El hombre inquieto (18 page)

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Authors: Henning Mankell

Tags: #Policiaco

BOOK: El hombre inquieto
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—¿Klara?

Linda sonrió al oír la sorpresa en su voz.

—Lo decidimos anoche. Se llamará Klara. Bueno, ya se llama Klara.

—¿Cómo mi madre? ¿Cómo tu abuela paterna?

—Ya sabes que no llegué a conocerla. Espero que no te lo tomes a mal, pero lo elegimos, ante todo, porque nos parece un nombre precioso. Y va bien con los dos apellidos. Klara Wallander o Klara von Enke.

—¿Y qué apellido llevará?

—Por ahora, Wallander. Luego ya elegirá ella. Bueno, ¿vienes o no? Te invito a café en una especie de improvisada fiesta de bautizo.

—Ah, pero ¿la vais a bautizar de verdad?

Pero Linda no respondió y Wallander fue lo bastante sensato como para no repetir la pregunta.

Quince minutos después, reducía la velocidad y se detenía ante la casa de su hija. El hermoso jardín relucía en un estallido de color. Wallander pensó en el estado descuidado de su propio jardín, pues ni siquiera atendía el huerto. Cuando vivía en Mariagatan, soñaba siempre con otra existencia en la que él se dedicaría a arrastrarse por la tierra gozando de sus aromas y retirando las malas hierbas.

Klara dormía en el cochecito a la sombra de un peral. Wallander observó el rostro diminuto protegido por la mosquitera.

—Klara es un nombre precioso —declaró—. Por cierto, ¿cómo se os ocurrió?

—Lo vimos en el periódico. Una chica llamada Klara había tenido una intervención heroica en un incendio, en Östersund. Y nos decidimos casi de inmediato.

Pasearon por el jardín mientras comentaban lo sucedido. La desaparición de Louise resultó igual de sorprendente para Linda y para Hans que para el resto de sus conocidos. No existían motivos para presagiar tal cosa, ni nada que indicase que Louise hubiese pergeñado un plan que ahora hubiera decidido poner en práctica.

—¿Tú crees que estamos ante otro delito? —preguntó Wallander—. Si aceptamos como verosímil que a Håkan le haya ocurrido algo, claro.

—¿Alguien que quiera quitarlos de en medio a los dos? —preguntó Linda—. ¿Y cuál sería el móvil?

—Sí, ésa es la cuestión —respondió Wallander mientras contemplaba extasiado un arbusto de exuberantes rosas. ¿Tendrían en común algún secreto que nadie más sabía? Continuaron paseando en silencio. Linda reflexionaba sobre lo último que había dicho su padre.

—Sabemos tan poco de las personas —reconoció al cabo, una vez que hubieron regresado a la fachada principal de la casa y tras comprobar que todo estaba en orden bajo la mosquitera que cubría el cochecito. Klara dormía con las manitas aferradas a la manta.

—En cierto modo, podría decirse que no sé de ellos mucho más que de esta personita —añadió.

—¿A ti te parecían misteriosos Louise y Håkan?

—En absoluto. ¡Al contrario! Conmigo se mostraron siempre abiertos y accesibles.

—Hay gente que va dejando pistas falsas de sí misma —observó Wallander meditabundo—. La actitud abierta y accesible puede ser una especie de candado invisible con el que encierran una realidad que no tienen el menor deseo de desvelar.

Estuvieron en el jardín conversando y tomando café hasta que Wallander miró el reloj y comprobó que era hora de llamar a Atkins. Regresó a la comisaría y marcó el número desde su despacho. Después de cuatro tonos de llamada, oyó tronar la voz de Atkins, que sonó como si estuviese preparado para recibir una orden.

Wallander le contó lo sucedido, y tras detallarle la información de que disponía se hizo un silencio tan prolongado que creyó que se había interrumpido la conexión. Al cabo de un rato, no obstante, Atkins volvió a manifestarse en un tono de lo más categórico.

—Eso no puede ser —sentenció.

—Pues, pese a todo, Louise lleva desaparecida desde el lunes o el martes.

Wallander notó a Atkins indignado y oyó su respiración jadeante al teléfono. Le preguntó cuándo había sido la última vez que habló con ella y el hombre hizo memoria un instante antes de responder.

—El viernes a mediodía. Me refiero a su mediodía. Para mí era por la mañana, claro.

—¿Quién hizo la llamada?

—Me llamó ella.

Wallander frunció el entrecejo, pues no se esperaba esa respuesta.

—¿Y qué quería?

—Felicitar a mi esposa por su cumpleaños. Tanto a ella como a mí nos extrañó bastante, pues ninguno de nosotros tiene muy en cuenta los cumpleaños.

—¿Crees que pudo haber otra razón para llamar?

—Nos dio la sensación de que le pesaba la soledad, de que quería hablar con alguien, lo cual no es difícil de comprender.

—Si reflexionas un poco, ¿dirías que hubo algo en su llamada que puedas relacionar ahora con su desaparición?

Wallander se desesperaba con su pésimo inglés, pero Atkins comprendió lo que quería decir y volvió a tomarse un tiempo antes de responder.

