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Authors: George Alec Effinger

Tags: #Ciencia Ficción

El beso del exilio (27 page)

BOOK: El beso del exilio
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—Voy a daros una oportunidad —dijo Frenchy, tragándose el whisky y rellenando el vaso.

—Ponme una ginebra con bingara —le dije a la camarera.

—¿Quieres un poco de jugo de lima? —me preguntó Dalia.

Le sonreí.

—Nunca te olvidas.

Se encogió de hombros, enfadada.

—¿Cómo iba a hacerlo? —murmuró—. ¿Y tú, Jacques?

—¿Tienes esa cerveza ecuatoriana? Ponme una.

Dalia asintió y le llevó a Jacques su cerveza.

Frenchy se sirvió un segundo vaso de whisky y eructó.

—Eh bien, Marîd —dijo frotándose la espesa barba—, ¿qué hay en el maletín?

Lo puse sobre la barra y abrí los cierres.

—Te encantará.

—Aún no —dijo Frenchy—, pero quizás en unos minutos. Se sirvió un tercer vaso de Johnnie Walker.

—¿Qué tienes ahí, Marîd? —dijo Dalia, descansando los codos sobre la barra.

Frenchy le echó una mirada y ladeó un poco la cabeza.

—Ve a limpiar las mesas —le dijo.

Empezaba a hacerle efecto el licor. Eso era bueno.

Abrí la tapa de la maleta y dejé que Frenchy mirara el ordenador. Era una obra de arte, con bastante memoria para que no olvidara su propio trabajo. Era inútil a menos que estuviera conectada a una base de datos. Friedlander Bey había contratado con una empresa de Bosnia la producción de los ordenadores a un precio muy inferior al del mercado. Eso era porque la corporación bosnia era propiedad de una compañía industrial con sede en Bahrein; tanto el director ejecutivo como el vicepresidente de ventas debían sus actuales puestos de poder, riqueza y confort a la intervención de Papa en los asuntos políticos locales hacía unos diez años.

Serví a Frenchy un cuarto vaso.

—Merde alors —murmuró.

—Friedlander Bey quiere que seas el primero en el Budayén —le dije.

El francés grandote estaba saboreando su whisky, no tragándolo.

—¿Primero, para qué y segundo, sobreviviré gracias a esto? —preguntó.

Yo sonreí.

—Tienes la oportunidad de ser el primero de la Calle en tener uno de estos ordenadores. Puedes colocarlo aquí mismo en un extremo de la barra, donde la gente pueda verlo nada más entrar.

—Aja —dijo Frenchy— ¿Para qué cono quiero uno?

Miré a Jacques para ver si prestaba atención.

—Estas unidades tienen acceso a más información que el servicio de la ciudad —dije—. Tus clientes podrán entrar en una red global de datos que les proporcionará información casi ilimitada.

Frenchy sacudió la cabeza.

—¿Cuánto va a costarles?

—Un kiam. Sólo un kiam por consulta.

—¡Minute, papillon! El servicio info de la ciudad es gratis. Todo lo que tienes que hacer es descolgar el teléfono.

Volví a sonreír.

—No por mucho tiempo, Frenchy. Nadie lo sabe aún, así que no lo divulgues. Friedlander Bey ha comprado el servicio info de la ciudad.

Frenchy se echó a reír.

—¿Qué ha hecho, sobornar al emir?

Me encogí de hombros.

—Ha convencido al emir. Pero eso no importa ahora. El emir cree que Papa administrará mejor el servicio que la anterior Comisión de Servicios Públicos. Claro que Papa también ha dicho que para ofrecer al público el servicio que merecen, tendrá que cobrar una pequeña tarifa por cada transacción.

Frenchy asintió.

—Así que el servicio info gratuito va a ser eliminado. Y estas terminales lo reemplazarán. Y tú y Papa estaréis al frente, ofreciendo partículas de información. ¿Qué sucederá si alguien quiere husmear en la vida personal de Papa?

Me di la vuelta y bebí con indiferencia la mitad de mi Muerte Blanca.

