Debajo de mis pies, el leve tintineo de las piedras que caen al fondo resuena a lo largo del pozo. No cabe duda de que hay un largo trecho hasta allí. Ignorando el riesgo, Janos clava los dedos en la parte de abajo de mi muñeca. El dolor es indescriptible. No puedo sostenerme ni un segundo más. El meñique se desprende de su oreja. Janos echa la cabeza hacia atrás, tratando de liberarse. Casi lo consigue. Por la forma en que me tiene cogido de la muñeca, es como si estuviera a punto de perforarme la piel. Exploro desesperadamente el cemento con mi mano libre, pero estoy demasiado abajo. Es imposible encontrar algún lugar en donde aferrarme. El dolor es insoportable. Tengo que…
—Janos, si lo suelta, lo acompañará hasta el fondo del pozo —advierte una conocida voz femenina. Viv apoya un pie en su cadera, amenazando con empujarlo hacia abajo.
Janos se queda inmóvil… y me coge el brazo. Mi peso ya no está concentrado en su oreja, pero sigo aterrándola con fuerza. El ni siquiera intenta volver la cabeza hacia la voz. No lo culpo por ello. Está tan cerca del borde que, un movimiento en falso, y ambos nos iremos al fondo.
Miro por encima del hombro de Janos. Viv está parada junto a él y sostiene el palo de golf en el aire.
—Hablo en serio —dice Viv—. Si usted lo suelta, yo me encargaré de que su cabeza vaya volando hasta Nashville.
—Eso es… sosténgalo con fuerza —le dice Viv a Janos cuando él coge mi muñeca. Ella cree que él la está escuchando, pero mientras permanece apoyado sobre su estómago, sigue intentando proteger su oreja y ganar algo de tiempo.
—¡Viv, no le quites los ojos de encima! —le grito.
Mis pies continúan balanceándose sobre el negro vacío, pero puedo verlo en la arruga oscura que hay entre sus cejas. Incluso a pesar del dolor que siente, Janos está planeando su movimiento final.
—Exactamente… así —dice Viv con el hierro nueve arqueado sobre su hombro—. Ahora, súbalo.
Janos no se mueve. Está aferrando mi muñeca y manteniéndome a flote, pero sólo porque lo tengo cogido por la oreja.
—¿Ha oído lo que le he dicho? —pregunta Viv.
Pero Janos no se mueve. Aunque está sosteniendo la mayor parte de mi peso, no puede sostenerlo todo. Mantengo la presión sobre su oreja. Su mejilla está rozando el cemento y su cabeza está inclinada en un ángulo extraño en dirección al agujero. Su rostro ha adquirido ahora una tonalidad más morada que antes. Janos sigue sosteniéndome, pero el dolor comienza a ser lacerante. Cierra los ojos, aprieta los labios y luego respira a través de la nariz. La arruga que se le ha formado entre las cejas se atenúa ligeramente.
—Janos…
—Suelta el palo —dice Janos.
—¿Cómo dice? —pregunta Viv. No cree que Janos esté en posición de exigir nada.
—Suelta el palo de golf —repite—. No estoy bromeando, Vivian. Suelta el palo o dejaré que Harris caiga al fondo del pozo.
—¡Viv, no lo escuches! —grito.
Viv mira hacia abajo tratando de comprender mejor lo que está pasando.
—Oirás su grito mientras cae hasta el fondo —dice Janos—. ¿Crees que podrás soportarlo?
Viv abre la boca ligeramente. Esto es muy duro para cualquiera. Y para una chica de sólo diecisiete años…
—¿Crees que estoy bromeando? —pregunta Janos, y vuelve a clavar con fuerza los dedos en mi muñeca.
Lanzo un grito de dolor.
—¡Harris…! —grita Viv.
Janos reduce un poco la presión y nuevamente se limita a sostenerme de la muñeca.
—¿Harris, está bien? —pregunta Viv.
—¡Machácale la cabeza! —le digo—. ¡Golpéale!
