Don Alfredo (18 page)

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Authors: Miguel Bonasso

Tags: #Relato, #Intriga

BOOK: Don Alfredo
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Los visitantes venían con buena información y mejores propuestas. Conocían varios planes millonarios que el gobernador tenía en carpeta, como las explotaciones mineras de Peñas Azules y Farallón Negro. Había una probabilidad de que los yacimientos de Farallón Negro quedaran en manos del gobierno de Bussi y ellos querían tener la exclusividad en el transporte del oro que se extrajera. Era un negocio importante y no podía manejarlo cualquiera. La sucursal local encargada de transportar el producto debía estar conducida por un hombre que gozara de la plena confianza del gobernador. Como Vera Robinson, precisamente. El coronel agradeció el honor que le hacían y
seguramente vislumbró
un porvenir dorado, porque después estuvo a cargo de la regional NOA de Juncadella durante quince años.

En la reunión, Yabrán mantuvo bajo perfil y casi no abrió la boca durante las negociaciones. Recién unas horas más tarde, cuando la sesión de trabajo había concluido y estaban en el hotel festejando con unos tragos, el misterioso enviado (entrerriano, como el general) se inclinó hacia Vera Robinson y le preguntó con una sonrisa pícara:

—Dígame, coronel, ¿no hay ninguna posibilidad de conseguir compañía femenina?

El coronel le devolvió la sonrisa y se preguntó cómo podría complacer a ese joven que, de entrada, le había caído tan simpático. El caso es que cumplió el pedido con eficiencia castrense. Así Yabrán recibió la visita de Eros en el Tucumán de Tánatos.

Vera Robinson demoró más de veinte años en explicar los pormenores de la operación. En julio de 1997, el periodista tucumano Felipe Yapur le hizo la pregunta y el hombre de Bussi contestó, sonriente:

—Alfredo era joven y buen mozo. Sí, me pidió compañía de mujeres. Pero yo no sabía de dónde sacarlas, así que recurrí a Domingo Ciccio. [Un conocido proxeneta de Tucumán que fue asesinado en los ochenta.] Él le llevó al hotel un par de lindas señoritas.

Cuando el gobernador leyó la entrevista en
El Periódico
de Tucumán despidió a su antigua mano derecha, que hasta entonces se desempeñaba como director del aeropuerto internacional Teniente Benjamín Matienzo. El aeropuerto estaba por ser privatizado y uno de los interesados era, casualmente, Alfredo Yabrán. Vera Robinson no desmintió sus dichos ante Yapur, sólo dijo que el periodista había logrado entrevistarlo ocultando el medio al que pertenecía. "Si me hubiera dicho que era de
El Periódico
no lo habría recibido", confesó con el amor propio herido por la cesantía. En el reportaje, el coronel también reveló que, a partir de aquel primer encuentro, se había hecho muy amigo de Yabrán y que, según su parecer, no tenía nada que ver con el asesinato de José Luis Cabezas. "Por Alfredo —juró— yo pongo las manos, mis brazos, mis ojos y hasta las pelotas en el fuego". Pero no confesó algo que Yapur averiguó con un testigo del primer encuentro: el vendedor entrerriano nunca olvidó el favor del coronel. Cuando Vera Robinson se vinculó con Juncadella y viajó a la Capital Federal, dispuso de un Ford Taunus (con y sin chofer); un departamento a metros del Obelisco, una lancha para navegar por el Tigre y una modelo muy conocida como acompañante.

Julio de 1976. En Buenos Aires, un camión gris de Juncadella estaciona en las proximidades del diario
El Cronista Comercial.
El periodista y delegado sindical Héctor Ernesto Demarchi sale del periódico y camina unos metros, después de saludar a la gente de recepción. Cuando pasa frente al vehículo blindado se abren las puertas con troneras y bajan dos hombres armados que se abalanzan sobre Demarchi y lo meten de cabeza en la cabina. El periodista alcanza a gritar que lo secuestran y algunos de sus compañeros ven con aterradora claridad la escena. La puerta de acero se cierra sobre sus gritos, el camión arranca y se pierde en el tráfico de la ciudad.

El periodista Héctor Ernesto Demarchi no volvió a aparecer.

