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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

El bokor (68 page)

BOOK: El bokor
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—Se los habrá dado el padre en solitario, como le dije, no venía nadie más acompañándolo que el tipo de la funeraria. Nunca vi un entierro tan patético como éste.

El hombre se detuvo en seco junto a una tumba cuya tierra se veía más fresca que las demás.

—Es aquí —dijo parándose a tomar aire. —¿De verdad quieren seguir adelante?

—Por supuesto.

—Esperaba no tener que cavar de nuevo.

—Lo siento —dijo Bronson haciéndose a un lado.

Cada palada acrecentaba la ansiedad de Bronson que quería salir de aquella tarea cuanto antes para poder volver a llamar a Lucila. Su esposa no le había devuelto la llamada la noche anterior y estaba preocupado. De camino la llamó un par de veces sin resultados mientras Johnson no dejaba de hablar de Ardath Lilith y lo que había leído al respecto la noche anterior.

Al cabo de unos minutos la pala chocó con la madera del féretro.

—Bien señores —dijo el tipo enjugándose el sudor que le corría por la cara.— Ahora necesitaré su ayuda para subir la caja. Necesito que tiren de estas cuerdas a mi señal, la caja aun no estará en mal estado, pero no queremos que los fluidos corran.

Johnson se tapó la nariz mientras los uniformados y el hombre del juzgado se ponían una crema por debajo de la nariz.

—Tenga oficial, créame querrá usar esto.

Johnson se colocó una capa generosa y el olor penetrante le hizo cerrar los ojos, luego se la pasó a su compañero que parecía distante.

—Bien, a la cuenta de tres —dijo el hombre.

Unos segundos después el ataúd estaba sobre la tierra a un lado de los pies de aquellos hombres. Sin pensarlo el encargado tomó un martillo y comenzó a aflojar la tapa. Un olor desagradable se escapó del féretro y el empleado judicial volvió el estómago.

—Creo que el resultado será diferente esta vez.

El hombre quitó la tapa y al mirar hacia dentro se persignó en repetidas ocasiones. Bronson miró y vio el cuerpo de Jean Renaud que comenzaba a descomponerse. A su lado había un segundo cuerpo en un estado de descomposición más avanzado.

—Parece que hemos hallado a Jeremy —dijo Johnson.

—Si, pero ¿qué demonios hace su cuerpo aquí?

Capítulo XLVIII

Puerto Príncipe, Haití, 1971

Amanda no era dueña de su cuerpo, sentada a la vera del estrecho trillo que la llevaba a su casa y con la mirada vidriosa parecía una autómata. Sus brazos caídos, su espalda corva, sus cabellos caían en su rostro ocultando una palidez cadavérica. Quienes pasaban frente a su casa desviaban la mirada, algunos se santiguaban y otros murmuraban algunas frases en creole que sonaban a oraciones. Una figura masculina salió de un auto y caminó hacia la mujer, se acuclilló junto a ella y la tomó de la mano. Amanda no reaccionó en absoluto. El hombre se acercó a su oreja y murmuró algunas palabras en creole y la mujer asintió con un movimiento de cabeza, luego se puso de pie con la ayuda del hombre y caminó despacio hacia la casa. Una vez dentro el hombre miró los ojos de Amanda bajando los párpados con su dedo pulgar, la mujer ni siquiera intentó evitar el contacto, pese a que las uñas del hombre alcanzaban un centímetro de longitud. Las pupilas dilatadas como intentando capturar un poco de luz que iluminara su cerebro en tinieblas, le decían al hombre que la poderosa droga había surtido el efecto deseado, no tanto como para paralizarle el corazón, pero lo suficiente para someter la voluntad de aquella mujer que sin el narcótico parecía indomable.

—Muy bien señorita Strout, avanzamos en nuestra relación, todo será mucho más sencillo ahora que su altivez no se interpondrá entre nosotros. No es muy diferente a su padre, Benjamin también era un obcecado, pudo haberse ahorrado muchos problemas si no hubiera decidido enfrentarme y me hubiera entregado el libro y el sello cuando se lo pedí, al fin y al cabo, en algún momento serán mios y pudo haberse evitado el dejarla sola en un mundo tan difícil como éste.

