Entonces él se marcha con el coche, busca un Subway, se compra un bocadillo de pavo ahumado y una botella de té frío, va a la tiendecita del mismo centro comercial y se compra una revista
Surfer
y vuelve en coche hasta la acera de enfrente del bloque de apartamentos, a esperar.
El bocadillo está bueno; no es excelente, como los que se prepara él mismo en su casa, pero está bien. Eligió el pavo con pan integral, porque tanto Donna como Jill le están encima para que controle su consumo de hidratos de carbono, con toda la pasta que come.
«La manía de las dietas —piensa Frank—. Hace un tiempo, todo el mundo se atiborraba de hidratos de carbono y en los restaurantes nunca servían suficiente pasta; en cambio ahora los hidratos de carbono son el demonio y lo que hay que comer son proteínas.»
Mouse Junior no llega hasta casi las ocho.
«Debió de haber problemas en el plató —piensa Frank—. Dificultades con el guión, fallos de la cámara, disfunciones eréctiles, escasez de lubricante...»
En todo caso, Mouse Junior viene en el hummer y viene solo.
«Despreocupación más sexo —piensa Frank—: un doblete mortal. La única cuestión es si me lo cargo ahora o espero a que se haya echado un casquete.»
Es preferible hacerlo dentro del apartamento que en la calle, piensa Frank, pero la chica del delfín no tiene nada que ver, conque decide dejarla fuera y espera que Mouse Junior no se quede toda la noche.
«En resumen —piensa Frank—, esperas que sea como tú.»
Programa la alarma en su reloj y se echa una siesta de media hora, sabiendo que Mouse Junior no va a ser tan rápido. Reclina el asiento hacia atrás y duerme profundamente hasta que lo despierta el zumbador; entonces se apea, abre el maletero, extrae una barra de metal y se acerca al hummer.
En los viejos tiempos, cuando el hijo de un capo hacía la corte, por así decirlo, había mafiosos en la calle esperándolo, cubriéndole las espaldas. Ahora, no.
Frank llega hasta el hummer y abre la portezuela. Se dispara la alarma, pero ya nadie presta atención a estas cosas. Él apenas tarda un par de segundos en meter la mano y desconectar aquella estupidez.
Sube al asiento trasero y se tumba en el suelo a esperar, confiando en que Mouse Junior sea un mal amante. Al final, resulta ser mediocre. Son casi las diez y media cuando Mouse Junior sale del bloque de pisos silbando.
«Es increíble —piensa Frank al escuchar los gorgoritos de Mouse Junior—: el chaval es un tópico ambulante.»
Espera a que se abra la portezuela y Mouse Junior se siente al volante. Entonces apoya el cañón de la pistola en el respaldo del asiento del conductor para que sienta la presión en la espalda.
—Pon las manos contra el techo —dice Frank—, con fuerza.
Mouse Junior obedece. Frank se estira y busca la pistola que Mouse Junior lleva en la pistolera, le vacía el cargador y se la mete en la cinturilla.
—Ahora apoya las manos en el volante —dice Frank.
Mouse Junior vuelve a obedecer.
—Por favor, no me mate, señor Machianno.
—Si te quisiera ver muerto —dice Frank—, ya estarías muerto. Para que lo sepas: si me obligas a dispararte a través de este asiento, lo que te reventará los órganos vitales serán la bala más el cuero trabajado a mano más quién sabe qué más.
Capisce?
—Entiendo —dice Mouse Junior con voz temblorosa.
—Bien —dice Frank—, ahora vamos a ver a papá.
El trayecto hasta Westlake Village se hace largo, sobre todo porque a Mouse Junior le da un ataque de diarrea verbal y no puede parar de decir tonterías: lo contento que está de que Frank esté vivo, lo mucho que lo impresionó lo ocurrido en el barco, que él y Travis salieron corriendo a llamar a su padre enseguida para ver si él podía hacer algo, que toda la familia de Los Ángeles ha estado...
