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Authors: George Alec Effinger

Tags: #Ciencia Ficción

El beso del exilio (28 page)

BOOK: El beso del exilio
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Me encontraba tan bien que deseaba compartir mi alegría con alguien. No con Kmuzu, quien seguramente estaría informando a Friedlander Bey de mi última juerga. No, en cambio me vestí rápido y salí de mis habitaciones. Recorrí tranquilamente los oscuros pasillos del ala oeste del palacio de Papa hasta el ala este. Llamé flojo a la puerta de Indihar una cuantas veces. No quería despertar a los niños.

Esperé un minuto y llamé más fuerte. Por fin, oí movimiento y Senalda, la doncella valenciana que había contratado para que ayudara a Indihar, abrió la puerta.

—Señor Audran —dijo adormilada.

Se frotó los ojos y me miró. No se alegraba de que la despertaran a estas horas.

—Lo siento, Senalda —dije—, pero es urgente que hable con mi esposa.

La doncella me miró un par de segundos pero no dijo nada. Se dio media vuelta y regresó al oscuro apartamento. Yo aguardé en la puerta. Al instante llegó Indihar, envuelta en una túnica de satén. Tenía una expresión seria.

—Esposo —dijo.

Yo bostecé.

—Necesito hablar contigo, Indihar. Siento lo de la hora, pero es muy importante.

Se pasó la mano por el pelo y asintió.

—Será mejor que lo sea, magrebí. Los niños se despertarán en un par de horas y después no me darán tiempo a echar una cabezadita —se hizo a un lado permitiéndome entrar en el salón.

En aquel momento me sentía fantástico, invencible. Quince minutos antes, había decidido acudir a Indihar para que me dijera que era valiente y leal y fuerte, porque necesitaba oírselo a alguien. Pero ahora, la soneína me había dicho todo lo que necesitaba oír, y sólo quería discutir mis dudas sobre la estrategia. Sabía que podía confiar en Indihar. No me preocupó su enojo por haberla sacado de su cómodo y cálido lecho.

Me senté en uno de los almohadones y esperé a que ella se acomodara frente a mí. Se pasó unos segundos frotándose la cara con sus largos y delicados dedos.

—Indihar —dije—, tú eres mi esposa.

Dejó de hacerse masajes en la cara y levantó la vista hacia mí.

—Ya te lo he dicho —masculló con los dientes apretados—, no follaré contigo. Me despiertas en mitad de la noche en estado de embriaguez...

—No, no se trata de eso. Necesito tu sincera opinión sobre algo.

Me miró sin decir palabra. No parecía aplacada.

—Habrás notado —dije— que últimamente Papa me ha estado cargando de responsabilidades. Y me he visto obligado a emplear algunos de sus métodos, aunque personalmente me parecen deplorables.

Indihar sacudió la cabeza.

—He visto como enviabas a bin Turki a Najran para su... trabajo. Me dio la impresión de que no tenías ningún problema en ordenar la muerte de un extraño. No hace mucho, te habría horrorizado y habrías dejado que Tariq o Youssef se encargaran de los cabos sueltos.

Me encogí de hombros.

—Era necesario. Tengo cientos de amigos y socios que dependen de nosotros y no puedo dejar que nadie se salga con la suya después de atacarnos. Si lo hiciera, perderíamos nuestra influencia y poder, y nuestros amigos perderían su protección.

—¿Perderíamos? ¿Nosotros? Inconscientemente empiezas a identificarte con Friedlander Bey. Ahora te ha ganado por completo, ¿no? ¿Qué le ha pasado a tu capacidad de indignación?

Empezaba a deprimirme, a pesar de la soneína. Eso significaba que necesitaba tomar más soneína, pero no podía, no delante de Indihar.

—Tendré que averiguar quién mató realmente a Khalid Maxwell, y luego me ocuparé de que le dispensen el mismo trato que al sargento de Najran.

Indihar sonrió sin calidez.

