—¡De prisa… tenemos que buscar ayuda! —insistió Viv, tirando de la manga de la chaqueta de Barry.
—Tranquila, ya lo he hecho —dijo Barry, controlando el corredor—. Llegarán en cualquier momento. ¿Dónde está Harris?
—Allí… —contestó Viv, señalando hacia la sala de máquinas.
—¿Qué es lo que estás señalando? ¿La puerta?
—¿Puede ver? —preguntó Viv.
—Sólo sombras y contornos. Llévame allí… —Barry cogió a Viv de un codo y avanzó rápidamente, obligándola a retroceder hacia la puerta.
—¿Está loco? —preguntó ella.
—Pensé que habías dicho que Harris estaba ahí con Janos.
—Lo hice, pero…
—¿Y qué prefieres hacer, quedarte aquí fuera y esperar a que lleguen los polis del Capitolio o entrar nuevamente ahí y quizá salvar su vida? Está solo contra Janos. Si Harris no recibe ayuda ahora mismo, ya no tendrá importancia.
—P… pero usted es ciego…
—¿Y? Todo lo que necesitamos ahora son cuerpos. Janos es listo… Si entran dos personas, no se arriesgará a una confrontación. Huirá. Y bien, ¿vienes o no?
Perdida en la vorágine del momento, Viv guió a Barry mientras éste golpeaba el suelo con su bastón a través del corredor. Miró por encima del hombro y trató de comprobar nuevamente si llegaban los policías del Capitolio. Barry tenía razón. Se les estaba acabando el tiempo. Apretando el paso, Viv continuó adentrándose en el corredor con Barry detrás. No iba a dejar a Harris solo.
A mitad de camino del corredor, pasaron junto al cuerpo sin vida de Lowell, que seguía tirado como una marioneta en el suelo de cemento.
Viv alzó la vista hacia Barry. Su mirada se perdía en el vacío. No podía ver a Lowell.
—Lowell está muerto —dijo ella.
—¿Estás segura?
Viv volvió a mirar el cuerpo inmóvil de Lowell Nash. Tenía la boca abierta, perdida en un grito mudo y final.
—Estoy segura. —Volviéndose hacia Lowell, añadió—: ¿Fue él quien lo llamó? ¿Fue así como supo que debía venir aquí?
—Sí —dijo Barry—. Lowell me llamó.
El bastón de Barry chocó con la base de la puerta. Viv buscó el pomo. Mientras empujaba la puerta para abrirla, un soplo de aire frío le acarició el rostro.
—¿Qué aspecto tiene? —susurró Barry.
Echando un vistazo al interior de la habitación, Viv se aseguró de que no hubiese peligro. Nada había cambiado. El cubo sucio, los tanques de propano… Incluso la manta verde del ejército se encontraba en el mismo lugar donde la había dejado. Más hacia el interior de la enorme y estrecha sala de máquinas, sin embargo, oyó un sonido profundo y gutural, como si alguien estuviese quejándose.
—¡Harris…! —gritó, arrastrando a Barry hacia el interior de la habitación. Viv se movía rápidamente, y Barry se aferraba a su codo. Pensó en dejarlo atrás, pero Barry tenía razón en una cosa: la superioridad numérica aún contaba—. ¿Está seguro de que puede seguirme? —preguntó, mientras apretaba el paso. Ante su sorpresa, y a pesar del peso de Barry, correr le resultaba más fácil de lo que pensaba.
—Por supuesto —dijo Barry—. Estoy justo detrás de ti.
Viv asintió para sí. Era evidente que Barry había hecho esto antes. Pero en el momento en que apartó la vista de él y volvió a concentrarse en la habitación, sintió que él aumentaba la presión de su mano en su codo. Al principio fue sólo una incomodidad, pero luego…
—Barry, me hace daño.
El aumentó la presión sobre su codo. Viv trató de liberar su brazo, pero él no la soltó.
—Barry, ¿ha oído lo que acabo de…?
