El hombre sombra (40 page)

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Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: El hombre sombra
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—Queremos entrevistar a una inquilina. No tiene mayor importancia.

—¿Necesita que yo le eche una mano, señora? ¿De qué inquilina se trata?

—Me temo que eso es confidencial, Ricky. Espero que lo comprenda.

El guardia de seguridad asiente con la cabeza tratando de asumir un aire importante.

—Por supuesto, señora. Lo comprendo. El ascensor está a la derecha. Si necesita algo, no dude en decírmelo. —Ricky da un último repaso a las tetas de Callie.

—Lo haré, gracias. —Que te crees tú eso, pienso.

Callie y yo nos montamos en el ascensor.

—Qué tipo más asqueroso —comenta ella mientras subimos a la tercera planta.

—Sí.

Salimos del ascensor. Unas flechas nos conducen al apartamento 314. Llamo a la puerta y al cabo de unos momentos nos abre una mujer.

La mujer y yo nos miramos, sin saber qué decir. Callie rompe el silencio.

—¿Acaso tienes una hermana que no conozco?

No tengo ninguna hermana, pero es una pregunta lógica. Leona Waters y yo podríamos estar emparentadas. Somos casi de la misma estatura. Ella tiene las caderas anchas y poco pecho, como yo. Tiene el mismo pelo largo, oscuro y espeso que yo, y unas facciones parecidas a las mías. El tamaño de la nariz es similar. El color de sus ojos es distinto del mío. Por supuesto, no tiene mis cicatrices. Tras mi sorpresa al comprobar la semejanza que guarda Leona conmigo, siento un angustioso desasosiego. Creo que está claro el motivo por el que Jack Jr. la ha elegido.

—¿Es usted Leona Waters? —pregunto.

La mujer me mira a mí, a Callie y luego de nuevo a mí.

—Sí…

Le muestro mi placa de identificación.

—Soy la agente especial Smoky Barrett, del FBI.

—¿He hecho algo? —inquiere arrugando el ceño.

—No, señora. Soy la directora de la Unidad de Crímenes Violentos de Los Ángeles. Perseguimos a un hombre que ha violado, torturado y asesinado a dos mujeres, que sepamos. Creemos que se propone convertirla a usted en su próxima víctima. —Me lanzo directamente a su yugular, sin miramientos.

La mujer me mira estupefacta, con los ojos como platos.

—¿Es una broma?

—No, señora Waters. Ojalá lo fuera. Pero no lo es. ¿Podemos pasar?

Tras unos instantes de vacilación, Leona recobra la compostura y nos invita a pasar.

Al entrar en su apartamento me choca el buen gusto con que está decorado. Una belleza sutil, muy femenina. Está claro que es la vivienda de una mujer.

Leona nos indica que nos sentemos en el sofá. Ella se sienta frente a nosotras en una butaca tapizada a juego con el sofá.

—¿De modo que no es un cuento, que hay un tarado que pretende asesinarme? —pregunta Leona.

—Es un individuo muy peligroso. Ha asesinado a dos mujeres. Sus víctimas son mujeres que tienen páginas web pornográficas. Las tortura, las viola y las mata. Luego mutila sus cuerpos. Cree ser un descendiente de Jack el Destripador.

Sigo exponiéndole la situación con toda crudeza, a fin de eliminar cualquier recelo por mi parte y dudas por parte de Leona. La táctica parece dar resultado, porque ella ha pasado del rosa a una intensa palidez.

—¿Qué le hace pensar que me ha elegido a mí?

—El asesino sigue un esquema. Se registra como miembro en una página web. Lo ha hecho en el caso de las dos mujeres que ha matado hasta ahora. Elige una combinación de nombre de usuario y contraseña relacionada con Jack el Destripador. Hemos encontrado una de esas combinaciones en la lista de suscriptores de su página web, señora Waters. Ese individuo me odia —añado señalándome—, está obsesionado conmigo. ¿No se ha fijado usted en nuestro parecido?

Leona duda unos instantes mientras me examina atentamente.

—Sí, por supuesto que me he fijado. —Se detiene—. ¿Fue él quien… le hizo eso? —pregunta señalando mi cara.

—No, fue otra persona.

—No quiero ser grosera, pero nada de esto me inspira mucha confianza.

Yo sonrío brevemente para demostrarle que no me ha ofendido.

—Es comprensible. Pero el hombre que me hizo esto me cogió desprevenida. Eso es justamente lo que tratamos de evitar en este caso. El asesino no sabrá que le seguimos la pista.

La expresión de Leona indica que lo ha comprendido.

—Ya entiendo. Quiere tenderle una trampa, ¿no es así?

—Sí.

—¿Utilizándome a mí como cebo?

—No exactamente. Usted es el cebo, pues el asesino cree que la encontrará aquí. Pero colocaré a una agente en su lugar. No puedo arriesgarme a que sufra usted algún daño. Sólo necesito utilizar su apartamento. Y usted tendrá que ausentarse durante unos días.

Los ojos de Leona reflejan algo que no alcanzo a descifrar. De pronto se levanta, se aleja unos pasos y se detiene, de espaldas a nosotras. Cuando se vuelve, su rostro muestra una expresión decidida.