Déjame contarte mientras te preparo —dijo en tanto comenzaba a desabotonar la blusa de la mujer que no tenía voluntad propia para oponerse a algo que en condiciones normales le habría provocado un ataque de ira incontenible— tu padre, en compañía de otros hombres que conoces de esta isla conformaron una especie de sociedad para enfrentar a Papa Doc, algo que requería de mucho más que simple valor. Papa Doc era un bokor que conocía muy bien las artes del vudú y desafiarlo solo podía terminar en una fatalidad, es algo parecido a lo que está sucediendo ahora con tu amiguito, creen que es posible enfrentar a Baby Doc que está armado con poderes que no conocen en absoluto y que ni aún teniendo una fe poderosa podrían enfrentar, mucho menos plagados de dudas acerca del poder su propio Dios, a quien hacen responsable de las cosas que pasan en sus vidas. Kennedy no es diferente a Benjamin o a Percibal Daniels, cada uno de ellos con unas creencias diferentes, pero los tres equivocados al subestimar una religión ancestral como la que practicamos en esta isla, que va mucho más allá de un judío muerto. ¿Cómo se pueden enfrentar contra el poder valiéndose tan solo de un crucifijo y una fe endeble como lo hace Kennedy? Usted misma señorita Strout ha sido la piedra de tropiezo de este hombre que vino a la isla con deseos de cambiar lo que no estaba roto, usted y sus carnes trémulas —dijo metiendo sus dedos entre la blusa— lo han hecho perder el camino apenas unas semanas después de haber llegado a la isla. El padre Kennedy es un hipócrita, sus miradas dicen a gritos que está loco por usted y sin embargo se niega a sucumbir a esos deseos naturales de los que su Dios o los purpurados miserables que habitan en Roma lo obligan a apartarse. No son más que eunucos que se avergüenzan de su desnudez, como si no hubiese sido por ese mismo pudor que Adán fue expulsado del paraíso.

El hombre dejó caer la blusa de Amanda y siguió quitándole la ropa mientras la veía como un objeto de su placer.

—Eva fue sumisa en el amor y buscó la única forma de imponerse ante el hombre, con el engaño. Lilith fue de frente, no se dejó intimidar y pagó el precio de su libertad. Tu eres descendiente de Ardath Lilith, el súcubo, la adoradora de demonios que se negó a ser un animal más de la creación dispuesta a cumplir los placeres de Adán, por eso tu cuerpo es perfecto —dijo contemplándola en su absoluta desnudez. Fuiste creada para vivir el placer y para parir hijos que gobiernen la tierra, no para ser esclava de un hombre.

El hombre condujo a la mujer hacia la tina de baño y puso a correr el agua mientras de un pequeño bolso que llevaba atado al cuello sacaba un paño carmesí de terciopelo y lo extendía sobre la mesa, luego sacó una muñeca de trapo con un gran parecido físico a Amanda Strout y unas pequeñas botellas de esencias aceitosas que se apresuró a depositar en un recipiente de vidrio. Cuando encendió una vela que previamente había puesto a flotar en aquel líquido viscoso, un olor a mirto inundó la casa. Una oración en creole se escapada de los labios de aquel hombre mientras encendía un cigarro que él mismo había enrollado unas horas antes. La Mano de los Muertos aspiró profundo y soltó el humo de sus pulmones directo a la cara de Amanda Strout que ni siquiera cerró los ojos. Lentamente la tomó del brazo y la introdujo en la tina de agua templada a la que agregó sales y unos polvos que llevaba en aquel bolso. Amanda se sumergió en el líquido hasta la altura de los hombros y pareció disfrutar de aquella temperatura del agua. Una sonrisa había aparecido en sus labios.

—Muy bien señorita Strout, lo está haciendo usted muy bien. La misma Ardath Lilith estaría orgullosa de su hija. Doc seguía diciendo palabras en creole, solo que ahora parecían un canto ancestral. Volvió a aspirar hondamente de aquel cigarrillo y un estado de paz se apoderó del hombre.

—Bien, vamos —dijo tomándola nuevamente por un brazo y haciéndola levantarse de aquella tina. No se molestó en secarla, el cuerpo de Amanda Strout chorreaba agua empapando la cerámica del cuarto de baño, mientras Doc no se cansaba de admirarla. Con pasos cadenciosos caminó ahora sin la guía de la Mano de los Muertos hasta la habitación, al llegar a la puerta se detuvo y se volvió hacia el hombre que había quedado a unos cinco pasos de distancia. Se mordió el labio superior y luego pasó la lengua por sobre él. Doc la miraba extasiado en aquel rito que hacía miles de años se había producido por primera vez en el Jardín del Edén. Ahora, él, la Mano de los Muertos, tomaría el papel de Adán y yacería con Ardath Lilith. Amanda sacó el dedo de su boca e hizo gestos al bokor para que se acercara a ella, Doc caminó sin prisa y se detuvo justo al lado de la diosa que tenía ante si. Amanda le tomó la cara con las manos y acercándose le lamió la boca y le mordió el mentón. Doc puso sus manos alrededor de la cintura de la mujer y la guió hasta el lecho que los esperaba. El olor a mirto era penetrante. Doc se tendió de espaldas y Amanda tomó la posición de súcubo, dominante por sobre el cuerpo de la Mano de los Muertos.

—Adam —susurró Amanda en un estado muy lejano a la conciencia. —Tómame.

Kennedy sabía que la única manera de enfrentar a Baby Doc y la Mano de los Muertos era obteniendo alguna ayuda internacional, cualquier otra cosa sería inútil ante el poder de los tonton macoutes y las fuerzas militares haitianas seguidoras fieles de Papa Doc y de su hijo adolescente, sin embargo, ante la imposibilidad de todos los presentes de invocar ese tipo de ayuda, esperaba al menos unificar en un frente común a aquellas fuerzas que parecían ser las únicas dispuestas a enfrentar al dictador.

