Don Alfredo (19 page)

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Authors: Miguel Bonasso

Tags: #Relato, #Intriga

BOOK: Don Alfredo
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La hipótesis de Cavallo puede ser plausible en una etapa posterior al despegue de Yabrán, que fue en 1976. Los grandes negocios de compra de armas que Massera realizaba en sus oficinas de Cerrito al 1100, en conexión con la logia Propaganda 2 de Italia, recién alcanzaron su apogeo un par de años después. Si hubo conexiones con el Grupo Yabrán, se anudaron cuando el
Cartero
ya había dado su primer salto. Fuentes muy alejadas políticamente de Cavallo vinculan al Grupo con la P–2 de Licio Gelli, uno de cuyos miembros en la Argentina era el ex general Carlos Guillermo Suárez Mason, que fue interventor en YPF y estuvo muy vinculado a dos hombres muy cercanos a Yabrán: el sindicalista petrolero Diego Ibáñez y el futuro vocero del empresario, Wenceslao Bunge. Otro indicio del posible vínculo entre Yabrán y el masserismo es la conformación de Bridees con ex represores de la ESMA.

La gente que le hizo la tarea de inteligencia a Cavallo sostenía que Juncadella y Yabrán no siguieron relacionados a nivel accionario después de que el primero le vendió OCASA, pero mantuvieron una suerte de alianza o compromiso, juntando fuerzas en algunos negocios puntuales. Esto fue muy claro en el caso del Banco Nación, destapado en 1987, por los periodistas del semanario
El Porteño,
Alberto Ferrari y Alberto Ronzoni. Cuando se produjo el golpe de 1976, los militares del Proceso nombraron en el Banco Nación a Juan Ocampo, hijo del dueño del Banco Ganadero (Narciso Ocampo) amigo del ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, y protagonista de un sonado escándalo financiero. Juan Ocampo es tío, para más datos, del actual titular del Exxel Group, Juan Navarro Castex. El nuevo presidente del banco, a quien secundaba el coronel retirado Rómulo Colombo, puso en marcha una privatización parcial de la entidad. Lo que Cavallo llamaría "las privatizaciones periféricas". Un anticipo de lo que él mismo, veinte años después, realizaría en una escala nunca vista con casi todas las empresas estatales. En este caso se privatizó el servicio de transporte de caudales y el de
clearing
que antes realizaba el propio banco. El coronel Colombo hizo reacondicionar los camiones blindados y los vendió a Juncadella. El paso siguiente fue contratar a esa empresa para que prestara el servicio que el Banco Nación, ya sin camiones, no podía realizar. Los mismos vehículos de antes siguieron transportando los cuantiosos caudales, sólo que ahora estaban pintados de gris y lucían el logotipo de Juncadella. OCASA se alzó con un paquete muy jugoso: el transporte de valores y correspondencia entre las 541 filiales del Nación. Las camionetas amarillas se movían en un radio de cien kilómetros a partir de la Capital Federal, transportando los valores que concurrían a la cámara compensadora, el famoso
clearing
bancario. Aunque por contrato sólo podían llevar cheques y correspondencia del Nación también cargaban sacas de otros bancos. Una violación del convenio que nunca inspeccionaron los hombres del coronel Colombo y que le permitió a OCASA ofrecer precios muy competitivos a otros clientes. Las autoridades del Nación tampoco controlaban con rigor el número de viajes que las camionetas efectivamente realizaban. Con el tiempo, Juncadella y OCASA gozarían de otras prerrogativas, como oficinas gratuitas en la casa central, con líneas directas, escritorios y maquinaria. Testaferro o no, alguien estaba detrás de Yabrán para enriquecerlo a gran velocidad.

Según el Informe, uno de los primeros benefactores ocultos habría sido Alberto J. Armando, empresario poderoso y amigo del poder, que se hizo famoso como presidente de Boca Juniors. Cuando Juncadella le transfirió OCASA al vendedor de Bourroughs, éste corrió a verlo a Don Alberto Jota, que era concesionario de Ford Motors Argentina y le propuso engrosar la flota con camionetas Ford F–100 vendidas por su agencia. (Después Alfredo le compraría las combis para Skycab, una de las tantas empresas que según él no le pertenecían.) Garganta Dos sugiere que la previsible comisión de venta podría haber sido uno de los aportes en la formación del capital inicial.