—No, nada —dijo al fin—. Sonaba igual que siempre.

—Pero… algo habría, ¿no? —insistió Wallander—. Primero desaparece él y luego ella…

—Es como en la canción de los diez negritos —observó Atkins—. Van desapareciendo uno tras otro. Ya ha desaparecido la mitad de la familia. Ahora sólo quedan los dos retoños.

Wallander quedó estupefacto. ¿Habría oído mal?

—Bueno, será uno, sólo hay uno más susceptible de desaparecer —dijo Wallander con toda la discreción de que fue capaz—. Me figuro que no estarás contando a Linda, ¿verdad?

—No debemos olvidar a la hermana de Hans —respondió Atkins.

—¿Qué hermana? ¿Hans tiene una hermana?

—Pues sí. Se llama Signe. No sé si lo he pronunciado bien, pero puedo deletreártelo si quieres. Ella no vivía con el resto de la familia, aunque ignoro la razón. No hay que indagar de forma gratuita en la vida de la gente. Yo no la he visto jamás, pero Håkan me contó que tenía una hija.

Wallander estaba demasiado perplejo para seguir haciendo preguntas razonables, de modo que concluyó la conversación. Se puso delante de la ventana y observó el depósito del agua.
Tenían una hija llamada Signe
. ¿Por qué nadie le había hablado de ella en ningún momento?

Aquella noche, Wallander se sentó a la mesa de la cocina con la intención de revisar todas las notas que había tomado desde el día en que Håkan von Enke desapareció. Sin embargo, no halló en ellas el menor indicio de la existencia de la hija. Signe no existía. Era como si nunca hubiera existido.

SEGUNDA PARTE

Sucesos bajo la superficie

11

Wallander estaba indignado. Y ésa fue la razón por la que eligió un ataque directo, actitud del todo inusual en él. Se sentía engañado por aquella familia, dos de cuyos miembros habían desaparecido, y ahora acababa de enterarse de la existencia de un tercero. Pensó que se había visto sometido a los engaños habituales de la clase alta, secretos de familia que habían de ocultarse a cualquier precio para que no trascendieran en un mundo seguramente nada interesado en ellos. Después de la conversación con Atkins y de aquella dura tarde en que, hasta bien entrada la noche, dio marcha atrás para una vez más, presa de una suerte de iracundo frenesí, repasar cuanto había sucedido y cuanto se había dicho desde la celebración del cumpleaños de Håkan von Enke, Wallander durmió profundamente y al día siguiente llamó a Linda poco después de las siete de la mañana. Había abrigado la esperanza de poder hablar con Hans, pero justo aquella mañana tuvo que marcharse hacia las seis.

—¿Qué tenía que hacer tan temprano? —preguntó Wallander enojado—. A estas horas no hay ningún banco abierto, ¿no? Ni la gente compra ni vende acciones tan temprano, supongo.

—Inténtalo en Japón —le replicó Linda—. O, ¿por qué no?, en Nueva Zelanda. La economía no duerme jamás. Al parecer, las bolsas de Asia presentan movimientos significativos y no es raro que tenga que salir tan temprano. En cambio tú no sueles llamar a las siete de la mañana. No te enfades conmigo, anda. ¿Ha pasado algo?

—Quería hablar contigo de Signe —dijo Wallander sin más preámbulo.

—¿Y quién es Signe?

—La hermana de tu marido.

La oyó respirar a través del auricular. Cada suspiro, una idea.

—¡Pero si Hans no tiene hermanos!

—¿Estás totalmente segura?

Linda conocía a su padre y comprendió enseguida que hablaba en serio: no la habría llamado tan temprano para gastarle una broma de mal gusto.

Klara empezaba a refunfuñar en la cuna.

—Tendrás que venir para que hablemos de ello —le dijo—. Klara está despierta. Las mañanas suelen ser problemáticas, ¿lo habrá heredado de ti?

Una hora más tarde, Wallander detenía el coche en el sendero de gravilla que desembocaba ante la casa de su hija. Para entonces, Klara ya había comido y estaba tranquila y Linda se había levantado y se había vestido. Wallander seguía pensando que la veía pálida y decaída, y se preguntó si no se encontraría bien, pero, como es natural, no le hizo ningún comentario. Linda era como él, no le gustaba que la gente se inmiscuyese en sus cosas.

Se sentaron a la mesa de la cocina. Wallander pensó en el mantel que la cubría. El mismo que había en su casa cuando él era pequeño, y que estuvo luego en la casa de Löderup donde vivió su padre y, ahora, en casa de Linda. De niño solía seguir con un dedo el enrevesado dibujo de hilo rojo que lo bordeaba.

—Cuéntame —le pidió Linda—. Y te repito que Hans no tiene ninguna hermana.

—Te creo —aseguró Wallander—. Tú no sabes de la existencia de su hermana, como tampoco yo la conocía hasta ahora.

Wallander le refirió la conversación telefónica mantenida con Atkins y el inopinado comentario sobre la muchacha llamada Signe. Evidentemente, la hermana secreta salió a relucir por pura causalidad. De hecho, si la conversación hubiera discurrido por otros derroteros, seguirían sin conocer la existencia de Signe. Linda lo escuchaba tensa con una creciente expresión de extrañeza.