Garganta Dos cumple su palabra y se produce un nuevo encuentro. Ya no es en la casa del invernadero, sino en una vieja oficina del centro, en un edificio con salida a dos calles, con escaleras fatigadas que alguna vez parecieron de mármol y un ascensor casi tan mezquino como los franceses, con puertas de tijera que lloran por falta de aceite. La oficina debe de ser de un socio o amigo, un hombrecillo regordete que deja un termo con café aguachento y desaparece.

Hay un velador casposo sobre el escritorio donde Sarmiento redactaba los boletines del Ejército Grande y cuesta ver la cara en sombras del fabricante de flores.

—La gente de Alfredo me quiso apretar —comenta como al descuido, mientras aferra la carpeta que ha prometido entregar. Y agrega—: Ellos siguen en sus puestos. Pese a la supuesta muerte del Emperador. Los chicos de Bridees, digo. Que también se llamaron Zapram y seguirán llamándose de muchas maneras. ¿Usted sabe qué significa Bridees? "Brigadas de la Escuela" o "Brigadas de la ESMA". O si prefiere más claro: Brigadas de la Escuela de Mecánica de la Armada. Era un genio, también para los nombres. El chalet Narbay, Yabrán al revés. Daforel, con las mismas letras de Alfredo en otro orden. Sí, Daforel, la empresa para cobrar las coimas en la venta de armas, un verdadero Irangate que en otro país más serio habría tumbado al gobierno. Me apretaron, sí. Llamaban a casa y me decían lo que estaba haciendo mi hija en ese momento. Yo corría a casa desesperado y suspiraba aliviado al verla entrar, sana y salva, de regreso de la Facultad. Entonces sonaba un teléfono que nadie conocía y la misma voz que me había llamado antes decía, divertida: "¿Te asustaste, no? Y, tenés razón en cuidarla. Tu hija está muy buena".

Baja la vista, juega con un cortapapeles que desearía clavar en esa voz que no cesa. Entonces abre la carpeta, saca las fotocopias de unas hojas mecanografiadas y las extiende por encima de la raída escribanía de cuero.

—Lo prometido es deuda. Aquí tiene el informe, los planos del edificio, todo lo que le dije que le pasaría. Léalo, mastíquelo y nos volvemos a encontrar en otro lado...

Sonríe.

—... Roberto.

El informe de Garganta Dos era un típico trabajo de inteligencia. Pero con mayor nivel intelectual que el promedio y más precisión para ligar los datos sueltos. Gran parte de lo que allí se decía era difícil de probar en términos de una investigación judicial, pero sonaba verosímil y ayudaba a entender los posibles mecanismos empleados por Alfredo Yabrán para realizar su acumulación primitiva de capital. Por momentos caía en la subjetividad y se hacía imprescindible separar la paja del trigo. Algunas hipótesis eran eso solamente, hipótesis. Atractivas, pero difíciles de demostrar, como su presumible origen de testaferro del botín de guerra. A veces alcanzaba una sorprendente lucidez para trascender la simple chismografía y trazar un esquema acerca del inicio de algunas fortunas que habían crecido al calor de la inflación, de la "plata dulce" de Martínez de Hoz y de la articulación de poderes del viejo Estado corporativo. Además —cosa sorprendente en un católico de derecha, genéticamente anticomunista—, no se limitaba a retratar los mecanismos secretos de la corrupción y la cooptación del poder militar, eclesiástico, sindical, político y burocrático del país; también exhumaba los mecanismos, abiertos, permitidos, tradicionales que Yabrán había usado al igual que todos los grandes empresarios para acumular su fortuna. Había tenido ojo avizor para entender lo que estaba pasando; había encontrado eso que hoy se llama "un nicho del mercado" y que él vio simplemente como el servicio que estaba faltando; había sido un organizador temible e inteligente y —por encima de todo— había sabido explotar el trabajo ajeno con ferocidad, creando en la mayoría de sus empleados la ilusión de que nunca lograrían un empleo mejor remunerado. Y que tenían que responder, hasta con sus huesos, a ese patrón tan próximo, que tomaba mate con ellos y que postulaba hasta el cansancio el mismo apotegma: "Por encima de todo, muchachos, hay que tener vocación de servicio".

