El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 (45 page)

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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1
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El alivio brilló en los ojos de Illium mientras plegaba el ala.

—Sin el anshara aún estaría en cama, incapaz de moverme.

La mente de Rafael regresó a los meses en los que su propio cuerpo estaba destrozado. Por aquel entonces, la región se encontraba aislada y sus habilidades mentales aún estaban en pañales. Tan solo los pájaros y Caliane sabían que estaba allí.

—Sí.

—Sire... aún no me has castigado por perder a Elena ese día. —Los rasgos de Illium mostraban seriedad. Su personalidad, por lo general chispeante, estaba enterrada bajo aquellas palabras formales—. Me merezco el castigo. Soy uno de los Siete, uno de tus hombres más experimentados, y dejé que la atraparan.

Rafael sacudió la cabeza.

—No fue culpa tuya. —El error fatal lo había cometido él mismo—. Debería haberme dado cuenta de que Uram podría acelerar su recuperación a través de la sangre.

—Elena... —comenzó a decir Illium, pero se detuvo—. No, las preguntas no sirven de nada. Solo quiero que sepas que los Siete están a tu lado.

Rafael observó al ángel mientras saltaba desde la terraza y, luego, tras un momento de pausa, hizo lo mismo. Estaría en plena forma dentro de pocas semanas. Hasta entonces, los Siete se encargarían de mantener su territorio a salvo de los ojos codiciosos.

Lijuan y Michaela, al igual que Charisemnon y Astaad, jamás entenderían aquel tipo de lealtad. Quizá solo Elijah y Titus fueran capaces de comprender lo que los Siete le habían dado. Dmitri era el más antiguo; Veneno, el más joven. Pero en conjunto, los tres vampiros y los cuatro ángeles llevaban con él un buen puñado de siglos, y su lealtad había sido inquebrantable... aunque aquello no significaba que solo fueran títeres. No, sus Siete habían luchado con él muchas veces, habían cuestionado sus decisiones hasta el punto de arriesgar sus vidas.

Charisemnon le había advertido sobre Dmitri en más de una ocasión.

—Ese vampiro tiene ideas que van más allá de su posición —había dicho el arcángel—. Si no tienes cuidado, se apoderará de tu Torre.

Aun así, Dmitri había mantenido a raya a todos sus contrincantes durante los tres meses que Rafael había permanecido en estado de coma, curándose. Durante el primer mes, el coma había sido tan profundo que había descendido por debajo del estado de anshara. Si Dmitri o cualquiera de los otros seis hubieran deseado poner fin a su vida inmortal, podrían haber hecho un pacto con otro arcángel y haber revelado su lugar de descanso. En lugar de eso, lo habían protegido; más que eso: habían protegido su corazón.

Los niños que jugaban en el parque de New Jersey alzaron la vista y lo miraron boquiabiertos cuando pasó volando sobre ellos. Su asombro se transformó en gritos de deleite cuando aterrizó sobre el césped que rodeaba la zona de columpios. Rafael se fijó en cómo sus madres, y algunos padres, intentaban contener el entusiasmo de sus hijos por miedo a que ofendieran a un arcángel. El miedo teñía sus miradas, y Rafael supo que siempre sería así. Para gobernar no podía parecer débil.

Unas manitas tiraron de su ala. Bajó la vista y vio a un niño diminuto con un cabello negro lleno de rizos apretados y una piel que hablaba de tierras distantes, soleadas y cálidas. Cuando se inclinó para coger al niño en brazos, oyó el grito de pánico de una mujer. Sin embargo, el niño lo miraba con ojos inocentes.

—Ángel —dijo.

—Sí. —Rafael sintió el cálido latido de la humanidad del chico, el solaz que ese latido le proporcionaba—. ¿Dónde está tu madre?

El pequeño señaló a una mujer joven de expresión aterrorizada. Rafael se acercó a ella para entregarle al niño.

—Tu hijo tiene coraje. Crecerá y se convertirá en un hombre fuerte.

El pánico de la mujer desapareció bajo una oleada de orgullo.

Mientras caminaba entre los niños, otros cuantos se atrevieron a tocarle las alas. Y cuando vieron que sus suaves y diminutas manitas se habían quedado llenas de polvo de ángel, se echaron a reír con inocente alegría. Sara enarcó una ceja cuando se acercó a ella.

—¿Te estás pavoneando, arcángel? —Tenía las manos apretadas sobre las empuñaduras del carrito en el que dormía su pequeñina, ajena a los monstruos y a la sangre.

—Uram jamás caminó entre los humanos —dijo en lugar de responder.

Ella empezó a empujar el carrito por un estrecho sendero salpicado de nieve, la primera caricia del invierno. Nadie los interrumpió, aunque cuatro niños intrépidos se atrevieron a seguirlos a unos cuantos pasos de distancia... hasta que sus padres les ordenaron que regresaran. Desde el carrito que Sara empujaba, su hija levantó los puños, como si librara batallas en sueños. Tenía sentido, pensó él. Después de todo, Zoe Elena tenía el nombre de una guerrera.

—¿Nos mintió Dmitri? —preguntó Sara después de varios minutos de silencio—. ¿Ellie está muerta?

