Escorpio no podía culparles: no se parecía a ningún tipo de fenómeno atmosférico que hubiese visto antes. No era un tornado, ni un huracán. Ahora que la dominante masa de múltiples brazos estaba directamente sobre sus cabezas, su naturaleza artificial era asquerosamente obvia. Toda la masa, desde el ancho tronco que descendía desde las nubes hasta la más fina de sus ramificaciones, estaba compuesta por los mismos elementos cúbicos negros que habían visto en la nave de Skade. Era maquinaria inhibidora, lobos, o como quisiera llamarlos. Era imposible adivinar la cantidad de máquinas que se cernían sobre ellos, ocultas tras las nubes. El tronco bien podía alcanzar toda la atmósfera de Ararat. Se sintió enfermo tan solo con mirarlo; simplemente no era normal.
Giró hacia la otra barca. Ahora que ya se había encargado de Clavain, había recuperado la claridad mental que había perdido unos minutos atrás. Probablemente no había estado bien dejarlos en el iceberg con tan solo una barca para escapar, pero no quería tener a nadie más con él mientras enterraba a su amigo. Quizás había sido egoísta, pero no habían sido los demás los que lo habían rajado.
—Aguantad —les dijo a través del comunicador—. Repartiremos el peso en cuanto pueda acercarme lo suficiente.
—¿Y después qué? —preguntó Vasko, mirando temeroso a la cosa que se extendía por el cielo.
—Después salimos corriendo como alma que lleva el diablo.
La atención de la masa negra recayó sobre el iceberg. Con lentos movimientos como los de una pitón, enroscó un grupo de tentáculos en la cima de la estructura helada. Las agujas y estructuras de hielo se hicieron añicos conforme la maquinaria se abría paso hacia el interior. Quizás, pensó Escorpio, percibían la presencia de otras piezas inhibidoras dormidas o muertas entre las ruinas de la corbeta y necesitaban reunirse con ellas. O quizás buscaban otra cosa completamente diferente.
El iceberg tembló. El mar respondió al movimiento con lentas y superficiales ondas rezumando del contorno helado. Desde algún punto de la estructura se oyeron crujidos, como huesos rotos. Se abrieron grietas en la capa superficial del iceberg, dejando entrever una diáfana médula de fabulosos colores rosados, azules y ocres.
La maquinaria negra se introdujo por las grietas. Una docena de tentáculos emergieron del iceberg, enroscándose y retorciéndose, olfateando el aire, dividiéndose en componentes aún más pequeños conforme empujaban hacia a fuera. La barca de Escorpio rozó el casco de la otra barca.
—¡Dadme la incubadora! —gritó por encima del ruido del motor.
Vasko se levantó, inclinándose entre las dos barcas, apoyándose con una mano en el hombro de Escorpio. El joven estaba pálido, con el pelo aplastado sobre su cabeza.
—Has vuelto —dijo.
—Las cosas han cambiado —dijo Escorpio.
Escorpio miró la incubadora, notó el peso de la niña en su interior y la sujetó entre la seguridad de sus pies.
—Ahora, Khouri —dijo, y le ofreció la mano a la mujer.
Ella cruzó a la otra barca. Escorpio notó cómo se hundía más en el mar por el peso. Khouri lo miró a los ojos un momento y pareció a punto de decir algo, pero él se volvió hacia Vasko antes de que tuviera la oportunidad de hacerlo.
—Sígueme, no quiero quedarme aquí ni un segundo más de lo necesario.
Las grietas del iceberg se habían ensanchado hasta crear vertiginosos abismos, fallas que llegaban hasta el centro. La maquinaria negra se adentró aún más en el hielo, insinuándose en ansiosas oleadas. Más extremidades surgían del perímetro del iceberg, ondulándose y expandiéndose. La estructura comenzó a romperse en trozos tan grandes como una casa. Escorpio aceleró aún más el motor, golpeando contra las olas, pero no podía despegar su atención de lo que sucedía a sus espaldas. Grandes trozos del iceberg se desprendían y arrojaban puntiagudas piezas al mar, provocando una gran polvareda y un terrible estruendo al caer en el agua. Ahora veía cómo una maraña de tentáculos negros se doblaban y retorcían alrededor de la destrozada corbeta. Ya no quedaba casi nada del iceberg, solo la nave que lo había creado. La maquinaria elevó la nave en el aire. Las formas negras se introdujeron por todos los huecos del casco con movimientos delicados y atentos, incluso vagamente aprensivos, como alguien retirando el último envoltorio de un regalo delicado.
La otra barca se estaba quedando atrás al ser más lenta por el peso de tres adultos a bordo. Entonces la corbeta se rompió en afilados trozos negros, que, salvo los más pequeños, quedaron suspendidos en el aire. Espirales y lazos de perfecta negrura rodeaban los trozos de la nave. Están buscando algo, pensó Escorpio. Las espirales soltaron sus presas. Los tentáculos y subtentáculos se retiraron en una oleada de movimientos de contracción. Las capas de cubos negros fluyeron las unas hacia las otras, aumentando y encogiéndose con hipnotizante compás. Escorpio solo pudo fijarse en los detalles de los bordes, donde la maquinaria se encontraba con el fondo gris del cielo.