—¡Hazlo y lo dejo caer! —le advierte Janos.
—Me dejará caer de todos modos —añado.
—Eso no es verdad —dice Viv, negándose a creerlo—. ¡Quiero que lo saque de ahí ahora mismo! —le grita a Janos—. ¡Quiero a Harris aquí arriba ahora!
A pesar del dolor que acompaña ese movimiento, Janos sacude lentamente la cabeza de un lado a otro. Está harto de negociar. No lo culpo. En el instante en que yo vuelva a estar a ras del suelo, Janos corre el riesgo de que lo empujen al fondo del agujero. No sólo eso, sino que volvemos a ser dos contra uno.
Colgando del brazo, siento que la realidad se impone lentamente. Es imposible que Janos me devuelva a la superficie, lo que hace que mi decisión sea mucho más fácil de tomar.
—¡Viv, escúchame! —grito—. ¡Golpéale ahora mientras aún tienes oportunidad de hacerlo!
—No te pases de lista, Vivian —advierte Janos, su voz decididamente tranquila—. Hazlo, y Harris caerá conmigo.
—¡Viv, no dejes que te convenza!
Demasiado tarde. Ella lo está estudiando a él, no a mí.
—¡Necesito que te concentres! ¿Estás concentrada? —grito. Se vuelve hacia mí, pero su mirada está vacía. Está paralizada por la alternativa—. ¡¿Viv, te estás concentrando?!
Ella, finalmente, asiente.
—Bien… entonces necesito que entiendas una cosa. Hagas lo que hagas, yo caeré al fondo de este pozo. Ya sea que Janos me deje caer o que tú lo golpees y ambos caigamos juntos. ¿Lo entiendes? Caeré de todos modos.
Mi voz se quiebra con las últimas palabras. Viv sabe que es verdad… y es lo bastante inteligente como para captar las consecuencias: ella ha comprobado lo rápido que se mueve Janos.
Si no le golpea ahora, él se abalanzará sobre ella en cualquier momento.
Siento que Janos aumenta la presión alrededor de mi muñeca. Está listo para dejarme caer y saltar sobre Viv.
—¡Hazlo ahora! —grito.
—Venga, Vivian, ¿realmente estás preparada para matar a tu amigo? —pregunta Janos.
Con el hierro nueve alzado en el aire, Viv mira hacia abajo… sus ojos bailan de Janos a mí, luego vuelven a Janos. Tiene sólo unos pocos segundos para tomar una decisión. Lleva el palo hacia atrás, sus manos empiezan a temblar y las lágrimas se deslizan por sus mejillas. No quiere hacerlo, pero cuanto más tiempo permanece allí, más comprende que no tiene otra opción.
—¡Golpéale, Viv! ¡Golpéale ahora! —grito.
Viv tiene el palo de golf alzado en el aire. Pero no lo baja.
—Sé inteligente, Vivian —añade Janos—. El remordimiento es la peor carga que puedes llevar sobre tus hombros.
—¿Harris, está seguro? —pregunta por última vez.
Antes de que pueda responder, Janos me retuerce la muñeca, tratando de que le suelte la oreja. Ya no puedo seguir soportando el dolor.
—¡Hazlo! —le grito.
Con su espalda girada hacia Viv, Janos sigue concentrado en mi muñeca, clavando aún más los dedos en la carne. Ni siquiera se molesta en volver la vista hacia Viv. Como todos los jugadores, está tentando la suerte. Si Viv no le ha golpeado aún, ya no le golpeará.
—¡Viv, por favor…! —le ruego.
Todo su cuerpo comienza a temblar mientras las lágrimas siguen bañándole las mejillas… Empieza a sollozar, completamente superada por la situación… pero el palo de golf sigue alzado e inmóvil encima de su cabeza.
—Harris… —exclama—. No quiero…
—Puedes hacerlo —le digo—. Está bien.
—¿E… está…?
