Read El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
Consiguió librarse de Uram un instante antes de que el monstruo se convirtiera en un estallido de luz blanca que iluminó toda el área de Manhattan durante un segundo. En aquel momento todo terminó. Uram no solo estaba muerto: había sido borrado del cosmos. No quedaba ni rastro de él, ni siquiera polvo.
Rafael debería haber aterrizado, ya que no dejaba de sangrar. Sus heridas empeoraban a medida que el fuego de ángel penetraba aún más en su carne. Pero en lugar de eso, utilizó las alas, que apenas funcionaban ya, para ascender.
Una de las últimas y desesperadas descargas de Uram había caído sobre el edificio. Rafael sabía que Elena había tenido que situarse al borde de la estructura de ocho plantas cuando le disparó a Uram. Aquel borde había desaparecido, pero sentía la vida de Elena, percibía su llama moribunda.
Elena, respóndeme.
Un susurro tranquilo, sereno. Luego...
Sigues siendo un poco humano, ¿no es así, Rafael?
Una pregunta que era poco más que un murmullo. Pero fue suficiente. Siguió el rastro mental y descubrió el cuerpo destrozado de la cazadora sobre el estrecho saliente de un cartel de neón. Tenía la espalda rota y las piernas dobladas en un ángulo imposible. Sin embargo, sonrió al verlo. Y su mano aún sujetaba el arma que había salvado más vidas de las que nadie sabría jamás.
No se atrevió a tocarla por miedo a hacerla caer del saliente.
—No vas a morir.
Le contestó con un lento parpadeo.
—Mandón... —Una palabra pronunciada entre el gorgoteo de la sangre.
La voz no me funciona muy bien.
Te oigo.
Ahora me contarás el secreto, ¿no? ¿Cómo Convertís a los vampiros?
Rafael detectó su tono guasón incluso en aquel susurro apagado.
Nuestros cuerpos generan una toxina que debe purgarse a intervalos regulares. Cuanto más antiguos somos, más largos son esos intervalos.
Uram esperó demasiado
, dijo ella.
Sí. Generamos inmunidad, pero solo hasta cierto punto. Una vez sobrepasado dicho punto, la toxina comienza a fundirse con nuestras células e inicia un proceso de mutación.
Sin embargo, aquella inmunidad básica significaba que un arcángel siempre tenía cierto nivel de toxina en sangre. Lo suficiente. Tenía que ser suficiente.
La única forma de purgar el excedente antes de que se convierta en una cantidad crítica es transferírselo a un humano vivo.
La historia angelical decía que hubo un tiempo en el que se desesperaron por la pérdida de tantas vidas humanas e intentaron purgarse con animales. La carnicería resultante había sido tal que ni siquiera Lijuan hablaba de aquello.
Sabemos que conseguimos algo durante la transferencia, algo que mantiene la toxina estable, pero ni siquiera después de todos estos milenios hemos conseguido averiguar de qué se trata.
Pero...
Una pausa, como si Elena reuniera fuerzas para satisfacer su curiosidad.
Las pruebas de compatibilidad... ¿En qué consisten?
Habría respondido todas sus preguntas, le habría revelado todos sus secretos, si con ello hubiera podido retenerla allí.
Solo algunas personas nacen con la capacidad de sobrevivir a la toxina, de utilizarla como combustible para la transición de mortal a vampiro. Las demás mueren.
Y a pesar de la crueldad, de la falta de compasión engendrada por el paso del tiempo, ningún inmortal deseaba soportar la carga de aquel sacrificio. Prometer vida y entregar solo muerte era acercarse demasiado al abismo.
Antes de las pruebas, solo uno de cada diez lo conseguía.
Ah...
Después de aquello, ni siquiera un susurro.
Los colmillos de Rafael se alargaron, y notó un extraño y hermoso sabor dorado en la lengua cuando una lágrima se deslizó por su mejilla hasta su boca. Era un arcángel. No había llorado en más de mil años.
Así que ya lo sabes, por eso se Convierte a tanto imbécil.
Una risotada débil resonó en la mente de ella.
Supongo que una mujer moribunda puede ser imbécil si así lo desea. Estoy loca por ti, arcángel. A veces me das un miedo de muerte, pero quiero bailar contigo de todas formas.
El corazón de Rafael dejó de latir cuando su voz se apagó. El sabor de la belleza, de la vida, le llenaba la boca cuando se inclinó hacia delante.
—No permitiré que mueras. Hice que analizaran tu sangre. Eres compatible.
Las pestañas de Elena hicieron un esfuerzo por separarse, pero fracasaron. Sin embargo, su voz mental, aunque débil, fue firme como el acero.
No quiero Convertirme en vampiro. Lo de chupar sangre no va conmigo.
—Debes vivir. —Y en aquel momento la besó y llenó su boca de aquel sabor dorado, de aquella mezcla embriagadora.
Debes vivir.
