El ciclo de Tschai (46 page)

Read El ciclo de Tschai Online

Authors: Jack Vance

BOOK: El ciclo de Tschai
12.31Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Pero sacan el mayor provecho de ello —dijo Belje, con algo parecido a la envidia en su voz—. Pensad; no trabajan en nada, no tienen responsabilidades excepto hacer de intermediarios entre los Wankh y el mundo de Tschai, y viven en el refinamiento y la opulencia.

—Pero pensemos en un hombre como Helsse —dijo Reith con voz desconcertada—. Era un Hombre-Wankh que vivía como un espía. ¿Qué esperaba conseguir? ¿Qué intereses de los Wankh salvaguardaba en Cath?

—Intereses de los Wankh... ninguno. Pero recuerda que los Hombres-Wankh son opuesto al cambio, puesto que cualquier alteración de las circunstancias sólo puede traerle desventajas. Cuando un Lokhar empieza a comprender los carillones es despedido. En Cath... ¿quién sabe lo que temen? —Y Zarfo se calentó las manos en el fuego.

La noche transcurrió lentamente. Al amanecer Reith contempló Ao Hidis a través del sondascopio, pero pudo ver muy poco a causa de la niebla.

Nerviosos por la tensión y la falta de sueño, el grupo emprendió de nuevo el camino a sur, manteniéndose tan a cubierto como era posible.

La ciudad empezó a hacerse lentamente visible; Reith localizó el muelle donde había descargado el
Vargaz...
¡parecía que hacía tanto tiempo! Siguió la carretera que conducía al norte, más allá del espaciopuerto. Desde las alturas la ciudad parecía tranquila, carente de vida; las negras torres de los Hombres-Wankh daban la impresión de colgar sobre el agua. En el espaciopuerto podían divisarse cinco naves espaciales.

Al mediodía el grupo alcanzó la cresta que dominaba la ciudad. Reith sacó de nuevo el sondascopio y estudió con el mayor cuidado el espaciopuerto, que ahora se encontraba directamente bajo ellos. A la izquierda estaban los talleres de reparaciones, y cerca de ellos una enorme nave de carga en un evidente estado de reconstrucción, encajada en un andamiaje, con parte del costillar al aire y rodeada de elementos de su propia maquinaria. Otra nave, en un rincón del campo, parecía ser un cascarón vacío y abandonado. Las condiciones de los otros tres aparatos no eran evidentes, pero los Lokhar declararon que parecían todos operativos.

—Es un asunto de rutina —dijo Zorofim—. Cuando una nave debe someterse a reparaciones, es trasladada cerca de los talleres. Las naves en tránsito son aparcadas más lejos, en la Zona de Carga.

—Entonces parece que hay tres naves potencialmente aptas para nuestros propósitos. Los Lohkar no eran tan categóricos.

—A veces algunas reparaciones pequeñas se realizan en la Zona de Carga —dijo Belje.

—Observa el furgón de reparaciones junto a la rampa de acceso —dijo Thadzei—. Lleva componentes y cajas que seguramente pertenecen a una de las tres naves de la Zona de Carga.

Se trataba de dos pequeñas naves de transporte de mercancías y una de pasajeros. Los Lohkar se inclinaban por las naves de carga, con las que se sentían más familiarizados. En cuanto a la nave de pasajeros, que Reith consideraba la más adecuada, los Lokhar se mostraron en desacuerdo: Zorofim y Thadzei declararon que era una nave estándar con un casco especializado; Jag Jaganig y Belje estaban igualmente seguros de que se trataba o bien de un nuevo diseño o de una elaborada modificación, y que en cualquiera de los dos casos iba a presentar a buen seguro dificultades.

Durante todo el día el grupo estudió el espaciopuerto, observando la actividad en los talleres y el tráfico a lo largo de la carretera. A media tarde un negro vehículo aéreo planeó y aterrizó al lado de la nave de pasajeros, que ahora quedó parcialmente fuera de la vista, pero al parecer se produjo alguna transferencia entre la nave y el vehículo aéreo. Un poco más tarde unos mecánicos Lokhar llevaron una caja de tubos de energía a la nave, lo cual según Zarfo era una señal segura de que el aparato estaba preparándose para partir.

