Así que Georgie dejó entrar a Big Mac.
Big Mac bajó las escaleras y entró en el club. Lo acompañaban tres tíos, tres matones blancos. Frank captó enseguida el chiste malicioso: el negro venía con su séquito y todos eran blancos.
Mac se dirigió directamente al reservado y preguntó:
—¿Billy Brooks?
—Soy yo —respondió Walsh.
—Mac McManus —dijo Mac, sin tenderle la mano—. Quiero comprarle el club.
—No está en venta.
—Tengo intereses que me permiten controlar el Cheetah, el Sly Fox y Bare Elegance, por nombrar solo algunos —dijo Mac—, y quiero agregar el Pinto a mi cartera. Le pagaré un precio justo, que incluya una ganancia generosa para usted.
—¿No lo ha oído? —preguntó Mike—. Ha dicho que no está en venta.
—Perdone —dijo Mac—, pero no estaba hablando con usted.
—¿Sabe quién soy? —preguntó Mike.
—Sé quién es usted: Mike Pella —dijo Mac con una sonrisa—, un mafioso que ha estado en chirona por agresión, por extorsión y por defraudar a una compañía de seguros. Se dice que está usted con la familia Martini, pero no es así. Usted más bien trabaja por su cuenta con el señor Machianno, aquí presente. Es un placer conocerlo, Frank. He oído hablar muy bien de usted.
Frank lo saludó con la cabeza.
—Quiero presentarles a mis socios —dijo Mac—: Este es el señor Stone, el señor Sherrell y el último pero no por eso menos importante es el señor Porter.
Stone era un individuo alto, rubio y musculoso de California; Sherrell era más bajo, pero más grueso, y llevaba el cabello negro con una permanente que acababa de pasar de moda. Los dos iban vestidos con ropa informal: vaqueros y polos.
Porter era de mediana estatura, constitución mediana y tenía el pelo corto. Llevaba traje oscuro, camisa blanca y corbata y un cigarrillo en la boca, en la cual, salvo eso, no aparecía nada más que una sonrisita constante. El cabello negro estaba engominado hacia atrás y Frank tardó un segundo en caer en la cuenta de que el tío trataba de parecerse a Bogart y lo conseguía bastante, salvo que Bogie tenía una faceta blanda, mientras que aquel tío de blando no tenía nada.
Todos saludaron con la cabeza y sonrieron. Mac se sacó una tarjeta del bolsillo y la puso sobre la mesa.
—El domingo por la tarde voy a celebrar una fiestecita en mi casa —dijo— y me gustaría mucho que pudieran asistir, caballeros. Muy informal, muy tranquila. Pueden venir acompañados, si quieren, pero habrá damas en abundancia. ¿Digamos a eso de las dos?
Sonrió, se volvió y se marchó, con Stone y Sherrell pisándole los talones.
Porter hizo una pausa, hizo un esfuerzo especial por llamar la atención de Frank y dijo:
—Encantado de conoceros, coleguis.
—¿Coleguis? —dijo Mike cuando Porter se alejó.
—Es que es británico —dijo Frank.
—Investigadlos —dijo Mike.
No tardaron mucho en obtener la información.
Horace McManus, alias
Big Mac
, había sido oficial de la Patrulla de la Autopista de California y había pasado cuatro años a la sombra por falsificación. Tenía cuarenta y seis años y desempeñaba un papel importante en el negocio del sexo en California. Ciertamente era socio capitalista en los clubes que había mencionado. También ganaba mucho con la producción y la distribución de películas porno y probablemente se encargaba de enviar prostitutas tanto a los clubes como a los platós de cine.
—Y vive —dijo Frank—, prestad atención, en una finca en Rancho Santa Fe que él llama «Tara».
—¿Y eso qué coño es?
—
Lo que el viento se llevó
—dijo Frank.
John Stone era policía.
—Me cago en Dios —dijo Mike.