Todos los trozos de la corbeta cayeron entonces al mar. Pero aún quedaba algo allí flotando: una diminuta estrella blanca colgada sin fuerzas en el aire. Era Skade, cayó en la cuenta Escorpio. La maquinaria la había encontrado dentro de las ruinas. La habían rodeado por la cintura e insertado otras maquinarias más delicadas en su cabeza para interrogarla, extrayendo las estructuras neurales de su cadáver. Por un momento quizás se sintiera viva de nuevo.
La maquinaria negra lanzó un nuevo tronco de sí misma hacia las barcas a la fuga. Al verlo, algo se tensó en el estómago de Escorpio, una respuesta visceral frente a la cercanía de un depredador:
aléjate de él
. Intentó forzar más la barca, pero ya estaba ofreciendo el máximo de sus posibilidades. Vio movimiento en la otra barca: el brillo de un cañón apuntando hacia el cielo. Un instante después la cegadora descarga eléctrica rosa del cañón Breitenbach iluminó el cielo gris. El rayo salió disparado hacia la amenazante masa de maquinaria alienígena. Debería haberla alcanzado de lleno, infligiendo una abrasadora herida en la nube. Pero en lugar de eso, el rayo giró alrededor de la maquinaria como una manguera. Vasko siguió disparando, pero el rayo eludía cualquier punto sobre el que podría haber provocado daños.
La maquinaria negra siguió al ancho tronco. El grueso de la masa negra seguía flotando en el cielo, con multitud de brazos como una obscena lámpara de araña. Parecía interesarse especialmente en la segunda barca. El cañón volvió a disparar. Escorpio oyó la descarga de otras armas de fuego más pequeñas, pero nada de eso parecía afectar a la maquinaria negra.
De pronto notó un dolor agudo en los oídos. En ese mismo instante, a su alrededor, el mar se elevó tres o cuatro metros, como si el cielo ejerciera una tremenda succión. Sonó el trueno más ensordecedor que había oído en su vida. Miró hacia arriba con los oídos aún atronando y vio… algo, una sombra durante una fracción de segundo, una ausencia circular en el cielo, una débil demarcación entre el aire y algo en su interior. El círculo desapareció casi inmediatamente y mientras dejaba de existir notó el mismo dolor en sus oídos, la misma sensación de succión.
Unos segundos después volvió a suceder. Esta vez el círculo se entrecruzó con la masa principal de la maquinaria inhibidora. Un enorme coágulo deforme cayó sobre las olas, seccionado del resto. Una masa aún mayor simplemente había dejado de existir. Fue como si todo lo que estaba dentro de la región esférica hubiese desaparecido en un abrir y cerrar de ojos, no solo el aire, sino toda la maquinaria inhibidora que ocupaba ese mismo volumen. Los miembros unidos a los trozos que se desprendieron se retorcían salvajemente al caer. Escorpio advirtió que se ralentizaban conforme se acercaban a la superficie del agua, pero el ritmo de desaceleración no era suficiente para que se detuviesen por completo. Los miembros golpeaban la superficie, se hundían y volvían a reflotar, sacudiéndose alrededor del centro principal, trillando el mar.
Khouri se inclinó hacia Escorpio. Sus labios se movieron, pero su voz se perdió en el rugido que inundaba sus oídos. Sin embargo las tres sílabas que pronunciaba eran inconfundibles y supo lo que decía: Remontoire. Escorpio asintió. No necesitaba saber los detalles, era suficiente con que interviniera.
—Gracias, Rem —dijo, oyendo su propia voz como si estuviese bajo el agua.
La masa de color verde azulado de los malabaristas se fusionaba alrededor de la maquinaria negra que flotaba en el mar. En el cielo, el intruso había comenzado a retirarse hacia la cubierta de nubes, con las curvadas superficies de sus heridas aún evidentes a simple vista. Escorpio empezó a preguntarse si las otras partes se repararían a sí mismas, surgiendo de la biomasa malabarista para continuar causándoles problemas, cuando los malabaristas, los trozos de maquinaria y toda una porción esférica del mar desaparecieron. Observó que la descendiente y lisa pared de agua alrededor del vacío parecía congelada, sin ninguna intención de reclamar el volumen que le habían arrebatado. Entonces se desmoronó, formando una torre de agua verde sucia en el aire de su epicentro y una siniestra ola se acercó a toda velocidad hacia ellos. Escorpio se agarró con fuerza a la barca y a la incubadora.
—¡Agárrate bien! —le gritó a Khouri.
Ararat, 2675
Esa noche aparecieron extrañas luces en los cielos de Ararat. Eran vastas y difusas, como mapas de constelaciones olvidadas. No se parecían a ninguna aurora boreal que los colonos hubieran visto antes.
