El hombre sombra (36 page)

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Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: El hombre sombra
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Tommy no es una persona comunicativa. Sé que no se ha casado nunca. Ignoro si ha tenido muchas novias o pocas. No tengo remota idea de por qué abandonó el Servicio Secreto. Que yo sepa, fue el Servicio Secreto el que lo abandonó a él. En su expediente no aparece nada anormal, y no me pareció correcto indagar en su vida. Sé lo que tengo que saber. Tommy es un excelente profesional; tiene una hermana a la que adora y una madre a la que mantiene. Ésos son los datos básicos, que dicen mucho sobre el carácter de una persona. Aunque a veces me pregunto sobre los aspectos que no se ven. No puedo remediarlo.

La voz de Tommy me saca de mis reflexiones.

—No he encontrado ningún micrófono oculto. En cualquier caso, no es probable que los instalaran aquí. Deben suponer que no pasas mucho tiempo en el garaje.

—Tienen razón.

—¿Éste es el coche que conduces siempre?

—Sí.

Tommy se dirige hacia la parte trasera del automóvil y se tumba boca arriba. Le observo introducirse debajo del vehículo.

—Ya lo tengo. Un localizador de vehículos por GPS. Muy sofisticado, muy profesional. —Tommy sale de debajo del coche—. Con ese artilugio y el software adecuado pueden localizarte mediante un ordenador. Supongo que quieres que lo dejemos ahí de momento.

—No quiero que sepan que sé que han instalado ese chisme en mi coche. Confío en que cuando me sigas localices a uno de esos tipos.

—De acuerdo. Creo recordar que me dijiste que habían entrado en tu casa.

—Sí. Mandé que cambiaran las cerraduras.

—Pero eso significa que pudieron colocar con anterioridad micrófonos ocultos. ¿Quieres que trate de detectarlos? Puede llevarme varias horas.

—Quiero saber si los han colocado. Pero no quiero que los retires.

Tommy recoge su mochila.

—Entremos en tu casa y me pondré a trabajar enseguida.

En primer lugar Tommy ha examinado mi móvil. Mientras sigue tratando de detectar la presencia de micrófonos ocultos, telefoneo a los miembros de mi equipo.

—¿Has conseguido algún resultado al rastrear la combinación del nombre de usuario con la contraseña, James?

—Nos llevará toda la noche. Estamos tratando de localizar a los dueños de varias compañías.

—Sigue con ello.

James cuelga sin responder. Continúa siendo un capullo.

Callie está en el laboratorio con Gene, quien, fiel a su palabra, está presionando para obtener los resultados del ADN.

—Está llamando a varias personas que le deben favores, Smoky. Las está sacando de la cama. Nuestro Gene es un tipo muy profesional.

—¿Te sorprende?

—No. No me importa cómo se ganara la vida esa chica, cielo. Era muy joven. Podría haber cambiado dentro de unos años, haber elegido otra profesión. El asesino le arrebató esa oportunidad.

—Lo sé, Callie. Por eso tenemos que atraparlo. Sigue en ello, y procura dormir un poco.

—Tú también, Smoky.

Por último llamo a Alan. Le informo de que Bonnie se quedará a dormir esta noche en su casa.

—No hay ningún problema. —Alan hace una pausa—. Elaina empieza la semana que viene el tratamiento de quimioterapia.

Siento de nuevo un nudo en la garganta, el cual se está convirtiendo en un amigo familiar.

—Todo irá bien.

—La botella medio llena, ¿no es así?

—Sí.

—Buenas noches. —Alan cuelga y me quedó mirando el teléfono.

Oigo a Tommy moviéndose por mi casa. Está en silencio y desierta. Echo de menos a Bonnie. Las circunstancias por las que la he traído aquí eran terribles, y si yo pudiera las cambiaría. Pero lo cierto es que la echo de menos. Siento en mi interior el eco de su ausencia.