Viv se volvió para mirarlo, pero Barry ya había iniciado el movimiento. Justo en el momento en que Viv se volvía hacia él, Barry le cruzó la cara con el revés de la mano. El golpe fue violento y la alcanzó encima de la boca. El labio superior se abrió y, cuando perdió el equilibrio y cayó al suelo, pudo percibir el sabor espeso y amargo de su propia sangre.
Adelantó las palmas para frenar la caída, pero eso no la ayudó. Aterrizó con fuerza sobre sus rodillas, y comenzó a gatear para escapar de Barry.
—Harris… Harris… —intentó gritar.
Pero antes de que pudiese pronunciar las palabras, Barry pasó el brazo alrededor de su cuello y tiró hacia atrás con todas sus fuerzas. Viv comenzó a toser de forma incontrolable, incapaz de respirar.
—Lo siento… ¿has dicho algo? —preguntó Barry—. A veces no oigo demasiado bien.
La caja negra de Janos vuela hacia mi pecho. Mis ojos están concentrados en los dos colmillos que surgen de su extremo. Se dirigen directamente a mi corazón, el mismo lugar donde vi que apuñalaba a Lowell. Revolviéndome, hago todo lo posible por apartarme de su camino. Janos es implacablemente veloz. Quiero pensar que soy más rápido que él, pero me equivoco. Las pequeñas agujas no alcanzan mi pecho pero consiguen atravesar la manga de la camisa y se clavan con fuerza en el bíceps.
Las agujas entran primero, hiriéndome el brazo y proyectando el dolor hasta las puntas de los dedos. Pocos segundos después, la zona del impacto comienza a quemar. Noto un olor ácido que me recuerda al plástico quemado. Lo que se quema es mi propia carne y mis propios músculos.
—¡Ahhhh! —grito, sacudiéndome con violencia y empujando a Janos con fuerza con mi mano libre. Está tan concentrado en proteger su pequeña caja negra que apenas cae en la cuenta de que le arrebato el palo de golf de la otra mano. Furioso, levanta la caja para volver a clavármela. Me revuelvo salvajemente, tratando de mantenerlo a distancia. Ante mi sorpresa, el extremo del palo de golf golpea el borde de la caja. No es un impacto directo, pero es suficiente para que Janos no pueda sostenerla. La caja vuela por el aire hasta que choca contra el suelo y se rompe.
Alambres, agujas y pilas doble A se esparcen por el suelo mientras ruedan debajo de un extractor de aire cercano. Miro a Janos. Sus ojos implacables me abren en canal y están más oscuros de lo que jamás he visto. Se acerca a mí sin decir una sola palabra. Ya ha tenido suficiente.
Levanto nuevamente el palo de golf como si fuese un bate de béisbol. La última vez conseguí sorprenderlo. El problema es que a Janos no se lo puede sorprender dos veces. Agito el palo dirigiéndolo hacia su cabeza pero consigue esquivarlo y me golpea con el nudillo del dedo corazón en el hueso del interior de la muñeca. Un dolor eléctrico me invade la mano y el puño se abre involuntariamente, dejando caer el palo. Intento volver a cerrar la mano, pero apenas si puedo mover los dedos. Janos no tiene ese problema.
Atizándome como si fuese un boxeador de precisión, taladra con la punta del nudillo el centro de la hendidura de mi labio superior. El dolor lacerante no se parece a nada que haya sentido antes y los ojos se me llenan de lágrimas. No puedo ver. Sin embargo, no estoy aquí para ser su piñata.
