Esperó unos momentos para que asimilasen la precisión y contención de su ataque antes de contactar con ellos de nuevo.
El próximo hace desaparecer vuestros sistemas vitales, ¿os ha quedado claro
?
La corbeta vació. Los segundos pasaban mientras los acólitos de Skade examinaban miles de posibles respuestas, como niños jugando con bloques de construcción, montando enormes edificios tambaleantes de respuestas y contrarespuestas. Casi con seguridad, no se esperaban que Remontoire utilizase el arma contra ellos. No sospechaban en absoluto que tuviese tal grado de control sobre los efectos del arma. Incluso si hubieran considerado la posibilidad de recibir un ataque, debían de haber asumido que apuntaría al corazón de la propulsión de la nave, eliminándolo en un instante de luz cegadora. Pero en lugar de eso, les había dejado escapar tan solo con una advertencia. Este no era momento para crearse nuevos enemigos, había pensado Remontoire.
No hubo más transmisiones. Remontoire observó fascinado cómo los motores crioaritméticos suavizaban los gradientes de temperatura alrededor de las dos heridas exteriores, haciendo lo posible para camuflar el daño. Entonces la corbeta viró, presionó la aceleración al límite y se esfumó. Remontoire se permitió vanagloriarse durante un miserable instante. Había jugado bien sus bazas. Su nave seguía siendo capaz de navegar el espacio, a pesar del daño infligido y de lo único que tenía que preocuparse ahora era del grupo de máquinas inhibidoras que se acercaba. Las máquinas llegarían en tres minutos.
Dos mil kilómetros, luego mil, luego quinientos. Cada vez más cerca, sus sensores luchaban por computar al grupo de máquinas inhibidoras como una única entidad, creando estimaciones de la distancia, escala y disposición geométrica absurdamente contradictorias. Lo mejor que podía hacer era concentrar sus esfuerzos en los nódulos mayores, refinando el camuflaje del casco para proporcionar una mejor coincidencia del campo visual con el cosmos circundante. Ajustó la vectorización de la propulsión, perdiendo algo de aceleración, pero alejando los chorros de escape de su nave de las cambiantes concentraciones de máquinas enemigas. Las partículas de escape eran invisibles, casi indetectables, con los métodos disponibles para Remontoire, y esperaba que se aplicase la misma desventaja a los alienígenas, aunque no compensaba correr riesgos.
Los grupos se reorganizaban, acercándose cada vez más. Estaban aún demasiado lejos y demasiado vagamente dispersos para constituir un blanco eficaz para el arma hipométrica. Además, dudaba acerca de usarla contra ellos excepto como último recurso. Siempre existía el peligro de mostrársela demasiadas veces, facilitándoles los datos suficientes como para que dieran con una respuesta. Ya les había pasado con otras armas: una y otra vez los inhibidores habían desarrollado defensas eficaces contra la tecnología humana, incluso contra alguna de las armas legadas por Aura. Era posible que las máquinas alienígenas no las estuviesen desarrollando ellas mismas, sino que simplemente recuperasen contramedidas de algún confuso y antiguo recuerdo racial. Esta conjetura alarmaba a Remontoire más que la idea de que quizás estuviesen desarrollando adaptaciones y respuestas mediante un pensamiento inteligente. Siempre les quedaba la esperanza de que un tipo de inteligencia pudiera ser vencida mediante la aplicación de otra, o de que la inteligencia, autocomplaciente y con tendencia a la duda, pudiera incluso conspirar en su propia perdición. Pero ¿qué pasaría si no hubiese inteligencia en la actividad inhibidora?, ¿y si fuese meramente un proceso de archivo y recuperación, una mera burocracia mecánica de extinción sistematizada? La galaxia era un lugar muy antiguo y había visto muchas ideas ingeniosas. Era más que probable que los inhibidores ya poseyeran datos antiguos sobre las nuevas armas y tecnologías de los humanos. Si no habían desarrollado todavía respuestas eficaces, era solo porque ese sistema de recuperación de datos era lento al estar el propio archivo enormemente repartido. Lo que eso significaba era que no había nada que los humanos pudieran hacer a largo plazo. No había manera de derrotar a los inhibidores excepto a escala muy localizada. Pensando a escala galáctica, más allá del puñado de sistemas solares más cercanos, ya estaban perdidos.
Pero a través de su madre, Aura les había dicho que no estaba todo perdido, todavía no. Según Aura, había una forma de ganar tiempo, y quizás la victoria final frente a los inhibidores. Fragmentos, trozos, eso era lo único que podían deducir de los confusos mensajes de Aura, pero de la paja habían surgido pistas de una señal. Una y otra vez aparecían una serie de palabras: «Hela». «Quaiche». «Sombras». No eran más que fragmentos sueltos de un conjunto mayor que Aura era incapaz de articular, por su juventud. Lo único que Remontoire podía hacer era adivinar ese conjunto al completo, usando lo que ya habían aprendido antes de que Skade la raptase. Remontoire pensaba que Skade y Aura habían muerto, pero él seguía teniendo esos fragmentos. Tenían que significar algo, por muy poco probable que pareciese. Había una clara relación entre dos de esas palabras: Hela y Quaiche. Esas palabras juntas tenían un significado, pero no sabía nada de las sombras. ¿Qué significaban y que importancia tenían?
