírme a mí.
Al final del pasillo sigo mi camino hacia la derecha. Ante mi sorpresa, la habitación no acaba ahí, sino que continúa en un laberinto de conductos y maquinaria de ventilación que no parece tener fin, cada habitación se funde en la siguiente. A mi izquierda hay una sección de tanques ovalados que parecen calentadores de agua industriales. A mi derecha hay un compresor de aire con un enorme motor en la parte superior. Desde aquí hay tres caminos diferentes, que pueden llevarme en cualquier dirección: derecha, izquierda y recto. Para el ojo no entrenado, con una máquina junto a la otra y todos esos conductos bloqueando una línea de visión clara, resulta fácil perderse y volver al mismo sitio. Por esa razón, hay una línea amarilla desteñida pintada en distintas partes del suelo. Supongo que es la referencia que utiliza el personal de mantenimiento para entrar y salir de ese laberinto. Yo la uso con el mismo propósito, pero en lugar de no abandonar la línea y proporcionar así a Janos un rastro fácil de seguir, la evito deliberadamente y escojo un camino al azar.
Cuanto más me adentro en el corredor, menos máquinas hay y más silencioso está todo. Una brisa fría me golpea el rostro, reviviendo imágenes de los túneles de viento en la vieja mina de oro. En alguna parte debe de haber una puerta abierta. A ambos lados sigue habiendo conductos que me impiden una visión directa de lo que hay delante, pero puedo oír el golpe de las pisadas. Janos se está acercando cada vez más. El sonido resuena a mi derecha, luego a mi izquierda. No tiene sentido. No puede estar en dos lugares al mismo tiempo.
Me vuelvo para seguir la dirección del sonido. Mi codo golpea contra uno de los conductos, enviando un gorgoteo metálico que reverbera a través de la estrecha habitación. Cierro los ojos y me agacho tan de prisa que mis nudillos chocan contra el cemento. Luego oigo el eco metálico detrás de mí. A cierta distancia detrás de mí. Alzo una ceja y echo un vistazo a los oscuros arcos del techo. Por encima de mi cabeza se oye un silbido agudo. De rodillas en el suelo, golpeo ligeramente el conducto con un dedo. El impacto produce un ligero ping, seguido de un eco aproximadamente a diez metros por encima de mi hombro. Es como el sonido equivalente de una casa de los espejos.
Cuando se construyó el Capitolio, los aparatos de aire acondicionado no existían, de modo que cuando los congresistas se quejaron de las sofocantes temperaturas tanto en el Senado como en el Congreso, se construyó un elaborado sistema de túneles de aire en el sótano. Desde el exterior, el aire fluiría a través de los túneles subterráneos, seguiría su curso hacia el edificio y, desde allí, continuaría su viaje por túneles internos que parecen conductos de aire acondicionado revestidos de piedra y que llevarían finalmente aire fresco a las cavernosas habitaciones del edificio que no contaban con ventanas que diesen al exterior. Hasta hoy, aunque obviamente ha sido modernizado, el sistema sigue en su sitio, recogiendo aire fresco que es llevado directamente a las unidades de aire acondicionado y luego bombeado a través de los conductos aún existentes y unos pocos pasadizos que todavía sobreviven.
Me doy cuenta en seguida de que no me encuentro únicamente en el sótano. La forma en que el viento me envuelve… el sonido que reverbera… pensaba que los túneles discurrían por encima y por debajo de mí. Pero cuando miro las curvas redondeadas de las paredes… Toda la habitación es, en realidad, un túnel gigante. Y he estado en él durante todo el tiempo. Esa es la brisa que noto en el rostro. Y también es la razón de que todas las unidades de aire acondicionado se encuentren aquí. Los túneles subterráneos llegan desde debajo de nosotros, vierten su contenido en esta habitación y alimentan de aire fresco todas las máquinas. Vuelvo a mirar los arcos oscuros que hay en el techo y veo que no son extremos cerrados. Más allá de la zona de oscuridad se encuentran los pasadizos que se adentran en el edificio. Este es el eje del que surgen los rayos del Capitolio. Al igual que sucede con los conductos del aire acondicionado, los túneles están todos interconectados. Por eso las pisadas de Janos resuenan a mi derecha y a mi izquierda. Si golpeas la rejilla metálica a tu derecha, también oirás el ruido a tu espalda. Es bueno saberlo… especialmente en este momento.
