El pobre agente de impuestos muerto habría aplaudido la elección, pensó con tristeza.
Un grupo de curiosos se había reunido en el malecón y observaba el velero recién llegado. No era muy numeroso. La gente que vivía cerca de la orilla y trabajaba en el mar nunca contemplaba con alegría la llegada de un buque de Su Majestad, aunque fuese pequeño.
El bote atracó cerca de la escala del malecón. Un corpulento marinero trepó por los peldaños y se acercó con paso rápido hasta Bolitho. Éste dio un respingo al ver que el hombre se llevaba la mano a la frente en un saludo militar.
—¿El guardiamarina Bolitho, señor?
—Aun sin uniforme te reconocen, Dick —rió a su lado Dancer.
—El comandante quiere hablar con usted, señor —añadió el marinero.
Anduvieron extrañados hacia las escaleras. Sobre los adoquines brillantes de humedad del muelle aparecían ya el sombrero y las hombreras del jefe supremo del
Avenger
.
—¡Hugh! —gritó Bolitho agitado por la sorpresa.
Su hermano le miró impasible.
—Sí, Richard.
Saludó con un gesto a Dancer y llamó al patrón del bote:
—Regrese a bordo. Salude de mi parte al señor Gloag y dígale que cuando precise el bote enviaré una señal.
Bolitho se fijó en su hermano y notó sus confusos sentimientos. Hugh debía estar en una fragata, según había oído. Se había transformado desde la última ocasión en que se vieron. Las formas de su boca y su mandíbula resaltaban con más fuerza, y su voz resonaba con un timbre autoritario y seguro. El resto seguía siendo como antes. La mata de pelo, tan negra como la suya y la de tantos retratos colgados en la mansión, colgaba prieta en una coleta amarrada por un lazo detrás del cuello. Los ojos firmes, que tras tantas horas de guardia se veían ya fatigados. Y sobre todo aquel aire de fanfarrón que, tantas veces cuando niños, provocó a su hermano menor hasta llevarle a pelear con él a puñetazos.
Anduvieron aparejados por el muelle. Hugh se abría paso entre los curiosos sin prestarles atención.
—¿Mamá está bien? —preguntó mientras avanzaban. Su voz sonaba distante, como si su mente estuviese en otra parte.
—Se alegrará de verte, Hugh. Sus Navidades serán completas.
Hugh le dirigió una mirada mortífera.
—Sé que a bordo del
Gorgon
os estuvisteis divirtiendo de lo lindo, ¿no?
Bolitho disimuló su sonrisa. Ahí estaba de nuevo su hermano. El mordaz e incrédulo Hugh Bolitho.
—¿Ha leído las noticias, señor? —inquirió Dancer.
—Algunas —respondió Hugh acelerando el ritmo de sus pasos—. También visité en Plymouth al almirante, y hablé con vuestro comandante.
Se detuvo ante la amplia verja como si viese por primera vez en su vida la gran mansión.
—Os lo comunico de antemano, para evitar sorpresas: habéis sido puestos bajo mis órdenes mientras no se aclare este crimen, a menos que el mando sustituya las bajas que tengo a bordo.
Bolitho le miró furioso por la falta de tacto que empleaba, y especialmente dolido por la posición en que se encontraba Dancer.
—¿Bajas?
Hugh le devolvió la mirada sin pestañear.
—Exacto. Hace una semana dejé a mi primer oficial y a algunos de los mejores hombres como dotación de presa en un velero que atrapamos. La Armada siempre va corta de oficiales de respeto y marineros, Richard, aunque imagino que eso, tú, no tienes por qué saberlo. En la costa de África brilla el sol y hace buen tiempo: ¡aquí, en cambio, la realidad es fría y con nieve!
—¿Fuiste tú quien propuso nuestros nombres?
Hugh hizo un gesto de desprecio.
—Vuestro comandante me informó de que os encontraría aquí. Estabais disponibles, y tú conoces la costa. ¿Qué más podía pedir? Él aprobó mi sugerencia.
La alegría de las facciones de su madre, en el momento de verles penetrar en la casa, compensó algo el dolor de la noticia. Dancer habló aparte con Bolitho.
—Será divertido, Dick —dijo en voz baja—. Tu hermano tiene el estilo de un oficial experimentado.
—¡El estilo lo tiene, eso seguro! —respondió dolido Bolitho.
Su hermano conducía ahora a la señora Bolitho hacia una sala vecina. Cuando volvió a salir, la cara de la dama ya no lucía la misma sonrisa.
—Me sabe muy mal, Dick; y más aún por ti, Martyn.
—No se preocupe usted, señora —replicó Dancer con firmeza—, la armada nos ha enseñado a aceptar cualquier cosa inesperada.
—Pues de cualquier forma…
Se volvió hacia Hugh que penetraba de nuevo en el salón, su mano ocupada con un vaso de brandy.
