Hugh asintió con cara grave.
—Sabía que no dudarías. Pero ¿hablas de brandy? No creo que fuese eso. Uno de mis hombres, que rastreaba la playa en busca de pistas, ha hallado un pedazo de envoltorio aceitado en una cueva cercana. Estos alijos no llevaban alcohol, querido hermano. A mi juicio, contenían unos excelentes mosquetes de fabricación francesa.
—¿Mosquetes? —preguntó Richard mirando sorprendido a su hermano.
—Exacto. Destinados a una rebelión de vete a saber qué lugar. Irlanda, América, quién sabe. En estos tiempos de cambio hay mucho dinero para alguien capaz de suministrar armas.
Bolitho meneó su cabeza, que de inmediato le dolió más de lo deseable.
—No puedo comprenderlo.
Su hermano se frotó las manos.
—¡Señor Dancer! Salude de mi parte al piloto y dígale que podemos zarpar cuando disponga. Si las armas son el cepo que necesitamos, tendremos armas.
Dancer le estudió con cautela.
—¿Hacia qué destino vamos, señor?
—¿Destino? Falmouth, por supuesto. De momento no pienso correr a informar al almirante. Esto se está poniendo interesante.
Se paró agarrado junto a la escotilla principal.
—Señor Bolitho, lávese, arréglese y vístase como Dios manda. Le hago saber que algunos de nosotros no hemos pasado una noche tan tranquila como usted.
Ninguna novedad ocurrió en el viaje del
Avenger
hasta Falmouth. Una vez echada el ancla, Hugh Bolitho bajó a tierra; Gloag, ayudado por los dos guardiamarinas preparó el cúter para embarcar vituallas al tiempo que se ocupaba de apartar a los curiosos, enviados sin duda por alguien que buscaba información.
Pronto Bolitho veía contrabandistas tras las esquinas y las barricas. Las noticias, tanto las referentes al buque embarrancado como las de la banda de saqueadores que Bolitho y Vyvyan habían hecho huir, llegaron a Falmouth mucho antes que el
Avenger
. No se hablaba allí de otra cosa que no fuese eso o lo que podía ocurrir a continuación.
El comandante del cúter regresó mostrando signos de un buen humor inhabitual en él.
—Todo listo —explicó una vez en la cámara—. Oficialmente, el
Avenger
partirá hacia el Canal en busca de otro cargamento de armas de contrabando. Con esa historia haremos saber a los contrabandistas de aquí que sabemos el asunto de los mosquetes, aunque no hayamos recuperado ninguno.
Su mirada repleta de satisfacción apuntó primero a Gloag, luego a su hermano y finalmente a Dancer.
—¿Qué? ¿No lo ven? ¡Es un plan casi perfecto!
Gloag se frotó la calva, gesto indicativo de que se esforzaba en meditar sobre algo que no acababa de ver claro.
—Entiendo que nadie sabrá si es cierto o no que hay otro cargamento, señor. Por supuesto que los franceses enviarán tantas armas como compradores tengan. Pero ¿dónde vamos a encontrarles, señor?
—No los encontraremos —respondió Hugh con una sonrisa aún más ancha—. Partiremos rumbo a Penzance y llegaremos con un cargamento nuestro. Lo pondremos sobre carretas y lo mandaremos por camino a la guarnición de Truro. El gobernador de Pendennis se ha ofrecido a prestarnos unos cuantos mosquetes, barriles de pólvora y balas, para formar una carga bien tentadora. No duden que durante el transporte hacia Truro alguien intentará apoderarse de ella. Ustedes saben cómo son esos caminos. ¿Quién resistiría la tentación de aprovecharse de ellos?
—¿No sería mejor advertir de ese plan al almirante de la región militar de Plymouth, antes de llevarlo a cabo? —preguntó Richard.
Hugh se volvió hacia él.
—¡Que digas tú eso no tiene perdón! Como si no supieras lo que ocurre. Ante una consulta así, o te niegan el permiso, o tardan tanto en dártelo que para entonces lo sabe el país entero. No —prosiguió con una breve sonrisa—. Actuaremos con rapidez y lo haremos bien, por una vez.
Bolitho examinó la cubierta. Una emboscada provocada ante la expectativa de un botín suculento, seguida del pánico de los atacantes al darse cuenta de que habían caído en una trampa. Y en esa ocasión, ninguna cueva donde esconderse en los alrededores.
—Ya he avisado a los de Truro —explicó Hugh—. La columna de dragones, para entonces, ya habrá regresado de su misión. El coronel que los manda es amigo de papá, y disfrutará con este plan. ¡Será como perseguir cerdos en una pocilga!
Se produjo un momento de silencio, durante el cual Bolitho pensó en el fallecido Trillo. Una vez enterrado se dio cuenta de que ya no cabía pensar más en él. Se sentían vivos y seguros, tenían cosas que hacer.
—Creo que puede funcionar, señor —dijo Dancer—. Todo dependerá de que los espías avisen de cuándo se producirá el ataque.