Agacho la cabeza, echo a correr entre dos conductos de aire paralelos y oigo el sonido de las pisadas de Janos que procede de tres direcciones diferentes. Y desde las tres el sonido es cada vez más fuerte, pero a causa del silbido que produce el túnel de aire y el leve crujido de las máquinas, aún es imposible decidir qué pisadas llegan primero. Lo único bueno es que Janos está teniendo el mismo problema.
—¡La ayuda ya viene en camino! —grito, y el eco resuena a mi espalda—. ¡La policía del Capitolio se dirige hacia aquí!
Me dirijo hacia la parte izquierda de la habitación. Con la ayuda del eco, Janos tendría que oír mi voz desde la derecha. No es el mejor truco del mundo, pero en este momento lo único que necesito es ganar tiempo y permitir que Viv pueda conseguir ayuda.
—¡¿Has oído lo que he dicho, Janos?! ¡La ayuda está en camino! —repito, esperando confundirlo mientras mi voz rebota de un lado a otro de la habitación.
Pero Janos permanece en silencio. Es demasiado listo como para contestar. Por eso decido pasar al plano personal.
—No me parece que seas un fanático, Janos… ¿cómo consiguieron contratarte? ¿Es algo contra Estados Unidos o se trató simplemente de una decisión motivada por razones económicas?
Se oye un chirrido agudo cuando Janos se vuelve sobre sus pasos. El sonido llega desde su espalda. Es evidente que está perdido.
—Venga, Janos… quiero decir, incluso para un tío como tú, tiene que haber algún límite. Sólo porque tengas que comer, eso no justifica que debas lamer cada pedazo de chicle que haya en la acera.
Las pisadas se oyen más cerca y luego se alejan cuando Janos lo piensa mejor.
—No me malinterpretes —continúo, pasando por debajo de una sección de extractores de aire y ocultándome detrás de uno de los calentadores de agua ovalados—. Entiendo que la vida sea escoger un bando u otro, pero esos tíos… no quiero caer en el estereotipo, Janos, pero te he visto. No eres exactamente de su carnada. Es posible que ahora quieran vernos muertos a nosotros, pero no creo que tú estés demasiado lejos en la misma lista.
Los pasos se vuelven más lentos.
—¿Crees que me equivoco? Ellos no sólo apoyarán un cuchillo contra tu columna vertebral, sino que sabrán exactamente entre qué dos vértebras clavarlo para que sientas cada centímetro de la hoja. Vamos, Janos, piensa de quién estamos hablando… Se trata del Yemen.
Los pasos se detienen.
Levanto la cabeza y miro hacia atrás a través del corredor. Increíble.
—No te lo dijeron, ¿verdad? —pregunto—. No tenías ni idea.
Silencio nuevamente.
—¿Qué ocurre, crees que me lo estoy inventando? El Yemen, Janos. ¡Estás trabajando para el Yemen! —Salgo de detrás del calentador de agua y avanzo agachado en la dirección de Janos. Golpeo ligeramente otra máquina con los alicates. Cuanto más me muevo, más difícil resulta seguir mi rastro—. ¿Cómo consiguieron ocultártelo? Deja que lo adivine: contrataron a un tío que daba el perfil de un director ejecutivo y que hizo ver que se trataba de una compañía norteamericana, y luego ese tío te contrató a ti. ¿Cómo lo estoy haciendo? ¿Caliente? ¿Frío? ¿Me estoy quemando?
Janos sigue sin responderme. Por una vez, está realmente desconcertado.
—¿Has visto
El padrino
? Los pistoleros a sueldo nunca llegan a conocer al verdadero jefe.
La última parte es sólo para enfurecerlo. No oigo pasos por ninguna parte. O bien Janos está asimilando la información, o bien está tratando de seguir el sonido de mi voz. En cualquier caso, no hay ninguna posibilidad de que esté pensando objetivamente.