—¿Por qué no te callas, Junior? —dice Frank—. Me das dolor de cabeza.
—Perdón.
—Limítate a conducir —dice Frank.
Lo hace ir al único lugar del mundo al que nadie esperaría que fuera Frank Machianno: el lugar de trabajo de Mouse Senior. La cafetería estará cerrada al público a aquellas horas, pero Frank sabe que allí estarán Mouse Senior y media familia de Los Ángeles. Y eso es precisamente lo que quiere: resolver aquella cuestión para poder volver a su vida de siempre.
Cuando llegan, Frank dice a Mouse Junior que se quede en el aparcamiento del fondo, que deje el motor en marcha y que llame a su padre con el teléfono móvil. La mano de Mouse Junior tiembla como la de un borracho cuando marca el número con el marcado rápido. Cuando Frank oye la voz de Mouse Senior, le arrebata el teléfono.
—Sal fuera —dice.
Mouse Senior le reconoce la voz.
—¿Frank? ¿Qué coño pasa?
—Tengo una pistola apoyada contra la espalda de tu hijo y, si no estás aquí en diez segundos, aprieto el gatillo.
—¿Qué te pasa? ¿Estás borracho? —pregunta Mouse Senior—. ¿Acaso es una broma de mal gusto?
—Uno...
—Frank, ¿qué coño te pasa?
—Dos...
—Frank, estoy mirando por la ventana y veo a Junior sentado en su coche él solo.
—Díselo tú —dice Frank a Mouse Junior.
—¿Papá? —dice Mouse Junior—. Está aquí. Está en el asiento trasero y tiene una pistola.
—Eso fue tres, cuatro y cinco —dice Frank.
—¿Es esto un secuestro? —pregunta Mouse Senior—. ¿Estás chiflado, Machianno? ¿Te has vuelto loco?
«¿Será posible —piensa Frank— que Mouse Senior no supiera nada de la trampa que le tendieron?»
—Seis —dice Frank.
—¡Ya voy! ¡Ya voy!
Sin separar la pistola de la espalda de Mouse Junior, Frank se yergue lo suficiente para mirar por la ventanilla. Mouse Senior sale por la puerta de atrás. Su hermano Carmen está con él, al igual que Rocco Meli y Joey Fiella. Frank sabe que los hermanos Martini no llevarán armas, pero seguro que Rocco y Joey llevan hierro. No importa, porque nadie le va a disparar mientras esté tan cerca del hijo del capo.
«Yo sí que podría hacerlo —piensa Frank—. Sería capaz de disparar sin derramar ni una gota de sangre del chaval, pero ese soy yo y ellos no son así. Y ellos lo saben. Y también saben que ya podría haberlo matado, si hubiese querido, y habría estado en mi derecho, por tenderme una trampa. El hecho de que lo haya traído aquí, donde apretar el gatillo equivaldría a un suicidio, les demuestra que quiero hacer las paces.»
—Pete, sabes que tu hijo ya podría estar muerto —dice.
—Tranquilo, Frank.
Hace años que Frank no ve a Mouse Senior. El capo sigue teniendo la cara ancha y plana como una sartén, pero las arrugas que la surcan son mucho más profundas y tiene el cabello totalmente canoso.
—Estoy tranquilo —dice Frank—. Espero que tú también y que te limites a escuchar. Aparentemente ha habido algún tipo de malentendido grave entre nosotros, Pete, que te ha inducido a pensar que tenías que quitarme de en medio. Si crees que te voy a encartar por lo de Herbie Goldstein, estás equivocado. No me han arrestado ni acusado ni siquiera interrogado por eso y, aunque lo hubiesen hecho, yo no soy un chivato.
—Jamás pensé que lo fueras —dice Mouse Senior—. ¿De qué coño me estás hablando?