Cierro la mano con dificultad y lanzo un golpe contra su rostro. Janos se inclina hacia la izquierda y me coge la muñeca cuando pasa a escasos centímetros de su barbilla. Aprovechando mi propio impulso, Janos me atrae hacia sí y, con un movimiento rápido, me levanta el brazo y entierra dos dedos en mi axila. Siento un pinchazo de dolor, pero antes incluso de que pueda registrarlo, todo el brazo queda flácido. Janos me aferra la muñeca y la aparta aún más hacia la izquierda. Luego utiliza su mano libre para golpear violentamente mi codo hacia la derecha. Se oye un crujido. Mi codo se tensa exageradamente. Mientras mis músculos continúan desgarrándose, es evidente que cuando el brazo recupere la sensibilidad no volverá a funcionar de la misma manera. Me está destrozando poco a poco, anulando sistemáticamente cada parte de mi cuerpo.
Janos se agacha ligeramente, deja escapar un gruñido y me golpea justo entre la ingle y el ombligo. Toda la parte inferior de mi cuerpo se convulsiona hacia atrás, lanzándome hacia su rincón de la habitación. Cuando la parte posterior de mis pantorrillas chocan contra una sección de respiraderos de sesenta centímetros de alto, el impulso que llevo vuelve a jugarme una mala pasada. Me tambaleo hacia atrás, tropiezo con los respiraderos y aterrizo violentamente sobre el trasero detrás de una enorme unidad de aire acondicionado que tiene fácilmente el tamaño de un camión de la basura. A un lado de la máquina, una correa de goma negra se pone en funcionamiento, agitándose rápidamente, luego reduciendo la velocidad hasta completar su breve ciclo. Pero cuando Janos se abalanza sobre mí, saltando por encima de los respiraderos y aterrizando con un ruido sordo, sus ojos no están puestos en la correa… ni siquiera en mí. Lo que sea que esté mirando se encuentra directamente encima de mi hombro. Tendido en el suelo, me vuelvo para seguir la dirección de su mirada.
A menos de cinco metros de distancia, una pared de ladrillos curva y desgastada marca el borde del túnel de aire, pero el centro de la atención de Janos es algo que está inmediatamente detrás de ese límite: un agujero abierto y oscuro más grande que el pozo de un ascensor y, por lo que parece, igualmente profundo. Había oído hablar de estos agujeros, pero nunca había visto uno. Es uno de los túneles subterráneos que serpentean hacia arriba del edificio. De aquí procede el aire fresco, bajo tierra, debajo de todo el Capitolio… y alimentándose de una de las pocas tomas de aire fresco. Algunas personas dicen que esos agujeros alcanzan cientos de metros de profundidad. Por el amplio eco que silba junto a mí con una ráfaga de aire frío, ese cálculo no parece muy lejano de la realidad.
Junto a la abertura del orificio hay una trampilla metálica apoyada contra la pared. Habitualmente, la trampilla sirve como cubierta protectora, pero en este momento, lo único que se ve encima del agujero es una fina cinta negra y amarilla de la policía que lleva la palabra «Precaución» escrita en ella. No hay duda de que, cualquier cosa que estén haciendo allí abajo, aún está en fase de construcción. El Capitolio, por supuesto, toma sus habituales medidas de seguridad: dos carteles con las palabras «Precaución: suelo mojado» están colocados de pie junto al borde mismo del abismo. Los carteles no podrían contener siquiera un estornudo, y con eso es precisamente con lo que cuenta Janos cuando se inclina hacia adelante y me coge por el cuello de la camisa.
Me obliga a ponerme de pie y me empuja hacia el agujero. Siento como si tuviera las piernas llenas de gachas de avena. Apenas si puedo mantenerme erguido.
—N… no lo hagas… —imploro, luchando por recomponer mi figura.
Pero Janos, como siempre, no dice nada. Hago todo lo que puedo por no perder el equilibrio. Vuelve a golpearme el pecho con violencia. El impacto es como un trueno. Intento desesperadamente aferrarme a su camisa, pero no lo consigo… Trastabillando hacia atrás, vuelo directamente hacia la boca del agujero.