—Exacto. Y también de la suerte. Pero con intentarlo no se pierde nada. Y si todo lo demás falla, eso será como abrir la tapa de un avispero; más de uno habrá en la región dispuesto a darnos información para que nos vayamos a otro lugar.
Se oyó el roce de unos remos de bote que alcanzaban el casco. Un instante después Pyke penetraba en la cámara.
El contramaestre bebió un trago de brandy con gesto de agradecimiento.
—La presa está ya al cargo del jefe superior de Impuestos, señor. Y todo está solucionado. —Miró a Richard y añadió—: Por cierto, señor, aquel confidente llamado Portlock ha muerto. Alguien se fue de la lengua.
—¿Alguno de ustedes desea otro trago de brandy? —preguntó Hugh Bolitho.
Su hermano le miró con dolor. Hugh lo sabía ya desde hacía rato. Probablemente antes de la operación sabía que el hombre acabaría muerto.
—¿Qué se sabe de la chica? —preguntó.
—Desaparecida —explicó Pyke, que le examinaba con atención—. Y mejor para todos. Ya le dije que esa chusma sólo produce chusma.
Levantar la tapa de un avispero, prometía su hermano. Ya se empezaban a divisar las primeras señales.
En cubierta repicó la campana de la bitácora.
—Me voy a tierra —dijo Hugh Bolitho—. Richard, yo comeré en casa hoy.
Dicho esto miró a Dancer:
—¿Desea usted venir conmigo? Creo que mi hermano deberá permanecer a bordo mientras vaya así vendado. ¡A mi madre le daría un ataque si viese a nuestro héroe con ese aspecto!
—No, señor, gracias —respondió Dancer mirando a Bolitho—. Me quedaré a bordo.
—Perfecto. Mantengan la guardia durante todo el día, vigilen a los moscones. Esta noche, en las tabernas de Falmouth no se hablará más que de nosotros.
Una vez Hugh hubo trepado por la escala y los dos guardiamarinas se quedaron solos, Bolitho dijo a Dancer:
—¿Por qué no has ido con él? Nancy se habría alegrado de verte.
—Hemos llegado aquí juntos, Dick —respondió Dancer con una sonrisa—, y prefiero que continuemos así. Después de lo ocurrido la noche pasada, tú necesitas un guardaespaldas.
Gloag regresó tras despedir a su comandante en la orla y agarró la jarra, que, en su enorme puño parecía un dedal.
—Lo que yo quiero saber es —masculló el piloto mirándoles con ferocidad—¿qué ocurrirá si ellos se enteran de lo que planeamos? ¿Y si tienen algún espía entre nosotros?
Bolitho le miró paralizado. Dancer fue el primero en responder.
—Lo que ocurrirá, señor Gloag, me temo, es que la pérdida de armas y municiones del gobierno exigirá más explicaciones de las que podremos dar.
Gloag asintió con energía.
—Es lo que yo pienso. —Tomó otro trago e hizo chasquear los labios—. Sería muy mal asunto.
Bolitho imaginó la reacción del almirante en jefe de Plymouth, y se preguntó qué diría en aquel caso su propio comandante del
Gorgon
.
La carrera de los hermanos Bolitho en la Armada tendría poco futuro.
Bolitho paseaba por el malecón de piedra y observaba al mismo tiempo la actividad del puerto de Penzance. A pesar de la fría atmósfera ambiental, parecía un día de primavera. Los colores vivos de los barcos de pesca, amarrados junto a los sucios cascos de cabotaje, resaltaban contra el fondo de los edificios negros y las afiladas torres de iglesia de la ciudad. Todo se veía más limpio y brillante de lo que correspondía en aquella época del año.
Examinó pensativo al
Avenger
, amarrado en el muelle. Desde aquel ángulo tenía aún menos aspecto de buque de Su Majestad. Su ancha cubierta se veía atiborrada de cabuyerías y hombres que trabajaban animosos. Entre ellos, sin embargo, disimulaban los centinelas que, ojo avizor, observaban a los paseantes, listos para descubrir a cualquier sospechoso.
La partida se había planeado y ejecutado con total eficacia. El cargamento de armas prestadas por el ejército llegó a bordo durante una noche negra, mientras Pyke y una columna de veinte hombres patrullaban los alrededores y se aseguraban que nadie había visto la operación.
Ya en la mar se había evitado cualquier contacto con otros buques; el
Avenger
navegó alejado de la costa antes de regresar hacia el canal y arrumbar su proa al puerto de Penzance.
Hugh había ido a tierra sin explicar, como era habitual en él, dónde iba ni cuándo volvería.
Bolitho estudió la variedad de paseantes, hombres y mujeres, marinos y pescadores, comerciantes y desocupados, que desfilaban junto al barco. ¿Había ya corrido la noticia? ¿Alguien estaba ya planeando una emboscada para capturar el falso cargamento de armas inventado por Hugh?
Dancer saltó al muelle desde la cubierta y se quedó junto a él, frotándose las manos para combatir el frío.
—Todo se ve muy tranquilo, Martyn —dijo Bolitho.
Su amigo asintió con buen humor.