Otros informantes recuerdan, en cambio, que Yabrán contó inicialmente con un socio tan enigmático como él, que sí tenía plata. El señor Andrés de Cabo, un amante de la caza y los safaris como el ministro de Economía del Proceso José Alfredo Martínez de Hoz y su colega de gabinete, el ministro del Interior, general Albano Harguindeguy. Como ellos, también, tenía ideas conservadoras y había participado de la Nueva Fuerza, el partido del ingeniero Álvaro Alsogaray, que sería el origen de la actual UCEDÉ. En aquellos momentos cruciales, De Cabo era dueño de una empresa que limpiaba aviones en el aeropuerto de Ezeiza. El personaje, que odia las fotos tanto como Yabrán, tenía obvias relaciones con la Aeronáutica. Hace años que De Cabo maneja OCASA en Miami, donde tiene una mansión en Coral Gables. Pero conserva sus oficinas porteñas de la calle Cerrito, donde también tiene su estudio Jorge Balbín, hermano de Rodolfo
el Duque
Balbín, la tercera pata de la mesa inicial de conducción en la empresa amarilla.
El Duque
fue el verdadero canciller del Grupo y armó decisivos contactos con políticos y militares. Hace tres años se mató en su moto, en un accidente de tránsito que, para su amigo Wenceslao Bunge, fue "terrible, pero en absoluto sospechoso", aunque otro ex empleado del
Cartero
no deja de considerar "dudoso". Esos fueron "los tres mosqueteros" que tomaron la empresa desahuciada por Amadeo Juncadella y construyeron el
holding
en el que Yabrán pronto alcanzaría la mayoría accionaria.

Los que presentan a Yabrán como hijo del Proceso, tienen razón. Más allá del hecho puntual de que haya manejado los dineros de algunos jefes militares como Bussi (dato aportado por un hombre clave que perteneció al Grupo y luego se desvinculó "asqueado por los negocios sucios" que veía perpetrar a diario), lo cierto es que Alfredo pudo llegar a ser lo que fue merced a las condiciones especiales creadas por Martínez de Hoz, el virtual primer ministro del gobierno de facto. Un dato de la realidad reconocido por el propio interesado. En marzo de 1997, cuando comenzó a sentirse en peligro por el caso Cabezas y sus asesores le aconsejaron dejar la cueva y concederle un largo reportaje a
Clarín,
tuvo dos lapsus muy significativos. La mayoría de la gente registró su tajante definición: "El poder es tener impunidad". Pero hubo otro momento de sinceridad cuando, por su inexperiencia para enfrentar a la prensa, dio pie a un diálogo muy elocuente sobre sus comienzos:

"—Yabrán, usted dijo haber crecido comercialmente mucho entre 1977 y 1980.

"—Eh..., la plata dulce. Ahí se abrían bancos como quioscos y yo tenía la única empresa que hacía
clearing...
¿Se acuerda cuántos bancos se abrieron? Era una época realmente espectacular.

"—Así quedó el país después...

"—No es mi problema jefe, yo no era gobierno... No me eche la culpa a mí."

La plata dulce no sólo hizo "abrir bancos como quioscos", también creó o deshizo fortunas de la noche a la mañana.
Joe
Martínez de Hoz, otro harvardiano como Cavallo y Bunge, condiscípulo, amigo y socio minoritario de David Rockefeller, convirtió al capitalismo argentino en un casino desaforado y vertiginoso. Su reforma financiera, articulada con la "tablita cambiaria" que mantenía "clavado al dólar" y sobrevaluado al peso, favoreció una especulación sin precedentes en el país. Algunos afortunados lograban préstamos en dólares a través de los bancos y jugaban ese capital en las mesas de dinero, obteniendo súbitamente enormes ganancias. La ruleta de la "plata dulce" duró cinco años, al cabo de los cuales los ganadores habían multiplicado por mil o dos mil el capital que poseían en 1976. En las mesas de dinero se inició el futuro banquero menemista Raúl Moneta y, según Garganta Dos, Alfredo Yabrán habría logrado "jugosas diferencias".

