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Authors: George Alec Effinger

Tags: #Ciencia Ficción

El beso del exilio (32 page)

BOOK: El beso del exilio
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Cuando llegué a Chiri ya había entrado el turno de noche. Me sentí mejor de inmediato. Kandy estaba en el escenario, bailando enérgicamente alguna canción de propaganda sikh. Era un estilo musical ante el que me entraban ganas de salir corriendo y desaparecer.

—Jambo, Señor Jefe —dijo Chiri, deslumbrándome con una sonrisa.

—¿Cómo estás, corazón? —dije.

Tomé asiento en la curva más distante de la barra. Chiri me preparó una Muerte Blanca y se acercó.

—¿Preparado para otra maravillosa, exótica y excitante noche en la Calle? —dijo plantando un posavasos de corcho y depositando en él mi bebida.

Fruncí el ceño.

—Nunca es maravillosa, nunca es exótica —dije—. Es la misma maldita y aburrida música y los mismos clientes anónimos.

Chiri asintió.

—El dinero siempre tiene el mismo aspecto, pero eso no me hace saltar de la cama.

Eché un vistazo al club. Mis tres colegas, Jacques, Saied Medio Hajj y Mahmoud estaban sentados a un mesa del rincón, jugando a cartas. Era raro, porque a Medio Hajj no le excitaba mirar a las bailarinas y Jacques era heterosexual militante y apenas podía hablar a las travestís y a las transexuales, y Mahmoud —por lo que yo sabía—no tenía predilecciones sexuales. Por eso pasaban la mayor parte del tiempo en el Café Solace o en el patio del local de Gargotier.

Me acerqué a darles la bienvenida a mi humilde establecimiento.

—¿Qué tal estáis? —dije, acercando una silla.

—Bastante bien —dijo Mahmoud.

—Dime —dijo Jacques estudiando sus cartas—, ¿qué era todo ese jaleo en el club de Frenchy con esa Theoni?

Me rasqué la cabeza.

—¿Te refieres a cuando se levantó y empezó a sollozar? Bueno, el cliente que se estaba trabajando le dio un regalo, ¿te acuerdas? Cuando salió del club ella abrió el paquete y resultó ser un álbum de un bebé. Montones de preciosas fotos de su bebita adorable y una especie de diario de los primeros meses de la niña. Resulta que el tipo era el padre de Theoni. Su mujer se escapó con ella cuando Theoni tenía sólo ocho meses. Desde entonces su padre ha gastado un montón de tiempo y dinero siguiendo la pista de la niña.

Medio Hajj movió la cabeza.

—Theoni debió sorprenderse.

—Sí —dije—. Le humilló que su padre la viera trabajar allí. Él le dio una propina de cien kiams y prometió volver pronto. Ahora sabe por qué se sintió tan incómodo cuando probó a excitarlo.

—Aquí estamos intentando jugar a cartas, magrebí —dijo Mahmoud. Era tan compasivo como una navaja de afeitar oxidada—. He oído que vas a exhumar el cadáver de ese policía.

Me sorprendió que ya hubiera corrido la voz.

—¿Qué os parece? —pregunté.

Mahmoud me miró con persistencia un par de segundos.

—No puede importarme menos —dijo por fin.

—¿A qué estáis jugando? —pregunté.

—Al bourré —dijo Saied—. Estamos enseñando a los cristianos.

—Ha sido una lección muy cara —dijo Jacques.

El bourré es un juego engañosamente tranquilo y sencillo. Nunca he jugado a otro juego de cartas en el que puedas perder tanto dinero en tan poco tiempo. Ni siquiera en el póquer americano.

Los observé un rato. Era evidente que ninguno de los tres pensaba nada sobre la exhumación. Me alegraba de ello.

—¿Nadie ha visto a Fuad?

Jacques me miró.

—Al menos hace un par de días que no lo veo. ¿Cuál es el problema?

—El cheque era robado.

—¡Ja! Y has pringado por él, ¿no es cierto? Lo siento, Marîd. No había modo de saberlo.