El sol se hundió hacia el océano. Los hombres guardaron silencio, estudiando las naves que, a menos de medio kilómetro de distancia, parecían tentadoramente accesibles. Sin embargo, la cuestión estaba aún en pie: ¿Cuál de las tres naves en la Zona de Carga ofrecía el máximo de oportunidades de despegar con éxito? El consenso favoreció a las naves de carga: solamente Jag Jaganig se inclinó por la nave de pasajeros.

Los nervios de Reith estaban en tensión. Las siguientes horas iban a modelar su futuro, y había demasiadas variables que escapaban completamente de su control. Era extraño que las naves estuvieran tan descuidadamente custodiadas. Por otra parte, ¿quién había capaz de intentar el robo de una nave espacial? Probablemente nadie en los últimos mil años había intentado un acto parecido, si es que alguien lo había intentado alguna vez.

El crepúsculo se adueñó del paisaje; el grupo empezó a descender la ladera de la montaña. Algunos focos iluminaban el terreno junto a los almacenes, los talleres de reparaciones, el edificio de la parte de atrás de la Zona de Carga. El resto del campo permanecía sumido en una mayor o menor oscuridad, y las naves arrojaban largas sombras al otro lado de las luces.

Los hombres se arrastraron los últimos metros colina abajo, cruzaron una zona de oscuros charcos, y llegaron al límite del campo, donde aguardaron cinco minutos, observando y escuchando. Los almacenes no mostraban ninguna actividad; en los talleres seguían trabajando algunos hombres.

Reith, Zarfo y Thadzei se adelantaron para efectuar un reconocimiento. Agachados, corrieron hacia el casco abandonado, junto al que se ocultaron en las sombras.

De los talleres les llegaba el zumbido de maquinaria; desde la terminal, una voz llamó diciendo algo ininteligible. Los tres hombres aguardaron diez minutos. En la ciudad al otro lado del espaciopuerto empezaron a encenderse hileras de luces; en el puerto las torres Wankh mostraron unos cuantos resplandores amarillentos.

Los talleres quedaron en silencio; los trabajadores aparecieron y se marcharon. Reith, Zarfo y Thadzei cruzaron el campo, manteniéndose en las alargadas sombras. Alcanzaron la primera de las pequeñas naves de carga y se detuvieron de nuevo para escuchar: no se produjo ningún sonido, ninguna alarma. Zarfo y Thadzei fueron a la compuerta de entrada, la abrieron y penetraron en la nave, mientras Reith montaba guardia fuera, con el corazón latiéndole alocadamente.

Pasaron diez interminables minutos. Del interior de la nave llegaban furtivos sonidos, y en una o dos ocasiones vio un destello de luz, que despertó en su interior el más intenso de los nerviosismos.

Finalmente, los dos Lokhar regresaron.

—No sirve —gruñó Zarfo—. No hay aire ni energía. Probemos la otra.

Cruzaron rápidamente las franjas de luz y sombra en dirección a la segunda nave de carga; como antes, Zarfo y Thadzei entraron mientras Reith se quedaba junto a la compuerta. Los Lohkar regresaron casi inmediatamente.

—En reparación —informó lúgubremente Zarfo—. De ahí salieron los componentes.

Se volvieron para contemplar la nave de pasajeros.

—No es un diseño estándar —gruñó Zarfo—. De todos modos, puede que los instrumentos y el manejo nos resulten familiares.

—Subamos y echemos una mirada —dijo Reith. Pero en aquel momento se encendió un foco al otro lado del campo. El primer pensamiento de Reith fue que habían sido descubiertos. Pero la luz avanzó hacia la nave de pasajeros, y apareció la baja forma de un vehículo moviéndose lentamente. El vehículo se detuvo al lado de la nave de pasajeros; de él descendió un cierto número de formas oscuras... Reith no pudo determinar cuántas. Entraron en la nave con un movimiento curiosamente brusco y pesado.