—Hans jamás me ha dicho una palabra sobre ninguna hermana —le confesó a Wallander una vez que éste hubo terminado—. Esta situación es absurda.

Wallander señaló el teléfono.

—Llámalo y pregúntale sin más, ¿por qué no me has contado que tienes una hermana?

—¿Es mayor o menor que él?

Wallander reflexionó un instante. Atkins no le dijo nada al respecto, pero él tenía la corazonada de que debía de ser mayor, pues, de haber nacido después que Hans, el secreto habría resultado demasiado difícil de guardar.

—No quiero llamarlo —dijo Linda—. Ya lo haré cuando vuelva a casa.

—No —se opuso Wallander—. Tenemos a dos personas desaparecidas, esto no es un asunto privado sino un caso policial, de modo que si no lo llamas tú, lo haré yo mismo.

—Quizá sea lo mejor —opinó Linda. Wallander fue marcando las cifras del número de Copenhague a medida que ella se las dictaba. Cuando dejó de oírse el tono de llamada, se abrieron paso a través del hilo telefónico unos acordes de música clásica. Linda se inclinó para oír mejor.

—Es su número directo —explicó—. Y fui yo quien eligió la música. Antes tenía una espantosa canción de country americano. De un tal Billy Ray Cyrus. Lo obligué a cambiarla asegurándole que dejaría de llamarlo. No tardará en responder, ya verás.

No acababa de decirlo, cuando Wallander oyó la voz de Hans. Sonaba estresado, casi como si le faltase el aire. ¿Qué habrá ocurrido en los mercados bursátiles de Asia?, se preguntó Wallander.

—Verás, Hans, tengo que hacerte una pregunta, es algo que no puede esperar. Por cierto, estoy en tu casa, sentado en tu cocina.

—¿Es Louise? —preguntó Hans impaciente—. ¿O quizá Håkan? ¿Ha aparecido alguno de los dos?

—Ojalá así fuera, pero se trata de otra persona. ¿No imaginas quién?

Wallander se percató de que Linda estaba irritada, pues seguramente le parecía innecesario que su padre anduviese jugando al gato y al ratón. Comprendió que su hija tenía razón, que debería ir derecho al grano, tal y como él mismo decía.

—Se trata de tu hermana —reveló al fin—. De tu hermana Signe.

Se hizo un silencio bastante prolongado, hasta que volvió a oír la voz de Hans.

—No sé de qué me hablas. ¿Se trata de una broma?

Linda se había inclinado sobre la mesa y Wallander sostenía el auricular de modo que ella también pudiese oír lo que decía Hans. Wallander se percató de que Hans estaba siendo totalmente sincero.

—No, no se trata de ninguna broma —le aseguró—. Entonces, ¿es del todo cierto que no sabes nada del asunto? ¿Qué no sabes que tienes una hermana llamada Signe?

—Yo no tengo hermanos. ¿Puedo hablar con Linda?

Sin mediar palabra, Wallander le dio el teléfono a Linda, que le refirió lo que su padre le había contado.

—Cuando yo era niño, solía preguntarle a mis padres por qué no tenía hermanos —le dijo Hans—. Y siempre obtuve la misma respuesta: ellos consideraban que con uno era suficiente. Jamás he oído hablar de ninguna Signe, jamás he visto fotos de ella. Y siempre fui hijo único.

—Es difícil de creer —respondió Linda.

Hans perdió los estribos y gritó en el auricular.

—¿Y qué te crees que es para mí?

Wallander le arrebató a Linda el auricular.

—Yo te creo, Hans —se apresuró a decir—. Y Linda también. Pero debes comprender que es importante averiguar qué sentido tiene todo esto, si es que tiene alguno. Tus padres han desaparecidos. Y ahora sale de la nada una hermana desconocida.

—No lo entiendo —confesó Hans—. Estoy empezando a marearme.

—Sea cual sea la explicación, daré con ella.

Wallander le devolvió el auricular a Linda, que intentó tranquilizar a Hans. Wallander no quería oír de qué hablaban y, puesto que la conversación se alargaba, le escribió una nota en un trozo de papel que le dejó sobre la mesa de la cocina. Linda asintió, alcanzó un llavero que tenía colgado en el marco de la ventana y se lo entregó a Wallander. Éste se marchó no sin antes detenerse a contemplar a Klara, que dormía boca abajo en su cunita. Con mucha cautela, le acarició la mejilla con un dedo. La pequeña se estremeció, pero siguió durmiendo. Cuando Wallander llegó a la comisaría, llamó a Sten Nordlander sin haberse quitado siquiera la cazadora. Y enseguida obtuvo la confirmación que esperaba.

—Claro que tienen otro hijo —aseguró Sten Nordlander—. Una niña que nació con una grave minusvalía. Un caso totalmente irremediable, por lo que me contó Håkan. No existía la menor posibilidad de que pudieran atenderla en casa, necesitaba cuidados especiales desde que nació. Jamás hablaban de ella y yo pensaba que había que respetarlo, claro.

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