El informe de Garganta Dos podía tener sus defectos, pero ayudaba a entender lo que estaba disperso, desarticulado. Convertía la sospecha en teoría.

12

El informe de Garganta Dos tenía un mérito esencial: no se detenía en las tradicionales versiones que describen al Yabrán de los orígenes como un simple testaferro (de los militares y de los hermanos Juncadella), sino que le reconocía la capacidad de haber armado una sólida estructura de contactos en grandes bancos (como el Ciudad o el Nación) que le permitirían convertirse, con gran rapidez, en el amo del
clearing
bancario. Más que testaferro, había sido: "el cajero y administrador del 7 por ciento de comisión que debían pagar los interesados en ganar ciertas licitaciones y que él distribuía entre algunos hombres clave de 'la línea', después de haber separado su propia parte". Según el documento, ese 7 por ciento que abría todas las puertas, se pagaba al contado "en las oficinas del intermediario". La misma capacidad para manejar dineros ajenos e inconfesables, se aplicaría luego a "lavar" y "colocar" fondos mal habidos de ciertos jefes militares (y en el futuro de ciertos jefes políticos), otorgándole al personaje un rol mucho más activo y creativo que el que suelen asumir, generalmente, los "hombres de paja". Más asimilable al de ciertos prestidigitadores de las finanzas modernas que operan fondos de inversión.

Con gran sagacidad, el vendedor de Bourroughs había comprendido, desde el primer momento, que de nada servía conquistar a "los de arriba" (los directivos transitorios, nombrados por razones políticas) si antes no se controlaba la línea gerencial, ocupada por los funcionarios "de carrera", que eran —en definitiva— los que diseñaban las licitaciones. Y se dedicó a seducirlos y comprarlos con gran eficacia hasta llegar a jactarse de "manejar 'la línea'" en varios bancos. Cuando el pliego de una licitación no "subía" a los más altos niveles con el esquema que Yabrán pretendía y el directivo que lo atendía se excusaba diciendo "yo no puedo hablar abajo", el vendedor de Bourroughs lo tranquilizaba: "Despreocupate, dejalo en mis manos", con la seguridad de que regresaría al primer nivel en los términos requeridos. Una de las fuentes utilizadas para contrastar el Informe, confirmó que "el
Turco
pisaba fuerte en varios bancos. En muchos casos tenía a sueldo al director de compras, al jefe de contrataciones e incluso a los abogados que manejaban los departamentos letrados y podían ponerle piedras en el camino". El mismo informante —que rogó permanecer en el más estricto anonimato— aportó un dato revelador de ese poder sobre "la línea": a comienzos de los setenta el Banco Nación le compró a Bourroughs quinientas computadoras L–8000, para cubrir la casa matriz y todas las sucursales, a razón de una por sucursal.

En una nueva entrevista destinada a comentar su propio informe, Garganta Dos va mucho más lejos:

—La gente lo ignora, pero en los setenta hubo un escándalo de proporciones en el Banco de la Ciudad, cuando se descubrió que muchos, demasiados funcionarios, habían aceptado como regalo un Ford Taunus GXL. Había una verdadera flotilla de Taunus. El tema llegó a conocimiento de las altas esferas y tuvieron que echarlos a todos. Pero no era solamente el auto. Había otras cosas...

Garganta acerca su rostro y susurra:

—Más adelante, cuando Alfredo ya tenía OCASA, hubo otras "atenciones": como viajes a Bariloche con todos los gastos pagos y una señorita como acompañante. Había comprado dos departamentos en el Bariloche Center y los destinaba a lo que él llamaba "relaciones públicas" y uno de los ejecutivos llamaba "relaciones púbicas". En el '78, cuando vino todo lo del Mundial de Fútbol y el viejo Canal 7 fue reemplazado por ATC, regalaba televisores color. Una rareza más apreciada en aquellos años iniciales, que una cometa en efectivo. Lo mismo hizo después con las primeras videocaseteras. Y cuando ya era un magnate, regaló casas, que él elegía personalmente para que estuvieran de acuerdo con los gustos que le atribuía al personaje que estaba por comprar. Para esa época ya tenía ganchos en todos los niveles: la cúpula, "la línea" y los sindicatos, que en ese entonces tenían un gran poder. "Ayudando" a gremialistas en las internas, fue tejiendo una red de contactos que con el tiempo abarcaría bancarios, camioneros, telepostales, petroleros... ¿Se da cuenta? Cuando tuvo todo amarrado, se convirtió en el cajero de las gratificaciones que aportaban otros empresarios. Una ampliación de sus negocios que tal vez empezó por casualidad.

