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Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

El hombre sombra (39 page)

BOOK: El hombre sombra
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—Sí, señor.

—Han recogido unas huellas dactilares, probablemente tienen una muestra de ADN. Han averiguado su modus operandi, y su pista más fiable ahora mismo es examinar las otras páginas web en las que puede haberse registrado. ¿He omitido algo?

—Es un buen resumen, señor. Quiero atacar este caso de otras dos formas, y necesito su autorización.

—Cuénteme

—Quiero informar de este caso a los medios de comunicación.

Jones me mira con recelo. Por regla general, los medios de comunicación no nos caen bien. Interactuamos con ellos cuando no tenemos más remedio, o a veces cuando pensamos que pueden sernos útiles. Pienso que en esta ocasión pueden sernos útiles. Sólo necesito convencer a Jones.

—¿Por qué?

—Por dos motivos. El primero se refiere a la seguridad. Lo cierto es que aunque empezamos a formarnos una idea del asesino, no podemos predecir cuándo lo atraparemos. Debemos enviarle una advertencia. Y creo que éste es el momento idóneo.

Jones asiente con la cabeza, pero sin mucha convicción.

—¿El segundo motivo?

—El doctor Child dijo que ese tipo se hundiría si averiguara la verdad sobre el contenido del frasco. Le destruiría. Quizá le lleve incluso a suicidarse. Debemos conseguirlo, señor. Hasta ahora ha procedido con cautela. El dato sobre el contenido del frasco es el único que nosotros conocemos y él no. Es un arma excelente. Quiero utilizarla.

—Corremos el riesgo de que cometa una salvajada, Smoky. No me refiero a esos crímenes horrendos que ha perpetrado, sino a lanzar contra usted un misil teledirigido.

—Sí, señor. Es una posibilidad. Así conseguiríamos atraparlo.

Jones me mira con una expresión que no logro descifrar. Se levanta y se acerca a la ventana de su despacho. Empieza a hablar de espaldas a mí:

—Su obsesión con usted… —Jones se vuelve—. Quiero que se ande con mucho cuidado, no… —Se detiene, dudando—. No quiero que se repita lo de Joseph Sands. Jamás.

No sé qué decir. Porque siento la emoción que me transmite el director adjunto Jones.

—La conozco desde que empezó a trabajar en el FBI, Smoky. Desde que era joven y se tomaba su trabajo con entusiasmo y era un poco ingenua. Lo que pueda ocurrirle me afecta. ¿Comprende?

Observo la angustia en sus ojos.

—Sí, señor. Tendré cuidado.

La angustia desaparece de sus ojos, como si Jones la hubiera desterrado en algún lugar oculto de su ser. Ha dejado que yo la viera, quería que yo supiera que estaba ahí. Comprendo que quizá sea la primera y última vez que me permita verlo, por lo que me siento conmovida y agradecida.

—¿Algo más?

—Si localizamos a una posible víctima, quiero tender a ese tipo una trampa. Y tendré que actuar con rapidez.

—Cuando llegue ese momento, suponiendo que llegue, quiero que me consulte antes de tomar cualquier iniciativa.

—Sí, señor.

Cuando entro en el despacho, Leo agita un papel.

—Han concluido la búsqueda —dice—. Encontraron un nombre con la misma combinación de nombre de usuario y contraseña.

Qué raro, pienso, que no lo cambiaran.

—Déme los detalles.

Leo mira el papel.

—Se llama Leona Waters. Tiene una página personal denominada… —alza la vista y esboza una sonrisa cansada— Cassidy Cumdrinker. Vive en la zona de Santa Mónica.

—¿Tiene sus señas?

—Las he imprimido —responde Leo entregándome un papel.

—¿Qué quieres hacer, cielo?

—¿Qué sabéis de Barry?

—Han hallado otro recibo del exterminador de plagas —contesta Alan con aspereza—. La misma mierda que la otra vez.

—De modo que está claro que es su modus operandi.

—Eso parece.

—¿Algo más?

—No. Los de la Unidad del Escenario del Crimen siguen con ello.

—Os diré lo que quiero, Callie y yo iremos a ver a la señorita Waters. Quiero comprobar algunas cosas, explorar el terreno. A partir de ahí trazaremos un plan. Alan, quiero que permanezcas en contacto con Barry y averigües si Gene ha conseguido los resultados del ADN. Si ocurre alguna novedad, llámame.

—De acuerdo.

—¿Qué quieres que hagamos nosotros entretanto? —pregunta James.

—Mirar fotografías porno —contesto señalando las fotos de la fiesta sexual que han estado examinando con el software de reconocimiento facial—. Callie —digo chasqueando los dedos—, ¿tienes todavía ese contacto en el Canal Cuatro?

—¿Bradley? —Me mira con una sonrisa nada recatada—. Ya no nos acostamos, pero seguimos siendo amigos.

—Perfecto. Quiero que te pongas en contacto con él. Vamos a informar de este caso a los medios de comunicación. Quiero que Bradley venga aquí cuanto antes. Quiero que comenten el caso en las noticias de las seis.

