El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 (38 page)

Read El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 Online

Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1
7.99Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Estás seguro?

—Sí. —Se había preocupado por averiguarlo... porque sabía que Elena querría saberlo.

—Menuda mierda... —Ella se frotó la cara con la mano—. Ese tío es un imbécil, pero la ama.

—Ama más la inmortalidad —dijo Rafael, con siglos de experiencia—. De lo contrario, habría esperado a saber si ella también era aceptada.

Elena lo miró con una expresión inescrutable en el rostro.

—¿Aún eres capaz de ver algo bueno en el mundo?

—Si conseguimos matar a Uram, quizá llegue a creer que la maldad no siempre gana. —Quizá. Había visto demasiada maldad para creer en los cuentos de hadas que consolaban a los humanos en sus efímeras vidas.

Elena sacudió la cabeza y empezó a caminar hacia la mansión de Michaela.

—Estoy muerta de hambre.

—Te has echado una buena carrera. —Envió un mensaje mental a Montgomery para que le preparara algo de comer a la cazadora.

—¿Qué te ocurre a ti si no comes?

Otra pregunta que a nadie se le había ocurrido preguntarle en mil años.

—Me desvanezco.

—¿Te debilitas? —Se agachó, tocó la tierra y se llevó los dedos a la nariz—. Me pareció percibir una esencia, pero no hay nada.

Rafael esperó a que se incorporara de nuevo antes de responder.

—No, me desvanezco literalmente, me convierto en un fantasma. El alimento ancla nuestra forma física.

—Entonces ¿por qué otros ángeles no ayunan? Ya sabes, para conseguir la invisibilidad y todo eso...

—Desvanecerse no nos vuelve invisibles, solo nos... «evapora». Y puesto que la falta de alimento también resta poder, desvanecerse no es algo bueno.

—De modo que si quiero hacer que un ángel sea vulnerable, tengo que matarlo de hambre.

—Solo si planeas dejarlo sin comer durante cincuenta años. —Contempló el desconcierto y la consternación que aparecieron en el rostro de Elena—. La inanición es un concepto relativo. A diferencia de los vampiros, los ángeles no se desvanecen con facilidad.

—Los vampiros no se desvanecen, se marchitan —murmuró ella. A Rafael le dio la sensación de que estaba recordando algo—. Y cuanto más ancianos son, más se arrugan. —Se detuvo al borde de la zona de césped del hogar de Michaela y alzó la vista para observar la ventana de la arcángel—. Aunque la idea es la misma, supongo.

—Sí. —Siguió su mirada y recordó que el día anterior había contemplado la ventana desde aquel mismo lugar—. ¿Percibes su esencia?

—Sí. —Se mordió el labio inferior y volvió a inspeccionar el camino que habían seguido antes de volver a concentrar su atención en la ventana—. Aquí pasa algo raro.

—Hay demasiado silencio. ¿Dónde están los guardias? —Rafael examinó la zona en busca de las extrañas alas de Uram—. No puede haber llegado aquí mucho antes que nosotros. Los recuerdos de Geraldine confirmaban que la había dejado tirada en cuanto percibió que lo seguíamos.

Elena lo miró con los ojos entrecerrados.

—¿Qué pretendía hacer? ¿Convertirla en una obra de arte que sobrecogiera a la gente que la encontrase?

—Sí.

—Cómo no... ¿Puedes sobrevolar la zona?

Rafael extendió las alas, dio un salto y echó a volar. Era una sensación de libertad que siempre había dado por sentado... hasta que vio las ansias de volar en los ojos de una cazadora.

No hay huellas visibles
.

Ahora ya podía establecer el vínculo mental sin esfuerzo.

—Voy a entrar.

Era increíble lo fácil que a Elena le resultaba hablar con él. Sabía que ella creía que solo hablaba en voz alta, que él tomaba las palabras de su mente, pero eso no era del todo cierto: la cazadora sabía de manera instintiva cómo disponer sus pensamientos para que no se perdieran en medio de la actividad mental. También podía bloquearlos cuando lo deseaba. Eso le hacía daño, pero podía hacerlo. La arrogancia de Rafael no se sentía muy complacida con aquella pequeña habilidad, pero la verdad era que le resultaba intrigante.

Atrapó una corriente de aire descendente y movió las alas para aterrizar a su lado.

—No entrarás sola. —Ningún mortal tenía posibilidad alguna frente a Uram.

Ella no discutió. La expresión de sus ojos (concentrada, típica de una cazadora nata) le decía que en aquel momento ella solo lo veía como otra herramienta. Tras realizar un breve gesto afirmativo con la cabeza, Elena atravesó la distancia que los separaba de la casa, pero en lugar de dirigirse hacia la parte delantera, forzó las puertas correderas que había en uno de los laterales.

Rafael le puso una mano sobre la espalda.

—Yo entraré primero.

—Este no es el momento de sacar a relucir toda esa mierda machista.

—Podría ser una trampa. Tú eres mortal. —Entró en la estancia y examinó el lugar. Era la biblioteca—. Pasa.

Elena entró en silencio.

—La esencia es más intensa dentro.