—Claro, Jacques —dije con voz sombría.

—¿De qué estáis hablando? —preguntó Saied.

Jacques les contó toda la historia, alargándose mucho, con diversas fórmulas retóricas, cambios de voces, exageraciones de la verdad y haciéndome parecer un completo y absoluto idiota. Por supuesto, él minimalizó su participación en el asunto.

Los tres rompieron a reír sin remedio.

—¿Dejaste que Fuad te timara? —saltó Mahmoud—. ¿Fuad? ¿Nunca lo superarás! ¡Se lo contaré a todo el mundo!

No dije una palabra. Sabía que oiría hablar de ello durante mucho tiempo, a no ser que cogiera a Fuad y le hiciera pagar su estúpido crimen. Ahora no podía hacer nada más que levantarme y volver a mi asiento en la barra. Mientras caminaba, Jacques dijo:

—Ya tienes una terminal de información aquí, Marîd, ¿lo has notado? Y me debes dinero por las otras que ya he vendido. Cien kiams cada una, dijiste.

—Ven con las órdenes de pedido firmadas —dije con frialdad.

Exprimí la rodaja de lima y bebí un poco de Muerte Blanca. Chiri se inclinó sobre la barra.

—¿Vas a exhumar a Khalid Maxwell?

—Puede que averigüe algo valioso.

Sacudió la cabeza.

—Pero triste. La familia ya ha sufrido mucho.

—Sí, es cierto —tragué un poco más de ginebra con bingara.

—¿Qué es eso de Fuad?

—No importa. Pero si le ves, avísame inmediatamente. Me debe algo de dinero, eso es todo.

Chiri asintió y volvió a la barra, a la que se había sentado un nuevo cliente. Miré como Kandy acababa su última canción.

Noté una mano sobre mi hombro. Me volví y vi a Yasmin y a Pualani.

—¿Qué tal te ha ido, querido? —dijo Yasmin.

—Muy bien.

No tenía ganas de explicarle nada.

Pualani sonrió.

—Yasmin dice que vosotros dos vais a casaros la semana que viene. ¡Felicidades!

—¿Qué? —dije sorprendido—. ¿Qué es eso de la semana que viene? No se lo he propuesto formalmente. Sólo hablé de la posibilidad. Antes tengo un montón de cosas en las que pensar. Tengo que ocuparme de un montón de problemas. Y luego tengo que hablar con Indihar y Friedlander Bey...

—Oops —dijo Pualani largándose.

—¿Esta mañana estabas mintiéndome? —preguntó Yasmin—. ¿Sólo intentabas salir de mi casa sin que te sacudiera como te mereces?

—¡No! —dije enfadado—. Sólo dije que quizás juntos no nos fuese tan mal. Aún no estoy preparado para fijar una fecha ni nada por el estilo.

Yasmin parecía herida.

—Bueno, mientras pendoneas por ahí y te aclaras, tengo lugares adonde ir y personas a quienes ver. ¿Me comprendes? Llámame cuando resuelvas tus, llamémosle, problemas.

Se largó, con la espalda muy tiesa, y se sentó junto al nuevo cliente. Le puso la mano en el regazo. Yo me tomé otra copa.

Estuve allí sentado un buen rato, bebiendo y charlando con Chiri y con Lily, la preciosa transexual que siempre andaba tirándome los tejos. A eso de las once sonó mi teléfono.

—¿Diga?

—¿Audran? Soy Kenneth, ¿me recuerdas?

—Ah, sí, la niña de los ojos de Abu Adil, ¿no es cierto? La queridita del caíd Reda. ¿Qué ocurre? ¿Vas a celebrar tu puesta de largo y quieres que vaya con algunos chicos?

—Te desprecio, Audran. Siempre te he despreciado.

Estaba convencido de que Kenneth me odiaba con una ferocidad irracional.

—¿Para qué me llamas?

