El bokor (72 page)

Read El bokor Online

Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

BOOK: El bokor
12.85Mb size Format: txt, pdf, ePub

Al verse sorprendido en la reunión sintió un calor que le invadió el cuerpo hasta hacerlo sudar, luego, una voz en su interior le hablaba en creole, conocía la lengua lo suficientemente bien para saber de qué se trataban aquellas oraciones que sólo él podía escuchar. La llamarada de calor interno pareció quemarle el cerebro y sintió que todo en aquella habitación se nublaba y comenzaba a girar tomándolo como eje de aquella vorágine incontenible. Los ojos se le pusieron vidriosos y luego fue incapaz de ver nada, todos sus sentidos estaban exhacerbados tratando de compensar la falta de visión. Podía escuchar a todos hablando a la vez, sus voces se oian roncas, ralentizadas, como provenientes de un foso o quizá era él quien estaba en las cavernosas profundidades de un infierno particular. Sintió el gusto amargo en su boca, el sabor a hiel que le quemaba la garganta como un ácido. Su nariz daba cuenta de algo fétido, un olor a comida en mal estado con la acritud propia de las cosas en descomposición. Le dolía el cuerpo, cada músculo tensado hasta los límites que podía soportar, un tirón más de ellos provocaría sin duda un desgarro doloroso. Comenzó a convulsionar, sentía su cuerpo dando tumbos, golpeando el suelo de aquella habitación y rebotando como una pelota sin control, a cada golpe un estruendo en sus oídos de las voces de los que hacía apenas un minuto eran sus compañeros.

—¿Padre Kennedy, conoce el rito? —Repitió Barragan.

—¿El rito? ¿A qué se refiere? —preguntó Sebastian a mama Candau que estaba a su lado.

—Un conjuro religioso realizado contra el espíritu del maligno que está habitando en el padre Casas, se utiliza una especie de fórmula que permita llevarlo exitosamente a cabo, diseñada por la iglesia desde hace cientos de años. Hace referencia al rito pagano de echar malos espíritus apelando a ritos mágicos y otros encantamientos, que vienen descritos en la Biblia.

—¿Fue Cristo un exorcista?

—No realmente, nunca realizó un ritual para expulsar demonios sino que lo logró gracias a la palabra, gracias al Espíritu de Dios. El exorcismo necesita de una ceremonia para que el demonio se aleje de la persona a la que atormenta. Este recurso existió en la Antigua Grecia, en Roma y especialmente en la Edad Media europea. Los sacerdotes católicos pueden exorcizar a personas poseídas por demonios y sanar a los enfermos. Sin embargo, la expulsión de demonios tal como Jesús enseñó a sus apóstoles es aquella que requiere de fe, ayuno y oración.

El método convencional de exorcismo es similar a la ceremonia expresada en el Rituale Romanum durante la Edad Media, que data aproximamante del año 1620. Este rito es utilizado por la Iglesia Católica Romana desde el siglo XVII hasta nuestros días. Se trata de un conjunto de oraciones y lecturas de pasajes destinados a someter al espíritu maligno y a obligarlo a que se aparte de la atormentada víctima. El protocolo indica que el sacerdote debe vestirse con una túnica color púrpura y comenzar la ceremonia recitando una oración seguida por la lectura del Salmo 4 y la exhortación a la Gracia de Dios contra el demonio. Después se recitan algunos pasajes del Nuevo Testamento.

—No tenemos los implementos necesarios —dijo Kennedy mientras sostenía la cabeza de Casas que retumbaba contra el suelo.

—Hágalo por fe, padre Kennedy —dijo Barragán que ayudaba a sostener a su compañero que ahora sacaba la lengua como una serpiente mientras decía obsenidades a ambos sacerdotes.

—Te exorcizo, muy vil espíritu, mismísima encarnación de nuestro enemigo, espectro entero, toda la legión, en el nombre de Cristo, sal y huye de esta criatura de Dios —gritó Kennedy mientras Casas convulsionaba, se retorcía y volvía a caer sin fuerzas.

