El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 (19 page)

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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1
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Su respuesta fue hacer explotar la ventana que había entre ellos. Ocurrió tan de repente que Elena apenas tuvo tiempo de levantar el brazo para protegerse los ojos. En un momento dado la ventana estaba en su lugar y, al siguiente, yacía sobre su alfombra hecha pedazos. Aunque no la había rozado ni una sola esquirla.

Cuando bajó el brazo, se descubrió observando un enorme cuadrado de oscuridad mientras el viento se deslizaba en el interior de su apartamento en suaves y sedosas oleadas.

Rafael había desaparecido.

Asustada, aunque no por ella misma, bajó la mirada hasta la pistola que sujetaba en la mano. Volvió a colocar el seguro con dedos temblorosos. La había disparado en un acto instintivo de autodefensa. Y no había apuntado al rostro de Rafael, sino a sus alas, tal como le había aconsejado Vivek. Un ángel sin alas...

—Maldita sea... —Caminó con cautela sobre las enormes esquirlas de cristal (ocho trozos triangulares perfectos) y se acercó a la ventana para mirar hacia abajo.

Oyó un susurro a su espalda.

—Está claro que no tienes problemas de vértigo.

Podría haberse caído si él no le hubiera sujetado las caderas con las manos.

—¡Cabrón! ¡Me has dado un susto de muerte! —Se retorció en un intento por alejarse de él.

Pero Rafael le rodeó la cintura con ambos brazos y la mantuvo inmóvil.

—Compórtate, Elena.

El tono extraño de aquella voz hizo saltar las alarmas de su cerebro. No pudo evitar recordar lo que había pensado antes: que había cosas mucho peores que la muerte.

—¿Tienes pensado dejarme caer?

—Acabas de decirte a ti misma que no te mataría, que es mucho más probable que te torture.

Algo estalló en su interior.

—¡Sal... de... mi... cabeza! —Cerró los párpados con fuerza e intentó echarlo de su mente con cada átomo de la voluntad que poseía. Era una reacción humana y estúpida, pero ella era humana en todo lo que importaba.

Tras ella, Rafael inspiró profundamente. Sorprendida, Elena redobló sus esfuerzos para bloquearlo, a pesar del vacío mortal que se encontraba ante ella. No apartó la mirada del abismo: prefería enfrentarse con la muerte a que invadieran su mente, porque ¿qué era eso sino otra forma de sumisión? No obstante, no caería sin luchar. Cambió la posición de la pistola. En aquella ocasión apuntaría con toda intención hacia sus alas.

—Vaya, vaya... —dijo Rafael junto a su oreja—. Parece que la cazadora nata tiene otra habilidad.

Empezaba a dolerle la cabeza, pero mantuvo la presión del bloqueo con la esperanza de que su cerebro aprendiera a hacerlo por sí solo después de un rato. Por supuesto, aquello no sería un problema si no conseguía apartarse de Rafael. Cada segundo que pasaba veía más claro que, fuera lo que fuese lo que le ocurría, era peligrosísimo para ella.

—¿Por qué estás aquí? ¿Por qué haces esto? ¿Es porque le corté el cuello a Dmitri?

—Él tenía órdenes de no tocarte.

Cansada de apartarse continuamente, se relajó y apoyó la cabeza contra su pecho. El arcángel sujetó su peso sin el menor esfuerzo.

—¿Qué le hiciste?

—A estas alturas, su mandíbula se habrá curado por completo.

La oscuridad de la noche estaba tan cerca y las luces de los demás edificios parecían tan brillantes que Elena tuvo la sensación de que se encontraba al borde del fin del mundo. Sin embargo, la verdadera amenaza no era el vacío que había frente a ella.

—¿Te excita la violencia?

—No.

—Herirme —insistió—, hacerme sangrar... Eso es lo que le pone a Dmitri. ¿A ti te ocurre lo mismo?

—No.

—Entonces ¿por qué coño me tienes aquí, junto al hueco de la ventana?

—Porque puedo hacerlo.

Y Elena supo que, en aquel estado, aquel ser podría destrozarla sin miramientos.

Así que le disparó. Sin avisos, sin segundas oportunidades. Sencillamente apuntó a ciegas por detrás de su espalda y disparó. En el instante en que los brazos del arcángel se aflojaron, ella se arrojó hacia un lado. Podría haber caído al vacío, pero confió en sus reflejos y no le fallaron.

Aterrizó sobre los enormes trozos de cristal. A las esquirlas no les pasó nada, pero ella acabó con un corte en la cara y varios en las manos, ya que se había aferrado al cristal para no resbalar y caer al abismo de la noche. En el momento en que recuperó el equilibrio, utilizó uno de sus movimientos más acrobáticos para dar una voltereta hacia atrás y aterrizar en cuclillas sobre la alfombra.

Se apartó el cabello de los ojos y observó a Rafael. El arcángel yacía sobre los cristales, apoyado sobre la mesa en la que ella había dejado el teléfono un rato antes... aunque parecía haber pasado una eternidad desde entonces. Rafael observaba con atención una de sus alas, y cuando Elena siguió su mirada, lo que vio le provocó ganas de vomitar.