—Son Wankh —murmuró Zarfo—. Suben a bordo.

—Eso significa que la nave está lista para despegar —dijo Reith—. ¡Es una oportunidad que no podemos perdernos!

Zarfo agitó la cabeza.

—Una cosa es robar una nave vacía, otra apoderarse de ella con media docena de Wankh dentro, y supongo que Hombres-Wankh también.

—¿Cómo sabes que hay Hombres-Wankh a bordo?

—Por las luces. Los Wankh proyectan pulsos de radiación y observan los reflejos.

A sus espaldas se produjo un débil ruido. Reith se dio la vuelta y encontró a Traz.

—Empezábamos a preocuparnos; hace mucho que os fuisteis.

—Vuelve atrás; trae a los otros. Si tenemos oportunidad, abordaremos la nave de pasajeros. Es la única disponible.

Traz desapareció en la oscuridad. Cinco minutos más tarde todo el grupo estaba reunido a la sombra de la nave de carga.

Transcurrió media hora. En la nave de pasajeros las formas se movían arriba y abajo por entre las luces, realizando actividades que estaban más allá de la comprensión de los nerviosos hombres. Murmuraron con voces roncas posibles líneas de acción. ¿Debían intentar asaltar la nave ahora? Casi seguro que iba a despegar de un momento a otro. Pero una acción así estaba irremediablemente condenada al fracaso. El grupo decidió proseguir una línea de acción más conservadora, y regresar a las montañas para aguardar una ocasión más propicia. Cuando empezaban a retroceder, un cierto número de Wankh salieron de la nave y montaron en el vehículo, que abandonó el campo casi inmediatamente. Dentro de la nave seguían brillando luces. No se veía ninguna otra actividad.

—Vamos a echar un vistazo —dijo Reith. Cruzó corriendo el campo, seguido por los demás. Subieron la rampa de acceso, cruzaron la escotilla de entrada y se encontraron en la sala principal de la nave, que estaba desocupada.

—Todo el mundo a sus puestos —dijo Reith—. ¡Despegamos inmediatamente!

—Si podemos —gruñó Zorofim.

Traz gritó una advertencia; Reith se volvió a tiempo para ver a un solo Wankh que penetraba en la sala y les observaba con desconcertada desaprobación. Era una criatura negra algo más robusta que un hombre, con un torso masivo y una cabeza cuadrada en la que dos lentes negras, los ojos, palpitaban llameando a intervalos de medio segundo. Las piernas eran cortas; los pies palmeados; no llevaba armas ni nada parecido; de hecho no llevaba ropas ni correajes de ninguna clase. De un órgano sónico en la base del cráneo brotaron cuatro carillones reverberantes que, teniendo en cuenta las circunstancias, sonaron comedidos y poco excitados. Reith dio un paso adelante y señaló un asiento para indicarle que debía sentarse allí. El Wankh permaneció de pie inmóvil, contemplando a los Lokhar que se habían diseminado en varias direcciones, comprobando motores, energía, provisiones, oxígeno. Finalmente el Wankh pareció comprender lo que estaba ocurriendo. Dio un paso hacia la compuerta de salida, pero Reith le cortó el camino y señaló de nuevo el asiento. El Wankh se inmovilizó ante él, enorme, las lentes de sus ojos destellando. El carillón sonó de nuevo, más perentorio esta vez.

Zarfo regresó a la sala.

—La nave está en buen orden. Pero es un modelo no familiar, como me temía.

—¿Podemos hacer que despegue?

—Tendremos que asegurarnos primero de lo que estamos haciendo. Puede que necesitemos algunos minutos, o quizá algunas horas.

—Entonces no podemos dejar marchar al Wankh.

—Lo cual es un fastidio —dijo Zarfo.