Fue entonces cuando el cartel cedió, se desprendió del edificio y se estrelló contra el suelo con un súbito estruendo. Elena no cayó sola, ya que se encontraba en los brazos de Rafael, con la boca pegada a la suya. Cayeron juntos. Las alas del arcángel estaban casi destruidas, y su alma, mezclada con la de una humana.
Si esto es la muerte, cazadora,
le dijo a su mortal mientras el fuego de ángel se abría camino desde sus huesos hasta su corazón,
te veré al otro lado
.
Sara alzó la vista, con las mejillas llenas de lágrimas. El Arcángel de Nueva York estaba cayendo y en sus brazos llevaba un cuerpo con el cabello casi blanco.
—No, Ellie... Joder, no puedes hacerme esto —susurró, tan furiosa que apenas pudo pronunciar las palabras.
Había corrido hasta allí con una ballesta en el instante en que las cosas habían empezado a empeorar, a sabiendas de que Ellie la necesitaría. Ransom había aparecido minutos después, con la pistola en la mano. Pero la lucha había tenido lugar demasiado lejos del suelo para que pudieran ayudar.
Y ahora Rafael caía y no había nada que ellos pudieran hacer.
Era como si todo ocurriera a cámara lenta: veía a su mejor amiga destrozada en brazos de un arcángel cuyas magníficas alas estaban irreparablemente dañadas. No había tiempo para preparar un aterrizaje suave, y los escombros que había bajo ellos estaban llenos de trozos afilados que los desgarrarían y los destrozarían: ladrillos rotos, cañerías retorcidas... incluso una segadora rota cuyas hojas habían quedado retorcidas por la avalancha de escombros. Hojas afiladas. Allí donde miraba, los restos eran demasiado cortantes. Demasiado letales.
Sara sollozó entre los brazos rígidos de Ransom. Lloró por ambos, porque sabía que Ransom prefería la furia al dolor de la pérdida. Se le nubló la vista, y por un instante creyó imaginar unas alas que llenaban su campo de visión. Aquellas alas rodearon a Rafael, como unas sombras suaves y oscuras en la negrura de la noche que había caído sobre Manhattan.
—¡Se están elevando! —Tiró de la chaqueta de Ransom mientras miraba con atención—. ¡Están subiendo! —Rafael y Elena se habían perdido entre la masa de alas, pero a Sara le daba igual. Lo único que le importaba era que no habían caído a tierra, que no se habían hecho pedazos mientras ella lo observaba todo, indefensa—. Ellie está viva.
Ransom no discutió aquella afirmación, aunque ambos sabían que el cuerpo destrozado de Ellie mostraba heridas que jamás podrían ser reparadas. El cazador se limitó a abrazarla y la dejó fingir que todo estaba bien. Al menos durante unos minutos más.
Una semana después, Sara colgó con fuerza el teléfono de su oficina y clavó la vista en Ransom mientras Deacon permanecía a su lado, firme e inamovible. Su marido. Su ancla.
—Se niegan a proporcionar ningún tipo de información sobre Rafael o Ellie.
La boca de Ransom se contrajo en una mueca.
—¿Por qué?
—Los ángeles no dan razones. —Sara frunció los labios. Sentía un pesar tan profundo en su interior que no sabía cómo conseguía moverse—. Aquella noche todos aprendimos la dura lección de que los arcángeles pueden morir. Tal vez Rafael haya desaparecido y nos enfrentemos a la posibilidad de un nuevo dirigente.
—¡No tienen derecho a mantenerla alejada de nosotros! —Ransom perdió el control que había conseguido mantener hasta entonces y aplastó el puño contra el brazo de la silla—. Somos su familia. —Se quedó inmóvil de repente—. ¿No le habrán entregado a Ellie a ese cabronazo?
Sara sacudió la cabeza.
—A Jeffrey lo han dejado completamente aislado. Al menos a mí me responden las llamadas.
—¿Quién responde?
—Dmitri.
Ransom se puso en pie y empezó a pasearse de un lado a otro, incapaz de estarse quieto.
—Ese tío es un vampiro.
—No sé qué coño está pasando. —Lo cierto era que parecía que el vampiro, y no otro arcángel, era quien estaba al mando. Deacon había usado sus contactos (y conocía a gente de lo más rarita) y solo había conseguido la misma respuesta: Dmitri dirigía el espectáculo y, en efecto, gobernaba Manhattan—. Lo más probable es que esta información no sirva de nada —continuó Sara—, pero lo último que he conseguido averiguar es que uno de los arcángeles, Michaela, abandonó la ciudad poco después de que Uram fuera eliminado. —Todo el mundo sabía que había muerto un arcángel: era la noticia más importante del milenio, aun a pesar de que los ángeles se negaban a soltar prenda al respecto.
—¿Tres arcángeles en una misma ciudad? —Ransom hizo un gesto negativo con la cabeza—. Eso no es una coincidencia. ¿Deacon? ¿Tú qué opinas?
—Tienes razón. Pero eso solo nos deja más preguntas y ninguna respuesta.