El arma había hecho lo que Vivek había prometido. Había destruido casi por completo la mitad inferior de un ala. Lo que Vivek no le había dicho era que cuando un ángel resulta herido, sangra. Sangre de color rojo oscuro que goteaba sobre el cristal y se deslizaba sobre la superficie lisa hasta la alfombra. Estremecida, Elena se puso en pie.

—Se curará —susurró, aunque en realidad se lo decía a sí misma. Si lo había dejado lisiado...—. Eres inmortal. Tu ala se curará.

Él levantó la vista. Una atónita incomprensión llenaba sus increíbles ojos azules.

—¿Por qué me has disparado?

—Me estabas torturando con el miedo. Parecías dispuesto a arrojarme al vacío y a recogerme unas cuantas veces solo para oírme gritar.

—¿Qué? —Frunció el ceño y sacudió la cabeza, como si intentara aclararse las ideas. Luego observó el espacio vacío que antes ocupaba la ventana—. Sí, tienes razón.

Aquella no era la respuesta que ella esperaba.

—Estabas aquí conmigo... ¿Por qué me da la impresión de que no sabes muy bien lo que ha ocurrido?

Sus ojos se clavaron en los de ella una vez más.

—Durante el estado Silente estoy... cambiado.

—¿Qué es eso del estado Silente?

Él no respondió.

—¿Te ocurre a menudo?

Sus labios se tensaron.

—No.

—Entonces, ¿ahora estás normal? —Mientras formulaba la pregunta, corrió a la cocina en busca de paños. Cuando regresó, lo encontró en la misma posición—. ¿Por qué no deja de sangrar? —El volumen de su voz se había elevado bastante. Estaba claro que empezaba a entrarle el pánico.

Rafael la observó mientras ella intentaba detener sin éxito la hemorragia.

—No lo sé.

Elena contempló el arma que había dejado al otro lado de la estancia. Tal vez fuera una estupidez quedarse allí, pero aunque no sabía quién era el otro Rafael, a aquel sí lo conocía. Fuera lo que fuese aquel estado Silente, lo había convertido en una especie de monstruo. Pero ¿acaso era ella mucho mejor? La pistola, el daño que le había hecho...

Cogió el teléfono y llamó a los Sótanos, aunque tenía los dedos resbaladizos a causa de la sangre. Los ojos azules del arcángel parecieron apagarse y su cabeza cayó hacia atrás.

—Vamos... —dijo mientras le cubría la mejilla con los dedos ensangrentados—. No te duermas, arcángel. No quiero que entres en estado de shock.

—Soy un ángel —murmuró él con voz pastosa—. El shock es para los mortales.

Alguien cogió el teléfono.

—¿Vivek?

—¡Elena, estás viva!

—¡Maldita sea, Vivek, ¿qué coño había en esas balas?

—Lo que te dije.

—¿Habían sido probadas?

—Claro. Se han utilizado unas cuantas veces: te dan alrededor de veinte minutos, media hora máximo. Los ángeles empiezan a curarse en el instante en que impacta la bala.

Elena bajó la vista hasta el ala destrozada de Rafael.

—No se está curando. Se está poniendo peor con cada minuto que pasa.

—Eso es imposible.

Colgó el teléfono, ya que resultaba evidente que Vivek no sabía nada.

—¡Vamos, Rafael! ¿Qué puedo hacer?

—Llama a Dmitri.

Su piel se estaba volviendo gris... una máscara mortal que llenó de terror el corazón de Elena. La culpa y el miedo habían formado un nudo en su garganta, pero marcó el número de la Torre del Arcángel y la pasaron de inmediato con Dmitri.

—Ven a mi apartamento —le ordenó.

—Eso no es posi...

—Le he hecho algo a Rafael. Está sangrando y la hemorragia no cesa.

Un breve silencio.

—Es inmortal.

—Su sangre es roja, igual que la mía.

—Te descuartizaré en trozos diminutos si le has hecho daño. —Y tras eso, colgó.

—Dmitri viene de camino —le dijo a Rafael. El teléfono resbaló de su mano cubierta de sangre—. Creo que no tiene muy buena opinión de mí.

—Es leal. —El cabello cayó sobre su frente, dándole un aspecto absurdamente infantil.

Otro chorro de sangre, cálida y espesa, cayó sobre la pierna de Elena.

—¿Por qué coño no te estás curando?

Un momento de lucidez iluminó sus vidriosos ojos azules.

—Me has convertido en «un poco» mortal.

Aquellas fueron sus últimas palabras antes de caer en la inconsciencia, y Elena las achacó al shock.

Seguía a su lado cuando llegaron Dmitri y varios vampiros más. En lugar de llamar, se limitaron a echar la puerta abajo.

—Coged a la cazadora. —Dmitri no se dignó mirarla mientras sus lacayos la arrastraban lejos de Rafael.