Comenzaron a aparecer durante el crepúsculo que siguió a la puesta de sol, al oeste del cielo. No había nubes que ocultasen las estrellas y las lunas estaban tan bajas como lo habían estado durante la larga travesía hasta el iceberg. La solitaria espiral de la gran nave era una cuña de oscuridad más profunda sobre el crepúsculo morado, como un atisbo de la verdadera noche estelar tras el velo de la atmósfera de Ararat.
Nadie tenía ni idea de qué producía las luces. Las explicaciones convencionales, como la de armas de fuego interaccionando con la atmósfera más externa de Ararat, demostraron ser completamente inadecuadas. Observaciones captadas con cámaras desde diferentes lugares de Ararat establecieron distancias de paralaje para las formas de fracciones completas de segundos luz, mucho más allá de la ionosfera de Ararat. De vez en cuando había efectos más comprensibles: el fulgor de una explosión convencional, o una lluvia de partículas exóticas de la estela del rayo de alguna arma que rozaba la atmósfera; ocasionalmente el intenso destello del escape de un motor o la estela de un misil, o una ráfaga de tráfico de comunicaciones encriptadas. Pero durante la mayoría del tiempo, la guerra sobre Ararat se desarrollaba con armas y métodos de funcionamiento incomprensible.
Aunque una cosa sí estaba clara: cada hora que pasaba, las luces aumentaban su brillo y complejidad. Y en el agua alrededor de la bahía, cada vez más formas oscuras encrespaban las olas. Se desplazaban y mezclaban, cambiando de forma demasiado rápido para ser vistas. No parecían tener ningún propósito definido, daban la impresión de ser una concentración sin sentido. El cuerpo de nadadores en contacto con los malabaristas observaban con nerviosismo, reticentes a entrar en el mar. Y conforme las luces se hacían más intensas, los cambios eran más frecuentes, respondiendo así las formas en el mar con su propio ritmo acelerado. Los nativos de Ararat también eran conscientes de que tenían visita.
Hela, 2727
Grelier ocupó su posición en la gran sala de la
Lady Morwenna
, en uno de los numerosos asientos repartidos delante de la ventana negra. La sala estaba en penumbra. Se habían cerrado las persianas metálicas externas de todas las vidrieras. Había algunas luces eléctricas para guiar a los espectadores hasta sus asientos, pero la única fuente de iluminación procedía de las velas, agrupadas en grandes candelabros. Arrojaban una sensación solemne y artística sobre el evento, volviendo las caras nobles, desde los altos dignatarios de la Torre del Reloj, hasta los más simples técnicos de la Fuerza Motriz. Naturalmente, no había nada que ver en la ventana negra, excepto la vaga insinuación de la mampostería que la rodeaba.
Grelier vigilaba a la congregación. Aparte de una plantilla básica que se encargaba de las tareas esenciales, el resto de la población de la catedral debía estar presente. Conocía a muchas de las cinco mil personas por su nombre, mucho más de lo que la mayoría podía imaginar. Del resto, tan solo había unos cientos de caras con las que no estaba familiarizado. Le emocionaba ver tanto público, especialmente cuando pensaba en los lazos de sangre que los unían a todos. Casi podía verlo: un rico tapiz rojo de conexiones colgando por encima de la congregación, cortinas y banderas escarlata y burdeos, simultáneamente complejas y maravillosas.
La sangre le recordó a Harbin Els. El joven, como le había contado a Quaiche, estaba muerto. Se mató realizando trabajos de despeje. Sus caminos no habían vuelto a cruzarse desde aquella entrevista inicial en la caravana, a pesar de que Grelier había estado despierto durante gran parte del período de trabajo de Harbin en la
Lady Morwenna
. El proceso de transfusión que había experimentado Harbin había sido gestionado por los asistentes de Grelier, en lugar de por el propio inspector general de Sanidad. Pero al igual que toda la sangre que se extraía en la catedral, una muestra había sido catalogada y almacenada en la cámara de sangre de la
Lady Morwenna
. Ahora que la chica había vuelto a cruzarse en su vida, Grelier había decidido recuperar la muestra de Harbin del archivo y hacer un detallado estudio de la misma.
Era una posibilidad remota, pero merecía la pena. A Grelier le había surgido una pregunta: ¿era el don de la chica algo aprendido, o innato? Y si era innato, ¿había algo en su ADN que lo activara? Sabía que solo una persona entre mil tenía el don de reconocer e interpretar las microexpresiones; y que muchas menos aún lo hacían al nivel de Rashmika Els. Seguramente se podría aprender, pero la gente como Rashmika no necesitaba ninguna formación: simplemente conocían las reglas con absoluta convicción. Poseían el equivalente en observación a un oído musical perfecto. Para ellos, lo extraño era que el resto no captasen las mismas señales. Pero eso no significaba que el don fuese una dotación misteriosa ni sobrehumana. El don era socialmente debilitante. Quien lo poseía no podía ser consolado con una mentira piadosa. Si eran feos y alguien les decía que eran guapos, la diferencia entre la intención y el efecto era aún más dolorosa porque era demasiado obvio, demasiado sarcástico.