—Era socio de McManus antes de que lo pillaran y sigue en la Patrulla de la Autopista de California. Tiene participación en todos los clubes de Mac y pasa la mayor parte del tiempo ayudando a Mac a dirigir sus negocios.
—¿Como si fuera su brazo derecho? —preguntó Mike.
—Más bien un socio.
Danny Sherrell era el gerente del Cheetah. Lo apodaban «el Gran Estrangulador».
—¿Ha sido luchador o algo por el estilo? —preguntó Mike.
Frank sacudió la cabeza.
—Actor porno.
—Vaya —dijo Mike y agregó—: ¡Vaya, vaya! ¿Y el británico?
—Se llama Pat Porter —respondió Frank—. Aparte de esto, no sabemos gran cosa de él. Vino hace cosa de un par de años. Sherrell lo contrató como gorila para el Cheetah y parece que se ha abierto camino en el mundo.
—¡Joder! ¡Polis! —dijo Mike—. ¿Qué vamos a hacer, Frankie?
—Ir de fiesta, supongo.
Tara era una casa increíble. Había sido construida imitando la mansión de la época anterior a la guerra de secesión en Estados Unidos que aparece en la película. La única diferencia era que todos los criados eran blancos, en lugar de negros. Un adolescente blanco con un chaleco rojo salió corriendo hasta la limusina de Frank, abrió la portezuela del pasajero y se sorprendió al ver que no había nadie atrás.
—Vengo yo solo —dijo Frank, arrojándole las llaves—. Cuídamela.
Frank se dirigió a la vasta extensión de hierba verde y suave, donde se habían dispuesto tiendas y mesas. Iba de traje, pero igual se sintió mal vestido en comparación con el resto de los invitados, que iban todos engalanados en distintos tipos de frescura californiana cara e informal. Mucho hilo y algodón blancos, caqui y crema.
Mike se había decantado por el negro sobre negro. Parecía el típico
compare
y a Frank le dio un poco de vergüenza sentirse incómodo.
—¿Has visto qué despliegue? —preguntó Mike—. Tienen langostinos, tienen caviar, solomillo y champán. ¡Caramba con la fiestecita!
—Lo hace muchas veces los domingos —dijo Frank.
—No me jodas.
Un lugar estupendo, un jardín estupendo, una comida estupenda, un vino estupendo y gente estupenda. Esa era la cuestión: que toda la gente era guapísima. Los hombres eran bien parecidos y las mujeres, increíblemente encantadoras. Somos como chuchos aquí, pensaba Frank.
«Supongo que de eso se trata.»
Mac hizo su entrada en el jardín. Iba vestido con un traje de hilo completamente blanco con mocasines Gucci, sin calcetines, y llevaba del brazo a una mujer con un vestido de verano tan ceñido que revelaba más de lo que ocultaba.
—A esa muñeca la conozco —dijo Mike.
—¡Anda ya!
—Que sí, que la conozco —dijo Mike y, al cabo de unos segundos, exclamó—: Es la chica de mayo. ¡Coño, si es la chica de mayo! A McManus le va el rollo de las páginas centrales de
Penthouse
.
Mac y la chica de mayo fueron pasando entre los invitados, deteniéndose, sonriendo y dando abrazos, aunque era evidente que Mac se dirigía hacia Frank y Mike. Cuando llegó, les dijo:
—Caballeros, cuánto me alegro de que hayan podido venir. Mike, Frank, les presento a Amber Collins.
Frank rogaba que a Mike no se le ocurriera expresar en voz alta su revelación. No lo hizo. Se limitó a decir «Es un placer conocerla» y se la quedó mirando con cara de estúpido.
—Encantado de conocerla —dijo Frank.
—¿Tienen todo lo que necesitan? —preguntó Mac—. ¿Quieren comer algo o beber algo?
—Estamos bien —dijo Frank.
—¿Les apetece recorrer la casa? —preguntó Mac.