—El viernes por la tarde, el Jaish desfilará y se manifestará contra el monstruoso asesinato del imán doctor Sadiq Abd ar—Razzaq. . El caíd Reda desea que asistas con el uniforme para dirigirte al Jaish en este momento histórico y también que te reúnas con la unidad de la que estás al mando.

—¿Cómo te has enterado de lo de Abd ar—Razzaq? —le pregunté—. Hajjar dijo que no se lo contaría a nadie hasta mañana.

—El caíd Reda no es «nadie». Deberías saberlo.

—Sí, tienes razón.

Kenneth se detuvo.

—El caíd Reda también desea que te diga que se opone firmemente a la exhumación de Khalid Maxwell. Aún a riesgo de parecer amenazador, debo transmitirte los sentimientos del caíd Reda. Dice que si sigues con la autopsia te ganarás su odio eterno. No es algo para tomárselo a la ligera.

Me eché a reír.

—Escucha Kenny, ¿acaso no somos ya encarnizados rivales? ¿Acaso no nos odiamos ya? ¿Acaso Friedlander Bey y Abu Adil no están ya a la greña? ¿Qué puede significar una pequeña autopsia entre enemigos acérrimos?

—Muy bien, estúpido hijo de puta —dijo Kenneth tajante—. Yo ya he cumplido transmitiéndote sus mensajes. El viernes uniformado en el Boulevard il—Jameel, fuera de la mezquita Shimaal. Será mejor que aparezcas.

Luego se cortó la comunicación y guardé el teléfono en mi cinturón.

Eso constituía la segunda vuelta al campamento. Miré a Chiri y levanté el vaso para que me lo rellenara. La larga noche rugía.

15

Dormí unas buenas cuatro horas esa noche. Después del corto descanso de la noche anterior estaba agotado y exhausto. Cuando el daddy despertador me desveló a las siete y media, saqué los pies de la cama y los puse sobre la alfombra. Metí la cara entre mis manos y respiré hondo un par de veces. No deseaba levantarme ni tenía ganas de combatir contra las fuerzas que se confabulaban en mi contra. Miré el reloj. Disponía de una hora, antes de que Kmuzu me llevara al Budayén a la cita con el forense. Si me duchaba, vestía y desayunaba en cinco minutos, podía volver a dormirme hasta las ocho y media.

Gruñí unas cuantas maldiciones y me levanté. Me crujió la espalda. Creo que nunca antes la había oído crujir. Quizás me estaba volviendo demasiado viejo para trasnochar, beber y pelear. Fue un pensamiento desolador.

Me tambaleé vagamente hasta el baño y abrí el grifo de la ducha. Cinco minutos más tarde me percaté de que estaba contemplando directamente el chorro caliente con los ojos abiertos. Me había dormido de pie. Cogí el jabón y me enjaboné el cuerpo, luego giré despacio y dejé que el agua punzante me enjuagara. Me sequé y me vestí una gallebeya limpia y blanca, y una túnica púrpura por encima. En cuanto al desayuno, debía tomar una decisión. Después de todo, iba a la Cámara de los Horrores. Tal vez la comida pudiera esperar hasta más tarde.

Kmuzu me miró con su expresión neutra, la que se supone que no expresa emoción alguna, pero en realidad es transparentemente desfavorable.

—Anoche volviste a llegar completamente borracho, yaa Sidi —dijo, mientras depositaba un plato de huevos y pastelillos de cordero frito ante mí.

—Te debes confundir de persona, Kmuzu —dije.

Miré la comida y sentí una oleada de náuseas. Cordero no, ahora no.

Kmuzu se sentó junto a mi silla y cruzó sus musculosos brazos.

—¿Te enfadarías si te hiciera una observación? —me preguntó.

Nada de lo que yo pudiera decir lo detendría.

—No. Por favor, haz tu observación.

—Últimamente has descuidado tus obligaciones religiosas, yaa Sidi.

Me volví y le miré a su linda y negra cara.

—¿Y a ti qué cono te importa? Ni siquiera practicamos la misma fe, como siempre me recuerdas.

—Ninguna religión es mejor que otra.

Me eché a reír.

—No estoy seguro. Podría nombrarte algunas que...