Elena habría luchado, pero sabía que era inútil. Eran demasiados y no llevaba encima ningún aparato con chip de control. Puesto que tenían números de serie únicos que podían ser rastreados tanto por el Gremio como por la SPV, los artilugios con chip solo podían utilizarse durante la caza, o cuando un cazador se encontraba en peligro real y demostrable de resultar herido por un vampiro. Según la versión oficial, con aquello se pretendía evitar que los cazadores se volvieran demasiado confiados, aunque todo el mundo sabía que en realidad era una norma creada porque a los poderosos vampiros no les gustaba la idea de ser vulnerables al ataque de cualquier cazador con un mal día.

En aquellos momentos, a Elena todo aquello le importaba un bledo.

—¡Ayúdalo!

Dmitri la asesinó con la mirada.

—Cállate. La única razón por la que no estás muerta es que Rafael disfrutará matándote él mismo. —Levantó una mano y dirigió su voz hacia una especie de transmisor que llevaba en la muñeca—. Entrad.

Dos ángeles enormes aparecieron en el hueco de la pared donde había estado la ventana; sujetaban una camilla entre ambos. Al notar el asombro que mostraron sus rostros cuando vieron a Rafael, Elena supo que la situación era peor que mala. Se estremeció, pero los ángeles se recuperaron con rapidez y se apresuraron a seguir las órdenes de Dmitri: colocaron a Rafael sobre la camilla para llevarlo enseguida hasta la Torre.

Uno de los ángeles, el pelirrojo, dijo:

—¿No sería mejor llevarlo directamente a casa?

—El sanador y los médicos están a punto de llegar a la Torre —respondió Dmitri.

El ángel asintió con la cabeza y luego alzó la parte delantera de la camilla al tiempo que su compañero cogía el otro extremo.

—Nos veremos allí.

Elena no tenía muy clara cuál era la jerarquía de poderes en aquella estancia. Se suponía que la cosa iba arcángel-ángelvampiro-humano, en ese orden. Sin embargo, estaba claro que era Dmitri quien dirigía el espectáculo allí... y, a diferencia del ángel joven que había dejado el paquete en su apartamento, aquellos eran ángeles antiguos y poderosos.

En aquellos momentos, puesto que Rafael ya no estaba allí, Dmitri concentró su atención en ella. Mientras se acercaba, Elena maldijo la estúpida política de las armas con chip. Sin ellas estaba tan indefensa como una niña.

Y Dmitri parecía dispuesto a hacerla pedazos solo con las manos.

Cuando estuvo a escasos centímetros de ella, le agarró la barbilla con las manos ensangrentadas y la contempló con unos ojos negros llenos de fuego.

Elena ahogó una exclamación.

—Tus ojos... —Había un círculo espinoso rojo allí donde debería haber estado la pupila, una mancha escarlata con bordes como cuchillas—. ¿Qué coño les pasa?

El vampiro apretó la mano. Y luego se inclinó hacia delante. Elena se quedó paralizada. Sabía que si él intentaba tomar su sangre no sería capaz de quedarse quieta; el instinto se haría cargo de la situación e intentaría ir en busca de sus armas. Era algo que no podría evitar. Sin embargo, Dmitri la sorprendió una vez más. Sus labios le rozaron la oreja en lugar del cuello.

—Voy a observar cómo te destroza. Y luego me beberé tu sangre como postre.

El miedo, en su estado más puro y brutal, se apoderó de Elena hasta las entrañas. Sin embargo, se enfrentó a él con deliberada indiferencia.

—¿Qué tal tienes el cuello?

Los dedos del vampiro la apretaron con tanta fuerza que ella tuvo la certeza de que le saldrían cardenales.

—En mi época, las mujeres sabían cuál era su lugar.

Elena no preguntó; no pensaba morder el anzuelo.

Pero al parecer Dmitri no necesitaba su cooperación.

—Tumbadas de espaldas, con las piernas abiertas.

Ella entrecerró los párpados.

—Rafael no ha rescindido su orden de no tocarme, así que yo me andaría con mucho cuidado si estuviera en tu lugar.

Dmitri se echó a reír, y el sonido de aquella risa fue como una hoja de afeitar sobre su piel. El vampiro aflojó los dedos y le cubrió la mejilla antes de acercarse aún más para presionarla con su musculoso cuerpo. En aquel instante, lo único que pudo «ver» Elena fue a Dmitri: su furia letal, sus ojos... su esencia. Una esencia que la envolvió como la más obscena y lujuriosa de las sábanas, que la inundó con el sabor de las pieles, los diamantes y el sexo.

—Espero que te mantenga con vida durante mucho, mucho tiempo. —Dmitri acarició con la lengua el lugar donde su pulso era más evidente—. Y espero que me invite a jugar.

19

U
na hora más tarde, Elena tironeaba de las ataduras que aseguraban sus brazos al sillón. Aunque lo único que conseguía era apretar las cuerdas que tenía alrededor de los tobillos.

De pies y manos. ¡Estaba atada de pies y manos!

Le habían puesto los brazos a la espalda y se los habían atado; la cuerda bajaba hacia abajo para rodearle un tobillo antes de cruzar al lado opuesto para asegurarle el otro. El toque final había sido volverle a subir la soga hasta las muñecas y rodearle la cintura. Estaba anclada a un enorme sillón que no tenía esperanzas de poder volcar.

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