—Oh —dije con serenidad—, por desgracia nos veremos obligados a limitar el libre acceso de determinadas personas a determinados datos.

Frenchy dio un puñetazo en la barra y se echó a reír. En realidad era más un bramido.

—¡Es magnífico! —gritó—, estrangula el intercambio de información y decide quién se beneficiará de ella. Espera a que se entere Abu Adil.

Jacques se me acercó.

—No sabía nada, Marîd —dijo en voz baja—. No me habías hablado de esto y creo que eso disuelve nuestro acuerdo.

Le hice un gesto para que se bebiera la cerveza.

—Por eso he venido hoy contigo. Quería aclararte todas las ramificaciones. Es el alba de una era excitante.

—Yo no lo creo así. ¿En qué voy a meterme?

Separé las manos.

—En una de las mayores empresas comerciales de la historia.

Justo entonces entró un cliente, un hombre alto vestido con traje europeo. Tenía el pelo gris, esmerada y costosamente corta do, y en la nuca llevaba un broche de plata con varios diamantes y un nido de grandes esmeraldas en el centro. Sostenía un maletín no mucho más pequeño que el mío y se quedó en la puerta esperando a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad del bar de Frenchy.

Una de las bailarinas de Frenchy se acercó a él y le invitó. No conocía a la chica. Debía ser nueva en el Budayén, pero si se quedaba un rato más inevitablemente sabría más de ella de lo que me apetecía. Llevaba una combinación larga de un tejido muy fino, de modo que sus pequeños pechos y el oscuro triángulo de vello púbico resultaban visibles incluso en la penumbra.

—¿Quieres un trago? —le preguntó.

El hombre elegante le hizo una mueca.

—¿Te llamas Theoni? —preguntó él La bailarina inclinó los hombros.

—No, pero ella está por aquí. Theoni es una de las nuestras.

Theoni era una de las chicas más dulces de la Calle, completamente fuera de lugar en el club de Frenchy. Nunca había trabajado para mí, pero me alegraría mucho si un día acudiera a Chiriga en busca de trabajo. Era pequeña, ágil y agradable, y llevaba encima una moderada dosis de cirugía. Sus moddies corporales acentuaban su hermosura natural sin convertirla en el tipo de caricatura que solemos ver por aquí. A diferencia de la mayoría de las bailarinas, nunca se había operado el cerebro y cuando no estaba entreteniendo a un cliente, se sentaba cerca de la oficina de Frenchy bebiendo sharáb y leyendo libros de bolsillo. Creo que era la lectura lo que me parecía más atractivo de ella.

Salió del fondo oscuro del bar, saludó al cliente y lo condujo hasta una mesa justo detrás de donde Frenchy, Jacques y yo estábamos sentados. Dalia fue a tomarle nota y pidió una cerveza para él y un cóctel de champaña para Theoni.

Frenchy se llenó otra copa de Johnnie Walker.

—Dalia, dame un vaso de agua mineral —dijo; y luego se dirigió a mí—: Es la mejor camarera de la Calle, ¿lo sabías? Crees que Chiri es buena camarera, no cambiaría a Dalia por Chiri ni aunque me dieras también a Yasmin. Jo, ¿cómo te arreglas con ella? Con Yasmin, quiero decir. Siempre llega tarde. Es buena para los hombres y hace mucho dinero, pero tiene un carácter...

—Frenchy —dije, cortando su ebrio monólogo—, créeme, lo sé todo sobre el carácter de Yasmin.

—Supongo que sí. ¿Cómo se ha tomado lo de trabajar para ti ahora que te has casado?

Volvió a reírse, con un rugido grave que nacía de lo más profundo de su pecho.

—Hablemos de la terminal, Frenchy —dije, intentando retomar el hilo de la conversación—. Necesitarás una porque todos en la Calle tendrán una y sin ella perderás clientes. Es como no tener teléfono o lavabo.

—El lavabo sólo funciona los martes y los jueves —murmuró Frenchy—. ¿Y yo qué sacaré?