—Lo juro, Viv… Está bien… lo prometo…
Con una última estocada, Janos hunde su dedo en mi muñeca. Mi mano se abre, pero cuando me deslizo hacia abajo, precipitándome dentro del agujero, no me deja caer. En cambio, coge mis dedos y los aprieta con fuerza. En su rostro se dibuja una amplia sonrisa. Le encanta controlar la situación… especialmente cuando puede utilizarla en su favor.
Estoy suspendido en el vacío y miro a Viv fijamente.
—¡Por favor… por favor, hazlo! —le imploro.
Viv traga con dificultad, apenas es capaz de hablar.
—S… sólo… Que Dios me perdone —añade.
Janos se detiene. Oye algo en su voz. Gira ligeramente el cuerpo y se vuelve hacia ella.
Sus miradas se encuentran y Janos lo comprueba otra vez personalmente. Su pecho que sube y baja… la forma en que ajusta una y otra vez las manos en el palo de golf… incluso la manera en que no deja de pasarse la lengua por el labio inferior. Por último, Janos deja escapar una risa breve, casi inaudible. No cree que ella sea capaz de hacerlo.
Se equivoca.
Asiento en dirección a Viv. Ella resopla con fuerza y pronuncia en silencio la palabra «Adiós». Volviéndose hacia Janos, afirma los pies en el suelo.
«Venga, Viv… es él o tú…» Viv lleva el palo de golf hacia atrás. Janos vuelve a sonreír para sí. Y a nuestro alrededor los reguladores de aire continúan con su monótono traqueteo. Es un momento congelado en el tiempo. Y entonces… mientras una gota de sudor abandona su nariz… Viv pone todo el peso del cuerpo detrás del palo y lo lanza contra Janos. El suelta mi mano y se vuelve para abalanzarse sobre ella.
Janos espera que yo caiga hacia atrás y me precipite hacia mi muerte, pero no ve el pequeño punto de apoyo sobre el que me he estado balanceando durante los últimos minutos, un orificio hecho por alguien en la pared del pozo. La punta de mi zapato se apoya en el saliente de diez centímetros de ancho. Flexiono la pierna, y antes de que ninguno de los dos se dé cuenta de lo que está sucediendo, me elevo sólo lo suficiente para coger a Janos de la parte posterior de la camisa. Al lanzar se contra Viv ha quedado completamente desequilibrado. Ese ha sido su error… y el último que cometerá en nuestra pequeña partida de ajedrez. En cualquier deporte, especialmente en política, no hay nada que funcione mejor que una buena distracción. Aferrándome con dificultad al borde del agujero con la mano derecha, tiro de Janos hacia mí con la izquierda. No tiene idea de lo que está pasando. Lo atraigo con fuerza hacia el agujero, me agacho y dejo que la gravedad se encargue de hacer el resto.
—¡¿Qué es lo que…?!
Nunca consigue acabar la frase. Janos se tambalea fuera de control y cae hacia atrás dentro del agujero. Cuando pasa junto a mí, trata de cogerse de mis hombros… mi cintura… mis piernas… incluso los bordes de mis zapatos. Pero se mueve demasiado de prisa como para poder encontrar un lugar de donde sujetarse.
—¡Nooooo…! —grita, y su última palabra resuena hacia arriba mientras él se pierde en la oscuridad.
Oigo cómo rebota en una de las paredes interiores… luego en otra. Se oye un sonido áspero y escalofriante mientras continúa rebotando contra las paredes durante todo el trayecto hasta el fondo del pozo. Los gritos no cesan nunca. No, hasta que se oye el ruido seco en el fondo.
Un segundo después, una estridente sirena comienza a sonar en las profundidades del pozo. No me sorprende. Es el sistema de entrada de aire para todo el Capitolio. Y, naturalmente, cuenta con una alarma. La policía del Capitolio no debe de estar lejos.
Mientras la sirena continúa aullando, me aferro al borde de cemento y hago un esfuerzo por recuperar el aliento. Echo un vistazo hacia abajo, estudiando la profundidad de la oscuridad. Nada se mueve. Excepto por la alarma, es un estanque negro perfectamente quieto. Cuanto más lo miro, más hipnótico se vuelve.