—No —respondió él—. Elena está viva.

Las manos de Sara se apretaron sobre las manillas del carrito con tanta fuerza que el color blanco de sus huesos se hizo patente a través de la piel suave y oscura.

—La transición de humano a vampiro no tarda tanto tiempo. Una vez que hacéis lo que quiera que hagáis, la mayoría de los vampiros están recuperados (o al menos andando) en menos de dos meses.

Rafael eligió sus palabras con mucho cuidado.

—La mayoría de los vampiros no empiezan con la espalda rota.

Sara realizó un breve asentimiento con la cabeza.

—Sí, en eso tienes razón. Lo que pasa es que... ¡La echo de menos, joder!

Zoe se despertó al percibir la angustia de su madre, y su frente se llenó de arrugas de furia.

—Duerme, pequeña —dijo Rafael—. Duerme.

La niña sonrió y bajó las pestañas, que formaron medias lunas sobre sus regordetas mejillas.

—¿Qué es lo que has hecho? —preguntó Sara, que lo miraba con una expresión recelosa.

Rafael sacudió la cabeza.

—No he hecho nada. A los niños siempre les ha encantado mi voz. —En una ocasión, en los comienzos de su existencia, había protegido la guardería, había protegido sus más preciados tesoros. Los nacimientos angelicales eran muy, muy escasos. Era lógico, según decían sus sanadores y sus entendidos. Una raza de inmortales no necesitaba un ritmo de reposición muy alto. Sin embargo, ser inmortal no impedía que uno tuviera la necesidad de engendrar un hijo.

El rostro de Sara se suavizó.

—Eso es evidente. Cuando le has hablado a Zoe... tu voz ha sonado distinta, diferente a como es normalmente.

Rafael se encogió de hombros. Notaba que el mundo empezaba a suspirar con la llegada de la noche.

—Sara, Elena no querría que te preocuparas.

—En ese caso, ¿por qué coño no me llama por teléfono? —inquirió ella—. ¡Todos sabemos que pasa algo malo! Mira, si está paralizada... —tragó saliva—, ¡a nosotros nos da igual! Dile que deje de comportarse como una zorra orgullosa y que me llame. —Tenía los sollozos atascados en la garganta, pero se negaba a dejar que salieran. Otra guerrera. Muy parecida a la suya.

—No puede hablar contigo —le dijo—. Está dormida.

Los ojos de Sara estaban cargados de dolor cuando lo miró.

—¿Sigue en coma?

—En cierto sentido. —Se detuvo y la miró a los ojos—. Yo cuidaré de ella. Confía en mí.

—Tú eres un arcángel —dijo ella, como si eso lo explicara todo—. No te atrevas a mantener viva a Ellie con máquinas. Ella odiaría que se hiciera algo así.

—¿Crees que no lo sé? —Retrocedió un paso y extendió las alas—. Confía en mí.

La directora del Gremio sacudió la cabeza.

—No hasta que vea a Elena con mis propios ojos.

—Lo siento, Sara, pero no puedo permitirlo.

—Soy su mejor amiga, su hermana en todos los sentidos salvo en el biológico. —Estiró la mano para colocar la mantita de Zoe antes de girar la cabeza—. ¿Qué te da derecho a mantenerla alejada de mí?

—Ella también es mía. —Sus músculos se tensaron, listos para el vuelo—. Cuida de ti y de aquellos a los que consideras tuyos, directora. Elena no será feliz si se despierta y descubre que te has convertido en la sombra de lo que eras.

Luego echó a volar. El silencio se volvió tan estruendoso que empezó a agobiarlo.

Despierta, Elena.

Pero ella siguió dormida.

40

D
espierta, Elena.

Elena frunció el ceño, molesta por el ruido. Cada vez que intentaba dormir, él le exigía que despertara. ¿No se daba cuenta de que necesitaba descansar?

Elena, Sara ha ordenado a sus cazadores que me busquen.

Como si aquello fuera motivo de preocupación... Ni siquiera el más fuerte de los cazadores tenía alguna posibilidad contra él.

Amenaza con contarles a los medios informativos que estoy haciendo cosas antinaturales con tu cuerpo.

Una sonrisa en su mente, en su alma. El arcángel tenía sentido del humor. ¿Quién lo habría imaginado?

¿Ellie?

Nunca la había llamado Ellie, pensó al tiempo que bostezaba. Lo primero que vio cuando abrió los ojos fue algo azul. Un azul eterno, insondable y brillante. Los ojos de Rafael. Y de inmediato, lo recordó todo. Recordó la sangre, el dolor, los huesos destrozados.

—Joder, Rafael... Como tenga que beber sangre, voy a dejar tu maravilloso cuerpo seco. —Su voz sonaba ronca. Su furia era absoluta.

El arcángel esbozó una sonrisa tan llena de alegría que Elena deseó abrazarlo y no soltarlo nunca.

—Tienes permiso para chupar cualquier parte de mi cuerpo que desees.

Ella no quería reírse, no quería rendirse al hambre que veía en aquellos ojos inmortales.

—Te dije que no quería Convertirme en vampira.