Deacon siempre iba al meollo del asunto. Y, en apariencia, sin perder la calma. No obstante, Sara percibía la furia que sentía su marido en la rigidez de sus músculos. Deacon elegía a sus amigos con mucho cuidado, y Ellie sin duda era una de ellos. Sara le acarició el muslo con suavidad cuando él le puso una mano sobre el hombro y dijo:
—Hay rumores de que la Torre del Arcángel permanece cerrada, incluso para los ángeles.
Ransom se pasó los dedos por el cabello despeinado... un cabello del que sin duda Elena se habría burlado y que ahora caía descuidado sobre sus hombros.
—Creo que tienes razón. Parece que Rafael ha muerto y que están intentando buscarle un sustituto.
Todavía junto al escritorio, Sara contempló las luces de la ciudad que aún seguía medio a oscuras. Gran parte de los dispositivos y de la red eléctrica habían quedado destruidos durante la lucha entre los arcángeles, y los trabajos de reparación durarían meses.
—Pero ¿por qué no nos entregan a Ellie? —Sara no podía entenderlo—. Es una mortal. No es de los suyos. —Ella se encargaría de su mejor amiga con todos los honores y el amor de su corazón.
Ransom se dio la vuelta para clavar en ella una mirada penetrante.
—¿Estás en forma?
Sara entendió lo que quería de inmediato.
—Lo bastante para colarme en esa maldita Torre.
—Llevaréis micros —dijo Deacon, demostrando una vez más que Sara había tenido muchísima suerte con su matrimonio—. Los dos. Si algo sale mal, os esperaré con un equipo de rescate. ¿Quién se encuentra aquí en estos momentos?
Sara pensó con rapidez.
—Kenji está en los Sótanos. Y también Rose. Acaban de cogerse unas vacaciones, así que pueden venir.
—Llámalos. Iré en busca del equipo de micros.
Una hora después, Sara estaba agachada junto a Ransom en los jardines que había alrededor de la vigilada Torre. Una vez que la noche caía sobre la ciudad, el tráfico que entraba y salía de la zona circundante no estaba tan controlado como para impedir que alguien se acercara. Sara divisó un posible punto de entrada, se lo señaló con un gesto a Ransom y empezó a avanzar. Segundos después se encontraban en el interior del vasto espacio a oscuras de la planta baja.
—Te esperaba hace días —dijo una voz suave que procedía de algún lugar al otro extremo de la sala. Una luz suave iluminaba el vestíbulo, como si alguien hubiese pulsado un interruptor.
Sara reconoció aquella voz de inmediato.
—Dmitri.
Una breve inclinación de cabeza.
—A tu servicio. —Desvió la mirada—. Tú eres Ransom, supongo.
—¡Corta el rollo! —Ransom alzó una ballesta cargada con dardos dotados con chips de control que eran ilegales... El arma favorita de Sara en aquellos momentos.
—Yo que tú no lo haría —dijo Dmitri con tono sereno—. Mis hombres os rodearían en cuestión de segundos, y yo me pondría de muy mal humor.
Sara colocó la mano sobre el brazo de Ransom sin dejar de mirar a Dmitri a los ojos.
—No vamos a luchar contigo... solo queremos saber algo de Ellie.
El vampiro se puso en pie.
—Seguidme. Pero dejad las ballestas en el suelo. Aquí estáis a salvo.
Tal vez fueran unos estúpidos, pero decidieron confiar en él. El vampiro entró en un ascensor. Cuando ellos se disponían a hacer lo mismo, Sara se dio cuenta de que el fantasma de Ellie la atormentaría si dejaba a Zoe sin madre o a Deacon sin esposa por correr riesgos innecesarios. Sin embargo, Ellie también era su familia. Tensó la mandíbula y subió al ascensor.
El micro de su oreja (que en realidad era un transmisor de alta tecnología e iba acompañado de otros dos de apoyo situados en el reloj y en el cuello) vibró un poco. Lo suficiente para decirle que Deacon la tenía controlada, que estaba con ella. La tensión de su estómago cedió un poco.
Puedes enfadarte con nosotros si quieres, Ellie, se dijo. Pero al menos así sabremos si estás bien. Te queremos demasiado para no hacer esto.
Dmitri permaneció en silencio mientras subían a toda velocidad. También cuando salieron del ascensor y pisaron un suelo negro resplandeciente. Aún sin mediar palabra, los condujo hasta una pequeña habitación y cerró la puerta, dejándolos encerrados en una oscuridad total que solo aplacaban las luces de la ciudad que se veían fuera.
Incluso a media potencia, Manhattan brillaba como un diamante.
—Lo que voy a contaros esta noche no puede salir de esta habitación. ¿Lo habéis entendido?
Ransom se puso rígido, pero dejó que Sara contestara.
—Lo único que queremos es averiguar qué habéis hecho con Ellie. —Sara no pudo decir «con el cadáver». Hasta que viera a Ellie con sus propios ojos, no creería que estaba muerta.
—Vosotros sois su familia. —Dmitri la miró a los ojos—. Por elección suya, no por nacimiento.