—Ya sabes lo que quiero decir. ¿Es que tu propia estima ha caído tan bajo que no te sientes digno de rezar? Eso es una falacia y tú lo sabes, yaa Sidi.

Me levanté y murmuré:

—No es de tu incumbencia.

Regresé al dormitorio a buscar mi ristra de moddies y daddies. No probé bocado del desayuno.

Los moddies neurológicos no estaban en el dormitorio, así que fui al salón. Tampoco estaban allí. Al fin los descubrí, ocultos tras una toalla en el escritorio de mi estudio. Busqué entre los cuadraditos de plástico. Con el tiempo había reunido una envidiable colección. Sin embargo deseaba los especiales, unos que tenía desde que me operé el cerebro. Eran daddies que se adaptaban a mi segundo implante, los daddies que inhibían las señales corporales desagradables. Era el software que me había salvado la vida en el Rub al—Khali.

Me los conecté y disfruté de la diferencia. Ya no tenía ni sueño, ni hambre. Un daddy se ocupó de mi creciente ansiedad.

—Muy bien, Kmuzu —dije con voz cariñosa—. En marcha. Hoy tengo un montón de cosas que hacer.

—Muy bien, yaa Sidi, ¿qué hago con toda esta comida?

Me encogí de hombros.

—Hay gente que se muere de hambre en Eritrea. Envíasela a ellos.

Por lo general Kmuzu no apreciaba ese tipo de humor, así que me aseguré de que llevaba mis llaves y salí al pasillo. No lo esperé, sabía que enseguida me alcanzaría. Bajé las escaleras y esperé a que pusiera en marcha el coche y lo llevara a la puerta principal. Durante el trayecto al Budayén no cruzamos palabra.

Me dejó en la puerta este. Una vez más tenía un montón de planes en los que no cabía Kmuzu, así que lo envié a casa. Le dije que le llamaría cuando lo necesitara. A veces es fantástico tener un esclavo.

Al llegar a la morgue recibí una desagradable sorpresa. El doctor Besharati ni siquiera había tocado el cadáver de Khalid Maxwell. Cuando entré, levantó la vista hacia mí.

—Señor Audran —dijo—. Perdóneme, llevo un poco de retraso esta mañana. Hemos tenido mucho trabajo anoche y a primera hora de la mañana. Algo raro en esta época del año. Normalmente tenemos más asesinatos durante los meses cálidos.

—Aja.

No llevaba ni dos minutos allí y el formol ya me estaba irritando los ojos y la nariz. Los daddies inhibidores no me ayudaban en esto.

Miré como los dos ayudantes del forense iban hacia uno de los doce «archivadores» y sacaban el cuerpo de Khalid Maxwell. Lo dejaron con pocos miramientos sobre una de las dos mesas de trabajo. La otra ya estaba ocupada por un cadáver en avanzado estado de desguace.

El doctor Besharati se quitó unos guantes de goma y se puso otros.

—¿Ha visto alguna vez una autopsia? —preguntó.

Parecía estar de muy buen humor.

—No, señor —dije.

—Puede salir fuera si se marea. —Cogió una larga manguera negra y abrió un grifo—. Va a ser un caso especial —dijo y empezó a derramar agua por encima de Maxwell—. Lleva varias semanas bajo tierra, de modo que no nos dará tanta información como un cadáver reciente.

La fetidez del cuerpo era espantosa y el agua de la manguera no contribuyó a mejorarlo. Me asfixiaba. Uno de los ayudantes me miró y se rió.

—Cree que es malo ahora —dijo—. Espere a que lo abramos.

El doctor Besharati lo ignoró.

—El informe oficial de la policía dice que la muerte se produjo como resultado de unos disparos a corta distancia realizados por una pistola estática de calibre mediano. Si hubiera estado a más distancia sus nervios y sus músculos habrían dejado de funcionar unos momentos y se habría desplomado indefenso. En apariencia le dispararon a quemarropa en el pecho. Eso casi siempre produce un ataque cardíaco.

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