Supuse que eso significaba qué ganaría él si aceptaba la terminal.

—Bueno, amigo, podemos prestarte algún dinero si nos permites instalar nuestra primera base de datos aquí en tu club. Mil kiams al contado, aquí y ahora, y no tienes que hacer nada. Sólo firmar el formulario de pedido y mañana vendrá un electricista e instalará la unidad al final de la barra. No tendrás que mover un dedo.

—¿Mil kiams? —dijo.

Se inclinó hacia mí y me miró a los ojos. Respiraba pesadamente sobre mi rostro y no era una experiencia agradable.

—Mil. En metálico. Ahora mismo. Y lo mejor, Frenchy, es que no te pediremos que nos lo devuelvas. Repartiremos la recaudación de la terminal contigo: un sesenta y cinco por ciento para nosotros y un treinta y cinco para ti. Cobraremos el pago del préstamo de tu treinta y cinco por ciento. Ni siquiera tendrás que sacar dinero. Y cuando quede saldado te prestaremos otros mil, en metálico, para que hagas lo que te dé la gana.

Se frotó la barba y entornó los ojos intentando ver cuál era la jugada.

—¿Os repartiréis conmigo la recaudación cada mes?

—El treinta y cinco por ciento es tuyo —dije.

—Así que esos préstamos son...

—¡Un regalo! —dijo Jacques.

Me volví para mirarlo. Hubo unos minutos de silencio. Con el rabillo del ojo veía a Theoni sentada muy cerca del cliente del broche. Ella deslizaba la mano sobre su muslo y él parecía muy incómodo.

—¿De dónde eres, cielo? —dijo sorbiendo su cóctel.

—Achaca —respondió él quitándole la mano de su regazo.

Frenchy levantó su pesado cuerpo y cogió dos vasos por encima de la barra. Los llenó hasta la mitad de whisky y puso uno enfrente de Jacques y otro enfrente de mí. Luego cogió la botella de cerveza de Jacques y la apartó.

—Pipi de chai —dijo burlón—. Bebe conmigo.

Me encogí de hombros y levanté el vaso de whisky. Frenchy y yo brindamos y yo lo acabé de un trago. Jacques parecía tener más problemas con él. No era muy bebedor.

—Marîd —dijo Frenchy, repentinamente serio—, ¿qué me sucederá si mi bar y yo declinamos tu generosa oferta? ¿Y si me niego? Después de todo, éste es mi club y digo lo que entra y lo que no entra. No quiero una terminal de información. ¿Qué va a pensar Papa de eso?

Enarqué las cejas y sacudí la cabeza.

—¿Cuánto hace que nos conocemos, Frenchy?

No contestó; sólo se quedó mirándome.

—Acepta la terminal —dije con voz serena.

Era lo bastante grande como para partirme por la mitad, pero él sabía que era un momento crítico. Sabía que echarme de su club no era una reacción correcta. Se levantó con un largo y triste suspiro.

—Muy bien, Marîd —dijo por fin—. Firmaré. Pero no creas que no sé lo que eso significa.

Le sonreí.

—No es tan malo, Frenchy. Toma, aquí tienes tus mil kiams.

Metí la mano en el bolsillo de la gallebeya y saqué un sobre cerrado.

Frenchy me lo quitó y se dio media vuelta. Caminó hacia su oficina sin decir nada más.

—Esta noche —le dije a Jacques—, le puedes ofrecer los mismos mil kiams a Big Al y a los demás, pero los tendrán cuando la terminal de información esté instalada, ¿vale?

Jacques asintió. Apartó el vaso de whisky sin terminar.

—¿Y sacaré una comisión por cada terminal?

—Cien kiams.

Estaba seguro de que Jacques haría un buen trabajo vendiendo el proyecto a nuestros amigos y vecinos, sobre todo con el incentivo de la comisión de cien kiams por venta, y con el poderoso respaldo de Friedlander Bey. La influencia de Papa facilitaría el trabajo a Jacques.

—Lo haré lo mejor que pueda, Marîd —dijo.

