El bokor (71 page)

Read El bokor Online

Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

BOOK: El bokor
5.99Mb size Format: txt, pdf, ePub

Una voz a las espaldas del sacerdote le respondió.

—¿Así como confió en usted Amanda Strout?

El sacerdote se volvió y buscó con la mirada. No vió a nadie.

—¿Quién está allí?

—Dígale al chico la verdad —sonó la voz ahora a la derecha de Kennedy.

—No juegue conmigo y déjese ver.

—Márchese sonó la voz de Francis.

—El chico le teme, padre —dijo el hombre a la izquierda del sacerdote.

—Usted le ha hecho actuar así.

—¿Yo? Me sobresestima padre, ha sido usted quien ha cometido esos crímenes.

—No he matado a nadie.

—¿Ah no?

—Por supuesto que no.

—Entonces por qué lo busca la policía, padre Kennedy.

—Todo es un error, un malentendido.

—Lo han descubierto como lo hicieron en Haití cuando asesinó usted a Amanda Strout.

—No hice tal cosa.

—Usted la mató en ese rito de exorcismo.

—Solo intentaba salvar su alma.

—Su alma no necesitaba salvación.

—Amanda ya no era Amanda cuando volví.

—Quizá no debió haberse ido a Cuba, padre Kennedy, pero fue más su deseo de hacerse con el sello ¿No es así? Amanda lo necesitaba y usted la abandonó.

—No la abandoné, el sello era necesario para salvar a Haití de ese hombre.

—Duvalier ha vuelto a la isla y usted perdió la partida. Mató a Amanda Strout y a los otros.

—No fui yo, fue la Mano de los Muertos.

—Mentir no salvará su alma, padre Kennedy.

—¿Qué desea usted de mí?

—Su alma, padre, deseo hacer por usted lo que hizo por Amanda Strout.

—¿Qué tiene que ver usted con Amanda Strout?

—Lo sabrá a su debido tiempo.

—Dígamelo ahora.

—No antes de que usted confiese, padre.

—No hay nada que confesar.

—Es usted un bokor.

—Soy un sacerdote.

—La Mano de los Muertos y usted son uno solo.

—No. Ese hombre murió.

—¿Está seguro, padre Kennedy?

—Lo vi morir.

—Usted intentó matarlo, pero Doc le ganó la partida y se quedó con su alma.

—No soy un caballo.

—Todos lo somos, padre, Doc es un lua y cabalga en usted.

Kennedy sintió que se le erizaron los vellos de la nuca, mientras Francis miraba asombrado al sacerdote que una vez más parecía estar en un estado de inconciencia y hablando solo.

—Amanda murió por usted, padre, usted la mató luego de poseerla.

—Nunca hice tal cosa.

—Esperaba un hijo.

—Miente.

—Ella lo iba a denunciar y usted la mató valiéndose del rito que le haría.

—No es verdad, yo amaba a Amanda.

—¿Amor? ¿No es eso prohibido para un sacerdote?

—Amé a Amanda Strout, pero no de la manera que usted lo sugiere.

—La acusó de ser un súcubo porque no podía permitir que se supiera que usted había sucumbido a los encantos de esa mujer.

—Barragán lo sabía, el pasó lo mismo con Jazmín…

—Al menos Barragán reconoció sus pecados antes de morir.

—No tengo nada que reconocer, Amanda murió porque algo salió mal.

—Su corazón no resistió la presión a la que usted la sometió.

—Era una mujer fuerte.

—Pero su embarazo…

—No lo estaba.

—¿Quién lo dijo? ¿Sebastian Daniels?

—Si, el doctor…

—El doctor estaba bajo los efectos de sus drogas de bokor.

—Lo recuerdo bien, solo intentamos sacar a Amanda de ese estado en que la Mano de los Muertos la tenía.

—Sin embargo no fue a la Mano a quien culpó cuando la policía la encontró agonizante.