—Le voy a dar un ejemplo para que entienda el mecanismo —dice el cultivador de orquídeas—. Usted iba a un banco, convenientemente respaldado por el hombre que manejaba el "7 por ciento" y obtenía, vamos a suponer, un préstamo en dólares de veinte millones, que debía devolver al banco con un interés mensual del 11 por ciento. Entonces usted corría a una mesa de dinero y lo colocaba en cauciones o venta de cheques a un interés mensual del 39 por ciento. Le pagaba al banco su préstamo y se quedaba con una ganancia del 28 por ciento sobre veinte millones de dólares. En esa ganancia sufría algunas mermas, claro, como el retorno a repartir con los muchachos de "la línea", que debía pagarle al "amigo" que le había hecho otorgar el crédito. Este, por su parte, también iba a la mesa de dinero, apostaba la tajada que le había tocado y aumentaba su ganancia. ¿Me sigue?

Pero el dato más concreto y documentado del Informe apuntaba a la Fuerza Aérea como la palanca inicial que favoreció el despegue del
Cartero.
El documento revelaba que la relación con los pilotos había llegado a ser orgánica y hablaba de un misterioso brigadier (al que no mencionaba por su nombre) que lo habría conectado con el servicio de inteligencia de la Fuerza. También señalaba a uno de sus primeros benefactores con nombre y apellido: el brigadier Osvaldo Cacciatore, que fue intendente municipal de la Ciudad de Buenos Aires durante la última dictadura militar.

Las autopistas de Cacciatore, que tajearon la vieja retícula de Buenos Aires formada con la herencia de la cuadra española, tuvieron detractores y apologistas. Entre estos últimos sobresalen los que recibieron gruesas indemnizaciones por las propiedades que les fueron expropiadas. Alfredo Yabrán pertenecía al segundo grupo.

En marzo de 1978, Alfredo ya había empezado a diversificarse y a poner los cimientos de un grupo que, siete años más tarde, llegaría a controlar (de manera real aunque no formal) unas ochenta empresas. No sólo era dueño de OCASA, sino también de Aylmer, Sociedad Anónima, Comercial, Industrial, Financiera, Inmobiliaria, Agropecuaria, que manejaba sus incipientes pero venturosas inversiones en inmuebles y campos. Aylmer tenía sede en un viejo edificio de tres plantas que, con la parte descubierta, llegaba a sumar "2061 metros 61 decímetros cuadrados". La construcción, ubicada en Zuviría números 60/64/68 (entre avenida La Plata y Senillosa), parecía una de las que iban a ser afectadas por el trazado de la futura autopista 25 de Mayo. (Si se dice "parecía" es porque buena parte del edificio siguió en pie hasta el año pasado y es propiedad del Gobierno de la Ciudad. O sea que le pagaron y la autopista no le pasó por arriba.) Por esa construcción que distaba de ser el Waldorf Astoria y estaba emplazada en una zona que no es precisamente el Barrio Norte, la Municipalidad le reconoció a Aylmer ("representada en la ocasión por su titular legal Alfredo Enrique Nallib Yabrán") la suma de 177.369.400 pesos; unos 230 mil dólares al cambio de la época que, debidamente indexados, equivaldrían a más de dos millones de dólares del presente. Un valor notoriamente superior al de la propiedad indemnizada; algo que no es de extrañar, pues el propio Cacciatore, en una defensa posterior de su política de expropiaciones, se jactó de haber pagado indemnizaciones tan atractivas que mucha gente se presentaba espontáneamente para que sus inmuebles fueran expropiados. El brigadier, al dejar su puesto de lord mayor de Buenos Aires en 1982, pasó a desempeñarse como vocal en el directorio de X-Express, una subsidiaria disfrazada de OCASA, en sociedad con Juncadella, a la que el correo estatal (ENCOTEL) le revocó el permiso tras comprobarle diversas irregularidades y el transporte de "cosas sucias" que no eran precisamente correspondencia. El militar, de palabra recia y ademán adusto, aceptó con humildad franciscana que Yabrán le gritara y lo insultara en su búnker de la calle Viamonte, escena que pudo apreciar —como testigo involuntario mientras aguardaba en la antesala— el señor José Joaquín Arana, dueño de la empresa Autocompensación. (A su turno Arana, que era un competidor chico de Alfredo, sería borrado del mercado postal con modales semejantes.) Algún tiempo después del incidente, en un almuerzo en el restaurante El Hueso Perdido, el propio Yabrán se jactaría de su capacidad de mando sobre ciertos militares como el ex intendente: "A los milicos se los puede manejar, no son peligrosos; fíjense como yo lo despedí a Cacciatore". Pero ése ya era el Alfredo Yabrán de 1982, infinitamente más poderoso que el de cuatro años antes, cuando Cacciatore firmó el decreto 1313, autorizando la expropiación del inmueble de la calle Zuviría, que fue pagado, en parte, con un terreno de una manzana en la avenida Roca, atrás del Autódromo, que aún no tenía luz, agua corriente ni drenaje, pero que la Municipalidad se comprometió a normalizar en dos años. Fue un negocio pingüe, que les permitió a "los tres mosqueteros" construir el primer edificio de OCASA en Echeverría 1333, en un barrio elegante como Belgrano y no en los sórdidos alrededores de la autopista. (Para corroborar el dato precedente, Garganta Dos anexó al Informe una copia del decreto firmado por Cacciatore, planos y registros catastrales.) Para esa época se consiguieron diez grandes contratos más y la flota de camionetas trepó a noventa unidades. Algunos pensaron, ante tanta bonanza, que OCASA significaba Osvaldo Cacciatore Sociedad Anónima. Hace pocos años, cuando el brigadier se postuló como candidato a intendente por la UCEDÉ, fue consultado en una de las encuestas que realizaba Poder Ciudadano acerca de sus antecedentes y en su curriculum podía leerse que había sido "Asesor de Juncadella SA".