El Wankh intentó seguir avanzando; Reith lo empujó hacia atrás y extrajo su pistola. El Wankh emitió un fuerte carillón. Zarfo respondió con un sonido gorjeante. El Wankh retrocedió.

—¿Qué le has dicho? —preguntó Reith.

—Me he limitado a emitir el sonido correspondiente a «peligro». Parece haberlo comprendido perfectamente.

—Me gustaría que se sentara; me pone nervioso de pie ahí.

—Los Wankh no se sientan casi nunca —dijo Zarfo, y se dirigió a cerrar la compuerta de entrada.

Pasó el tiempo. Desde varios lugares de la nave llegaban llamadas y exclamaciones de los Lokhar. A una seña de Reith, Traz se dirigió al domo de observación y observó el campo. El Wankh permanecía estólidamente de pie, al parecer sin saber qué decisión tomar.

La nave se estremeció; las luces parpadearon, se hicieron más débiles, volvieron a brillar. Zarfo se asomó a la sala.

—Hemos conseguido poner en marcha los motores. Ahora, si Thadzei puede desentrañar la configuración de los controles...

—El furgón de antes está volviendo —dijo Traz desde arriba—. Acaban de encender los focos para iluminar el campo.

Thadzei atravesó corriendo la sala, saltó a la consola de control. Miró a un lado y a otro, mientras Zarfo permanecía a su lado urgiéndole a que se apresurara. Reith dejó a Anacho custodiando al Wankh y se reunió con Traz en el domo de observación. El vehículo estaba frenando para detenerse al lado de la nave.

Zarfo señaló aquí y allá en el panel de control; Thadzei asintió dubitativo, dio un poco de presión. La nave se estremeció y osciló; Reith sintió la aceleración bajo sus pies. ¡Estaban partiendo de Tschai! Thadzei hizo algunos ajustes; la nave se inclinó de proa. Reith buscó un asidero; el Wankh perdió el equilibrio y cayó en el asiento, donde se quedó inmóvil. Desde todos lados de la nave llegaron las maldiciones de los Lokhar.

Reith se dirigió al puente y se detuvo al lado de Thadzei, que manejaba desesperado los controles, probando primero esto, luego aquello.

—¿No hay ningún piloto automático? —preguntó Reith.

—Tiene que haberlo en algún lugar. No encuentro el embrague. Esos no son controles estándar, en absoluto.

—¿Sabes lo que estás haciendo?

—No.

Reith bajó la vista a la oscura superficie de Tschai.

—Mientras estemos yendo hacia arriba y no hacia abajo, todo va bien.

—Si dispusiera de una hora, de una sola hora —gimió Thadzei—. Podría rastrear los circuitos.

Jag Jaganig entró en la sala para lanzar una airada protesta. Thadzei, sin volverse, gruñó:

—¡Estoy haciendo todo lo que puedo!

—¡No es suficiente! ¡Vamos a estrellarnos!

—Todavía no —dijo Thadzei hoscamente—. Veo una palanca que aún no he probado. —Tiró de la palanca; la nave se deslizó alarmantemente de costado y se lanzó a gran velocidad hacia el este. Los Lokhar volvieron a lanzar gritos angustiados. Thadzei devolvió la palanca a su posición original. La nave se inmovilizó en una temblorosa éstasis. Thadzei lanzó un gran suspiro y miró a todos lados en el panel.

—¡Nunca he visto ninguno como éste! Reith observó a través de la portilla pero no vio nada excepto oscuridad. Zarfo dijo con voz tranquila:

—Nuestra altitud no llega a los trescientos metros... Ahora es de doscientos ochenta...

Thadzei se afanó desesperadamente en los controles. La nave se inclinó de nuevo y voló hacia el este.

Other books

Shorelines by Chris Marais
MIranda's Rights by KyAnn Waters
Potent Charms by Peggy Waide
Portal Combat by Bryan Cohen
The Rules of Life by Fay Weldon
Cemetery Road by Gar Anthony Haywood
Salesmen on the Rise by Dragon, Cheryl