Callie me mira arqueando las cejas.

—¿Tan pronto?

Le explico mis motivos. Ella reflexiona unos instantes y asiente con la cabeza.

—Eso le cabreará. Lo cual nos conviene. —Callie me mira con gesto pensativo—. Claro que quizá decida ir a por ti.

—Ya lo hace. De esa forma, estaremos preparados para atraparlo.

—Llamaré a Bradley ahora mismo.

El despacho bulle de actividad, pero en estos momentos no me necesitan como participante. Aprovecho la oportunidad para mirar mis correos electrónicos. He ordenado a todos que miren los suyos cada media hora. Yo no he comprobado el mío desde hace unas horas.

De pronto veo algo que me llama la atención. Es un correo electrónico titulado: «¡Saludos de la puta morena!»

Hago doble clic sobre el mensaje. Las palabras que lo encabezan son las mismas que las que aparecen en otros mensajes, por lo que estoy familiarizada con ellas.

Saludos, agente Barrett:

A estas alturas deduzco que ha contemplado mi última obra. La pequeña Charlotte Ross. ¡Menuda guarra! Estaba dispuesta a abrirse de piernas para cualquiera, hombre o mujer. A solas o en grupo. No deja de ser interesante que yo fuera el único hombre ante el que se negó a hacerlo voluntariamente.

Aunque eso era lo de menos.

Otra puta menos. Y ustedes siguen sin dar conmigo. ¿Se siente frustrada, agente Barrett? ¿O quizás incompetente?

A propósito, le doy permiso para retirar el artilugio que he colocado en su coche para localizarla y el micrófono en su teléfono.

—Mierda —musito.

¿Con quién cree que trata, agente Barrett? Aplaudo su esfuerzo, pero ¿pensó realmente que iba a pillarme de esa forma? Yo sabía que antes o después hallaría esos artilugios. Ya puede despedir al señor Aguilera, o seguir utilizando sus servicios. De cualquier forma, no conseguirá acercarse a mí.

He emprendido el camino que me había trazado. Sigo los pasos de mi antepasado, llevando a cabo su sagrada misión. Yo también colecciono recuerdos para pasarlos a las futuras generaciones.

Mientras charlamos estoy contemplando a mi próxima víctima. Un encanto. Pero ya se sabe que la belleza es superficial. No hay más que fijarse en usted, agente Barrett. Tiene unas cicatrices espantosas, sí, pero en su interior posee la belleza de una cazadora nata. Mi víctima en ciernes tiene un físico muy atractivo, pero su interior…

No es más que otra puta.

A usted también le reservo unas sorpresas.

Seguiremos en contacto. De momento, siga afanándose.

Sé que lo hará.

Desde el Infierno,

Jack Jr.

Su autocomplacencia me saca de quicio. Yo también tengo un mensaje para ti, tarado. Un mensaje que borrará esa sonrisa que no veo pero que sé que está ahí.

—He hablado con Bradley, cielo —me dice Callie.

Cierro mi programa de correo electrónico.

—¿Y?

Callie sonríe.

—Creo que ha estado a punto de mearse encima. Llegará dentro de media hora.

—Estupendo. Di a la recepcionista que le envíe directamente a la sala de juntas de la segunda planta.

Fiel a su palabra, Bradley Cummings aparece al cabo de veinticinco minutos. Presenta el mismo aspecto que la última vez que lo vi. Tiene unos rasgos muy atractivos y luce un traje impecable. Es muy alto. Callie, que no tiene nada de pudorosa, me relató sus apasionados escarceos sexuales con él. «Muy satisfactorio», fue su dictamen.

Bradley se presenta acompañado tan sólo por un cámara.

—Gracias por venir, Bradley.

—Callie me ha dado la versión abreviada por teléfono. Ningún periodista que se precie habría desaprovechado esta oportunidad. ¿Cómo quieres enfocarlo?

—Te daré todos los detalles sin que me filmes. Luego puedes hacerme ante la cámara todas las preguntas que consideres oportunas.

—Me parece bien.

—Pero necesito que esto salga en las noticias de las seis.

—No hay ningún problema, te lo aseguro.

—Perfecto. Otra cosa, quiero comunicar yo misma una parte específica de esta información ante la cámara. Lo comprenderás cuando lo veas. Es imprescindible que sea yo quien lo diga.

Bradley me mira con cierto recelo.

—No me estarás vacilando con esa historia.

—Si te refieres a si te estoy utilizando, la respuesta es afirmativa. Pero —añado alzando un dedo— todos los pormenores son ciertos. La historia es real. Al mismo tiempo conseguirás otras dos cosas: advertir a posibles víctimas en ciernes y darme la oportunidad de cabrear al asesino. Por eso tengo que ser yo quien lo diga. Ese tipo es como una granada de mano, Brad. Y yo voy a quitarle la espoleta. —Me encojo de hombros—. Quienquiera que le quite la espoleta, se arriesga a que le estalle en la cara.

Bradley me mira a los ojos, en busca de una mentira.

—De acuerdo. Confío en ti. Dame los pormenores.