—También has adoptado un modo peculiar de eludir la verdad. «Que le dispensen el mismo trato» en lugar de «matarlo». Es como si tuvieras la conciencia en un maldito daddy y nunca te lo enchufaras.

Me levanté y solté una bocanada de aire.

—Gracias, Indihar. Me alegro de que hayamos charlado. Ahora puedes irte a dormir.

Me di la vuelta y me largué, cerrando la puerta tras de mí. Me encontraba fatal.

Caminé en silencio por el pasillo de las habitaciones de mi madre. Di la vuelta al oscuro pasadizo de la parte principal de la casa y de entre las sombras surgió una figura, que se me acercó. Al principio me asusté —era posible que un astuto asesino hubiera burlado a los guardias y a las alarmas electrónicas—, pero entonces me di cuenta de que era Youssef, el mayordomo y ayudante de Papa.

—Buenas noches, caíd Marîd —dijo.

—Youssef—dije tímidamente.

—Estaba despierto y te oí caminar. ¿Necesitas algo?

Seguimos andando hasta el ala oeste.

—No, en realidad no, Youssef. Gracias. ¿Estabas despierto?

Me miró ceremoniosamente.

—Tengo un sueño muy ligero —dijo.

—Ah, bueno, sólo quería discutir una cosa con mi esposa.

—¿Y te satisfizo la respuesta de Umm Jirji?

Gruñí.

—No exactamente.

—Bueno, entonces, quizás pueda ayudarte.

Iba a declinar su ofrecimiento, pero entonces pensé que Youssef podía ser la persona indicada para hablar de mis sentimientos.

—Indihar me ha dicho que he cambiado un poco en este último año.

—Tiene razón, caíd Marîd.

—No está muy contenta con lo que me he convertido.

Youssef se encogió de hombros en la tímida luz.

—No puedes esperar que ella lo comprenda —dijo—. Es una situación muy compleja, sólo las personas que desempeñan puestos de responsabilidad pueden comprenderla. Es decir Friedlander Bey, tú, Tariq y yo mismo. Para todos los demás somos monstruos.

—Yo soy un monstruo para mí mismo, Youssef —dije tristemente—. Quiero recuperar la libertad. No quiero desempeñar ningún puesto de responsabilidad. Quiero ser joven y pobre y libre y feliz.

—Eso no es posible, amigo mío, debes erradicarlo de tu mente. Tienes el honor de cuidar de mucha gente y les debes lo mejor de ti. Eso significa concentración no alterada por las dudas.

Sacudí la cabeza. Youssef no me comprendía del todo.

—Ahora tengo un montón de poder —dije despacio—. ¿Cómo puedo saber si estoy haciendo buen uso de él? Por ejemplo, encargué a un muchacho que acabara con un rufián que maltrató a Friedlander Bey en Najran. El santo Corán habla de venganza, pero sólo al mismo nivel que la afrenta. Podía haber golpeado al sargento sin sentimiento de culpa, pero acabar con su vida...

Youssef levantó la mano para cortarme.

—Ah —dijo sonriendo—, has interpretado mal la Sabia Mención de Dios y tu propia situación. Lo que dices sobre la venganza es cierto, pues el hombre común debe preocuparse sólo por su vida y la de su familia. Pero así como se dice que el privilegio acarrea responsabilidad, lo contrario también es cierto. De modo que los de esta casa estamos por encima de ciertas interpretaciones sencillas de las órdenes de Alá. Para mantener la paz en el Budayén y en la ciudad debemos actuar con rapidez y firmeza. Si nos maltratan, como tú has dicho, no debemos esperar a que se produzca una muerte para que acabemos con lo que nos amenaza. Mantenemos el bienestar de nuestros amigos y socios anticipándonos a la acción y podemos ir por ahí convencidos de que no hemos transgredido el contenido de las enseñanzas del Santo Profeta.

—Que las bendiciones de Alá y la paz sean con él —dije yo, con una expresión estudiadamente neutra, pero aullando en mi interior.

No había oído un sofisma tan ridículo desde los días en que el viejo caíd que vivía en una caja en nuestro callejón de Argel intentaba demostrar que la tierra era plana, porque la ciudad de La Meca era plana. Lo cual no es así.