—¿Del pequeño encuentro con Vince Vena en el barco? —Frank capta algo que se mueve con el rabillo del ojo—. Dile a Joey que deje de tratar de dar la vuelta al coche por el otro lado.
—Joey, quédate quieto —ordena Mouse Senior—. Frank, ¿de qué coño hablas?
—¿No sabe nada? —pregunta Frank a Junior.
Mouse Junior sacude la cabeza.
—Díselo.
—¿Que me diga qué? —Mouse Senior fulmina a su hijo con la mirada—. ¿Qué me tienes que decir, Junior? ¿Qué es lo que has jodido ahora?
—Papá...
—¡Joder! ¡Dímelo de una puñetera vez!
—Travis y yo estuvimos rodando porno en San Diego —dice Mouse Junior—. Porno para Internet, chorradas con la cámara web, vídeo sin descarga...
—Maldito malnacido —dice Mouse Senior—. Si sabes que eso...
—¡Estaba tratando de conseguir algo de dinero, papá! —dice Mouse Junior—. ¡Estaba tratando de ganar!
—Sigue.
—Me estaba forrando, papá —dice Mouse Junior—, hasta que la familia de Detroit lo descubrió. Me presionaron, me dijeron que te lo dirían a ti, a menos que...
—¿Qué has hecho, Junior?
—Simplemente querían que preparara un encuentro —lloriquea Mouse Junior—, que consiguiera que Frank fuera a hablar con Vena. Eso es todo. Yo no sabía que iban a matarlo, te lo juro. No lo sabía. Solo me dijeron que le contara esta historia y lo llevara a la reunión y que así podría conservar mi negocio aquí.
—Frank, lo siento —dice Mouse Senior—, yo no sabía nada.
—No digas gilipolleces —dice Frank—. Detroit jamás se metería en tu territorio y se cargaría a uno de tus hombres sin tu consentimiento. Para eso eres el capo.
—¿El capo? —pregunta Mouse Senior, torciendo la boca con atribulado desdén—. ¿El capo de qué? ¡Soy el capo de una mierda!
Es la pura verdad. La mayoría de los hombres de Mouse están en chirona y lo que le queda es una mierda y se está viendo venir otra imputación. Efectivamente, es el capo de una mierda. Frank no se había dado cuenta de que él lo sabía.
—¿Y ahora qué vas a hacer, Frank? —pregunta Mouse Senior y se vuelve hacia su hijo—: Te darás cuenta de que tiene derecho a matarte.
—Papá...
—Calla, idiota —dice Mouse Senior y se vuelve hacia Frank—: Mira, Frank, tú tienes una hija, así que ya sabes lo que es esto. Si quieres que le dé una buena paliza, lo haré, pero déjalo ir, por favor. De padre a padre, te lo suplico. Me estoy humillando.
—¿Quién? —pregunta Frank a Mouse Junior—. Tienes una oportunidad de decirme la verdad... ¿Quién recurrió a ti?
—John Heaney —dice Mouse Junior.
«Conque John Heaney —piensa Frank—. No me extraña que pareciera tan acojonado cuando lo vi —¿es posible que solo fuera anoche?— en Freddie's. John, mi viejo camarada de surf, mi amigo, el tío que consiguió media docena de trabajos gracias a mí... ¡En qué mundo vivimos!»
—Bájate del coche —dice Frank.
Mouse Junior prácticamente se cae al salir corriendo del hummer. Frank se sube al asiento del conductor, cierra la portezuela de golpe, pone la marcha atrás y sale con estruendo del aparcamiento hacia la calle. Por el retrovisor, puede ver a Joey disparándole, a Rocco tratando de llegar a un vehículo y a Mouse Senior pegándole a Mouse Junior en la cabeza, aunque se interrumpe el tiempo suficiente para gritar:
—¡Liquidad a ese hijoputa!
«Claro que querer
matar
a un hijoputa y matarlo de verdad son dos cosas muy distintas —piensa Frank—. Al menos eso espero. Lo más urgente ahora es averiguar quién habrá mandado a John Heaney a tenderme una trampa y por qué.»
