El invierno de Frankie Machine (26 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

BOOK: El invierno de Frankie Machine
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Cuando uno entra con el coche, resulta menos impresionante, aunque sin duda da mucho gusto llegar a la ciudad después de atravesar el desierto. Además, dispone de todo lo que puede ofrecer una pequeña ciudad agrícola: una serie de restaurantes de comida rápida, un par de bancos, un gran elevador de granos de Agricorp y algunos moteles.

Frank encuentra bastante rápido el lugar que está buscando y se instala. Se tumba, se estira y cierra los ojos.

43

Jimmy sube por las escaleras hasta el segundo piso del motel. Ahora no está haciendo nada de teatro, sino que se está chutando adrenalina y tiene el culo más apretado que un administrativo en las duchas el primer día que pasa en prisión.

Después de todo, quien lo espera en aquella habitación es el mismísimo Frankie Machine. Es posible que el tío sea viejo, pero por algo llegó a tener su edad. Jimmy se sabe todas las historias y, aunque solo la mitad de ellas sean verdad... A Jimmy le han contado que «la Máquina» entró en un bar de San Diego y se cargó a unos anglicones antes de que pudieran siquiera soltar sus tazas de té. No obstante, si quieres cortar el bacalao, tienes que cargarte al tío que corta el bacalao, conque Jimmy está mentalizado para la ocasión.

Además, Jimmy tiene un plan. Es probable que la Máquina tenga enganchada la cadena de la puerta, así que Carlo tiene uno de esos arietes que usa la Agencia Antidroga para destrozar puertas; entonces Jimmy entrará y le meterá unos cuantos tiros a Frankie Eme en la cabeza. Esperemos que el viejo cabrón esté dormido, vamos.

Jimmy el Niño hace una señal con la cabeza y Carlo empuña el ariete. La puerta no es exactamente la de una fortaleza y cede como los Yankees ante los Red Sox. Jimmy entra en la habitación, pero Frankie Eme no está en la cama. Tampoco está en ningún otro lugar de la habitación.

Jimmy el Niño corta el chorro de adrenalina y gira la pistola en un arco controlado, recorriendo la habitación en vectores precisos, de izquierda a derecha.

La Máquina no está.

Entonces oye el ruido del agua que corre. El viejo hijoputa está en la ducha; ni siquiera ha oído el ruido de la puerta al ceder. Jimmy ve entonces el vapor que sale por debajo de la puerta del cuarto de baño y sonríe: esto va a ser fácil... ¡y limpio!

Jimmy empuja con el pie la puerta del cuarto de baño para abrirla. Tiene las manos en la calibre 38 por delante de él, en la postura para disparar aprobada por el FBI, pero no ve a nadie en la ducha. No se ve la figura de ningún hombre a través de la cortina delgada.

Abre la cortina con la mano izquierda y encuentra una nota pegada con cinta adhesiva plateada en la pared de la ducha, junto con el monitor GPS. Jimmy coge la nota y lee: «¿Pensabas que estabas jugando con niños?».

Jimmy se arroja al suelo y, arrastrándose sobre la barriga, sale del cuarto de baño y regresa a la puerta principal.

Carlo ya está en el suelo, apoyado contra la pared, apretándose con la mano una herida que tiene en el hombro; la sangre se le escurre entre los dedos, mientras la otra mano sujeta sin fuerzas la pistola.

Paulie está tendido en el suelo del balcón, lloriqueando y agarrándose con firmeza la parte inferior de la pierna derecha; mirando a Jimmy como mira un soldado herido a un mal oficial, como diciéndole: «¿Dónde nos has metido y cómo nos vas a sacar de aquí?».

«¡Coño! Buena pregunta», piensa Jimmy, mientras se aplasta todo lo que puede contra el marco de la puerta y trata de escrutar entre las rejas del balcón. No ve de dónde han venido los disparos. Trata de captar un movimiento, un reflejo, cualquier cosa, pero no consigue ver nada que lo ayude. Lo único que sabe es que el tiro siguiente podría destrozarle la cabeza. Por otra parte, si Frankie Eme disparase a matar, tanto Carlo como Paulie ya estarían muertos.