El grupo de lobos estaba ya muy cerca. Habían comenzado a formar unos cuernos a ambos lados de su nave, como oscuras tenazas con destellos internos de rayos violetas. Se podían distinguir rastros de las simetrías cúbicas en los bordes y en las curvas pronunciadas. Repasó sus opciones, teniendo en cuenta los sistemas dañados durante el ataque de la nave combinada. No deseaba usar el arma hipométrica todavía y dudaba de si estaría listo para un segundo ataque antes de que los elementos que no habían sido dañados lo alcanzasen.
Delante de él, el planeta se había hecho considerablemente más grande. Había expulsado al otro grupo de su mente, pero seguía allí, delante de él, avanzando hacia la frágil atmósfera malabarista y sus parásitos humanos. Medio mundo estaba en la oscuridad, el resto era de un turquesa jaspeado, salpicado por blancas nubes y remolinos de sistemas tormentosos.
Remontoire tomó una decisión: tendría que usar las minas burbuja. En una fracción de segundo, se abrieron las escotillas en el casco habitable de su nave con forma de tridente. En otra fracción de segundo, lanzó media docena de munición del tamaño de un melón en todas las direcciones. El casco emitía sonidos metálicos conforme desplegaba las armas. Después no hubo más que silencio.
Transcurrió todo en un segundo, luego detonó la munición en una secuencia coreografiada con exactitud. No hubo vacilación, ni destellos blancos cegadores ya que no eran artilugios de fusión ni cabezas nucleares antimateria. Eran, de hecho, simples bombas, en el sentido más amplio de la palabra. En el lugar en el que cada una de las bombas había detonado, había una esfera de algo, de veinte kilómetros de ancho, allí esperando, como un globo de barrera inflado instantáneamente. La superficie de cada esfera estaba arrugada como la piel de una fruta madura, de un tono morado negruzco y con nauseabundas oleadas de color. En el lugar donde se cruzaban dos esferas (porque su munición estaba a menos de veinte kilómetros cuando detonaron) los límites fusionados centelleaban con emanaciones como azúcar de color violeta y azul pastel.
Los mecanismos internos de las minas eran tan intrincados e impredecibles como los que se hallaban dentro del arma hipométrica. Había incluso extraños puntos de correspondencia entre las dos tecnologías. Partes aquí y allá que parecían vagamente similares, como sugiriendo que tal vez habían nacido de la misma especie o en la misma época de la historia galáctica.
Remontoire sospechaba que las minas representaban un estadio anterior hacia la tecnología de ingeniería métrica de los amortajados. Mientras que los amortajados habían aprendido a encerrar volúmenes de espacios estelares completos en los proyectiles de espacio tiempo rediseñados con sus propias extraordinarias propiedades defensivas, las minas burbuja producían proyectiles inestables de tan solo veinte kilómetros de diámetro. Se desintegraban para volver al espacio tiempo normal en unos segundos, explotando y dejando de existir con un estremecimiento de exóticos cuantos. Donde hubieran estado las propiedades locales de la métrica, mostraban pequeños indicios de tensión previa. Pero las burbujas no podían hacerse más grandes ni más duraderas, al menos no usando la tecnología que Aura les había proporcionado.
Su descarga de munición ya estaba desintegrándose. Las esferas estallaban una a una en una secuencia aleatoria. Remontoire supervisó los daños. Donde habían detonado los proyectiles, la maquinaria inhibidora afectada había desaparecido. Había heridas curvas matemáticamente lisas en las agrupaciones de elementos cúbicos. Relámpagos surcaban su destrozada estructura, zigzagueando sin sugerir ni dolor ni rabia.
Había que rematarlo mientras estuviese débil, pensó Remontoire. Emitió la orden mental que lanzaría la última descarga de minas burbuja a la maquinaria restante. Esta vez no sucedió nada. Los mensajes de error inundaron su cerebro: el mecanismo de lanzamiento había fallado, sucumbiendo finalmente al daño provocado por el ataque anterior. Había tenido suerte de que funcionase al menos en una ocasión. Por primera vez, Remontoire se permitió algo más de un instante de auténtico y paralizante miedo. Sus opciones habían disminuido considerablemente. No tenía casco blindado. Esa era otra tecnología que habían obtenido de Aura, pero al igual que la supresión de la inercia, no funcionaba bien cerca del arma hipométrica. El blindaje del casco procedía de los gusanos; el arma h y las minas burbuja, de una cultura diferente. Existían, desgraciadamente, incompatibilidades. Lo único que le quedaba era el arma hipométrica y su armamento convencional, pero aún no había un objetivo claro contra el que lanzar un ataque.