—Él mismo te manda, el que manda al mar, los vientos y la tempestad. Escucha y teme, oh Satanás, enemigo de la fe, adversario de la raza humana, productor de la muerte, ladrón de la vida, destructor de la justicia, raíz de los males.

Casas presentaba un aspecto atrerrador, con los ojos en blanco y una espuma amarillenta en la boca que profería una especie de cántico herético. Jean Renaud se persignaba al escuchar al sacerdote invocar al demonio y a menos que sus oídos lo engañaran lo hacía con la voz de la Mano de los Muertos, en un tono ronco y gutural.

—Te conjuro, a ti, oh serpiente, por el juez de la vida y la muerte, por tu hacedor y hacedor del mundo. No resistas, ni te demores en huir de este hombre —rugió Kennedy.

—Barragán repitió las palabras mientras hacía la señal de la cruz sobre la frente de Casas.

—Escúchame cuando te invoco, —dijo Kennedy leyendo de su biblia el Salmo cuatro.

Dios, defensor mío; tú que en el aprieto me diste anchura.

—Ten piedad de mí y escucha mi oración —contestó Barragán.

—Y vosotros, ¿hasta cuándo ultrajaréis mi honor, amaréis la falsedad y buscaréis el engaño? —dijo Kennedy en tono solemne.

—Sabedlo: el Señor hizo milagros en mi favor, y el Señor me escuchará cuando lo invoque —Volvió a responder Barragán.

Casas se retorcía con una fuerza que le era impropia a alguien de su contextura física y su lengua no dejaba de entrar y salir de su boca.

—Temblad y no pequéis, reflexionad en el silencio de vuestro lecho; ofreced sacrificios legítimos y confiad en el Señor. Hay muchos que dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha, si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?» —recitó Kennedy con las manos puestas sobre la frente de Casas.

—Pero tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino —respondió Barragán.

—En paz me acuesto y en seguida me duermo —dijo Kennedy y Barragán respondió:

—Porque tú sólo, Señor, me haces vivir tranquilo.

Casas ahora parecía un tronco inanimado, todas las venas de su cuerpo estaban contracturadas al punto de explotar. Kennedy miró los ojos del sacerdote y algunos vasos capilares habían estallado dándole un color rojizo a sus ojos en blanco.

—Padre Barragán, esto no dará resultado —dijo Sebastian— déjenme atender a este hombre.

—No. La medicina de los hombres no lo curará —dijo Barragán alterado y haciendo a un lado al médico.

—Padre… —dijo Kennedy que dudaba de seguir aquello en lo que como psiquiatra no creía.

—Siga Kennedy —lo cortó Barragán— continúe con el rito.

—Te exorcizo, muy vil espíritu, mismísima encarnación de nuestro enemigo, espectro entero, toda la legión…-repetía Kennedy cuando Casas lo tomó del cuello arañándole como si fuera una fiera.

—Suéltalo —gritó Barragán mientras golpeaba a Casas haciéndole sangrar la boca.

—Basta —gritó Sebastian— esto es una locura y debe terminar en este momento, este hombre necesita ayuda médica.

Casas soltó a Kennedy y concentró su atención en Barragán. El sacerdote le doblaba el peso y sin embargo la fuerza de Casas parecía dominarlo por completo.

—Sal del cuerpo de Casas —dijo Barragán al tiempo en que recibía un golpe en los genitales que lo hizo doblarse.

—No podrán conmigo —dijo Casas ahora con su propia voz. —El demonio se ha apoderado de esta isla y ninguno de ustedes podrá hacer nada al respecto.

Mama Candau miraba al sacerdote con una calma que los demás no podían entender.

—Vieja —gritó Casas mirándola— bruja maldita. ¿Te crees que por tener el sello eres invulnerable, pero te olvidas del niño. Él será uno con nosotros cuando llegue el momento.