—De cualquier forma, queridos miembros de la familia, el asunto es grave. Para entendernos, esa muerte es la punta del iceberg. Sólo Dios sabe lo que ese idiota de Morgan llevaba entre manos cuando fue asesinado. Nunca un agente de impuestos debería actuar por su cuenta. —Su mirada se dirigió hacia Bolitho antes de continuar—: Se trata de actos mucho más graves que el contrabando. Al principio se atribuyó la causa a los temporales de este invierno. Al fin y al cabo, en esta costa los naufragios son habituales.
Bolitho sintió que la sangre se helaba en sus venas. Así que se trataba de eso. Se debía tratar de una banda de malhechores que provocaban naufragios, normalmente alumbrando de noche una linterna que los pilotos de los buques confundían con un faro, para entrar a sangre y fuego contra las tripulaciones y saquear su carga. Les llamaban raqueros y eran los criminales más odiados por la gente de mar.
Su hermano prosiguió hablando en tono amenazador.
—Luego llegaron noticias de las cargas que se habían perdido en esos naufragios. Oro, plata, licores y especies valiosas. Tesoros suficientes para levantar una ciudad o pagar un ejército.
Se encogió de hombros, como quien intenta evitar las confidencias.
—Mi obligación es hallar a esos asesinos y entregarlos a la autoridad. Un oficial de Su Majestad no se ocupa de investigar los porqués y los cuándos.
—¡Raqueros! —exclamó con terror su madre—. ¿Cómo se atreven? Matan y roban a los marinos indefensos…
Hugh esbozó una sonrisa.
—Toman ejemplo de los propietarios que cobran su botín cuando un mercante embarranca en sus costas. Cuando el dinero entra por la puerta, mamá, la razón se escapa por la ventana.
—¡Pero eso son naufragios accidentales, señor! —protestó Dancer—. ¡Nada que ver con engañar a un buque para que caiga sobre la costa!
Hugh desvió la mirada.
—Es posible. Para las sanguijuelas que viven del negocio, no hay ninguna diferencia.
—A estas alturas, esa gente ya debe haber recibido noticia de su llegada, señor —dijo Dancer.
Hugh asintió.
—Repartiré algunas propinas, haré promesas. Más de uno me dará alguna pista para que me lleve el
Avenger
lejos de aquí.
Bolitho vio la cara sorprendida de su amigo. Ésa era una Armada distinta a la que ellos conocían. Aquí, un comandante tenía facultades para sobornar y obtener confidencias, y con ellas estaba autorizado a actuar por su cuenta sin tener que esperar la bendición del alto mando.
La puerta se abrió como en un revuelo y dejó aparecer a su hermana Nancy, que corrió a través del salón y se abrazó a su hermano.
—¡Hugh! ¡Reunida casi toda la familia!
Él la apartó para observarla con detenimiento unos segundos.
—Ahora ya eres toda una señorita, o casi.
Su expresión cambió al instante.
—Zarparemos cuando cambie la marea. Os aconsejo que os dirijáis al puerto y pidáis un bote. —El tono de sus palabras se endureció por momentos—. No sufras, mamá, he aprendido muchas cosas y sé desenvolverme en estos casos. A menos que aparezcan más dificultades, para el día de Navidad estaremos todos juntos.
Bolitho, ya cerrando la puerta y dirigiéndose a su dormitorio, oyó la súplica de su madre.
—Pero Hugh, ¿por qué? ¡Tenías tan buenas perspectivas en la fragata! ¡Se decía que el comandante estaba muy satisfecho con tu conducta!
Bolitho vaciló. No le gustaba escuchar conversaciones ajenas, pero precisaba saber la verdad de lo ocurrido.
—Dejé el
Laertes
cuando me ofrecieron el puesto de comandante en este cúter —respondió Hugh escueto—. El
Avenger
no será una fragata, pero es mío. Presto ayuda y doy apoyo militar a los cúters de aduanas que vigilan la costa. Tengo libertad de movimientos. No me puedo quejar.
—¿Pero qué ocurrió de veras?
—¿De veras? Bueno, fue un arreglo del alto mando, es cierto. Tuve una discusión…
Bolitho oyó el llanto de su madre y deseó correr a su lado.
—Fue un asunto de honor —añadió con rapidez Hugh.
—¿Te batiste en duelo con alguien y le mataste? ¡Oh, Hugh! ¿Qué dirá tu padre?
Hugh soltó una breve carcajada.
—No, no le maté. Le dejé algunos cortes.
Debía de sostenerla abrazada, pues el llanto se oía ahora más amortiguado.
—Y papá no lo sabrá nunca. A menos que tú se lo digas. ¿Entendido?
Dancer esperaba en el rellano de la escalera.
—¿Qué ocurre?
—Mi hermano, que es un salvaje —explicó suspirando Bolitho—. Creo que se metió en líos por culpa de una mujer.
—En Saint James no pasa un día sin que alguien muera o resulte herido en un duelo. Aunque está prohibido por Su Majestad —explicó encogiéndose de hombros—, todo el mundo sigue batiéndose igualmente.
Se ayudaron el uno al otro a empacar y cerrar sus baúles. No valía la pena encargar la tarea a la señora Tremayne, que rompería a llorar aun sabiendo que los chicos iban a volver en pocos días.
Hugh ya había desaparecido cuando alcanzaron de nuevo la planta noble de la casa.