¿Les habrá dado también a Jackie y a Tony? Jimmy mira hacia abajo, al coche que está en el aparcamiento, y apenas los distingue, caídos en el asiento delantero, con las manos en las pistolas, mirándolo. Jimmy les hace un gesto con la mano: «Quedaos agachados, quedaos allí».

—Necesito un médico —gime Paulie.

—Cállate —dice Jimmy entre dientes.

—¡Me estoy desangrando! —lloriquea Paulie.

«No es cierto —piensa Jimmy y le mira la pierna—. La bala no le ha afectado ninguna arteria; ha sido colocada con toda precisión para detener, pero no para matar. ¡El cabrón de Frankie Machine!»

44

Frankie está tendido sobre el techo del almacén de granos que hay al otro lado de la calle, con el cañón del rifle apoyado en la curva inferior de la ge del gran cartel de Agricorp. Pone la mira infrarroja en mitad de la frente del chaval. No reconoce al que se ha apretado contra la puerta para hacerse lo más pequeño posible.

«Aunque no lo suficiente», piensa Frank.

Tampoco conoce al de la herida en la pierna, pero es lógico.

«Es demasiado joven para que yo haya trabajado alguna vez con él —piensa Frank—. O tal vez se trate simplemente del proceso de envejecer: que todos te parecen jóvenes. El chaval que aparece agachado en mi mira va en serio. Ha cometido un error, pero no es ningún payaso. Un payaso habría salido corriendo de la habitación. Aquel chaval ha tenido el tino de agacharse y salir arrastrándose. Hasta la manera en que se comporta ahora —mira a su alrededor, no se deja llevar por el pánico, no reacciona de forma exagerada porque su pandilla esté herida, controla a sus hombres— indica que el chaval tiene algo.»

Frank lo nota en sus ojos: está pensando y un hombre que piensa es peligroso.

«Cárgatelo ahora —piensa Frank—. No te conviene que este tío te vaya pisando los talones.»

Vuelve a apuntar y aprieta el gatillo.

45

La bala choca contra la madera un centímetro por encima de la cabeza de Jimmy el Niño. Le tiembla todo el cuerpo, pero se esfuerza por controlarse y lo consigue.

Un tío más tonto habría pensado que Frankie Machine había fallado, pero Jimmy es más listo que eso. Frankie Machine no yerra ningún tiro.

Frankie estaba enviando un mensaje de paz: «Te podría haber matado, si hubiese querido, pero no lo he hecho».

Jimmy el Niño espera cinco minutos y trata de recuperar lo que queda del «equipo de demolición». Carlo ha superado el susto y puede andar, de modo que él y Jimmy llevan a Paulie escaleras abajo y lo meten en un coche. Entonces se marchan y se alejan un poco por la autopista, porque hasta los polis se han despertado en aquella ciudad somnolienta al darse cuenta de que ha ocurrido algo extraordinario en el Motel y Restaurante EZ.

Entonces Jimmy hace la llamada que en realidad no quiere hacer y despierta a Mouse Senior de un sueño profundo.

—Me ha dejado dos chungos —dice Jimmy.

—¿Y?

—Y nada —dice Jimmy—. Se nos ha escabullido.

—Por lo que cuentas, ha hecho algo más que escabullirse —dice Mouse Senior y Jimmy percibe un dejo de satisfacción en su voz.

—Oye —dice—, ¿qué hago con mis dos hombres?

—¿Hay heridos?

—Coño, ¡sí!

—De acuerdo —dice Mouse Senior con aquella voz tranquilizadora y paternal, como si fuera el coñazo de Jim Backus en
Rebelde sin causa
, que hace que Jimmy se suba por las paredes—. Estáis a unos veintiocho minutos de México. Cruzáis la frontera y vais a Mexicali. Espera un momento.