Me doy cuenta de que ansío resolver este caso por otras razones aparte de las usuales. No sólo para eliminar a Jack Jr. y su locura de las calles, sino para empezar a proporcionar a Bonnie un hogar. Pienso en el futuro y lo deseo. Cosa que no he hecho desde el día en que maté a Joseph Sands.

Tommy sigue trajinando en la casa. Enciendo el televisor en el cuarto de estar y me dispongo a distraerme un rato mientras espero.

Tengo doce años y es verano. Un verano maravilloso. Mi padre aún vive, e ignoro que morirá antes de que yo cumpla veintiún años. Estamos en Zuma Beach, sentados en la arena caliente. Siento las gotas de la fría agua del océano evaporarse sobre mi piel, y siento el sabor a sal en mis labios. Soy joven, estoy en la playa y mi padre me adora.

Es un momento perfecto.

Mi padre contempla el cielo. Le miro y veo que sonríe al tiempo que menea la cabeza.

—¿Qué ocurre, papá?

—Estaba pensando en los distintos tipos de sol que existen, tesoro. Cada lugar tiene un tipo de sol distinto, ¿no lo sabías?

—¿De veras?

—Sí. Está el sol de los trigales de Kansas. Está el sol de Bangor, en Maine, que se asoma a través de las nubes grisáceas, iluminando el cielo plomizo. Está el sol de Florida, un sol de un dorado pegajoso. —Mi padre se vuelve hacia mí—. Mi sol favorito es el de California. Un sol seco, ardiente, que brilla en un cielo despejado y celeste. Como hoy. Dice que todo comienza, que va a ocurrir algo interesante. —Mi padre alza de nuevo la vista hacia el cielo. Cierra los ojos y deja que el sol que ama le acaricie el rostro, mientras la brisa marina le agita el pelo. Es la primera vez que pienso que mi padre es muy guapo.

En aquel entonces no comprendí todo lo que dijo mi padre, pero no importaba. Comprendí que deseaba compartir algo conmigo porque me quería.

Cada vez que pienso en él, que trato de recordar su esencia, pienso en ese momento.

Era una persona extraordinaria. Mi madre murió cuando yo tenía diez años. Por más traspiés que diera mi padre, nunca llegaba a caerse. Nunca me dejó de lado mientras él se recreaba en su dolor. La única cosa de la que nunca dudé, al margen de lo que ocurriera, era de que mi padre me quería.

Me despierto al sentir que alguien me toca, me levanto del sofá de un salto y empuño mi pistola al tiempo que abro los ojos. Tardo unos momentos en darme cuenta de que es Tommy. No parece alarmado. Se queda mirándome, con las manos en los bolsillos. Yo bajo mi pistola.

—Lo siento —dice.

—No, soy yo quien te pido disculpas, Tommy.

—He terminado. Lo único que he encontrado es un micrófono en el teléfono. Probablemente se debe a que vives sola. A menos que hables contigo misma, lo único que merece la pena escuchar son tus conversaciones telefónicas.

—De modo que habían instalado micrófonos en mi coche y en el teléfono.

—Exacto. Si te parece bien me quedaré a dormir aquí, en el sofá. Mañana, cuando salgas, te seguiré.

—¿Estás seguro, Tommy? ¿No te importa quedarte?

—Ahora eres mi jefa, Smoky. Mi deber es protegerte las veinticuatro horas del día.

—Mentiría si dijera que no me gusta la idea. Gracias.

—De nada. Te debo un favor.

Lo observo durante un buen rato.

—En realidad no me debes nada, Tommy. No hice más que cumplir con mi deber. Dudo que creas que las personas a las que protegiste cuando estabas en el Servicio Secreto te deben un favor.

Tommy se vuelve hacia mí.

—Cierto. Pero ellos sí creían que me debían un favor. Porque era su vida la que estaba en juego. Tú me apoyaste en unos momentos difíciles para mí. Aunque no lo creas, te debo un favor. —Tommy calla unos momentos—. Ojalá hubiera estado aquí cuando se presentó Sands.