—¿Sabe cuántos años tengo? —pregunta.

—No —respondo.

—Veintinueve —dice Leona—. No estoy mal para una mujer de veintinueve años, ¿no creen? —pregunta señalándose.

—No. Nada mal.

—Me casé a los dieciocho años con el primer hombre con el que me acosté. Creí que era el amor de mi vida, el tipo más maravilloso del mundo. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por él. Y durante un tiempo lo hice. Pero de repente el Príncipe Encantador cambió. Durante siete años me propinó unas palizas tremendas. No me partió ningún hueso, pero sabía cómo lastimarme. Aparte de otras cosas degradantes. —Leona me mira a los ojos—. ¿Imagina lo que supone acostarse con un hombre así? Es como si te violaran. Da lo mismo que estés casada con él. Él lo convierte en una violación. —Mueve la cabeza y desvía los ojos—. Tardé mucho tiempo en madurar. Siete años. Durante los seis primeros, no se me ocurrió abandonarle. Ni se me pasó por la cabeza. Mi marido me convenció de que yo tenía la culpa de que me maltratara. O que tenía el derecho de hacerlo.

—¿Qué hizo que cambiara la situación? —pregunta Callie.

No se nos ocurre preguntar a Leona adónde quiere ir a parar ni qué tiene eso que ver con el asunto que nos ocupa. Está claro que necesita desahogarse, y para conseguir lo que queremos, tenemos que escucharla.

Leona se encoge de hombros y sus ojos muestran una expresión dura.

—Ya se lo he dicho, maduré. Mi marido sabía cómo maltratarme sin dejarme ninguna señal. Hablé con unos policías, que me dijeron que iba a ser una lucha larga y complicada. —Leona sonríe—. De modo que oculté una videocámara y lo grabé. Dejé que me propinara una última paliza, que me lastimara, que me humillara. Entregué la cinta a la policía y le denuncié. El abogado de mi marido trató de demostrar que le había tendido una trampa al grabarlo en vídeo, pero… —Leona se encoge de hombros—. El juez lo admitió como prueba. Mi marido fue a la cárcel y yo vendí todo lo que teníamos y vine a Los Ángeles. —Señala el apartamento—. Esto es mío. Es posible que ustedes no aprueben la forma en que me gano la vida, pero no me importa. Este apartamento es mío y ya no estoy sometida a mi marido. —Leona se sienta frente a nosotras—. Me juré que no permitiría que ningún hombre volviera a dominarme de esa forma. Jamás. De modo que si quieren utilizar mi apartamento para atrapar a ese psicópata estoy dispuesta a colaborar con ustedes. Hasta donde haga falta. Pero no dejaré mi apartamento. —Se reclina en la butaca mirándonos con gesto decidido.

Observo a Leona Waters durante un rato. Ésta soporta mi escrutinio sin inmutarse. La idea no me gusta nada. Pero sé que esa mujer no va a capitular.

—De acuerdo, señora Waters —digo alzando las manos en un gesto de rendición—. Si consigo que mi superior lo autorice, lo haremos como quiere.

—Llámeme Leona, agente Barrett. Díganme —Leona se inclina hacia delante con una expresión vehemente y excitada—, ¿qué piensan hacer?

Me siento más animada, aunque con reservas. Leona no ha recibida ninguna visita del exterminador de plagas, lo que significa que esos tipos todavía no han echado un vistazo a su apartamento. Podrían hacerlo en cualquier momento. Hoy, mañana. Estoy convencida de que lo harán pronto.

El dragón se agita furioso en mi interior, huele la sangre.

He hablado con el director adjunto Jones y le he explicado lo que necesito. Después de mucho protestar, ha accedido a mi petición. Callie y yo estamos todavía en el cuarto de estar de Leona, esta vez sosteniendo unas tazas de café que nos ha ofrecido. Esperamos a dos agentes y dos policías del SWAT de Los Ángeles, que llegarán de forma escalonada. No queremos alertar a los asesinos si están vigilando la casa.

Leona está en el despacho que tiene su apartamento; nos ha dicho que tiene que responder a unos correos electrónicos.

—Aunque no me gusta lo que hace la señora Waters —dice Callie—, confieso que me cae bien. Es una mujer fuerte.

Yo la miro con una media sonrisa.

—A mí también me cae bien. Preferiría que no insistiera en quedarse, pero no he tenido más remedio que ceder. Es valiente y dura de pelar.

Callie bebe un sorbo de café mientras reflexiona.

—¿Qué posibilidades tenemos de conseguirlo? —me pregunta.

—No lo sé, Callie. Después de ver a Leona, estoy segura de que vamos por buen camino. Jack Jr. la tenía en su lista. No hay más que ver el parecido que guarda conmigo —digo torciendo el gesto—. Probablemente la eligió para tener la sensación de que me estaba violando y asesinando a mí.

—Es impresionante, cielo. Casi hace que crea en lo del
doppelgänger.

De repente suena mi móvil.

—¿Sí? —respondo.

Oigo la voz de barítono de Alan.