Agazapado y en absoluto silencio, avanzo por detrás de un compresor de aire de tres metros de altura que está empotrado en la rejilla metálica más sucia que he visto en mi vida. Conectado a la rejilla, hay un largo conducto de aluminio que se prolonga unos ocho metros a través de la habitación en dirección a la puerta. Delante de mí, las aspas del extractor de aire giran lentamente, de modo que, en el momento oportuno, alcanzo a ver a través de todo el conducto hasta el otro lado. Echo un vistazo y estoy a punto de tragarme la lengua cuando veo la nuca de un familiar corte a cepillo en un pelo rubio entrecano.
Bajo rápidamente la cabeza y me agacho debajo de la rejilla del extractor. Desde donde me encuentro tengo una visión clara a lo largo de la parte inferior del conducto. Los zapatos Ferragamo que se ven en el otro extremo son inconfundibles. Janos está delante de mí y, por la forma en que está parado, inmovilizado por la frustración, no tiene ni idea de que me encuentro detrás de él.
Aferrando los alicates con mi mano húmeda, me mantengo agazapado y preparado para avanzar. Dentro de tres segundos cambiaré de idea. He visto suficientes secuelas de
Viernes 13
para saber cómo termina ésta. Ese tío es un asesino. Todo lo que tengo que hacer es permanecer escondido, cualquier otra cosa es un riesgo de película de terror de serie B. La cuestión es que, cuanto más tiempo me quede aquí, mayores serán las posibilidades de que Janos se vuelva y me descubra. De este modo, al menos, tengo el factor sorpresa de mi parte. Y después de lo que les hizo a Matthew, a Pasternak y a Lowell… tal vez merezca la pena correr el riesgo.
Completamente agazapado y reuniendo fuerzas con un profundo suspiro, avanzo lentamente a paso de gallina. Una mano se desliza ligeramente contra el costado del extractor de metal; la otra aferra con fuerza los alicates. Me agacho aún más para examinar la parte inferior del conducto. Janos todavía se encuentra en el otro extremo, haciendo un esfuerzo por localizarme. Desde esta sección de la habitación, el ruido que producen las máquinas hace que esa tarea sea más complicada que nunca. Aun así, me tomo todo el tiempo del mundo, teniendo cuidado con cada paso que doy.
Me encuentro a unos tres metros de Janos. Desde este ángulo, la parte superior de su cuerpo aparece bloqueada por la longitud del extractor. Alcanzo a ver la punta de su hombro derecho. Me acerco un poco más y puedo ver su nuca y el resto de su brazo. Me quedan menos de dos metros por recorrer. Está mirando a su alrededor… definitivamente perdido. En su mano derecha lleva la caja negra, que se asemeja a un viejo walkman. En la izquierda sostiene el hierro nueve del senador Stevens. Si no me equivoco, ésas son las únicas armas que tiene. Cualquier otra cosa —un cuchillo o una pistola— jamás conseguiría pasarla a través de un detector de metales.
Ahora está sólo a un par de pasos. Aprieto los dientes y alzo los alicates. El viento sopla a través del túnel, casi como si estuviese cogiendo carrerilla. Debajo de mis pies se produce un ligero crujido. Un pequeño trozo de plástico extraviado se parte por la mitad. Me quedo paralizado. Pero Janos no se mueve.
No ha oído nada… Todo está bien. Contando mentalmente, cambio el peso del cuerpo de un pie al otro, preparado para abalanzarme sobre él.
Estoy tan cerca que puedo ver la costura de una de las presillas de sus pantalones y el pelo excesivamente crecido en la nuca. Casi había olvidado lo grande que es. Desde aquí abajo es un gigante. Aprieto la mandíbula y alzo los alicates un poco más. A la de tres: uno… dos…
Salto hacia arriba como un resorte y dirijo los alicates hacia su cabeza. Pero Janos se gira velozmente y golpea los alicates con el palo de golf. Mi improvisada arma sale volando a través de la habitación. Antes incluso de que pueda reaccionar, Janos levanta su otro brazo en el aire. Con un rápido movimiento, el brazo desciende sobre mí. Y la pequeña caja negra está a punto de clavarse en mi pecho.