Mouse Senior vuelve a ponerse al teléfono unos tres minutos después y le da una dirección.

—Id allí. El médico se encargará de tus hombres. ¿Tenéis seguro médico?

—¿Qué?

—Era broma, chaval.

«Claro y esta es la noche de micrófonos abiertos en el Comedy Store —piensa Jimmy, mientras cuelga—. Espero que te sigas riendo cuando te haga una colonoscopia con una glock y apriete el gatillo.»

Entonces Jimmy hace la llamada que realmente no quiere hacer.

A aquel tío no lo despierta. Aquel tío contesta antes de que acabe de sonar el primer timbre del teléfono; es evidente que está sentado al lado del teléfono esperando la llamada, pero no aquella llamada.

El tío aquel esperaba que lo llamara para decirle que Frankie Machine había ido a reunirse con sus antepasados y sin duda no quería enterarse de que Frankie Eme seguía en este mundo.

—Esto es un quid pro quo —dice el tío—. Dile a tu gente que no pueden esperar el quid a menos que entreguen el quo.

«¿Qué querrá decir aquello?», piensa Jimmy.

No solo no sabe de qué le está hablando, sino que ni siquiera sabe con quién está hablando. Simplemente tiene un número de teléfono y se supone que hable con quien responda al otro lado, quienquiera que sea. Aquel infeliz con sus «quids» y sus «quos».

—Lo entregaremos —acuerda Jimmy, que no quiere profundizar en el asunto y, además, Paulie empieza a dejarlo todo perdido de sangre.

A Jimmy le duele tanto la cabeza cuando cuelga que casi desearía que Frankie Eme le hubiese volado los sesos.

«Deberías haberlo hecho —piensa Jimmy—. La has jodido, Frankie Eme, y espero que sea la primera vez de muchas, porque yo no voy a parar y además no creo que te deba una. ¡Coño! Nadie te ha pedido clemencia ni nadie te la dará. No con lo que tú sabes, viejo.»

46

Dave Hansen entra en la habitación del Motel y Restaurante EZ. Hay agentes de la policía local por todos lados, enloquecidos porque aquello es muy emocionante. Los tiroteos normales y corrientes en aquella parte del país por lo general tienen que ver con mojados borrachos el sábado por la noche o con gente que molesta a la «basura blanca» cualquier día de la semana, así que un tiroteo en un motel es algo extraordinario.

Dave examina la señal que ha dejado la bala en el marco de la puerta. No es propio de Frank errar un tiro. Se da la vuelta y ve el cartel de Agricorp. Típico de Frank: buen ángulo de tiro hacia abajo, sin posibilidad de respuesta. Dave entra en el cuarto de baño y ve la nota: «¿Pensabas que estabas jugando con niños?»

«No, Frank, no lo pensaba. Tendría que haber sabido que pillarías lo del GPS. Tendría que haber sabido que te darías cuenta. Aun cansado, agotado y fugitivo, no pierdes la cabeza.»

—¿Qué ha ocurrido? —pregunta el joven Troy.

—Lo que ha ocurrido —dice Dave, irritado— es que es Frankie Machine.

«Aunque, a decir verdad, es una buena pregunta, ¡maldita sea! ¿Qué coño ha ocurrido aquí? ¿Quién vino a matar a Frank antes de que llegáramos? ¿Y cómo supieron dónde estaba?»

47

Frank conduce a través del desierto. Siempre le ha gustado el desierto por la noche. Hasta en invierno tiene algo de blando.

«Y hablando de blando —piensa Frank—, eso es lo que te estás volviendo. Deberías haberlos matado a todos, haber hecho una escabechina para que ningún mafioso se dejara contratar para matarte. Sobre todo al jefe de la pandilla, el que era el vivo retrato de Tony Jacks. No, no de Tony Jacks, sino de su hermano menor. ¿Cómo se llamaba? Billy. ¿Sería aquel el hijo de Billy?»