El casco se estremeció y sus minas convencionales salieron disparadas de sus escotillas. Las detonaciones de fusión pintaron el cielo. Notó cómo la onda expansiva electromagnética hacía estragos en sus implantes, creando formas abstractas en su campo visual.
Los inhibidores seguían allí. Disparó dos misiles Stinger y observó como se estrellaban a cien ges. No pasó nada. Ni siquiera habían detonado correctamente. No tenía armas de rayos, no tenía nada más que ofrecer.
Remontoire estaba muy tranquilo. Su experiencia le decía que no ganaba nada usando el arma hipométrica, aparte de darle a las máquinas otra oportunidad para estudiar su funcionamiento operativo. También sabía que los lobos aún no habían conseguido robar una de las armas, y no dejaría que eso pasara hoy.
Preparó la orden suicida, visualizando una corona de minas de fusión almacenadas en la nácela del arma alienígena. Provocaría un resplandor espectacular al explotar, casi tan brillante como el que los seguiría un instante después cuando el motor combinado hiciese lo mismo. Había, pensó, muy pocas probabilidades de que ninguno de los dos fuese apreciado por algún espectador. Remontoire ajustó su estado mental para no sentir miedo ni aprensión hacia su propia muerte. Únicamente le irritó el hecho de no estar allí para ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. Hasta en el más mínimo aspecto, abordaba el asunto de su propio fallecimiento con la aburrida aceptación de alguien que espera un estornudo. Ser combinado, pensó, tenía sus ventajas.
Estaba a punto de ejecutar la orden cuando sucedió algo. La maquinaria restante comenzó a alejarse de su nave, retirándose con sorprendente rapidez. Más allá de la maquinaria, sus sensores captaron indicios de descargas de armas y una gran cantidad de masa en movimiento, además de las detonaciones de minas burbuja con características ligeramente diferentes a las que él había usado. Fueron seguidas por explosiones de cabezas nucleares de fusión y antimateria, luego veloces penachos de escape de misiles y finalmente una enorme explosión que debía de ser de un aparato revientacortezas. Nada de eso habría servido normalmente de nada, pero él ya había debilitado a la maquinaria inhibidora con su anterior asalto. El sensor de masa sonsacó la firma de una pequeña nave que, como se daba cuenta ahora, se trataba de una corbeta combinada de tipo morena.
Imaginó que se trataba de la misma nave que había perdonado antes. Se habían dado la vuelta o quizás le habían seguido todo el tiempo. Ahora estaban haciendo lo que podían para alejar a la maquinaria inhibidora de su nave. Remontoire sabía, más allá de cualquier asomo de duda, que el gesto era suicida: no había esperanzas de que pudieran regresar a su facción en la batalla. Y aun así habían tomado la decisión de ayudarle, incluso después de su anterior ataque y su negativa a entregarles el arma hipométrica. Típico del pensamiento combinado, pensó: no dudaban en cambiar de táctica en el último minuto si ese cambio se consideraba beneficioso a largo plazo para el interés del Nido Madre. No tenían capacidad de frustración ni de deshonra.
Habían intentado negociar con él y cuando habían fracasado habían intentado tomar lo que querían por la fuerza. Eso tampoco había funcionado y él se lo había restregado al perdonarles la vida. ¿Era esto una demostración de gratitud? Quizás, pensó, pero era más probable que fuese más por el beneficio de los que observaban la batalla, los aliados de Remontoire y el resto de facciones combinadas, que por el suyo propio. Querían que vieran su valiente sacrificio, querían hacer borrón y cuenta nueva. Si veintiocho mil una peticiones para compartir recursos habían fracasado, quizás este gesto cambiara las cosas.
Remontoire no lo sabía, todavía no. Tenía otras cosas en la cabeza. Su nave se alejó del enredo de efectivos inhibidores y combinados. Tras ellos, la energía y la fuerza manifiestas lucharon por despedazar la materia a sus fundamentos. Algo absurdamente brillante iluminó el cielo, algo tan intenso que juraría que un rayo luminoso lo había alcanzado a través del negro casco de su nave. Dirigió su atención al otro grupo, el que ahora estaba más cerca del planeta. Con el máximo aumento vio una masa negra avanzando a unas pocas horas de la cara iluminada del planeta, planeando sobre un punto específico de la superficie. Estaban haciendo algo.
Hela, 2727
Quaiche estaba solo en la buhardilla, excepto por el sarcófago ornamentado. Únicamente oía su propia respiración y los solícitos sonidos del diván en el que se recostaba. Las persianas estaban medio bajadas, arrojando sobre la habitación líneas paralelas de rojo vivo.