Rafael abrió las puertas de la biblioteca y salió al pasillo. Riker estaba empalado en la pared que tenía delante; la pata de una silla de madera sobresalía de su garganta. El vampiro seguía con vida, pero estaba inconsciente... probablemente a causa del golpe en la cabeza que hacía que la sangre se derramara por sus sienes.

—Madre mía... —susurró Elena—. Este tío lleva una semana malísima. ¿Lo dejamos ahí?

—No se curará hasta que le quiten la estaca.

—En ese caso, vámonos. Solo puedo enfrentarme a un psicópata por turno. —Hizo un gesto hacia la izquierda con la cabeza.

Rafael empezó a caminar en aquella dirección, y no se sorprendió mucho cuando encontraron a otro de los guardias empalado en una salvaje y encantadora escultura que databa de la época en que Michaela estuvo con Charisemnom. La cabeza del vampiro colgaba en un ángulo incompatible con la vida.

—Está muerto.

—¿Por rotura de cuello?

—Por decapitación —Le mostró que la cabeza estaba unida al cuerpo por unos simples tendones—, sumada a la extracción del corazón. Sin embargo, no fue algo planeado. Lo hizo tan solo para quitárselo de en medio. —Puso un pie en la escalera.

—No. —Elena señaló otra dirección—. Por ahí.

Un grito desgarró el aire.

Rafael impidió que la cazadora echara a correr.

—Eso es lo que quiere Uram. —La empujó para colocarla tras él y después se encaminó hacia el lugar del que procedía el grito. Uram era todo un maestro de la estrategia: estaba claro que había deducido que Elena era el eje central. Si la eliminaba, podría esquivar al Grupo durante años... Había otros cazadores natos, pero no tan dotados como Elena. Si Uram no era ejecutado antes de que hubiera pasado medio siglo desde su involución, podría conseguir el poder suficiente para gobernar. Y el mundo se ahogaría en sangre.

Elena le dio un tironcito en el ala. Rafael echó un vistazo por encima del hombro con la intención de decirle que no lo distrajera. Podría resultar fatal, incluso para un inmortal. Ella señalaba hacia arriba. Rafael hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

Lo sé.

La casa de Michaela tenía techos altos, como casi todos los hogares pertenecientes a los ángeles. Su salón, como el de él, era el núcleo central de la casa, y las plantas superiores se situaban en torno a él. Uram no esperaría abajo. Los aguardaría arriba.

Aquello colocaba a Rafael en una posición de desventaja. Aquella casa había sido diseñada para humanos y no para moradores angelicales. No había ventanas altas que pudiera utilizar para volar directamente hacia la zona habitable. Tendría que pasar por la puerta. Elena empezó a tirarle del ala otra vez, hasta que él acercó la oreja a sus labios.

—Déjame entrar para distraerlo. Tú entrarás justo después... no tendrá tiempo para matarme.

Si alguien le hubiera descrito aquel escenario antes de conocer a Elena, su respuesta habría sido inmediata. Sí, enviaría a la cazadora al interior para que distrajera al nacido a la sangre. La muerte de la cazadora sería un pequeño precio a pagar para ganar aquella guerra. Pero ahora que la conocía, ahora que se había acostado con ella, aquella mujer le pertenecía.

Elena entornó los párpados, como si pudiera leerle los pensamientos.

—Entra agachada —dijo, a sabiendas de que la sorprendería—. Él apuntará a la altura de la cabeza. Rueda.

Ella asintió.

—Estoy segura de que está ahí dentro. La esencia se ha colado en mi sangre, y es muy densa, muy intensa. —En aquel momento empezó a moverse hacia la entrada.

Los instantes siguientes transcurrieron a una velocidad sobrehumana. Elena rodó hacia el interior, se oyeron unos chasquidos junto a la puerta y un aullido de furia. Un segundo después, Rafael se introdujo en la sala y observó a Uram mientras este le disparaba continuas descargas de pura energía a su cazadora.

Rafael se lanzó hacia delante mientras concentraba su propia energía. Aquella era una de las razones por las que se le había encomendado que dirigiera la búsqueda. Tan solo cuatro de los miembros del Grupo eran capaces de crear descargas de energía. Era un talento que se adquiría con la edad... pero solo si el germen estaba allí previamente. Y a diferencia de lo que ocurría en el estado Silente, aquella energía no tenía por qué proceder del interior. Mientras se elevaba, absorbió poder de las fuentes eléctricas y causó un cortocircuito en la lámpara encendida que había más abajo.

Arrojó el primer rayo a Uram antes de que este se diera cuenta de que también él estaba allí. Le acertó en medio del pecho y lo envió contra la pared. Pero Uram no era arcángel por casualidad. Consiguió detenerse antes de atravesar la pared de madera y le devolvió una bola de llamas al rojo vivo. Rafael la esquivó, a sabiendas de que si le daba en las alas, caería. El fuego de ángel era una de las pocas cosas que podía causar heridas graves a un inmortal.

El fuego de ángel y la pistola de una cazadora, se dijo.

Elena, ¿no has traído contigo esa pequeña pistola que utilizaste contra m
í?