Rafael le dio unos trocitos de hielo para que aplacara la sequedad de su garganta.

—¿No te alegras de estar viva, aunque solo sea un poquito?

Se alegraba mucho. Estar con Rafael... Bueno, vale... la sangre no podía saber tan mal, ¿no? Pero...

—No pienso hacer ninguna de las tareas serviles de los vampiros.

—Está bien.

—Y solo beberé tu sangre.

Eso hizo que su sonrisa se hiciera aún más amplia.

—Está bien.

—Eso significa que estás atado a mí. —Alzó la barbilla—. Si me dejas por alguna niñita tonta, veremos quién es el inmortal.

—Está bien.

—Espero... —Fue entonces cuando sintió unos extraños bultos en la espalda—. No sé quién ha hecho esta cama, pero la ha hecho fatal. Está toda llena de bultos.

Ojos azules, azulísimos, que se reían de ella.

—¿En serio?

—Oye, no tiene gracia... —Sus palabras acabaron en una exclamación ahogada cuando giró la cabeza y vio sobre qué estaba tendida. Alas. Unas hermosísimas alas. Alas de un color negro, sugerente e intenso, que se extendía hacia fuera con sutiles incrementos de un azul oscuro, casi añil, hasta las plumas principales, las cuales mostraban un resplandeciente tono dorado. Unas alas increíbles. Y ella las estaba aplastando.

—¡Maldita sea! Estoy aplastando a un ángel. ¡Ayúdame a levantarme!

Rafael la ayudó a incorporarse cuando ella le ofreció la mano. El tubo que salía de su brazo le impidió moverse como quería.

—¿Qué es esto?

—Lo que te ha mantenido con vida.

—¿Durante cuánto tiempo? —preguntó ella, que se volvió para echar un vistazo por encima del hombro. Las palabras de Rafael se perdieron entre el aluvión de interferencias que llenaron su cerebro. Porque no estaba aplastando a nadie... salvo a ella misma—. Tengo alas.

—Las alas de una guerrera. —Rafael deslizó los dedos sobre una de ellas y le provocó un escalofrío que recorrió todo su cuerpo—. Alas como hojas de acero.

—Vaya... —dijo Elena en cuanto recuperó el habla—. Entonces, supongo que estoy muerta. —Aquello tenía sentido. Siempre había querido tener alas, y ahora las tenía. Por tanto, estaba muerta y había ido al cielo. Se dio la vuelta—. Tú eres igual que Rafael. —Olía a mar, a limpio, a fresco... aquel aroma que hacía que todo su cuerpo cantara.

El arcángel la besó.

Y su sabor era demasiado real, demasiado terrenal como para ser cosa de su imaginación. Cuando él se apartó, Elena se quedó atónita al ver la emoción que brillaba en sus ojos. Fue lo bastante impactante para hacerle olvidar la magia de las alas que tenía en la espalda.

—¿Rafael?

Los ojos azules adquirieron un brillo febril y la piel de su rostro se tensó sobre los pómulos.

—Estoy furioso contigo, Elena.

—Menuda novedad... —replicó ella, aunque no pudo evitar acariciar el arco de una de sus alas.

—Soy inmortal, pero aun así pusiste tu vida en peligro para intentar salvar la mía.

—Soy una estúpida, ¿eh? —Se inclinó hacia delante para acariciar la nariz de Rafael con la suya. Mimos, pensó como una estúpida; las pequeñas cosas que los amantes hacían para aferrarse el uno al otro, las cosas que formaban su lenguaje secreto, se llamaban mimos. El lenguaje secreto que compartían Rafael y ella acababa de empezar a formarse, pero encerraba una promesa tan intensa y rica que se le encogía el corazón en el pecho a causa de la emoción—. No podía permitir que te hicieran daño. Me perteneces. —Era muy arrogante decirle algo así a un arcángel.

Él cerró los ojos y apoyó la frente contra la de ella.

—Serás mi muerte, Elena.

Ella sonrió.

—Necesitas un poco de diversión en tu larga y tediosa vida.

Rafael abrió los ojos y la cegó con la intensidad de su mirada.

—Sí. Así que no morirás. Me he asegurado de ello.

Estaba casi segura de que había imaginado las alas, pero los hermosos apéndices del color de la medianoche seguían allí cuando echó un vistazo con el rabillo del ojo.

—¿Cómo demonios has conseguido implantarme unas alas prostéticas en la espalda en menos de...? —Se quedó callada un momento—. Vale, no me duelen las heridas, así que, ¿cuánto tiempo ha pasado? ¿Una semana? No, tiene que ser más tiempo. —Frunció el ceño mientras intentaba encajar las piezas sueltas de sus recuerdos—. Tenía bastantes huesos rotos... y la espalda, ¿no?

El arcángel sonrió de nuevo. Aún tenía la frente apoyada sobre la suya, y sus alas formaban un dosel que los cobijaba en un mundo privado.

—Las alas no son prótesis, y has permanecido dormida durante un año.

Elena tragó saliva. Parpadeó. Intentó respirar.

—Los ángeles Convierten a los mortales en vampiros, no Convierten a otros ángeles.

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