Frank trata de concentrarse en preocupaciones más inmediatas, como el hecho de que Joey Fiella y Rocco Meli pretendan darle caza. O no, quién sabe. No cabe duda de que Joey y Rocco lo persiguen, pero es probable que lo último que deseen sea alcanzarlo de verdad, porque, si lo alcanzan, tendrán que hacerle algo y lo más probable es que consigan ser borrados del mapa y ellos lo saben.
«A pesar de todo —piensa Frank—, no puedo dejar simplemente que me sigan para siempre.»
Un hummer amarillo brillante sobresale como un hummer amarillo brillante, y si los mendas esos tienen algo en la cabeza —él les atribuye cierta astucia salvaje—, se imaginarán que ha dejado un coche auxiliar en algún punto cercano al piso de la novia de Mouse Junior, así que lo que necesita es sacarles algo de ventaja.
Apoya el pie en el pedal y acelera hacia la 101. Corre a mucha más velocidad de lo habitual, sobre todo en un vehículo incómodo al que no está acostumbrado, pero tiene que sacarles algo de ventaja, de modo que aprieta el acelerador.
Joey Fiella acelera en la rampa de acceso a la 101 en dirección al sur y espera que su Mustang coja bien la curva. Así es, aunque no se puede decir lo mismo del hummer de Junior: el guardabarros frontal izquierdo se ha abollado contra una farola y le sale humo del motor.
—Junior se va a subir por las paredes —dice Rocco.
—Que se joda —dice Joey y detiene el coche en el arcén, detrás del hummer.
—¡Vaya suerte! —dice Rocco.
«Vale, pero ¿buena o mala?», piensa Joey mientras coge la pistola y abre la portezuela.
Rocco hace lo mismo y se acercan al hummer desde los dos lados, apuntando con las armas, como los típicos polis cuando detienen un vehículo en la carretera.
«Joder con Junior y sus vidrios polarizados», piensa Joey mientras se acerca a la puerta del conductor, porque no puede ver el interior del coche y solo le cabe esperar que Frankie Machine se haya desplomado contra el volante con el melón partido por la mitad.
Decide no correr riesgos —Frankie podría estar haciéndose el muerto y, además, en cualquier momento podría subir otro coche por la vía de acceso a la autopista—, así que Joey Fiella empieza a disparar y a Rocco le da pánico de pronto y hace lo mismo y los dos descargan las pistolas sobre las ventanillas delanteras.
Las lunas se hacen añicos. Joey parpadea. Frankie no está allí y su propio Mustang se mete en la autopista con Frankie al volante.
«Eso no está bien», piensa Joey.
No va a ser nada fácil explicarle a Pete que disparó contra el hummer de Junior hasta hacerlo mierda, mientras dejaba que le robaran su propio coche... y dejaba escapar a Frankie Machine.
«¡Qué idiotas! —piensa Frank—. Pensar que, en esta época, a estos los consideran soldados. Mouse Senior tenía razón: si estos payasos son lo mejor que tiene a sus órdenes, es el capo de una mierda. En otros tiempos, había mafiosos como Bap, Jimmy Forliano, Chris Panno, Mike Pella y, pues, yo mismo. Ahora están Rocco y Joey.»
Frank podría haberlos matado a tiros desde donde estaba, sin problemas, pero ¿qué sentido habría tenido? Cuando eres joven, a lo mejor los matas porque se te sube la sangre a la cabeza y te parece que es de machos, pero, a tu edad, sabes que, cuantas menos muertes, mejor. Además, no quería crear más
vendettas
de las que ya había creado.
«Y, aparentemente, tengo una de la que ni siquiera estoy enterado. ¿John Heaney? —piensa Frank mientras regresa en el Mustang hasta el piso de la chica del delfín a recoger su propio coche—. ¿Qué le habré hecho a John?»