—Buena idea —dijo Frank.
—Amber —dijo Mac—, te echaré de menos, pero ¿te puedo pedir que hagas de anfitriona para los demás invitados?
La casa era increíble. Frank, que sabía apreciar la calidad, se dio cuenta de que Mac también lo hacía. Sabía lo que era bueno y tenía dinero para pagarlo. Todo el mobiliario, las instalaciones de agua y los artefactos de cocina eran de primera línea. Mac los condujo a través del enorme salón, la cocina, los seis dormitorios, la sala de proyección y el
dojo
.
—Practico kung-fu Hung Gar —dijo Mac.
«Casi dos metros —pensó Frank—, más de cien kilos, cachas y, encima, cinturón negro en artes marciales. Que Dios nos ayude si tenemos que cargarnos a Big Mac.»
En la parte posterior de la mansión, Mac tenía su zoológico particular: aves exóticas, reptiles y felinos. Frank no era experto en zoología, pero reconoció un ocelote, un puma y, ¡cómo no!, una pantera negra.
—Me encantan los animales —dijo Mac— y, desde luego, todos los movimientos del kung-fu imitan los de los animales: el tigre, la serpiente, el leopardo, la grulla y el dragón. Aprendo con solo observar estos hermosos ejemplares.
—¿Tiene aquí un dragón?
—Es una manera de hablar —dijo Mac—. Tengo un dragón de Komodo, pero el dragón es un animal mítico, desde luego. Su espíritu se lleva en el corazón.
Regresaron a la casa.
—Se parece a la Mansión Playboy —dijo Mike, mientras atravesaban otra vez la sala principal.
—Hef ha estado aquí —dijo Mac.
—¿Conoce a Hefner? —preguntó Mike.
—¿Le gustaría conocerlo? —preguntó Mac con una sonrisa—. Puedo arreglarlo. Vamos al estudio, nos sentamos y conversamos.
El estudio era una habitación tranquila en la parte trasera de la mansión. Todo el mobiliario era de teca oscura. Las paredes se adornaban con máscaras africanas y la alfombra y el sofá eran de piel de cebra. Los sillones eran de algún tipo de piel exótica que Frank no reconoció. Grandes estanterías empotradas contenían una colección de volúmenes sobre arte, historia y cultura africanos y los archivadores de CD, altos hasta el techo, contenían una colección de
jazz
de archivo.
—¿Les gusta el
jazz
? —preguntó Mac al ver que Frank observaba la colección.
—Me gusta más la ópera.
—¿Puccini?
—Ha dado en el clavo.
—Usted ha dado en el clavo —dijo Mac.
Apretó un par de botones que había detrás de su escritorio y las primeras notas de
Tosca
inundaron la habitación. Frank nunca había oído un sonido de mejor calidad y le preguntó a Mac al respecto.
—Son marca Bose —dijo Mac—. Lo pondré en contacto con mi distribuidor.
Mac presionó otro botón y entró un mayordomo con una bandeja con dos copas llenas de un líquido color ámbar, que depositó en las mesas colocadas junto a los sillones.
—
Whisky
escocés de malta pura —dijo Mac—. Pensé que les gustaría.
—¿Y usted no bebe? —preguntó Frank.
—No bebo alcohol, ni fumo ni consumo drogas. —Tomó asiento en un sillón frente a ellos—. ¿Hablamos de negocios?
—No vamos a vender el club —dijo Mike.
—Todavía no conocen mi oferta.
Frank bebió un sorbo de
whisky
. Era ahumado y suave y un segundo después sintió el calor que le llegaba al estómago.
—Los felicito por el Club Pinto —dijo Mac—. Lo han hecho muy bien, pero pienso que yo lo puedo llevar al siguiente nivel, de una forma que ustedes no pueden hacer.
—¿Cómo? —preguntó Mike.