—Me preocupa que aún te muestres tan reticente, caíd Marîd —dijo Youssef.

Hice un gesto con la mano.

—No es nada. Siempre tengo algunas dudas antes de hacer lo que debo hacer. Pero tú y Friedlander Bey sabéis bien que siempre acabo mis trabajos. ¿Es necesario que me entusiasme con ellos?

Youssef se rió brevemente.

—No, claro que no. De hecho es bueno que no lo hagas. Si lo hicieras correrías el riesgo de acabar como el caíd Reda.

—Que Alá no lo quiera —murmuré.

Llegamos a mi puerta y dejé que Youssef se fuera a la cama. Entré, pero no tenía ganas de dormir. Aún estaba confuso. Me detuve a tomar otras cuatro soneínas y un par de trifets para obtener energía. Luego abrí despacio la puerta, con cuidado de no despertar a Kmuzu y miré el corredor. Youssef ya no estaba. Volví a salir, bajé la escalera y me senté al volante de mi sedán eléctrico.

Necesitaba una copa con un montón de gente sonriente a mi alrededor. Me dirigí hasta el Budayén, cediendo a la peculiar y placentera soledad que se siente a altas horas de la madrugada, en la carretera vacía. No me digáis nada sobre conducir bajo la influencia de las drogas, ya lo sé, es estúpido y debería ser encarcelado y exhibido como ejemplo. Pensé que con todas las cosas terribles que daban vueltas en mi cabeza, no iba a sucederme algo como un accidente de tráfico. Volvía a sentir la artificial confianza que dan las drogas.

De cualquier modo, llegué a la puerta este sin incidentes y aparqué el coche cerca de la parada de taxis del Boulevard il—Jameel. Mi club ya había cerrado —llevaría así más de una hora— y muchos otros también estaban oscuros. Pero estaba lleno de bares de madrugada y cafés abiertos las veinticuatro horas del día. Un montón de bailarinas se pasaban por el Brig cuando salían de trabajar. Pensaréis que después de beber con los clientes durante ocho horas, estarían hartas, pero eso no era así. Les gustaba sentarse juntas en el bar, echarse unos tragos de schnapps y hablar de los idiotas con los que habían tenido que conversar esa noche.

El Brig era un oscuro y frío bar cerca del muro sur del Budayén en la calle séptima. Fui hacia allí. En lo más profundo de mi mente tenía la esperanza de encontrarme con alguien. Alguien como Yasmin.

El Brig estaba lleno de humo y bullicio, y cubrían las luces con geles azules que hacían que todo el mundo parecía un muerto. No quedaba ni un taburete libre en toda la barra, así que me senté en un cubículo contra la pared opuesta. Kamal ibn ash—Shaalan, el propietario, que también trabajaba detrás de la barra, me vio y se acercó. Dio un par de débiles pasadas por la mesa con un trapo empapado en cerveza.

—¿Cómo estás, Marîd? —dijo con su voz ronca.

—Muy bien —respondí—. Ginebra y bingara con un poco de zumo de lima, ¿vale?

—Apuesta a que sí. ¿Buscas compañía esta noche?

—Ya la encontraré yo, Kamal.

Se encogió de hombros y se fue a prepararme la bebida.

Al cabo de diez segundos una jovencita preoperada se sentó ante mí. Había elegido el nombre de Tansy, pero en el trabajo todo el mundo le llamaban Nafka. Nadie quería decirle lo que «nafka» significaba en yiddish.

—¿Me invitas a una copa, míster? —dijo ella—. Podría sentarme a tu lado y saludar el día con un polvo.

No recordaba quién era yo. Pensó que era sólo un viejo macarra.

—Esta noche no, cielo —dije—. Estoy esperando a alguien.

Sonrió torvamente, con los párpados entornados.

—Te sorprendería lo que puedo hacerte mientras esperas.

—No, no creo que me sorprendieras. Sólo que no me interesa, lo siento.