—Cállate bestia —bramó Kennedy.

Sebastian había corrido hasta su auto y traído consigo su maletín de primeros auxilios. En el llevaba algunos calmantes que comenzó a preparar en una jeringa, pero sus manos le temblaban descontroladamente.

—Fornicador —grito Casas a Barragán— sodomita, asesino…

Barragán se retorcía de dolor.

—Rulfo está aquí conmigo, quiere verte de nuevo, copular contigo maldito —dijo riéndose mientras escupía a Kennedy que le acercaba un crucifijo.

Casas dirigió su mirada a Jean Renaud que estaba en un rincón observando la escena sin atreverse a intervenir.

—Y tú, maricón, compartiste la mujer con Barragán y la dejaste morir. Te estoy esperando —dijo Casas con la voz de Jazmín ante el asombro del antillano.

—Cállate —dijo Renaud con poca convicción.

—Ahora ella habita en Amanda Strout —dijo Casas con una risa sorda.

—Maldito… —dijo Kennedy y luego dirigiéndose al doctor— pronto adminístrele el calmante. —Casas rugió como un león y luego ladró como si se tratara de un perro rabioso. Sebastian le administró diez miligramos de Valium.

—Padre Kennedy ¿Sabe donde está Amanda Strout? —dijo Casas con la voz de la Mano de los Muertos.

—No me hables serpiente —dijo Kennedy que había olvidado su posición de psiquiatra.

—Está conmigo, la puta esta revolcándose conmigo.

—Cállate maldito…

—No le preste atención —dijo mama Candau.

—Gime y llora la gran ramera —rio Casas.

Sebastian no podía dar crédito a lo que escuchaba, ahora Casas hablaba con la voz de Amanda.

—Adam, te amo, ven a mi, dame tu simiente.

—Es un engendro del mal —dijo Jean persignándose de nuevo. —Amanda Strout y Jazmín son una sola.

—Adam, ¿por qué me has dejado sola? —gimió Casas con una voz infantil.

—¡Maldito seas! —clamó Kennedy que tuvo que ser contralado por Sebastian para que no atacara a Casas que ahora estaba en una posición fetal.

—A ella le gusta, Adam —dijo Casas nuevamente con la voz de la Mano— deberías de ver como lo disfruta. Piensa que eres tú. Me llama por tu nombre. No sabe que no eres hombre suficiente para ella.

—Adam, no lo escuche —dijo Sebastian. —El Valium debe estar por hacer efecto.

Barragán se repuso del golpe y se colocó a un lado de los dos hombres. Casas parecía estar quedándose dormido.

—Debemos aprovechar para atarlo a la cama —dijo Sebastian. —Si lo dejamos libre puede hacerse daño.

Kennedy asintió y buscó una cinta adhesiva para atarlo de manos y pies.

—¿Cuánto cree que le dure el efecto?

—No lo sé, padre, nunca en la vida había visto el estado de excitación de este hombre.

—Está poseído —dijo Jean.

—Tonterías —dijo Sebastian ante el silencio de Kennedy y Barragán.

—Entiendo que como allegados a la iglesia intenten darle un carácter místico a todo lo que ha pasado, pero este hombre lo que tiene es un estado mental provocado por toda esta reunión.

—Lo ha oído hablando con la voz de la Mano de los Muertos.

—Y de Jazmín —amplió Jean la intervención de Barragán.

—También lo escuché hablar imitando la voz de Amanda, pero eso no prueba nada —respondió Sebastian— a lo sumo que este sujeto es un buen imitador.

—Mama Candau… —dijo Kennedy buscando un apoyo de la anciana a una posición que ahora no sabía si debía tomar o no… ¿usted que cree?

—El demonio es poderoso y nos ha atacado a todos en nuestras partes más sensibles.

—Al único que no atacó fue al doctor —dijo Jean— quizá por eso le resulta cómodo no creer en todo esto.