—Esos hombres eran fieles a Duvalier y me acusaron sin razón.

—Demasiados testigos, padre Kennedy, no solo los macoutes, todos lo incriminaban.

—Mentirosos todos ellos.

—Su amigo Jean Renaud, lo terminó de enterrar ¿no es así? Dijo que usted estaba poseído por un demonio, que Amanda era un súcubo que deseaba obtener su semilla y que usted no podía permitirlo. Jean conocía bien la situación, también conocía a Jazmín y a Ardath Lilith.

—El demonio que habitó antes de Eva no me sedujo.

—Quizá fue usted quien la sedujo a ella.

—Se equivoca usted.

—Ya vienen por usted, ¿Escucha los perros? Igual que en la selva de Haití ¿Lo recuerda? Fue cazado como una bestia cuando se escondió después de dar por muerta a Amanda Strout. Lo que no sabe aún es que Amanda no murió inmediatamente.

—Murió en mis brazos.

—No, padre, Amanda no murió inmediatamente. Luego de que la encontraran en ese altar improvisado, aun logró vivir unas horas, las suficientes para que el fruto de su simiente naciera.

—Cállese —dijo el sacerdote arrollidándose en el suelo.

—Le atormenta la conciencia ¿verdad? Todos estos años pensando que Amanda había muerto de inmediato y ahora sabe que no fue así.

—En el juicio…

—No se dijo toda la verdad, para proteger a la criatura de sus seguidores.

—No soy un demonio.

—¿Está usted seguro?

—¿Qué desea de mí?

—Quiero que acepte que usted la mató y quiero que me entregue el sello de fuego.

—No sé de qué me habla.

—Amanda llevaba en su cuerpo la marca del sello de fuego y sólo usted pudo haberla quemado con él.

—Solo quise salvar su alma, impedir que…

—Ahora pagará sus pecados, padre.

—Ya fui a prisión por años, viví un infierno.

—Por su conciencia que lo atormentaba ¿no es verdad?

—Nunca quise que Amanda muriera —dijo llorando.

—Vamos padre, acéptelo, librese del cargo de conciencia de no haber dicho la verdad.

—Dije todo cuanto sabía.

—¿La mató porque estaba celoso?

—¿Celoso?

—Nunca pudo aceptar que Amanda estuviera embarazada y no saber si era suyo o de su peor enemigo.

—No es así —gritó Kennedy espantando a las aves que estaban en los árboles.

—Dígame padre, ¿esperaba un hijo de la Mano de los Muertos o un hijo suyo? Nunca lo sabrá ¿verdad? Esa noche, usted acudió a ella, la encontró drogada y desnuda, insinuante, deseosa de usted y no pudo contenerse. Sació sus deseos en esa mujer que no era dueña de sí. Los vecinos lo vieron entrar a su casa pasada la media noche. ¿Lo invitó ella a yacer con usted o solo la tomó?

—Solo fui a ver cómo estaba.

—Es verdad, su viaje a Cuba por seis meses para buscar el sello y el libro y al volver se encuentra con que la mujer espera un hijo. Debió dolerle y cargarlo de dudas.

—Amanda nunca me dijo.

—No. Usted creyó en Jean Renaud ¿no es así? El hombre le dijo que el súcubo se había acostado con la Mano de los Muertos y que de esa relación esperaba un hijo.

—Jean…

—El maldito lo engañó ¿no es así? Por eso lo mató, por eso lo ahogó en la tina de baño mientras estaba drogado. La policía lo sabrá pronto, encontrarán sus huellas y sabrán que no fue una muerte accidental. Estoy seguro de que sus huellas están en el cuerpo de ese hombre, en su garganta. También las hallarán en los vendedores de drogas y el haitiano que estaba en la celda, encontrarán las pruebas de que asesinó a Ryan porque éste se enteró de todo. Incluso encontrarán sus huellas en Jeremy.

—Usted, lo ha preparado todo ¿No es verdad?