—Tu hermano ha pensado hasta el último detalle. Hace un rato vino el jefe de la oficina de recaudación. Al parecer, han mandado una caravana de carretas para recibir el botín. —Su boca dibujó una gran sonrisa—. Jamás me imaginé que la Armada se metiese en operaciones de este estilo.
—¡Se aproxima el capitán, señor! —avisó un centinela.
Bolitho agradeció el aviso con un gesto. Le gustaba el compañerismo reinante entre los marinos sin grado y los oficiales de aquel barco; viviendo apretados en tan diminuto espacio, parecía que debiera ocurrir todo lo contrario.
Hugh Bolitho, seguido a respetuosa distancia por los dos guardiamarinas, saltó con agilidad desde el muelle a la cubierta. Parecía muy seguro de sí mismo y llevaba el sable colgado en su costado.
Hugh saludó militarmente hacia la toldilla, donde ondeaba la bandera, y dijo:
—Las carretas llegarán dentro de muy poco. Todo sale como estaba previsto. En el pueblo no se habla de nada más que de nuestro apresamiento y del botín. Excelentes mosquetes y mucha pólvora, todo apresado a un enemigo potencial.
Recorrió con su mirada los fardos de pesados mosquetes que sus hombres izaban desde la bodega bajo la vigilancia del cabo de artilleros y aspiró ávidamente el aire de su alrededor.
—Un buen día para empezar. No hay tiempo que perder. Nos deben de estar vigilando ahora mismo. Necesitan ver si de veras vamos a transportar el cargamento hasta un lugar seguro, o si lo movemos por cubierta para despistar.
—¡Qué astucia la suya, señor! —declaró con admiración Gloag, que le escuchaba—. Apuesto a que dentro de nada le darán el mando de un buque de guerra de verdad.
—Podría ser. —Hugh se encaminó hacia la bajada—. En el momento en que lleguen las carretas hay que empezar a cargarlas. No abandonen la guardia ni un momento. Contamos con una columna de carabineros que hará de escolta.
Sus ojos se fijaron en Dancer.
—Usted estará al mando. El jefe de los carabineros ya sabe lo que debe hacer, pero quiero un oficial de la Armada al frente.
—Puedo ir yo, señor —terció rápidamente Bolitho—. No parece justo que vaya él. Si está aquí es más que nada por mi causa.
—No quiero discusiones. —Hugh sonrió—. Por otra parte, la escaramuza terminará casi antes de empezar. Un par de hombres heridos y con la llegada del regimiento de dragones bastará. ¡Con eso, sir Henry Vyvyan podrá ahorcar a tantos bandidos como desee!
Una vez hubo desaparecido bajo cubierta, dijo Dancer:
—No temas, Dick, a bordo del
Gorgon
corrimos peligros mucho peores que éste. Esto contará a nuestro favor cuando nos examinemos para tenientes, si es que llegamos a hacerlo algún día.
Las carretas llegaron antes de mediodía y fueron cargadas sin retraso. Hugh Bolitho lo había planeado con exactitud. Suficiente espectáculo como para demostrar el orgullo que un joven comandante sentía por su captura, pero no tanto como para hacer pensar en un engaño.
Si la acción terminaba bien, Gloag habría acertado en su apreciación. Entre el dinero del rescate por el bergantín holandés y la captura de una banda de saqueadores y contrabandistas, los problemas de Hugh quedarían olvidados.
—¡Eh, ustedes! ¡Echen una mano con mi baúl!
Bolitho se volvió. Un marinero cargaba el arcón de un hombre alto y de brazos largos, vestido con chaqueta azul y sombrero, que acababa de saltar a la cubierta del cúter.
El marinero sonreía y parecía conocer perfectamente al recién llegado.
—¡Bienvenido de nuevo a bordo, señor Whiffin!
Bolitho se apresuró hacia la popa. Su cerebro trabajaba a toda prisa intentando recordar dónde había oído aquel nombre. En los diez días que llevaba a bordo había aprendido la mayoría de los nombres y rangos de la gente, pero se le escapaba el cargo de Whiffin.
El hombre alto le miró con serenidad. Su cara era triste y carente de expresión.
—Whiffin —dijo—. Contador de a bordo.
Bolitho se tocó el sombrero. Por supuesto, ahora se acordaba. En la dotación de un cúter el contador reunía varias responsabilidades. Actuaba de sobrecargo, servía de asistente al comandante; en algunos casos sabía suficiente medicina para sustituir al cirujano. Whiffin tenía aspecto de poder hacerlo todo. Recordó vagamente a su hermano mencionando que había desembarcado a Whiffin por una u otra razón. No importaba. El hombre volvía a estar a bordo.
—¿Se halla el capitán a bordo? —preguntó examinando a Bolitho con curiosidad—. Usted podría ser su hermano.
Viniera de donde viniera, Whiffin estaba bien informado.
—En la cámara.
—Excelente. Necesito verle.
Lanzó otra mirada inquisitiva hacia Dancer y descendió por la escala retorciéndose como una comadreja.
—Vaya, vaya —musitó Dancer amagando un silbido con sus labios—. Un tipo extraño.