Con el brazo alrededor del cuello de Viv, Barry apretó los dientes y se inclinó hacia atrás, tirando con todas sus fuerzas. Mientras Viv luchaba por llevar un poco de aire a sus pulmones, Barry apenas si podía sujetarla. A juzgar por la envergadura de sus hombros, era más grande de lo que él recordaba, y también más fuerte. Ése era el problema de juzgar por las sombras, nunca conseguías saber realmente hasta que no ponías tus manos sobre alguien y lo sentías personalmente.
El cuerpo de Viv se agitaba y se revolvía en todas direcciones. Sus uñas se clavaron en el antebrazo de Barry. Mientras seguía tratando de coger aire, Viv roció con saliva la muñeca expuesta de Barry. «Repugnante», pensó él. Eso sólo hizo que apretase aún más el cuello de Viv, al tiempo que la acercaba todavía más hacia él. Pero cuando lo hizo, Viv pasó la mano por encima de su hombro y trató de clavarle los dedos en los ojos.
Barry giró la cabeza hacia un lado tratando de protegerse el rostro. Eso era todo lo que Viv necesitaba. Estiró la mano, consiguió asir un mechón de pelo de Barry y tiró con todas sus fuerzas.
—¡Ahhhhh…! —rugió Barry—. ¡Hija de…!
Barry se inclinó hacia adelante para aliviar el dolor hasta quedar de puntillas. Viv se agachó aún más, haciéndole sentir cada centímetro de su estatura. Barry perdió finalmente el equilibrio. Viv lanzó todo su peso hacia atrás y se impulsó hacia la pared de ladrillos que había detrás de ellos. La espalda de Barry golpeó con fuerza contra la dura superficie, pero aun así no soltó a su víctima. Trastabillando fuera de control, ambos se precipitaron sobre la colección de tanques de propano, que cayeron al suelo como si fuesen bolos. Barry intentó asir nuevamente a la chica, pero mientras continuaban girando, ella empujó con mayor fuerza aún. Impulsados sin control hacia una caldera próxima, Viv sintió que todo el peso de su cuerpo aplastaba a Barry, mientras el extremo de una cañería expuesta se clavaba en la espalda de éste.
Aullando de dolor, el ciego cayó de rodillas, incapaz de seguir aferrando a Viv. Podía oír los zapatos de ella que se arrastraban sobre el suelo de cemento. Viv se alejó a gatas por la habitación. No demasiado lejos. Sólo lo suficiente para esconderse.
Frotándose la espalda, Barry se tragó el dolor y miró a su alrededor. La iluminación era escasa, lo que convertía la mayoría de las sombras en gotas opacas que parecían flotar delante de él. En la distancia oyó una serie de gruñidos y gemidos guturales. Harris y Janos. A Janos no le llevaría demasiado tiempo acabar su trabajo, lo que significaba que Barry sólo tendría que ocuparse de Viv.
—Vamos… ¿realmente crees que no puedo verte? —preguntó en voz alta, dejándose guiar por el ruido de las pisadas de Viv en el cemento y esperando que su artimaña diese resultado. Encima de su cabeza pudo discernir los bordes de los reguladores de aire, pero a nivel del suelo los detalles se esfumaban de prisa.
A su izquierda se oyó el sonido de piedra contra cemento. Viv se estaba moviendo. Barry volvió la cabeza, pero no distinguió nada que alterase la oscuridad. Era la misma gota opaca de antes. ¿Se había movido? «No… debes permanecer atento. Especialmente ahora», se dijo Barry. Una vez que cogiese a Viv… cuando ellos consiguieran su propósito… El había estado en el fondo, ésta era su oportunidad de alcanzar la cima.
Un segundo más tarde oyó un sonido metálico a sus espaldas. Uno de los tanques de propano. Se volvió para rastrear el sonido, pero era demasiado agudo. Como un guijarro contra el metal. Viv había lanzado una piedra.
—¿Qué, me estás poniendo a prueba? —gritó, volviéndose hacia las máquinas. Intentaba demostrar fortaleza, pero cuando examinó la habitación, de izquierda a derecha y de arriba abajo, las sombras… no… nada se movía. Nada se movía, insistió.