—Sí, ojalá —respondo sonriendo.

Tommy asiente con la cabeza.

—Ahora me tienes aquí. Procura dormir. No te preocupes por nada. —Me mira y observo que sus ojos han cambiado. Parecen de piedra. De hielo. De granito helado—. Cualquiera que pretenda llegar a ti tendrá que pasar a través de mí.

Miro a Tommy con atención. Pienso en el sueño sobre mi padre, en todo lo que ha ocurrido. En todo lo que puede ocurrir. Escruto sus ojos oscuros y profundos. Su hermoso rostro. Siento agitarse en mí el deseo sexual.

—¿Qué ocurre? —pregunta suavemente.

En lugar de responder, me sorprendo a mí misma besándole en los labios. Siento que Tommy se tensa. Al cabo de unos segundos me aparta.

—Caray —dice.

Bajo la vista, incapaz de mirarle.

—¿Tan fea te parezco, Tommy?

Se produce un largo silencio. Siento su mano en mi mentón, obligándome a alzar la cabeza. No quiero ver su rostro. No quiero ver la repugnancia que expresa.

—Mírame —dice.

Yo obedezco. Y al mirarlo me quedo estupefacta. Su rostro no expresa repugnancia, tan sólo ternura no exenta de indignación.

—No eres fea, Smoky. Siempre he pensado que eras una mujer muy sexy. Y sigo pensándolo. En estos momentos deseas a un hombre. Lo comprendo. Pero no sé adónde puede conducirnos esto.

Le miro, convencida de su sinceridad.

—¿Tendrías un peor concepto de mí si te dijera que no me importa? —le pregunto con curiosidad.

Tommy niega con la cabeza.

—No. Pero ése no es el problema.

—¿Entonces…?

—El problema es si tú tendrías un peor concepto de mí —contesta él extendiendo las manos.

Sus palabras me hacen reflexionar. Y hacen que me sienta bien.

—Eres un buen hombre, Tommy —digo inclinándome hacia él—. Confío en ti. No me importa adónde pueda conducirnos esto, suponiendo que nos conduzca a alguna parte. —Alargo la mano y le acaricio la cara—. Me siento sola y he sufrido mucho, sí. Pero ése no es el motivo. En estos momentos sólo quiero que un hombre me desee. Eso es todo. ¿Qué tiene eso de malo?

Tommy me observa sin que sus ojos revelen nada. Luego toma mi cara entre sus manos y me besa en los labios. Me besa al mismo tiempo con suavidad y firmeza. Introduce la lengua en mi boca y yo respondo al instante. Oprimo mi cuerpo contra el suyo y siento a través de su pantalón que el pene se le pone duro. Tommy se retira un poco. Tiene los ojos entrecerrados de placer, lo cual le da un aire muy sexy.

—¿Subimos? —me pregunta.

Pienso que si Tommy no me lo hubiera preguntado, si hubiera dado la cosa por sentado y hubiera pretendido acostarse conmigo en la cama que sólo compartí con Matt, mi respuesta habría sido no. En parte pienso que debería decir no.

—Sí —respondo.

Tommy me toma en brazos y sube la escalera como si transportara una pluma. Apoyo la cara en su cuello y percibo su olor a hombre. Mi deseo sexual se intensifica. Echaba en falta ese olor. Deseo sentir la piel de un hombre contra la mía. No quiero estar sola.

Quiero sentirme guapa.

Entramos en el dormitorio y Tommy me deposita suavemente sobre la cama. Luego se desnuda mientras yo le observo. Mi cuerpo reacciona al instante al contemplar el suyo. Es un cuerpo atlético pero no excesivamente musculoso, como el de un bailarín. Cuando se quita el pantalón, seguido por los calzoncillos, contengo el aliento. No al ver su polla, aunque es imposible no verla, sino al ver de nuevo a un hombre desnudo frente a mí. Siento una renovada energía, una ola informe que se precipita hacia la playa.

