Diáspora (30 page)

Read Diáspora Online

Authors: Greg Egan

BOOK: Diáspora
12.99Mb size Format: txt, pdf, ePub

Por otra parte, quizá los calamares de Orfeo hubiesen logrado entrever la naturaleza de su universo flotante. Orlando se rió con cansancio. Sentía celos, pero estaba enganchado; la posibilidad de un avance en la cultura calamar era más que suficiente para romper su indiferencia.

Entrechocó las manos y la cabaña se iluminó. Se sentó en la cama y le habló a la pantalla de pared.

—Informe. —Apareció un texto que resumía las razones del exoyó para despertarle. Orlando no soportaba al software no consciente que le respondía hablando.

La noticia era local, aunque la cadena de acontecimientos se había iniciado en la Tierra. Alguien en C-Z Tierra había diseñado un espectroscopio mejorado y en miniatura, que se podía construir con modificaciones del nanoware del modelo actual de la polis. El software local de astronomía había decidido hacerlo y gracias a ese nuevo instrumento ahora se había podido determinar la química de la atmósfera de los diez planetas de Voltaire.

La primera sorpresa era que el planeta más interior, Swift, poseía una atmósfera bastante diferente a la esperada: en su mayoría dióxido de carbono y nitrógeno, a un quinto de la presión total de la Tierra, pero también había rastros significativos de sulfuro de hidrógeno y vapor de agua. Con sólo un sesenta por ciento de la gravedad de la Tierra y una temperatura superficial de setenta grados centígrados en promedio, virtualmente todo el agua de Swift debería haberse perdido en los doce mil millones de años desde su formación... los ultravioletas la habrían descompuesto en hidrógeno y oxígeno, con el hidrógeno escapando el espacio.

La segunda sorpresa era que el sulfuro de hidrógeno no parecía encontrarse en equilibrio termodinámico con el resto de la atmósfera, O surgía del interior del planeta —poco probable después de doce mil millones de años— o era un producto secundario de algún tipo de proceso químico lejos del equilibrio, sustentado por la luz de Voltaire. Muy posiblemente vida.

Pero la tercera sorpresa fue la que hizo que a Orlando le hormiguease la piel, eliminando las visiones grises de lagos ardientes repletos de bacterias malolientes. El espectro también mostraba que las moléculas en la atmósfera no contenían hidrógeno normal, ni carbono 12, ni nitrógeno 14, ni oxígeno 16, ni azufre 32. Ni rastro de los isótopos más abundantes en el cosmos, aunque estaban presentes en las proporciones normales en los otros nueve planetas de Voltaire. En Swift sólo había deuterio, carbono 13, nitrógeno 15, oxígeno 18, azufre 34: los isótopos estables más pesados de cada elemento.

Lo que explicaba por qué todavía había vapor de agua; esas moléculas más pesadas se quedarían más cerca de la superficie del planeta, y al escindirse el deuterio tendría más posibilidades de quedarse por ahí y recombinar. Pero ni siquiera 1a pérdida preferencial de los isótopos más ligeros podía explicar una abundancia tan radicalmente descompensada; la atmósfera de Swift contenía cientos de miles de veces la cantidad de deuterio que pudo tener al formarse el planeta.

El software no decía nada sobre lo que eso implicaba, pero Orlando no tenía ninguna duda. Alguien había transmutado esos elementos. Alguien, deliberadamente, hizo más pesada la atmósfera de ese planeta para prolongar su vida.

13. Swift

POLIS CARTER-ZIMMERMAN, EN ÓRBITA A SWIFT

85 801 536 954 849 TEC

16 de marzo 4953, 15:29:12,003 TU

Yatima montaba la sonda junto a la de Orlando, viéndose ambas como aerodinámicos coches con alerones, de unos tres deltas de largo, que flotaban sobre el plano desierto rojo de Swift. Las sondas reales eran esferas de medio milímetro de ancho, que se alimentaban de la luz de Voltaire, dejándose sobre todo llevar por el viento pero en ocasiones elevándose por medio de giros, avanzando expulsando gases atmosféricos a través de una red de canales recubiertos por cilios moleculares. Incluso contando con un complejo programa de pilotaje, girar el volante del coche no siempre producía el efecto deseado.

—¡Oasis!

Orlando miró a su alrededor.

—¿Dónde?

—A tu izquierda. —Yatima todavía no había girado, al no querer rozar a Orlando. Era poco probable que las sondas llegaran a tocarse, y apenas importaría si lo hicieran, pero una de las primeras cosas que había hecho después de llegar de Konishi había sido implantar en sus navegadores una gran aversión por las colisiones. La gente de Carter-Zimmerman se tomaba muy mal que otra persona intentase ocupar su misma porción de un panorama.