Frank recuerda vagamente algo acerca de que el chaval de Billy estuvo en chirona por alguna razón. ¿Qué era? ¿Extorsión, tal vez? Era un chaval precoz y tenía su propia pandilla, con un nombre absurdo...

«El "equipo de demolición", eso era. Trabajaban desde un lugar de desguace y rompían coches. El chaval tenía fama, incluso en chirona. Ahora tiene más sentido. La Combinación envió a Vince a escabecharme, pero Vince fue precavido y utilizó intermediarios; consiguió que Teddy Migliore enviase a John Heaney a ver a Mouse Junior para que me la jugara. Tiene sentido, tiene sentido. Los Migliore responden ante la Combinación. Le pagan el
pizzo
por sus negocios de sexo: pornografía, prostitución, clubes de estriptis. Vale, de acuerdo, pero yo jamás he tenido nada que ver con nada de eso. Vamos, sé sincero —se dice a sí mismo—: ¿y aquella noche en Solana Beach? Y la guerra de los clubes de estriptis.»

48

La putada fue que el asunto de los clubes de estriptis había comenzado como un negocio de las limusinas. Corría el año 1985. Las Vegas se había desmoronado y Mike y Frank estaban bastante solos en San Diego, a menos que uno contara a los mafiosos de Detroit, cosa que Frank no hacía. Los Migliore siempre hacían sus propios negocios y siempre parecían hacerlos sin que los trincaran.

A Frank no le importaba, en todo caso, ya que, a aquellas alturas, estaba fuera. Llevaba más de tres años de relativa paz y tranquilidad. Tenía su casa, su esposa, su pequeño negocio de pescado y el servicio de limusinas vivía un boom con el dinero fácil de la década de 1980.

Entonces Patty quedó embarazada. Fue de lo más increíble. Allá por la década de 1970, lo habían intentado una y otra vez, pero sin suerte. Después, a medida que la relación se fue deteriorando, habían dejado de intentarlo, hasta que dejaron de hacer el amor del todo.

Entonces, una noche salieron a cenar. Tomaron un poco de vino, se lo pasaron bien juntos y regresaron a casa, se fueron a la cama y ¡zas!

Cuando Patty le dio la noticia, se puso loco de contento. La cuestión era que, al empezar el verano de 1985, estaban a punto de tener un bebé.

—¿Quieres ganar un poco de dinero fácil? —le preguntó Mike un día.

Frank dijo que sí, por supuesto: dentro de un par de semanas nacería el bebé y un poco de efectivo extra nunca venía mal.

—¿Qué hay que hacer? —preguntó.

La cuestión era que cierto banquero daba una fiesta para un puñado de socios comerciales que duraría todo el fin de semana. Lo único que había que hacer, le dijo Mike, era conducir un par de coches y ofrecer seguridad durante la fiesta.

—No está mal —dijo Frank.

—Hay una pequeña pega —dijo Mike.

«Por supuesto —pensó Frank—. Siempre hay una pequeña pega.»

—¿Cuál?

—El tío que organiza la fiesta.

—¿Qué pasa?

—Que es Donnie Garth.

—No cuentes conmigo —dijo Frank.

—Venga —dijo Mike.

—¿Y tú me lo dices? —preguntó Frank—. ¿El que va por ahí diciendo «No hay nada que deteste más que un cantarra»? No hay mayor chivato que Garth y es increíble que todavía no lo hayan enviado al hoyo.

—Está bien relacionado, Frankie —dijo Mike—. Mucho más de lo que tú y yo podemos siquiera imaginar.

—Ya he trabajado lo suficiente para Donnie Garth —dijo Frank—. Paso.

—Te pidieron a ti personalmente, Frank.

—¿Quién?

—El viejo Migliore —dijo Mike— y el tío de Nueva Orleans.

—¿Marcello? —preguntó Frank—. No tengo nada que ver con Marcello.

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