—¿...?

—Claro, alguien le habrá dicho alguna vez: "Che, Alfredo, vos que conocés al jefe de compras de tal lado, ¿por qué no le hablás por el tema éste de la licitación? Y él posiblemente lo habrá hecho un par de veces como favor para preguntarse después por qué no cobrar la gentileza si a ese jefe de compras él lo tenía a sueldo. ¿Me sigue? Con el tiempo corrió la bola y muchos de los que tenían dificultades "para ganar una licitación comenzaron a desfilar por su escritorio a pagar el mágico 7 por ciento que resolvía todos los problemas. Porque, mire, hay algo rigurosamente cierto: al que Yabrán le cerraba la puerta, el directorio lo perseguía y el gremio lo pateaba. Algo que pudo verse con claridad en el Banco Provincia. El empresario que no visitaba las oficinas de Alfredo podía dar por perdida la licitación, y si no reflexionaba a tiempo corría el serio riesgo de salir para siempre de la lista de proveedores.

Sin embargo, el hecho de que Yabrán no haya sido simplemente un testaferro, no excluye que alguien le aportara dinero bajo la mesa en los comienzos, antes de que se convirtiera en el "padrino" de las licitaciones. Si Amadeo Juncadella tiene buena memoria y las camionetas que le transfirió eran cuarenta y no "las cuatro o cinco" que pretende
Toto,
su operación y mantenimiento suponen un capital de trabajo respetable; evidentemente superior al que podía poner sobre la mesa el vendedor de Bourroughs convertido en empresario. Sobre este punto de arranque hay distintas versiones.

Domingo Cavallo conjeturaba en privado (nunca lo dijo en público) que Yabrán habría lavado dinero en el exterior, procedente de las compras y ventas de armamento realizadas por el ex almirante Emilio Eduardo Massera. Sus especulaciones abarcaban también a dos yabranistas vinculados con
el
Almirante Cero y
con dirigentes de la Unión Obrera Metalúrgica: Hugo Franco y Esteban Caselli. La sospecha de Cavallo coincide, en parte, con una extensa investigación, publicada en abril de 1984 por la desaparecida revista
La Gaceta Porteña,
donde se denunciaban acciones de lavado de dinero y tráfico de divisas presuntamente perpetradas en España por empresarios argentinos vinculados con la dictadura militar. Allí se responsabilizaba a la empresa de seguridad SASS, creada por José López Rega
(el Brujo)
en sociedad con antiguos funcionarios franquistas. SASS, a su vez, fue comprada por Prosegur, fundada por los hermanos Juncadella, a cuyo frente quedó otro joven ambicioso: Heberto Juan Gut Beltramo, muerto en Madrid en un accidente de auto, en junio de 1997. (Según Amadeo Juncadella, Yabrán y Gut nunca estuvieron relacionados y sólo se vieron una vez en Buenos Aires, cuando ambos ya eran ricos. Sin embargo, Herberto Juan Gut figura como accionista de OCASA entre 1976 y 1979.) Gut inició Prosegur junto con los Juncadella, pero no tardó en independizarse de ellos y sobrepasarlos. La empresa de seguridad que dirigía es la más fuerte de España y opera en varios países, incluyendo la Argentina, donde está asociada con Juncadella. Su crecimiento fue vertiginoso: en 1976 contaba con un capital de 25 millones de pesetas que, en apenas veinte años, se elevó a más de seis mil millones. Gut se mató en vísperas de ser citado a declarar por el juez Baltasar Garzón en el célebre proceso de Madrid contra el genocidio argentino. El magistrado quería preguntarle, entre otras cosas, sobre el misterioso
Comandante Negro,
nombre de guerra del ignoto personaje que habría llevado a España y Suiza el botín de la guerra sucia.

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