Devorador de almas (36 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: Devorador de almas
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—¿Qué serán estas cosas? —susurró.

La joven autarii empezó a rascar con más fuerza.

—¡Daos prisa, mi señor! ¡Ya llega!

Por un momento, estuvo tentado de llevarse las reliquias con la idea de usarlas para obligar a Nagaira a dejarlo libre, pero luego se dio cuenta de que no tendría más que darle una orden para que tuviera que devolvérselas sin vacilar. Cerró la caja de golpe y salió corriendo de la cámara hacia la cortina de entrada. Confiaba en que las protecciones dispuestas a la entrada dejaran salir a los que estaban dentro, de modo que empujó la pesada colgadura de cuero y salió a la luz del sol. Sólo entonces se dio cuenta de que la cabeza le palpitaba fuertemente y que las piernas casi no lo sostenían. Respiró hondo y consiguió recuperar la compostura en el preciso momento en que Nagaira y su guardia aparecieron montados en sus corceles por una de las calles principales del campamento.

La bruja vio a Malus de inmediato y se dirigió hacia él, que la observó mientras se acercaba y, de repente, se dio cuenta de que la joven autarii había desaparecido. Pensó con envidia que le hubiera gustado tener su maldita habilidad.

Nagaira refrenó su caballo muy cerca de él, tan cerca que podía sentir el aliento ardiente del corcel en su mejilla. Los guardias de la bruja desmontaron, y Malus vio a lord Eluthir, que, con expresión sumisa, traía a
Rencor
por la brida.

—Tu guardia dice que me estabas buscando —dijo Nagaira, desafiante.

—Es cierto —dijo tratando de pensar algo. Por fin, levantó su mano desnuda—. Me estaba preguntando cómo podría quitarmeestas molestas marcas. Ya hace casi una semana. Supongo que no pensarás que voy a volver a tener fiebre, ¿verdad?

A Malus le dio la impresión de que Nagaira se relajaba un poco.

—La magia hace que la tinta sea difícil de borrar —dijo con voz suave—. Ten paciencia. Dentro de poco no tendrás que preocuparte.

Malus sonrió con dificultad.

—Es un alivio — dijo—. ¿Qué noticias hay de la batalla, hermana?

Nagaira se deslizó de la silla y le entregó las riendas a uno de sus hombres.

—Nuestro noble general ha hecho retroceder al enemigo hasta el vado del Aguanegra — dijo con aire ausente—. Lo último que supimos es que había mandado un mensajero para que la infantería se uniera a él en el vado. Algo sobre una retaguardia de lanceros enemigos que protegía el cruce del río.

El noble frunció el entrecejo.

—¿Una retaguardia? Eso no tiene sentido. El general enemigo se tomó el trabajo de asegurarse de que no pudiéramos pasar más allá de los bosques y cortarle el paso. Si hubiera tenido esos lanceros consigo en las ruinas podría habernos hecho mucho más daño. —Abrió mucho los ojos—. A menos...

—¿A menos qué?

De repente, Malus se dio cuenta de por qué las fuerzas enemigas en las ruinas le producían desazón.

—A menos que en ningún momento hayan tenido la intención de detenernos primero en las ruinas —dijo, y su pulso se aceleró—. El grueso del ejército enemigo está esperando en el vado. ¡Fuerlan ha caído en una trampa!

Echando la vista atrás, las claves habían estado a la vista todo el tiempo, pensaba Malus con furia mientras él y Eluthir iban hacia el sur por el Camino de la Lanza. Los espectros corrían detrás del noble en tanto los exploradores del ejército lo hacían a uno y otro lado de los nauglirs a la carrera.

No habían visto un gran destacamento de caballeros en las ruinas. ¿Qué ejército de Hag Graef marcharía sin una gran fuerza de ellos, especialmente cuando el honor de la ciudad estaba en juego? Además, el grupo de avanzada al que Malus y sus caballeros les habían tendido la emboscada el día anterior había sido demasiado numeroso en comparación con la fuerza relativamente reducida que los estaba esperando esa mañana. Puesto a hacer conjeturas, Malus habría dicho que la intención primera era que todo el ejército acampara en las ruinas, pero el general había cambiado de planes en cuanto había sabido que el grupo de avanzada había sido aplastado por una gran fuerza naggorita. Fue así que preparó una emboscada en el vado y se adelantó para presentarse como señuelo. Ahora los naggoritas se habían tragado el anzuelo e iban de cabeza a meterse en la boca del lobo.