Orlando viró su coche y se dirigió al oasis. Era un charco de agua de unos pocos metros de ancho —a su escala actual, decenas de kilodeltas— atrapado bajo una membrana de polímero. La tensión superficial estiraba suavemente la membrana para dejar un espejo convexo, reflejando una zona de cielo carmesí pálido que parecía flotar unos pocos centímetros bajo el suelo. En la atmósfera tenue de Swift el agua pura hervía a unos sesenta grados, por lo que sólo podía llover en el lado nocturno, pero cuando suficiente agua se congregaba sobre un conjunto de esporas, la microecología desecada volvía a la vida y luchaba por retener el agua todo lo posible. La membrana limitaba la evaporación y una mezcla de otras sustancias químicas aumentaba hasta en diez grados el punto de ebullición, pero a media tarde de un día de 507 horas sólo quedaba una fracción de los oasis formados durante la noche. Aun así, la vida de Swift podía soportar quedar seca por ebullición al menos tan bien como la vida primitiva de la Tierra podía soportar la congelación.

De cerca, pudieron mirar a través de la superficie parcialmente reflectante para apreciar el deslumbrante mundo de debajo. Anchas hierbas carnívoras helicoidales relucían en dorado y turquesa; un enjambre de minúsculos seres que evitaban esa fronda envenenada eran de un rojo profundo e intenso, otros eran del azul del cielo terrestre antes de Lacerta. Toda la vida de Swift hacía uso de la química del azufre; el carbono dominaba, pero algún accidente primordial parecía haber hecho que el azufre compartiese el papel estructural, y la intensidad de los colores era un efecto secundario.

—Quizá lo diseñaron todo desde la nada —comentó Yatima—. Con propósitos decorativos. Quizá Swift fuese un lugar estéril y sin aire. Alguien se pasó por aquí y construyó este ecosistema molécula a molécula. Empleando isótopos pesados para hacer que durase un poco más. Como esculpir usando oro, para evitar la corrosión.

—No. Independientemente de dónde se encuentren ahora los Transmutadores, ésta debió ser su biosfera nativa. —Orlando parecía totalmente convencido, como si la alternativa fuese excesivamente decadente o frivola—. Sustituyeron los isótopos lentamente, empleando milenios para añadirlos a la atmósfera existente. Fue una señal de respeto que no recubriesen su hogar con una esfera protectora, modificasen la órbita o cambiasen el sol. Introdujeron un cambio en el nivel más bajo posible, por debajo de la bioquímica.

Yatima guió su coche hacia el charco. Pasaron ondulando largas anguilas verdes de milímetros de largo, mucho más rápidas que la sonda. Una araña roja y amarilla de doce patas recorrió la membrana cabeza abajo, atrapando los gusanos planos que vivían allí encajados. Yatima no sentía mucha simpatía por las presas; despreocupadamente se alimentaban de los polímeros protectores que casi todas las otras especies se molestaban en sintetizar y excretar. Por otra parte, era un nicho reclamando a ser ocupado, y ninguna de esas criaturas actuaba con propósito consciente.

—Si tanto se preocupaban por sus primos biológicos, no debían esperar lo de Lacerta. No hay ninguna señal de que intentasen proteger la biosfera contra un estallido de rayos gamma.

Orlando no se inmutó.

—Quizá para ellos fuesen anatema las únicas soluciones posibles. Y debían saber que aunque se produjesen extinciones masivas, habían dotado a la biosfera de resistencia suficiente para recuperarse.

Habían encontrado pocos fósiles en Swift, por lo que tenían problemas para estimar en qué medida el estallido había afectado a la vida. Los modelos mostraban que la mayoría de las especies existentes lo habrían pasado relativamente bien, pero tampoco era sorprendente; precisamente ésas eran las que
habían
sobrevivido, no una muestra representativa de la vida antes de Lacerta. El material hereditario de Swift alternaba en generaciones sucesivas entre cinco esquemas diferentes de codificación molecular; algunas especies empleaban un esquema «puro», todo Alfa pasando a todo Beta, Gamma, Delta y Épsilon, mientras que otras en cada generación presentaban mezclas de los cinco. Algunos biólogos afirmaban haber encontrado un cuello de botella producido por Lacerta, pero Yatima no estaba convencido de que alguien comprendiese ya tan bien la bioquímica de Swift como para poder afirmar cuál debería haber sido el nivel de diversidad normal.

—Entonces, ¿dónde están ahora? ¿Se los ha tragado un Introdus o se han dispersado en una Diáspora? Si puedes leer sus mentes en lo que se refiere a todo lo demás, esas preguntas deberían ser fáciles de responder.

Orlando respondió con una confianza sublime.

—¿Estaría yo aquí si creyese que estoy malgastando el tiempo? —El tono era irónico, pero Yatima no creía que fuese sólo una broma.

Habían examinado el planeta desde órbita, buscando ciudades, ruinas, anomalías de masas, estructuras enterradas. Pero una civilización tan avanzada como los Transmutadores podria haber miniaturízado sus polis más allá de cualquier posibilidad de detección. Una lejana esperanza consistía en que, dado que se habían molestado en intervenir en el destino de la vida orgánica de Swift, podrían manifestarse de vez en cuando en algún oasis. Yatima no era muy optimista. Si seguían en el planeta, debian ser conscientes de la presencia de sus visitantes, pero no se habían decidido a establecer contacto. Y si no querían hacerse ver, era poco probable que enviasen grandes y torpes zánganos de un milimetro de ancho a esos charcos.