—Los perros se acercan, vienen por usted, han encontrado a los hombres que mató y ahora lo cazarán como la bestia que es.

—No he hecho nada.

—¿Está seguro? ¿Cómo puede estarlo? Todas esas pesadillas que tiene, ¿serán solo sueños? Quizá no sea así, padre. Debe pensar que quizá es cierto y usted es el caballo de la Mano de los Muertos que ha vuelto para vengarse de usted.

—¿Quién es usted?

—¿No lo sabe?

—No juegue conmigo y dígame quién es usted y qué desea de mí.

—Soy alguien que volvió de su pasado para asegurarme de que se hará justicia.

—Es un esbirro de Duvalier, quizá un seguidor de la Mano de los Muertos.

—Piense, padre, soy alguien a quien usted hizo mucho daño hace algunos años y ahora he venido para que usted confiese sus crímenes y pueda redimir su alma.

—No tengo nada que confesar, mi único pecado fue no poder ayudar a Amanda en toda aquella lucha que vivió en la isla, no haberla defendido de quienes la atacaban culpándola de ser un súcubo, cuando en realidad solo era una mujer demasiado inteligente en un país de gente embrutecida por la religión y la santería.

—Eso es verdad, una mujer que tuvo que luchar contra muchas cosas, incluido usted y sus prejuicios. Amarla era demasiado para usted, luchar contra sus votos, cumplir la misión que la iglesia le había impuesto. Prefirió causarle la muerte antes de admitir que Amanda Strout era demasiado para usted.

—Ustedes lo hicieron, mataron a su padre, al señor Daniels, a Barragán. Quitaron del camino a todos los que se interponían y ahora quieren hacerme responsable de todas esas muertes.

—Está condenado a huir por el resto de su vida, padre, huya, vienen por usted, los sabuesos están cada vez más cerca, pronto encontrarán sus huellas y vendrán hasta aquí, encontrarán el cadáver de Francis y todo habrá terminado.

—No permitiré que asesine a ese chico.

—Huya padre, huya, lo están cercando.

—No me iré sin Francis.

—Francis ya no es más. Usted lo ha matado.

—Miente. Francis —gritó a todo lo que daban sus pulmones.

—No le responderá, padre Kennedy. No pierda su tiempo y escape, ya vienen por usted.

—Kennedy vociferó en todas las direcciones, la voz parecía estar metida dentro de su cabeza y no podía sacarla, corrió por los senderos buscando a su enemigo mientras oía a los perros cada vez más cerca.

—Huya, padre, huya.

Kennedy lucía frenético en búsqueda de aquella sombra, corría sin control ni dirección, se tropezó con las ramas que le tendían trampas a su paso y cayó un par de veces.

—¡Francis! —gritó una vez más sin obtener respuesta. A lo lejos se escuchaban las voces de los policías que estrechaban el cerco.

Kennedy decidió escapar, corrió por entre los árboles y un nuevo tropiezo lo hizo caer debajo de un sauce frondoso. Sintió húmedas sus manos y las miró a la espera de que fuera el sudor. Esta vez no era así. Sangre aún caliente corría por sus dedos. Se miró la ropa y también estaba ensangrentada. Se llevó las manos a la cabeza y sintió que desde la copa del árbol algo goteaba insistentemente. Miró hacia arriba y pudo verlo colgando por sus pies, una herida profunda en la garganta le había segado la vida.

Los perros olieron la sangre y ladraron con insistencia, los policías casi eran arrastrados por los animales que buscaban el sitio. Al llegar se encontraron el cuerpo sin vida colgando de una soga. Francis tenía en su rostro una mirada de terror.

Bronson y Johnson entraron al pequeño cuarto donde estaba McIntire. El hombre lucía inquieto, malhumorado, ni siquiera le habían permitido hacer la llamada a la que tenía derecho.

—Bien señor McIntire —dijo Bronson— ahora que ha estado un momento a solas quizá podamos hablar.