Malus iba masticando su rabia mientras él y Eluthir trataban de llegar a la última columna de lanceros que iban a abandonar las ruinas en respuesta al mensaje de Fuerlan. El noble apartó a
Rencor
del camino y pasó a galope tendido ante los guerreros de aspecto fatigado. Trataba de que su mente dolorida calculara las distancias y los tiempos. Si se encontraban a sólo cinco kilómetros más o menos del vado y toda la infantería iba de camino en columna, entonces la primera bandera de lanceros estaría ya a medio camino. Todavía había tiempo de salvar la situación si se movían con rapidez.

Casi diez minutos más tarde, llegaron al frente de la larga y sinuosa fda de lanceros. Al frente iba la bandera de lord Ruhven. El viejo caballero marchaba junto con sus hombres como imponía la tradición. Miró a Malus cuando éste llegó a su lado.

—Tenía entendido que os habían dejado sin cabeza allá entre las ruinas —dijo con voz ronca pero cordial.

—Eso es lo que habrían querido, me temo —respondió Malus—, pero creo que el enemigo tendrá otra oportunidad. Nos han tendido una trampa.

—¿Qué?

—El grueso de las fuerzas enemigas nos espera en el vado —declaró Malus—. La batalla de las ruinas sólo pretendía engañarnos. Es probable que Fuerlan y su caballería estén luchando a la defensiva ahora mismo. Pasad la voz a la columna: paso redoblado y listos para formar una línea de batalla poco antes del cruce del río. Yo iré delante para tratar de impedir que la caballería caiga en la trampa, pero necesitaremos una muralla de lanzas para desbaratar los planes del enemigo.

Lord Ruhven asintió con gesto grave.

—Allí estaremos, temido señor. Contad con ello. —A continuación se volvió, transmitió órdenes escuetas a sus guardias y las trompetas empezaron a sonar.

Malus hizo a los exploradores señas de que avanzasen y volvió a lanzar a
Rencor
al galope. Iba con el corazón desbocado mientras la infantería apuraba el paso detrás de él. En su cabeza veía cómo encajaban los elementos de su plan y, a pesar de lo desesperado de la situación, lo excitaba tener tanto poder. «¡Bendita Madre de la Noche!, yo he nacido para esto», pensaba, con amargura contenida al darse cuenta de que jamás había estado al mando de un verdadero ejército druchii en una batalla. Ese sueño había muerto con su padre.

La crueldad de los dioses no dejaba nunca de sorprenderlo. Tantas oportunidades perdidas: el levantamiento de los esclavos, después la expedición al norte que había resultado una misión inútil. ¿Por qué no habría aceptado la propuesta de Nagaira de unirse al culto? ¿En qué estaría pensando? Otra vez le dolía la cabeza. Se frotó la frente enérgicamente con la palma de la mano como si pudiera eliminar el dolor por la fuerza bruta.

—La mente es un espejo —oyó Malus que le susurraba al oído el caballero. Era tan real que podía sentir el aliento del hombre sobre su piel—. Refleja lo que le enseñan.

Malus ni se molestó en mirar hacia atrás. Sabía que no tenía sentido. Lo único importante era la batalla que tenía delante y cómo tenía pensado ganarla.

19. Muerte en Aguanegra

Malus y Eluthir habían recorrido casi un kilómetro más cuando se toparon con los primeros jinetes a la fuga.

La caballería naggorita iba a toda la velocidad que le permitían sus monturas camino abajo. Los jinetes tenían las armaduras abolladas y ensangrentadas, y las caras pálidas por el cansancio y el miedo. Malus rechinó los dientes y desenfundó la espada. La desbandada en el vado ya había empezado.

—¡Alto! —gritó a los jinetes que llegaban. Al ver que no paraban, tiró de las riendas y colocó a
Rencor
bloqueando el camino—. ¡Alto, o vuestras vidas no valen nada! —repitió, y esa vez los jinetes tiraron de las riendas y se pararon de golpe—. ¿Quién es el oficial de más rango entre vosotros? —preguntó perentoriamente.