Al margen de trampas, padrinazgos y ruletas, Alfredo Yabrán era un empresario en el sentido cabal. Que ejercía un control riguroso sobre su empresa. Se levantaba a las seis de la mañana y a las ocho a más tardar ya estaba en su escritorio dando órdenes que llegaban hasta la minucia. Pagaba bastante y exigía todo: la dedicación absoluta del empleado a la empresa. Nunca se podía decir que no. Al que se rehusaba o fallaba se lo hacía "pasar por caja". Despedía gente sin que le temblara el pulso. El básico de los choferes estaba bien, pero la diferencia debían hacerla trabajando horas extras. Trece, catorce horas, manejando a gran velocidad. Y muchas veces sin sábados ni domingos libres. En los primeros años, para asegurar la fluidez del servicio, algunos gerentes iban en su propio auto a buscar a los choferes a su casa y los llevaban a la empresa. Yabrán hacía frecuentes inspecciones a las camionetas para observar si había mal uso y fallas en el mantenimiento. Y solía meterse en detalles prácticos como ordenar cambios de rodado para evitar desgastes de los neumáticos. En una de esas inspecciones encontró diversas fallas en casi todas las camionetas y emplazó al jefe de taller y sus mecánicos: "Si en una semana no quedan al pelo los echo a todos". Le dijeron que sí pero no le hicieron caso. A la semana regresó, verificó que seguían las fallas y los echó a todos. Mientras reponía el personal mandó a reparar las camionetas en los talleres de la zona, que festejaron su decisión draconiana. Había copiado de Bourroughs ciertos principios organizativos como los premios y otros estímulos, y les agregó una disciplina castrense hasta construir un régimen interno que algunos ex empleados de OCASA llegaron a calificar de "nazi", pero que, en todo caso, presentaba una faceta democrática: allí podían perder súbitamente tanto los de arriba como los de abajo. Ser gerente suponía enormes ventajas materiales, pero no libraba al individuo de sufrir brutales humillaciones. A uno de los gerentes generales de OCASA le regaló un departamento en Belgrano y un Mercedes Benz. Al día siguiente de ese regalo principesco, descubrió que el tipo había cometido un error y no vaciló en encerrarlo en su despacho para gritarle: "Andate a la puta que te parió". Conocía a todos los empleados por su nombre y solía saludarlos con una sonrisa si se los encontraba por la calle, pero no escatimaba insultos cuando se equivocaban. No pocas veces las secretarias escucharon aterradas los gritos del jefe atravesando las puertas de su despacho: "¡Manga de inútiles, pelotudos, los voy a rajar a todos!". A los pocos minutos la puerta se abría y los réprobos salían cabizbajos, sin atreverse a mirarlas.

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