—Les he dicho todo cuanto sé.

—Después de mentirnos respecto a esos hombres ¿no es verdad? —dijo Johnson.

—En eso tienen razón, mentí porque no quería que pensaran que no confío en ustedes para encontrar al chico Bonticue.

—Ya hemos hablado con Trevor Bonticue —cargó Bronson.

El semblante de McIntire cambió y no pasó desapercibido para los policías.

—El señor Bonticue nos ha contado todo a cambio de algunas concesiones.

—Nada de lo que haya dicho es cierto.

—Aún no le decimos lo que nos ha confesado.

—Sea lo que sea, miente si me involucra en algo.

—¿Por qué habría Bonticue de implicarlo?

—Para salvar su pellejo claro.

—Quizá es hora de que usted nos diga exactamente por qué el pellejo de Bonticue está en peligro.

Alexander tragó con dificultad.

—Bien, si es necesario, tendré que decírseslo. Trevor Bonticue está implicado en algunos negocios sucios que de saberse, echarían por tierra sus aspiraciones políticas.

—Y usted le ha ayudado.

—Solo hice algunos contactos.

—Y las cosas se salieron de control.

—Jeremy no debió darse cuenta, escuchó una conversación que no debía.

—Y usted lo mató.

—Por supuesto que no. No soy un asesino.

—Pero contrató a esos hombres para que lo mataran.

—Jeremy era un adicto y murió por una sobredosis, eso lo saben todos.

—Una muerte muy conveniente.

—Pero accidental.

—Usted se encargó de que así lo pareciera y luego implicó al sacerdote al hacerlo ir a su casa. ¿Por qué?

—No sé de qué está hablando.

—Kennedy hablaba con Jeremy y es probable que éste le contara lo que sabía, por eso debía silenciar al sacerdote ¿no es verdad? Usted contrató a esos hombres para que lo asaltaran camino a su casa y otra vez las cosas le salieron mal. Kennedy les dio una golpiza y usted decidió matarlos para implicarlo en su muerte.

—No es así.

—Hable McIntire —gritó Johnson.

El teléfono móvil de Bronson repiqueteó. El policía lo tomó y su rostro mostró que las noticias no eran buenas.

—Ha aparecido Francis —dijo cuando cortó la llamada.

—¿En el bosque? —Preguntó Johnson.

—Así es, colgando por sus pies y con el cuello abierto de par en par.

Capítulo LI

Puerto Príncipe, Haití, 1971

Casas al llegar a la reunión sabía que estaba en un aprieto pero que ninguno de aquellos hombres era un peligro para su integridad física, llegado un momento incómodo solo tendría que enfrentarlos y dejarles saber algunas verdades mezcladas con mentiras que los alejaran del sello de fuego. Desde que se vio en problemas con la iglesia, Duvalier lo había acogido y lo había hecho parte de su staff de esbirros. No había sido fácil, la cercanía con Barragán y el ambiente que se vivía en aquella isla, donde todo se conocía apenas minutos después de que sucedía, lo habían hecho trabajar con mucho más sigilo del que habría querido. Practicamente había avanzado muy poco o nada en la búsqueda que le habían encomendado. Si algo lograba que Baby Doc estuviera tranquilo era que lo mantenía informado de las actividades de Barragán y ahora del sacerdote, pero eso no seguiría así por mucho tiempo. Papa Doc fue quien lo protegió en un inicio y aunque su hijo había mantenido el trato de no enviarlo a prisión, la mecha cada vez era más corta y un polvorín podría explotar en cualquier momento.

Other books

Highland Destiny by Hunsaker, Laura
El banquero anarquista by Fernando Pessoa
Cowboys Know Best by Breanna Hayse
A Broken Vessel by Kate Ross
Gently at a Gallop by Alan Hunter
A Child of the Cloth by James E. Probetts
Payback by Melody Carlson
Spellbound by Sylvia Day