El hombre inquieto (66 page)

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Authors: Henning Mankell

Tags: #Policiaco

BOOK: El hombre inquieto
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Pensó en los soldados suecos enviados a Afganistán. Eso jamás habría sucedido de no haberlo impuesto como exigencia los norteamericanos. No lo hicieron abiertamente, sino de forma tan solapada como sus submarinos, con el beneplácito de la marina y los políticos suecos, se ocultaron en nuestras aguas a principios de los ochenta. O como aquella ocasión, el 18 de diciembre de 2001, en que se permitió que, en territorio sueco, unos agentes de la CIA detuviesen a dos egipcios sospechosos de terrorismo y que, en condiciones más que humillantes, los trasladasen a las prisiones y la tortura de su país de origen. Todo ello lo movía a pensar que, de haber desvelado a Håkan von Enke como espía, lo habrían considerado un héroe más que un despreciable traidor a su patria.

«Nada», se decía, «puede tenerse por seguro. Ni cómo se interpretarán estos sucesos ni lo que será de mi vida en lo sucesivo.»

Había puesto su punto, provisional o no.

Era un día de mayo, despejado pero frío. Hacia las doce del mediodía fue a dar un paseo con
Jussi
, que ya parecía recuperado. Cuando llegó Linda, con Klara pero sin Hans, Wallander ya había limpiado la casa y había comprobado que no quedaba a la vista ningún documento que ella no debiese ver. Klara se había dormido en el coche. Wallander la llevó dentro con cuidado y la acostó en el sofá. Tenerla en sus brazos le infundía siempre la sensación de que Linda había regresado bajo otra apariencia.

Se sentaron a tomar café en la cocina.

—¿Has estado limpiando? —preguntó Linda.

—Toda la mañana.

Ella se echó a reír meneando la cabeza, para adoptar enseguida y nuevamente un gesto severo. Wallander estaba al corriente de todos los problemas a los que había tenido que enfrentarse Hans y que, naturalmente, también le habían afectado a ella.

—Quiero empezar a trabajar —anunció Linda—. Se me empieza a hacer insoportable estar en casa con Klara.

—¡Pero si apenas faltan cuatro meses para que te reincorpores!

—Cuatro meses pueden hacerse eternos. Y empiezo a impacientarme.

—¿Con Klara?

—Conmigo misma.

—Pues eso lo has heredado de mí, esa impaciencia.

—¿No eres tú el que dice que la paciencia es la principal virtud de un buen policía?

—Ya, pero eso no significa que uno la posea de forma natural.

Linda bebió un sorbo de café, pensando en lo que su padre acababa de decir.

—Me siento viejo —confesó Wallander—. Me despierto cada mañana con la sensación de que todo va infinitamente deprisa. No sé si corro al encuentro de algo o si lo que deseo es alejarme. Simplemente, voy corriendo. Si quieres que te sea sincero, me aterra la vejez.

—Pero ¡piensa en el abuelo! Él continuó su vida como siempre sin importarle nunca lo viejo que se hacía.

—Eso no es del todo cierto. Tenía miedo a morir.

—Sí, a veces, quizá, pero no a todas horas.

—Tu abuelo fue un hombre muy peculiar. No creo que conozca a nadie comparable.

—Pues yo me comparo con él.

—Pero tú mantuviste con él una relación muy especial, que yo perdí cuando era muy joven. A veces pienso que su relación con mi hermana Kristina también fue mejor. ¿Quizá se le daban mejor las mujeres? Y no nací con el sexo equivocado. Quizá no quería tener hijos varones.

—Eso son tonterías y lo sabes.

—Tonterías o no, lo pienso de vez en cuando. Tengo miedo a envejecer.

Linda extendió el brazo y le acarició la mano.

—Me he dado cuenta de que estás preocupado, pero en el fondo sabes que es absurdo. Nada puede hacerse contra la edad.

—Lo sé —convino Wallander—. Pero a veces siento que quejarme es mi único recurso.

Linda se quedó con él unas horas. Continuaron hablando hasta que Klara se despertó y, con la carita iluminada por una deliciosa sonrisa, correteó hasta donde se encontraba Wallander.

De repente, el más hondo terror se apoderó de él. De nuevo lo abandonaba la memoria. Ignoraba quién era la pequeña que se le había acercado. Cierto que la había visto antes, pero no tenía la menor idea de cómo se llamaba ni de por qué se encontraba allí. Era como si se hiciera un inmenso silencio. Como si desaparecieran los colores y no le dejasen más que un residuo en blanco y negro.

La sombra se había acentuado. Y muy despacio, Kurt Wallander fue desapareciendo en una oscuridad que, unos años después, los sumió en ese universo de vacío que llamamos Alzheimer.

Y después, nada. El relato de Kurt Wallander termina ahí, irrevocablemente. Los años que le queden por vivir, diez o quizás algunos más, le pertenecen a él, a él y a Linda, a él y a Klara. Y a nadie más.

Colofón

Son muchas las libertades que uno puede tomarse en el mundo de la ficción. Así, no es inusual que modifique un paisaje, a fin de que nadie pueda decir: «¡Ahí, ahí fue! ¡Ahí tuvo lugar ese suceso!».

La intención es, claro está, subrayar la diferencia entre la fabulación y el relato documental. Lo que he escrito podría haber ocurrido tal y como lo he contado pero, naturalmente, no fue así.

Hay en este libro no pocos solapamientos de esta naturaleza, entre lo que ocurrió en realidad y lo que habría sido imaginable. Como la mayoría de los escritores, escribo para que el mundo resulte más comprensible, al menos en cierta medida, pues la ficción puede superar en ocasiones al realismo documental.

Y entonces no importa si existe o no una residencia llamada Niklasgården en algún lugar de la región central de Suecia. Tampoco si en el barrio estocolmense de Östermalm hay o no una sala de fiestas frecuentada por oficiales de la marina. O un café a las afueras de Estocolmo con el mismo público y objetivo. En el que, por ejemplo, pueda verse a un oficial llamado Hans-Olov Fredhäll. Como tampoco Madonna dio un concierto en Copenhague en 2008.

Sin embargo, lo más importante de este relato descansa sobre la sólida base constituida por la realidad.

Son muchas las personas que me han ayudado a recabar información. Y aquí quiero expresarles mi gratitud.

Del resultado y el punto final soy yo, pese a todo, el único responsable. Totalmente y sin excepción.

Gotemburgo, junio de 2009 Henning Mankell

Henning Mankell
, (Estocolmo, 3 de febrero de 1948) es un novelista y dramaturgo sueco, reconocido internacionalmente por su serie de novela negra sobre el inspector Wallander.

Actualmente reside en Mozambique, donde dirige el Teatro Nacional Avenida de Maputo. Está casado con Eva Bergman, hija del cineasta Ingmar Bergman.

En noviembre de 2006 fue galardonado con el Premio Pepe Carvalho, que reconoce a autores de prestigio y trayectoria reconocida en el ámbito de la novela negra y donde el jurado consideró que Mankell «comparte con Manuel Vázquez Montalbán la idea de utilizar la novela negra para abordar críticamente los retos de la sociedad actual».

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