Tansy se levantó y se contoneó un poco. Me hizo un lento guiño.

—Ya sé cuál es tu problema, míster —rió para sí y se dirigió otra vez a la barra.

Bueno, no, no sabía cuál era mi problema. Yo tampoco tuve demasiado tiempo para pensar en él porque vi a Yasmin salir del lavabo de señoras en los oscuros recovecos del club. Parecía como si se hubiera tomado muchas copas en el trabajo y otras tantas allí. Me levanté y la llamé. Giró la cabeza a cámara lenta, como un apatosaurus buscando otro montón de maleza para mascar.

—¿Quién me llama? —dijo, tambaleándose hacia mí.

—Soy Marîd.

—¡Marîd! —sonrió descuidadamente y se dejó caer en el cubículo como un saco de patatas.

Alargó la mano bajo de la mesa y me manoseó por debajo de la gallebeya.

—Te echo de menos, Marîd. ¿Sigues teniendo esa cosa ahí debajo?

—Yasmin, escucha...

—Estoy muy cansada esta noche, Marîd. ¿Quieres acompañarme hasta mi apartamento? Estoy algo bebida.

—Ya me he dado cuenta. Mira, en realidad quería hablar contigo sobre...

Se volvió a levantar y se puso en pie a mi lado, inclinándose para pasar sus brazos alrededor de mi nuca. Empezó a cosquillearme la oreja con la lengua.

—¿Antes te gustaba, Marîd, recuerdas?

—Nunca me gustó. Estás pensando en otro.

Yasmin deslizó la mano por mi pecho.

—Vamos, Marîd, quiero irme a casa. Ahora vivo en la calle catorce.

—Muy bien —dije.

Cuando Yasmin se emborrachaba y se le metía una idea en la cabeza no había modo de quitársela. Me levanté, la cogí por los hombros, me aseguré de que llevaba su bolso y, medio guiándola medio arrastrándola, la saqué del Brig. Tardamos media hora en recorrer siete manzanas de la Calle.

Al final llegamos a su edificio y encontré las llaves en su bolso. Abrí la puerta principal y la llevé hasta la cama.

—Gracias, Marîd —dijo en una voz cantarina. Le quité los zapatos y luego me di la vuelta para irme—. ¿Marîd?

—¿Sí?

Volvía a tener sueño. Quería regresar a casa y meterme en mi habitación antes de que Youssef o Tariq o Kmuzu descubrieran que me había largado e informaran a Friedlander Bey.

Yasmin volvió a llamarme.

—¿Me haces un masaje en la nuca?

Suspiré.

—Vale, pero sólo un poco.

Bueno, empecé a darle masajes en la nuca y, mientras lo hacía, ella se quitó su minifalda negra. Luego se incorporó e intentó quitarme la gallebeya por encima de la cabeza.

—Yasmin, estás bebida —dije.

—Házmelo, ¿quieres? —pidió—. De este modo no tendré resaca.

No era la proposición más sensual que me habían hecho. Ella me dio un largo y profundo beso. Y también sabía qué hacer con sus manos. En un instante estábamos follando apasionada y fogosamente. Creo que se durmió antes de que terminara. Luego tuve un débil orgasmo y me derrumbé a su lado.

¿Cómo podría describir el inicio del nuevo día? Dormía nervioso medio dentro, medio fuera del desnudo colchón de Yasmin. Tuve unos realistas y locos sueños a medida que los restos de los opiáceos y los estimulantes desaparecían de mi riego sanguíneo. Me desperté una vez alrededor de las diez de la mañana, con un sabor repugnante en la boca y un dolor sordo en la frente. No podía recordar dónde estaba y miré alrededor del apartamento de Yasmin, con la esperanza de hallar alguna pista. Finalmente examiné su grácil espalda, su fina cintura y su suculentas caderas. ¿Qué hacía en la cama con Yasmin? Ella me odiaba. Luego recordé el fin de la noche anterior. Bostecé y me di media vuelta. Casi al momento estaba dormido otra vez.

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