Yatima observó a una curiosa criatura traslúcida nadar bajo la sonda, impulsada por un chorro de agua creado al contraer todo el cuerpo hueco. Creía haber tenido la preparación para estudiar un mundo así, ayudando pacientemente a los biólogos a extraer los conocimientos sobre los principios evolutivos que ofrecían incluso las biosferas extraterrestres más modestas. Aqui no había planes corporales o ciclos vitales nuevos y espectaculares, ni estrategias de alimentación o reproducción que no se hubiesen dado en la Tierra, pero a nivel molecular todo funcionaba de forma completamente diferente, y había todo un vasto laberinto de senderos bioquímicos totalmente nuevos que era preciso cartografiar. Pero los Transmutadores hacían que fuese casi imposible concentrarse. Su ausencia —o su camuflaje perfecto— monopolizaba la atención de todos, transformando la compleja maquinaria de la biosfera en una nota muy larga al pie de una página en blanco mucho más hipnótica.

Se volvió hacia Orlando:

—No creo que se estén ocultando. No podrían ser tan tímidos después de haberle dado a la atmósfera un espectro que grita a los cuatro vientos «¡Civilización! ¡Ven a visitarnos!». Nosotros sólo lo apreciamos de cerca, pero verlo a miles de años luz de distancia no hubiera supuesto un avance técnico demasiado extraordinario.

Orlando no respondió; había estado mirando al charco, y siguió observando un enjambre de larvas carmesíes mudando la piel y comiéndose las pieles descartadas de las otras. Yatima comprendía lo importante que era para Orlando establecer contacto con los Transmutadores. Al final de la Diáspora, para cuando sus clones dispersos se hubieran recombinado, la Tierra volvería a ser habitable... pero jamás se sentiría seguro de retornar a la carne hasta que Lacerta no tuviese una explicación. Cualquier teoría de la Coalición era probable que fuese siempre tan sospechosa como la creencia original de que las estrellas de neutrones de Lac G-1 tardarían varios millones de años en chocar. Pero si los Transmutadores tenían conocimientos de primera mano sobre la dinámica de la galaxia en escalas temporales de millones de años y eran tan caritativos como para transformar la atmósfera de este planeta, átomo a átomo, sólo para salvar de la extinción a unos parientes lejanos... entonces seguro que no negarían a una civilización infantil algo de información y consejos para su propia supervivencia a largo plazo.

—Vale. —Orlando alzó la vista—. Quizá el propósito del espectro fuese destacar como un faro. Quizá de eso se trate. Podrían haber conservado la biosfera de mil formas diferentes, pero se decidieron por un método que llamaría la atención.

—¿Se tomaron todo este trabajo para hacerse notar? ¿Por qué?

—Para atraer a la gente hasta aquí.

—Entonces, ¿por qué iban a ser tan insociables? ¿O simplemente esperan a atacarnos por sorpresa?

—Muy gracioso. —Orlando miró a los ojos de Yatima—. Pero tienes razón: no se ocultan de nosotros, porque sería absurdo. Se han ido. Pero debieron dejar algo. Algo que deseaban que viésemos.

Yatima señaló al oasis.

Orlando rió.

—¿Crees que lo construyeron como estanque ornamental y luego invitaron a la galaxia a venir a verlo?

—Ahora no es gran cosa —admitió Yatima—. Pero a pesar de estar cargado con deuterio y oxígeno 18, se ha estado secando muy lentamente. Hace seis mil millones de años debió ser espectacular.

Orlando no estaba convencido.

—Quizá los dos nos equivoquemos con la biosfera. Quizá aqui no había nada de vida cuando los Transmutadores se fueron; pudo evolucionar después. La persistencia del vapor de agua podría ser simplemente un efecto secundario del método escogido para hacer que Swift destacase para cualquiera con un espectrógrafo decente y una pizca de inteligencia.

—¿Y no hemos sabido buscar bien lo que se supone que debemos encontrar? El señuelo no es precisamente sutil, asi que la recompensa debería ser igual de fácil de encontrar. O se ha convertido en polvo o ahora mismo contemplamos sus restos.

Orlando guardó silencio durante un momento, para luego comentar con amargura:

—En ese caso, también deberían haber usado una baliza que se convirtiera en polvo.

Yatima se resistió a comentar los problemas técnicos de elegir isótopos con vidas medias adecuadas. Dijo:

—Es posible que visitasen otros planetas y dejasen algo más duradero. La próxima C-Z que llegue podría encontrar algún artefacto... —Dejó de hablar, al percibir una distracción. En el límite de su consciencia asechaba otra posibilidad; aguardó algunos taus, pero no le llegaba. Manteniendo el icono en el panorama Swift, junto con su entrada lineal por si Orlando le hablaba, cambió su punto de vista gestalt a un mapa de su propia mente.

Other books

Yield to Love by Chanta Jefferson Rand
Poirot en Egipto by Agatha Christie
Visitation Street by Ivy Pochoda
Tails and Teapots by Misa Izanaki
A Saint on Death Row by Thomas Cahill
The princess of Burundi by Kjell Eriksson
The Accidental Sub by Crane, G. Stuart