Parecía más convencido. Se bebió el resto de la cerveza ecuatoriana de la botella.

Un poco más tarde, el cliente de Achaea se levantó y abrió su maletín. Sacó un paquete delgado y envuelto.

—Es para ti —le dijo a Theoni—. No lo abras hasta que me haya ido.

Se inclinó, la besó en la mejilla y luego salió a la cálida tarde.

Theoni empezó a romper el papel. Abrió el paquete y encontró un libro con lomos de piel. Mientras lo hojeaba, sonó el teléfono de mi cinturón. Lo descolgué y dije hola.

—¿Hablo con Marîd Audran? —dijo una voz ronca.

—Sí.

—Soy el doctor Sadiq Abd ar—Razzaq.

Se trataba del imán que había firmado nuestras sentencias de muerte. Estaba perplejo.

Theoni se levantó y señaló al caballero de Achaea.

—¿Sabéis quién era? —gritó, mientras las lágrimas descendían por su rostro—. ¡Era mi padre!

Dalia, Jacques y yo miramos a Theoni. En el Budayén suceden cosas como ésta todo el tiempo. No era nada de lo que escandalizarse.

—Me gustaría hablar de cómo intentas limpiar vuestros nombres —dijo Abd ar—Razzaq—. No toleraré el quebrantamiento de ninguna ley musulmana. Te concedo una audiencia mañana a las dos.

Colgó antes de que pudiera responder.

Metí la muestra de terminal de información en el maletín y se lo pasé a Jacques. El cerro la tapa y se fue.

—Bueno —le dije a Dalia—. He hablado con todo el que creo que puede estar implicado en el caso de Khalid Maxwell. Así que ya he dado la primera vuelta al pueblo.

Me miró y limpió el mostrador con un trapo. No tenía ni la menor idea de lo que estaba hablando.

13

Me quedé en la cama leyendo otra novela de Lufty Gad hasta las tres de la madrugada. Me dolía el estómago y me zumbaban fuerte los oídos; al cabo de un rato me percaté de que estaba sudando tanto que había empapado las sábanas. Me hallaba en pleno ataque de ansiedad.

Bueno, se supone que los héroes no se desmoronan. Fijaos en Qaddani, el infalible detective de Gad. Nunca caía en la desazón. Nunca se levantaba por la noche deseando huir a cualquier parte y empezar de nuevo. Después de un par de horas de temblores nerviosos, decidí volver a poner mi vida en orden, inmediatamente. Salí de la empapada cama y atravesé el dormitorio, para encontrar mi caja de píldoras.

Estaba llena de útiles medicamentos y tuve que meditar unos segundos mi elección. Por fin me decidí por los tranquilizantes. Intentaba acabar con mi vieja costumbre de tomar drogas recreativas, pero en este caso mis píldoras y cápsulas favoritas estaban auténticamente indicadas. Empecé con el Paxium, tomé doce píldoras violetas y cuatro amarillas. Eso me aliviaría la ansiedad, me dije a mí mismo.

Regresé a la cama, ahuequé los almohadones y leí otros dos capítulos. Esperé a que el Paxium me hiciera efecto y admito que después de media hora o así, sólo sentía un pequeño e insignificante resto de euforia. Me hallaba en la cima de la tensión mental como el merengue en un pastelillo. Por debajo de él, aún se me revolvían las tripas de ansiedad.

Me levanté y fui descalzo al lavabo. Abrí la caja de píldoras y saqué ocho tabletas de soneína, mi analgésico favorito. En realidad no era un dolor agudo, pero creí que la tibieza del opiáceo acabaría con el resto de ansiedad. Me tragué las tabletas lechosas con un sorbo de agua mineral.

Cuando al—Qaddani fue capturado por el malo israelita y recibió su una—vez—por—novela obligatoria tunda de palos, me sentía mucho mejor. La ansiedad era sólo un borroso recuerdo y sentía una maravillosa confianza en que más tarde sería capaz de superar al doctor Sadiq Abd ar—Razzaq con la mera fuerza de mi personalidad.

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