—Soy un científico…

—También lo soy yo —dijo Kennedy— y a lo que pasó aquí no le encuentro una explicación dentro de la ciencia.

—Además es usted un sacerdote y esa dualidad es la que lo hace dudar, pero ateniéndose a su condición de hombre de ciencia debe admitir que todo esto no es más que un trastorno por la ansiedad de verse confrontado.

—No lo escuche Kennedy —dijo Barragán— usted sabe bien que el maligno utiliza a las personas para crear dudas.

—Mirenlo ahora —dijo Sebastian— está dormido por el Valium, si hubiese sido un demonio ¿le habría afectado la droga?

—Solo su condición humana está dormida —dijo Jean— lo mismo sucedía con Jazmín. En su condición de mujer estaba expuesta a los medicamentos, pero como súcubo…

—¡Maldición! Se dejan llevar por las supercherías.

—Su padre sabía que el demonio es poderoso —dijo Barragán mirando a Sebastian a los ojos. —Él mismo luchó contra muchos.

—Mi padre estaba obsesionado con eso de la santería y los cultos, no dudo que el haberse unido a ustedes lo haya llevado a renunciar a su intelecto para buscar explicaciones a fenómenos que se pueden explicar con la ciencia. Padre Kennedy, usted conoce bien los estados mentales, dígaselo, no hay tal cosa como posesión demoniaca.

Kennedy parecía estar con sus pensamientos muy lejos de allí, en la casa de Amanda, las palabras de Casas lo habían perturbado.

—No puedo creerlo —dijo Sebastian— usted también cree que todo lo que este hombre ha dicho es cierto.

—Por ahora no quiero pensar nada.

—Entonces ha empezado a perder, padre Kennedy. Este hombre, la Mano de los Muertos ha logrado meterle el verdadero demonio en su mente: la duda. Estoy seguro de que desea marcharse en este momento, visitar a Amanda para saber si es cierto que se revuelca con la Mano de los Muertos. No la conoce. Amanda nunca haría tal cosa, desprecia a este hombre más que a nada en el mundo.

—Amanda Strout está poseída por Lilitu —dijo Jean Renaud desde su esquina.

—¿Puede creer tal cosa? —Bufó Sebastian.

Kennedy estaba cansado, a pesar de que la fuerza de su juventud no tenía límites, parecía que aquel encuentro con Casas o lo que fuera que estaba en aquel momento a sus pies, le había robado toda la energía, como un agujero negro capaz de absorver todo a su paso.

—Estoy cansado —se limitó a decir.

—Sebastian —dijo mama Candau con sus dulces ojos grises fijos en los del joven— hay muchas cosas que usted no entiende, que su juventud y soberbia no le permiten ver. En esta isla se cuecen cosas muy lejanas a lo que usted pueda explicarse con su ciencia. Su padre lo sabía, Percibal y Sebastian Strout conocían bien el culto y lucharon contra él. Sé bien que usted sabe algo al respecto, pero por alguna razón su padre lo quiso dejar fuera de la hermandad, como hicieron mis padres conmigo y como hizo Benjamin con su hija Amanda, solo que ustedes dos no fueron sellados como lo hicieron conmigo, de haber sido sellados Amanda no estaría ahora en peligro y respecto a usted…

—¿Qué pasa conmigo?

—No lo sé. Aun no se que papel jugará usted en todo esto.

Sebastian no supo responder a la mujer que lo miraba escudriñándolo, como si a través de aquellos ojos grises pudiera mirar su alma.

—Creo que será mejor que lleve a este hombre al hospital, el desgaste de energía que ha tenido lo hace propenso a un coma.

Other books

And All That Jazz by Samantha-Ellen Bound
Something More Than This by Barbie Bohrman
Bound to the Prince by Deborah Court
Cup of Gold by John Steinbeck
Kalifornia by Marc Laidlaw
A Handful of Pebbles by Sara Alexi
Tik-Tok by John Sladek