Otro intercambio azul y rojo, enormes agujeros en la pared, polvo flotando hasta el suelo con serena tranquilidad. Mientras luchaban, Rafael observaba a Uram para ver si veía al monstruo. Sin embargo, el arcángel tenía el mismo aspecto de siempre, ya que sus nuevos colmillos permanecían ocultos mientras se concentraba en repeler los ataques de Rafael y lanzar los suyos propios.

Una bola de fuego le rozó el ala. Haciendo caso omiso del grito de sus terminaciones nerviosas, Rafael le devolvió el fuego y consiguió acertar en la punta del ala izquierda de su rival. Uram enseñó los dientes, soltó un aullido... y el monstruo emergió. Fuego rojo en los ojos, colmillos que se alargaban más allá de sus labios y un torbellino de fuego en sus manos.

La sangre lo había hecho más fuerte.

Allí residía el atractivo, la tentación, la locura. Una vez que el Flagelo tomaba el control, la sangre incrementaba el poder de un ángel a la enésima potencia. Pero en aquel momento, sin importar el aspecto que tuvieran, estaban tan enajenados que daba igual. Aun así, Rafael no era ningún novato, y no pensaba dejar que lo acorralaran. Bajó en picado en el último instante y la bola de fuego angelical golpeó la pared allí donde él había estado momentos antes, arrasando todo lo que encontró a su paso hasta que salió al exterior. Justo entonces, volvió a ascender a toda prisa para arrojarle a Uram una descarga.

Algo se disparó y produjo un estruendoso crujido. Uram se inclinó hacia un lado, vacilante, y Rafael vio el desgarro que había aparecido en la parte inferior de su ala. Apuntó hacia aquel punto vulnerable y acertó, causando un daño considerable. Sin embargo, Uram ya había empezado a moverse. Esquivó el segundo ataque de Rafael y salió volando a través del agujero que había originado su disparo.

Rafael salió tras él, ya que sabía que tendría una oportunidad de atrapar al ángel nacido a la sangre mientras estuviera herido. Acababa de salir a la luz del sol cuando chocó contra un cuerpo. Empezó a descender en espiral, pero logró aterrizar con suavidad gracias a la experiencia adquirida durante sus muchos años, y dejó el cuerpo sobre una zona más o menos despejada del suelo.

Michaela.

El corazón de la arcángel había desaparecido, y había una bola de fuego roja allí donde debería haber estado el órgano. Sin pararse a pensarlo, Rafael introdujo en su pecho una mano cubierta de fuego azul y sacó la bola roja para arrojarla contra la pared y disipar su fuerza destructiva. El corazón de Michaela empezó a regenerarse ante sus ojos.

—¡Elena!

—Estoy aquí.

Ella le tocó el brazo mientras contemplaba con horror el pecho de Michaela.

—¿Qué...?

Dejando a la arcángel donde estaba, Rafael rodeó la cintura de Elena con un brazo y echó a volar.

—Rastréalo.

Elena lo entendió a la primera, se aferró a él con fuerza y asintió con la cabeza. Cuando llegó a la abertura que Uram había utilizado para escapar, señaló con el dedo hacia Manhattan. Rafael sabía que era rápido, pero Uram le llevaba ventaja. Además, llevaba a otra persona con él y, al igual que el otro ángel, también estaba herido. Pero estaban cerca, muy cerca...

Hasta que llegaron a la zona del Hudson que pasaba sobre el túnel de Lincoln.

Las aguas del río rugían más abajo, pero Elena no pudo encontrar ni rastro de la esencia de Uram en el aire. Rafael descendió lo bastante para sentir las salpicaduras del agua en la cara, pero ella hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Él sabe lo del agua. —Sintió auténtica frustración—. O bien se ha sumergido, o bien ha volado tan cerca de la superficie que la humedad ha enmascarado su esencia.

Rafael luchó contra el impulso de malgastar su energía en un absurdo ataque de furia. En lugar de aquello, hizo varias barridas por la zona del río donde habían perdido el rastro.

—Nada —dijo Elena—. ¡Joder!

Tras repetir en su mente aquella misma exclamación, Rafael voló de nuevo hacia el hogar de Michaela a través de un cielo cuajado de nubes, y después envió una orden a Dmitri para que peinara las dos orillas del río con rastreadores. Las probabilidades de que aquella búsqueda diera resultado eran muy bajas, ya que Uram solo tendría que conservar el glamour durante el corto espacio de tiempo que tardara en encontrar un escondite. Para un arcángel (incluso para uno herido) aquello era un juego de niños.

Michaela se encontraba aún donde la había dejado, pero su corazón ya había comenzado a latir en el interior de su pecho destrozado. Tenía los ojos abiertos, llenos de un horror que él no había esperado ver. Michaela era muy antigua, muy experimentada, y ya debería conocer el auténtico miedo.

Other books

Pearl by Simon Armitage
Mistborn: The Well of Ascension by Brandon Sanderson
Not This Time by Vicki Hinze
The Lady by K. V. Johansen
All or Nothing by Natalie Ann
Amriika by M. G. Vassanji
Secrets for Secondary School Teachers by Ellen Kottler, Jeffrey A. Kottler, Cary J. Kottler