Bolitho besó a su madre. Dancer tomó con galantería la mano que ella le ofrecía.
—Señora, aunque no volviese a pisar esta casa, los días de visita aquí quedarían grabados en mi memoria como un regalo.
—Gracias, Martyn —respondió ella alzando la barbilla—, eres un buen muchacho. Tened mucho cuidado.
Junto a la verja esperaban dos marineros que iban a cargar sus baúles hasta el bote.
Bolitho sonrió para sí. Aquella seguridad que mostraba Hugh le desarmaba. Era un auténtico fanfarrón. Siempre controlándolo todo.
Cruzaban la plaza contigua a la posada cuando Dancer exclamó:
—¡Mira, Dick, la diligencia!
Se detuvieron allí mismo y observaron cómo el carruaje arrancaba dando tumbos sobre los adoquines, precedido del agudo sonido de su bocina.
Volvía hacia Plymouth. Hasta el conductor y el asistente eran los mismos.
Bolitho respiró profundamente.
—Nos esperan en el
Avenger
. Temo que la cocina de la señora Tremayne me haya vuelto algo perezoso, me olvido de mi responsabilidad.
Se volvieron ambos hacia el mar, con las cabezas gachas, y caminaron en dirección hacia el malecón.
La estabilidad y solidez del
Avenger
sorprendieron y agradaron a Bolitho. Cierto que, tras el traslado en el frágil bote de remo, cualquier barco de verdad resultaba sólido. Pero el
Avenger
se notaba bien asentado sobre el agua y construido con gran solidez. Se acercó a la pequeña escotilla de bajada sosteniendo con una mano el sombrero, que el viento intentaba arrancar de su cabeza, y estudió el solitario mástil del velero y la amplia cubierta que la luz grisácea llenaba de metálicos reflejos.
En cada banda, las orlas de madera presentaban diez troneras que dejaban paso a los cañones de seis libras; en las amuras de proa, así como en el coronamiento de popa, se veían los correspondientes soportes donde montar unos morteros ligeros. Sería un buque de poco porte, decidió, pero iba armado hasta los dientes.
Una figura surgió de entre el tropel de marineros que poblaban la cubierta con sus actividades y se plantó ante los dos guardiamarinas. Se trataba casi de un gigante: alto, corpulento y con una tez tan curtida que tenía más aspecto español que inglés.
—He oído hablar de ustedes —profirió con voz áspera, alargando una mano llena de cicatrices—. Andrew Gloag, piloto en funciones de este buque.
Bolitho presentó a Dancer y observó a los dos hombres. El guardiamarina, flaco y rubio, junto a la sólida silueta envuelta en una chaqueta azul remendada en todas sus esquinas. Con un nombre como Gloag había que suponerle al hombre origen escocés, pero su acento era tan del sur como podía serlo el de Bolitho.
—Deberían instalarse en la popa, caballeros —reflexionó Gloag señalando a tierra firme—; si yo conozco bien a mi comandante, no tardaremos en levar anclas.
Su boca sonrió en una mueca que mostraba varios orificios negros en su dentadura:
—Espero que no se parezcan ustedes demasiado a él —dijo jovial, empujándoles hacia la escotilla—. ¡Con uno que mande tanto ya me basta!
Dicho eso, se volvió hacia la cubierta y, haciendo bocina con las manos, gritó:
—¡Despierta, tú, zángano! ¡Esa estacha necesita otra vuelta! ¡Dásela si no quieres que me coma tu pellejo para cenar!
Bolitho y Dancer descendieron gateando por la empinada escala y alcanzaron a tientas la minúscula cámara, no sin haberse golpeado las cabezas en varios de los baos de madera que, a la altura de sus hombros, sostenían la cubierta. En un instante se hallaban sumergidos en el universo del
Avenger
, con sus sonidos y sus olores, unos de ellos familiares, otros no tanto. Daba más la sensación de ser un barco de trabajo que un buque de guerra. Era sin duda una embarcación atípica. Igual que Andrew Gloag, cuya voz de trueno se oía tanto en el viento como a través de los sólidos mamparos de madera. Un segundo piloto que ocupaba el puesto del piloto. Jamás alcanzaría a comandar un navío como el
Gorgon
, pero a bordo del
Avenger
era el amo.
Costaba imaginarle trabajando a las órdenes de Hugh. Bolitho se encontró súbitamente pensando en su hermano. A menudo se preguntaba por qué le parecía tan distinto, como si no le conociera.
En varios aspectos había visto a Hugh transformado. Era más estricto y estaba más seguro de sí mismo, si es que eso era posible. Además, algo se notaba enseguida: no era feliz.
Dancer empujó su arcón hacia un rincón vacío y se sentó sobre él. Su cabeza rozaba la madera del bao que había sobre él.
—¿Cómo ves todo esto, Dick?
Bolitho dejó que penetrasen por sus oídos los sonidos de las maderas y la música rítmica de aparejos y jarcias que, en cubierta, golpeaban al viento. Todo parecería cobrar vida en cuanto saliesen de las abrigadas aguas de la rada.