Se acerca, se sienta a mi lado y empieza a desabrocharme la blusa. Yo dudo de nuevo.

—Tommy… No tengo sólo unas cicatrices en la cara.

—Calla —responde mientras sigue desabrochándome la blusa. Observo que tiene unas manos fuertes. Callosas en algunos sitios, suaves en otros. Tiernas y ásperas, como él.

Me abre la camisa y me incorpora para quitármela. Luego me quita el sujetador. Hace que me tienda de nuevo en la cama y me mira. Mis temores se disipan cuando veo la expresión de su rostro. No muestra ni repugnancia ni compasión. Lo único que veo en él es la expresión de asombro que muestran a veces los hombres cuando nos contemplan desnudas. Una expresión que parece preguntar: «¿Todo eso es para mí?»

Tommy se inclina sobre mí y me besa de nuevo. Siento su pecho sobre el mío. Mis pezones se endurecen, convirtiéndose en pequeñas y exquisitas filigranas que me producen sensaciones increíbles. Él me besa en la barbilla y desliza la boca sobre mi cuello, mis pechos.

Cuando me succiona un pezón, arqueo el cuerpo y emito un gemido de placer. ¡Dios!, pienso, ¿esto es lo que una siente después de pasar muchos meses sin hacer el amor? Tomo su cabeza en mis manos y empiezo a decirle cosas ininteligibles mientras mi excitación va en aumento. Tommy sigue besándome, un pezón y luego el otro, haciendo que gima y lloriquee, mientras me desabrocha el botón del pantalón y baja la cremallera. De pronto se incorpora sobre las rodillas y me quita el pantalón, y de paso las bragas. Luego se detiene unos instantes, contemplándome, sosteniendo mi pantalón en una mano. Tiene los ojos velados, el rostro parcialmente en sombra, y me mira con una expresión de puro deseo.

Estoy desnuda ante un hombre más que atractivo, pienso. Que me desea. A pesar de las cicatrices. Siento que se me saltan las lágrimas.

—¿Estás bien? —me pregunta preocupado.

Yo le sonrío.

—Desde luego —respondo mientras las lágrimas ruedan por mis mejillas—. Me siento feliz. Haces que me sienta sexy.

—Eres tremendamente sexy. Dios, Smoky. —Tommy toca mis cicatrices con un dedo, deslizándolo hacia abajo y dibujando unos círculos alrededor de las que tengo en el pecho y el vientre—. Crees que estas cicatrices deforman tu belleza —dice meneando la cabeza—, pero yo pienso que revelan tu carácter. Indican fuerza, afán de sobrevivir, de no dejarte vencer. Indican que eres una luchadora. Que lucharás mientras vivas, hasta que mueras. —Tommy me acaricia de nuevo la cara—. No son defectos físicos, Smoky, sino la prueba de lo que siempre has sido.

Extiendo los brazos hacia él.

—Ven aquí y demuéstrame que lo que dices es cierto. Demuéstramelo durante toda la noche.

Él hace lo que le pido. Hacemos el amor durante horas, una mezcla de lo oscuro y lo divino, y la percepción se convierte en una combinación de emociones y sensaciones increíbles. Soy insaciable, exigiéndole que no se detenga, y Tommy se afana en complacerme, hasta que al fin el mundo se reduce hasta convertirse en una manchita y explota en un estallido cegador que me hace gritar de placer a voz en cuello.

Matt decía que era un sonido «capaz de hacer que vibren los cristales».

El dolor más dulce es la ausencia de remordimientos. Porque sé que Matt me observa, que se alegra por mí. Que me dice, musitándome al oído: «Sigue adelante con tu vida. Aún estás entre los vivos».

Cuando estoy a punto de dormirme comprendo que esta noche no soñaré. Los sueños no se han acabado, pero el pasado y el presente están aprendiendo a convivir. El presente odiaba el pasado, y el pasado era un enemigo del futuro. Quizá dentro de poco el pasado vuelva a ser simplemente el pasado.

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