—Integración horizontal —dijo Mac—. Llevo a mis actrices de vídeo para adultos y las contrato en los clubes y llevo a mis mejores bailarinas y las pongo en los vídeos.
—Nosotros ya lo hacemos —dijo Mike.
—Pero modestamente —dijo Mac—. Yo estoy hablando de primeras figuras, de nombres en la industria cinematográfica, personas que ustedes no se pueden permitir. Por ejemplo, ustedes mandan a sus chicas a acostarse con viajantes de comercio por un par de cientos de dólares; nuestras chicas salen con millonarios.
—Ya nos ha dicho para qué quiere comprar el club —dijo Mike—, pero no por qué se lo tenemos que vender.
—Pueden venderlo ahora y obtener beneficios —dijo Mac— o pueden esperar a que los obligue a cerrar el negocio y perder dinero. Controlo seis clubes en California y otros tres en Las Vegas y dentro de nada estaré en Nueva York. Las estrellas, los grandes nombres, trabajarán en mis clubes y en ningún otro. Dentro de entre seis meses y un año, ustedes no podrán competir conmigo. En el mejor de los casos, tendrán un negocio de mala muerte, que venderá cerveza de barril a Joe el fontanero.
—Podría plantearme venderle el 49 por ciento —dijo Mike.
—Pero a mí no me interesaría comprárselo —replico Mac—. Sí que me plantearía una participación del 80 por ciento y créame que, con ese 20 por ciento, ganará usted más que con el 100 por ciento actual.
Hizo un gesto con la mano como para abarcar su finca y Frank captó lo que quería decir: chicos, miren mi casa y después miren la de ustedes.
«Tiene razón —pensó Frank—. Era lo que más convenía: sacar partido de la venta del 80 por ciento y después dejar que Big Mac ganara dinero para ellos.»
—¿Y qué tendríamos que hacer con el club si le vendiéramos este porcentaje? —preguntó Mike.
—Nada —dijo Mac—. Ir hasta el buzón a retirar los cheques.
Frank se dio cuenta de que aquel era el problema, porque a Mike le encantaba el club, le gustaba representar el papel de propietario, ser el jefe. Aquel era el fallo que tenía el plan y Mac no se daba cuenta. No había calculado bien lo que realmente interesaba a Mike Pella.
—Me gustaría conservar algún poder de decisión en el negocio —dijo Mike.
—¿Se refiere a vender coca a las chicas y después prestarles el dinero para pagarla a un interés muy elevado? —preguntó Mac con una sonrisa—. No, eso tiene que terminar. El negocio está creciendo, Mike Pella, y le conviene crecer con él.
—O si no, ¿qué pasaría?
—Si no, lo obligaré a cerrar el negocio.
—Si está muerto, no podrá obligarme.
—¿Es realmente ese el camino que quiere tomar? —preguntó Mac.
—Dígamelo usted.
Mac asintió. Hizo una inspiración profunda y cerró los ojos, como si meditara; a continuación espiró, abrió los ojos, sonrió y dijo: —le he propuesto un negocio, Mike Pella. Lo invito a que lo estudie como un negocio y me responda a su debido tiempo. Mientras tanto, espero sinceramente que disfruten del resto de la tarde. Si quieren, Amber puede presentarles a unas amigas suyas solteras y sin compromiso.
Mike quiso. Se enganchó con una de las amigas de Amber y se fueron a un dormitorio en el pabellón de invitados.
Frank volvió a salir fuera y disfrutó de la comida, el vino y la gente guapa. Por supuesto, estaban allí los «socios» de Mac. John Stone estaba en plena fiesta, retozando en la piscina con un par de jovencitas, mientras Danny Sherrell,
el Gran Estrangulador
, desempeñaba el papel de fiel compañero.
Porter no estaba en la piscina. Llevaba el mismo traje oscuro, chupaba un cigarrillo y, cada vez que Frank miraba hacia él, Porter lo estaba vigilando desde detrás de un remolino de humo.