—¿Harris, se encuentra bien? —pregunta Viv, arrodillándose junto al borde.
—¡Apártese del agujero! —grita una voz grave.
Detrás de ella, tres policías del Capitolio irrumpen en la habitación con sus armas apuntadas hacia nosotros.
—¡Stewie, necesito que cierren todos los extractores! —vocifera el más alto de los tres en su radiorreceptor.
—¡No es lo que usted…!
En un abrir y cerrar de ojos, los otros dos oficiales me agarran de las axilas y me sacan del agujero. Me arrojan de cara al suelo y tratan de esposarme las manos a la espalda.
—¡Mi brazo…! —grito cuando lo doblan detrás de mí.
—¡Le están haciendo daño! —exclama Viv mientras el tercer poli la obliga a echarse al suelo y le coloca las esposas—. ¡Tiene el brazo roto!
Ambos tenemos los rostros tintos en sangre. Los policías no nos hacen ni caso.
—Los extractores se están apagando —chilla una voz a través del radiorreceptor—. ¿Algo más?
—¡Tenemos un muerto en el corredor y un tío inconsciente aquí arriba! —contesta el poli que lleva el aparato.
—¡Barry intentó matarme! —grita Viv.
«¿Barry?»— ¡Nos atacaron! —dice—. ¡Compruebe nuestras identificaciones… los dos trabajamos aquí!
—Les está diciendo la verdad —balbuceo, casi sin poder levantar la cabeza del suelo. Tengo la sensación de que me han roto el brazo por la mitad.
—¿Y dónde está el atacante? —pregunta el oficial más bajo de los tres.
—¡Allí abajo! —grita Viv, aplastada contra el estómago y señalando con la barbilla hacia el agujero—. ¡Miren en el pozo!
—S… su cuerpo… —añado—. Encontrarán… Encontrarán su cuerpo…
El oficial más bajo hace señas al más alto, que se lleva el radiorreceptor a los labios.
—¿Reggie, sigues allí?
—Casi… —dice una voz gruesa que llega simultáneamente del radiorreceptor y de la boca del agujero. El oficial Reggie está en el fondo del pozo—. Oh, Dios mío… —añade.
—¿Qué has encontrado? —pregunta el oficial más alto.
—Aquí hay manchas de sangre…
—¡Se lo dije! —exclama Viv.
—… todos los aspiradores están hechos polvo… el rastro continúa… y por lo que parece, el tío se cargó la rejilla de la puerta de seguridad…
«Oh, no». —Es una caída de casi quince metros —dice el oficial por el aparato de radio.
—Oh, no cabe duda de que ese tío debe de haberse hecho mucho daño —dice Reggie—. Pero te lo repito… aquí no hay nadie.
Levanto la barbilla del suelo. Mi brazo es la menor de mis preocupaciones.
—Jeff, asegúrate de que la gente de mantenimiento cierre esos extractores de aire y consigue apoyo para Reggie —dice el oficial más bajo, dirigiéndose al que lleva el radiorreceptor—. ¡Y Reggie… —añade, agachándose junto al borde del agujero y gritando con todas sus fuerzas dentro del pozo— sal de ahí ahora mismo y comienza a seguir ese rastro de sangre! El sospechoso está herido y al menos tiene unas cuantas costillas rotas. No puede haber ido demasiado lejos.
Todavía no lo han encontrado. Nunca lo harán.
No me sorprende en absoluto. A Janos lo contrataron por una sencilla razón: como cualquier gran mago, él no sólo sabía cómo guardar un secreto, sino que también conocía el valor que tiene un buen acto de desaparición.
Ya han pasado siete horas desde que abandonamos las profundidades del sótano y los túneles de aire del Capitolio. Para llevar a cabo una comprobación exhaustiva de que el sistema de aire no corría peligro, la policía evacuó todo el edificio, algo que no se había hecho desde la amenaza del ántrax hace un par de años. También nos trasladaron a nosotros.