Dedico veinte minutos a contar a Bradley lo ocurrido durante los cinco últimos días. Él es un buen periodista y se afana en tomar notas, intercalando alguna que otra pregunta. Cuando termino, se repantiga en su silla.

—Caray —dice—. Esto es… impresionante. Deduzco que lo que quieres decir ante la cámara se refiere al contenido del frasco.

—Exacto. Uno de los motivos por los que es importante que lo diga yo en lugar de otra persona es que eso le cabreará. Probablemente la emprenda contra la persona que le dé esa noticia.

—De acuerdo —dice Bradley—. Vamos a ello.

Se desenvuelve bien ante la cámara. Sus preguntas son perspicaces y oportunas, sin ser agresivas. Por fin llega a la pregunta crucial.

—Agente especial Barrett, ha dicho que posee una información muy importante sobre el contenido del frasco que le envió el asesino. ¿Puede decirnos algo al respecto?

—Sí, Brad. Abrimos el frasco y mandamos analizar el contenido. Averiguamos que los tejidos que contenía no eran humanos, sino de vaca.

—¿Qué significa eso?

Me vuelvo para mirar directamente a la cámara.

—Que el asesino no es quien cree ser. No es un descendiente de Jack el Destripador. Es muy probable que esté convencido de serlo. Dudo que supiera lo que contenía ese frasco. En realidad, es triste —añado meneando la cabeza—. Está viviendo una mentira, y no lo sabe.

—Gracias, agente Barrett.

Brad se marcha más que satisfecho. Me promete incluir la historia en los informativos de las seis y de las once y sale apresuradamente para cumplir su palabra.

—La entrevista ha ido estupendamente —comenta Callie—. Había olvidado lo guapo que es ese hombre. Quizá debería llamarlo.

—Si lo haces, esta vez no quiero que me des los detalles.

—Lástima, es la parte más divertida. —Callie se detiene—. Ese tipo va a pillar un cabreo monumental. Me refiero a Jack Jr. La noticia le hará polvo.

—Con eso cuento —respondo sonriendo—. Vamos a ver a la señorita Watts.

Utilizamos un vehículo del FBI, para asegurarme de que nadie nos sigue ni trata de localizarnos por medios electrónicos. Aunque los coches pertenecientes a los otros miembros del equipo han sido inspeccionados en busca de micrófonos ocultos y demás artilugios para seguir sus movimientos, es posible que Jack Jr. los reconozca.

De camino a casa de Leona Waters, llamo a Tommy Aguilera para informarle sobre el correo electrónico.

—Uno de ellos debió ir allí anoche. O esta mañana. Significa que están bien informados sobre las personas que conoces. Las personas como yo.

—Sí. De momento esto es todo, Tommy. Si no te importa, te llamaré más tarde. Para decidir si debemos deshacernos del micrófono oculto y del chisme para localizarme a través del GPS.

—No es necesario.

—¿A qué te refieres?

—Voy a continuar siguiéndote, Smoky. Ya te lo dije anoche. Eres mi jefa. Mi misión no habrá concluido hasta que atrapes a ese tío y yo sepa que estás a salvo.

Por más que quiero protestar, lo cierto es que en parte había confiado en que Tommy reaccionara así.

—Seguiré vigilándote, Smoky.

El viaje dura más de lo previsto debido a un accidente ocurrido en la autovía; una furgoneta ha chocado contra la mediana. El accidente no ha tenido consecuencias graves, pero ha ocasionado un revuelo mayúsculo, como de costumbre. Llegamos casi a las dos de la tarde. Leona Waters vive en un bonito edificio de apartamentos en una zona no muy respetable. Santa Mónica es una mezcolanza. Muchos sectores son de clase media e incluso alta, pero buena parte de esa zona se ha deteriorado, como el resto de Los Ángeles. Es una constante de esta ciudad, que obliga a muchos residentes a trasladarse cada vez más lejos en un intento de huir de ese cáncer. Pero no lo consiguen.

Aparcamos el coche y nos encaminamos hacia la entrada. Ésta tiene una puerta de seguridad, de forma que los residentes deben utilizar un código de acceso. En el mostrador de recepción hay un guardia de seguridad. Llamo con los nudillos en el cristal para hacer que levante la vista. El hombre nos mira con una expresión entre aburrida e irritada hasta que le muestro mi placa del FBI a través del cristal. Al verla el guardia de seguridad se levanta apresuradamente y nos abre la puerta.

Al ver las cicatrices que tengo en la cara el tipo se detiene unos instantes, observándome descaradamente. Luego mira a Callie, dándole un buen repaso y deteniéndose durante medio segundo en sus tetas.

—¿Ocurre algo, señora?

—Queremos entrevistar…

—Ricky —me interrumpe el guardia de seguridad pasándose la lengua por los labios y enderezándose. Ricky aparenta cuarenta y muchos años. Muestra el aspecto tronado de una persona que solía estar en forma, pero que se ha abandonado. Tiene la cara llena de arrugas y una expresión de hastío. No da la impresión de sentirse satisfecho de su vida.

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