—Mama, señores, vine a la isla porque sé que aquí me necesitan más que en cualquier otro sitio, las fuerzas del mal se han apoderado de Haití y debemos hacer algo al respecto antes de que sea demasiado tarde. Baby Doc debe salir del poder y la Mano de los Muertos debe ser controlado si es que queremos ganar esta batalla contra el mal.

Estos hombres buscan el libro y el sello de fuego, porque algo del poder que presuntamente tienen esos objetos les es imprescindible, por eso, es preciso que los encontremos antes que ellos…

—¿Para hacer qué, padre Kennedy? —preguntó Barragán.

—Eso es algo que debemos definir, si será preciso utilizarlos o detruirlos quizá.

—¿Destruir el sello regalado por Dios? —dijo mama Candau— eso sería extremo.

—Si la opción es que lo utilicen tales hombres, quizá es mejor que tanto el libro como el sello desaparezcan —dijo Sebastian— aunque a decir verdad, eso de destruir libros por temor me parece un sacrilegio.

—¿Alguien aquí sabe a ciencia cierta en qué consiste el poder de esos objetos? —Pregunto Kennedy mirando fijamente a la mama.

—El sello impide que…

—Mama Candau, no quiero más juegos, estamos aquí porque deseamos poner fin a todo esto.

—Padre Kennedy —dijo la vieja con la mirada inquisidora. —¿Por qué busca usted el sello de fuego?

—Ya se lo he dicho, estos hombres lo buscan por alguna razón…

—Lo mismo podría decir de usted, creo que no fue en la isla la primera vez que escuchó acerca de él, ¿No es así?

—¿Me acusa acaso, mama Candau?

—Usted mismo ha pedido que pongamos las cartas sobre la mesa —dijo Barragán— es sabido que la iglesia desde hace muchos años desea hacerse con el libro y con el sello, a nosotros mismos nos comisionó en alguna ocasión para buscarlo.

—Y lejos de eso se unieron al grupo —dijo Sebastian.

—Un grupo al que pertenecía su padre, doctor.

—No sé que tan enterado estaba mi padre respecto a estas cosas.

—Lo estaba y mucho —dijo Barragán— quizá por eso lo asesinaron.

—¿Qué sabe usted al respecto?

—Sé que lo colgaron por los pies.

—Eso lo sabemos todos —dijo Jean Renaud.

—Es la forma de decir que alguien se ha hecho incómodo y que es necesario sacarlo del camino.

—Lo mismo hicieron con mi madre —dijo Sebastian afectado— no creo que ella le resultara problemática a alguien.

—Lo debe haber sido, puesto que la asesinaron utilizando a aquella chica como distracción —dijo Kennedy. —María fue drogada y ni siquiera se enteró de las cosas que pasaron esa noche. Días después la chica me visitó en esta casa y su comportamiento era normal.

—Quizá el de ella sí, pero ¿Qué hay del suyo, padre Kennedy? —dijo Casas.

—¿A qué se refiere?

—Usted sabe, padre, la chica aunque aún muy niña, ya tiene formas de mujer…

—Vuelve a hablar como…

—¿Un pederasta?, dígalo sin temor padre Kennedy. Fui atacado de la misma forma en que lo está siendo usted y no me da vergüenza ahora decir que sucumbí ante la tentación de un súcubo en forma de niña.

—Eso es atroz —dijo Kennedy.

—No lo es, padre, cuando se está bajo la influencia de un poderoso hechizo.

—Puedo asegurar que yo no…

—Nadie lo juzga, padre Kennedy —dijo Barragán.

—Creo que su compañero lo hace.

—Solo porque sé bien por lo que pasó.

—Entre María y yo…

—No es necesario que diga nada al respecto —se adelantó Casas— así no estará en problemas con su conciencia.

—Se equivoca si piensa que entre María y yo pasó algo…

—¿La recibió usted en casa?

—Vino en varias ocasiones a limpiar y ganarse un poco de dinero.

—¿Ligera de ropas?

—No lo habría permitido.

—¿Padre Kennedy, la noche en la iglesia fue la única vez que vio a María desnuda?

—No, pero nunca a solas ni nada por el estilo, sus desórdenes mentales la llevaron a la capilla en donde oficio en un par de ocasiones y allí fue necesario reprenderla…

—¿Y aún así le permitía ir a su casa?

—Creo que ya ha respondido a esas preguntas —dijo Jean Renaud molesto.

—¿Qué hay de usted, Jean?

—Ustedes conocen bien mi historia con Jazmín. Es la única ocasión en que un súcubo logró seducirme y acabó de muy mala manera, pero el padre Barragán puede decirles que sus armas eran poderosas.

—Sin duda lo eran.

—Usted acabó con ella, o al menos eso pensábamos, pero no fue así, por esa razón es que ahora habita en Amanda Strout.

—¿Qué tontería es esa? —Bramó Sebastian.

—Amanda Strout es un súcubo, posiblemente Jazmín misma o peor aún Ardath Lilith en persona.

—Creo que esta reunión comienza a parecerme una charada, padre Kennedy.

—Tampoco me agrada que se hable de esa manera de Amanda Strout, pero es preciso que cada uno diga lo que piensa y así podamos hacer algo al respecto.

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