—Quería contarte las últimas novedades. Gene dice que el análisis del ADN se retrasa más de lo previsto. Cree poder decirnos algo sobre las diez de la noche.

—Tenemos una pista que promete. —Cuento a Alan nuestra entrevista con Leona y el plan que hemos trazado.

—Eso podría dar resultado —contesta él—. Ojalá atrapemos a esos cabrones.

—Cruza los dedos. Os mantendré a todos informados. —Cuelgo y miro mi reloj—. Cómo pasa el tiempo. —Miro a Callie—. Son casi las seis.

—Van a dar las noticias por la tele.

—Espero que el psicópata pille un cabreo de órdago.

42

B
RAD presenta un aspecto atractivo y serio cuando transmite su informe especial.

«Muchos de ustedes recordarán a la agente especial Smoky Barrett debido a un incidente ocurrido el año pasado. Un asesino en serie que la agente Barrett perseguía, Joseph Sands, le arrebató brutalmente a su familia una aciaga noche. La agente Barrett logró escapar, pero con el rostro desfigurado y habiendo perdido a su familia, asesinada a manos de Sands. Pese a estas tragedias personales, la agente Barrett se ha reincorporado a su trabajo.

»En este momento persigue a un hombre conocido sólo como Jack Jr., que afirma ser descendiente directo de Jack el Destripador…»

Brad expone los detalles básicos sin aderezos. No necesita aderezarlos. La verdad es suficientemente horripilante. Mi rostro aparece en pantalla poco antes de que concluya el informe, cuando doy la impactante noticia sobre el contenido del frasco. Me observo desapasionadamente. Me estoy acostumbrando a mis cicatrices. Dudo que a los televidentes les ocurra lo mismo.

«El FBI advierte a otras mujeres que ejercen esa ocupación que tomen las debidas precauciones. —Brad lee una lista de precauciones que le hemos facilitado y que creemos que deben tomar esas mujeres. Luego mira a la cámara con gesto dramático y añade—: Estén atentas y sean prudentes. Su vida podría correr peligro.»

El reportaje concluye.

—Brad ha estado muy bien —observa Callie—. Y tú también, cielo.

—Está tratando de enfurecerlo, ¿no es así?

Pregunta una voz a nuestra espalda. Callie y yo estábamos tan absortas en el telediario que no nos habíamos percatado de que Leona había salido de su despacho.

—Así es —contesto.

Leona me mira con una sonrisa de admiración.

—Es usted muy valiente, agente Barrett. Si yo hubiera padecido la mitad de lo que… —Menea la cabeza.

—No estoy de acuerdo. Usted ha vivido una versión distinta de esta tragedia. Y ha salido adelante.

Entonces llaman a la puerta, poniendo fin a nuestra charla. Leona se pone tensa.

—No se mueva —musito sacando mi pistola.

Me acerco a la puerta.

—¿Sí?

—¿Agente especial Barrett? Somos los agentes Decker y McCullough. Nos acompañan dos miembros del equipo SWAT.

Miro a través de la mirilla. Reconozco a Decker.

—Un momento —digo. Abro la puerta y les indico que pasen.

Van vestidos de paisano, tal como les ordené. Observo divertida que todos lucen el mismo atuendo básico: vaqueros y camiseta. Incluso con esa indumentaria informal, presentan un aspecto vagamente uniforme. Pero nadie les tomaría por policías a primera vista.

—¿Les han informado de los pormenores del caso? —pregunto cuando entran todos en el cuarto de estar.

—Sí, señora —responden todos a coro.

—Perfecto. Queremos tender una trampa a los asesinos que perseguimos. Han matado a dos mujeres. Son muy listos. Operan con precisión, sin vacilar, con determinación. Conocemos su modus operandi por la forma en que mataron a sus víctimas anteriores: uno de ellos explora la vivienda de la posible víctima haciéndose pasar por un exterminador de plagas, y eso es lo que confiamos que hagan en esta ocasión. No subestimen a esos individuos, caballeros. Si uno de ellos o ambos esgrimen un cuchillo, no es para atemorizarles o intimidarles, lo usarán sin vacilar. Si consiguen atrapar a uno de ellos, quiero que lo capturen vivo para que nos conduzca al otro asesino. Ésta es la señora Waters —digo indicando a Leona—. Estamos convencidos de que la han elegido como víctima.

Los agentes observan a la mujer, calibrándola. Un policía del SWAT la mira con una expresión nada profesional, sino abiertamente sexual. Eso me provoca al mismo tiempo bochorno e indignación. Me planto delante del policía y le clavo un dedo en el pecho, con la suficiente fuerza como para producirle un moratón.

—Espero que todos se comporten con la máxima profesionalidad. Deben saber que he pedido a la señora Waters que se ausentara del apartamento mientras llevábamos a cabo esta operación, pero se ha negado. Ha decidido voluntariamente quedarse aquí—. Me acerco más al policía para mostrarle lo cabreada que estoy y le espeto—: Si esta mujer sufre algún daño porque usted estaba pensando con su polla en lugar de con su cabeza, le desollaré vivo, ¿entendido?

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