Los jinetes se miraron los unos a los otros. Un hombre inclinó la cabeza.

—Soy yo, temido señor —balbució—. Debéis huir. ¡El enemigo nos viene pisando los talones! Nos han tendido una emboscada en el vado...

Malus espoleó su montura y puso fin a la aterrorizada protesta del hombre con un rápido golpe de su espada. La cabeza del hombre cayó dando tumbos por el camino.

—¿Quién es ahora el de mayor rango entre vosotros? —preguntó.

Los supervivientes observaron, atónitos, cómo el cuerpo sin cabeza de su compañero de armas se deslizaba y caía al suelo blandamente. Por fin, uno de ellos respiró hondo y dijo:

—Soy yo, temido señor. ¿Cuáles son vuestras órdenes?

—Me seguiréis y reuniréis a todos los demás jinetes que han huido del combate — dijo—. Matad a todo el que se niegue a obedecer. La infantería viene de camino y estará aquí en cuestión de minutos. Vamos a hacer que cambien las tornas para los hombres de Hag Graef. ¿Habéis entendido?

El hombre sostuvo la mirada del noble tratando de reunir todo su valor.

—Yo... Sí, temido señor. Lo entiendo.

—Muy bien. —Malus se volvió hacia Eluthir—. Quedaos con ellos. Cuando hayáis reunido una fuerza razonable, avanzad hacia el vado y sumaos a la batalla. Actuad según vuestro mejor juicio, Eluthir, y no me falléis.

—Contad con ello, mi señor —respondió Eluthir con voz grave.

Malus asintió. Más jinetes aparecieron en el camino, y el joven caballero empezó a darles el alto. El noble dejó a la caballería a lo suyo y reanudó su carrera hacia el vado con los silenciosos exploradores a la zaga.

Aunque iba a galope tendido, el kilómetro largo que quedaba le pareció una eternidad. Cuanto más se acercaba, tantos más hombres a la fuga se encontraba. Muchos estaban heridos y apenas se sostenían en la silla. Gritaban advertencias incoherentes a su paso, pero él ni siquiera los miraba.

Por fin, coronó una colina baja y vio la cinta oscura del río Aguanegra a unos cientos de metros de distancia. La escena se veía difuminada por una espesa nube de polvo en movimiento por encima del desbarajuste que estaba teniendo lugar a escasos metros del río, y Malus se dio cuenta en seguida de que sus peores temores se habían hecho realidad.

Fuerlan, los caballeros pretorianos y lo que quedaba de la caballería trataban de mantener su posición en el Camino de la Lanza, librando una batalla campal con los jinetes y los caballeros del Hag rodeados prácticamente de un cordón de compañías de lanceros. La trampa había sido bien tramada y los naggoritas estaban totalmente rodeados, pero los que quedaban trataban de vender cara su vida. Ante la mirada de Malus, una compañía de la caballería enemiga salió con paso vacilante, llevando a los caballos heridos a la seguridad de sus propias líneas. Otras dos compañías de caballería muy castigadas avanzaban renqueantes hacia el sur, atravesando el vado, evidentemente agotadas e imposibilitadas para luchar. Los naggoritas estaban haciendo pagar un buen tributo a los combatientes de Hag Graef, pero con eso no bastaba. Si no conseguían romper el cerco, estaban perdidos.

Había una bandera de lanceros enemigos entre los naggoritas atrapados y el camino del norte; estaban formados en línea a la espera de acabar con cualquier jinete que tratase de huir de la trampa. Eran el primer obstáculo del que tendría que ocuparse Malus. Se volvió hacia los exploradores.

—Avanzad y empezad a disparar sobre aquellos lanceros —dijo señalándolos con su espada—. Seguid matándolos hasta que avancen sobre vosotros; entonces, retroceded camino arriba. Llevadlos directamente hacia Eluthir y sus jinetes.

—¿Y vos? —preguntó la joven autarii.

Por absurdo que sonara, la respuesta le pareció evidente a Malus.

—¿Adonde va a ser? A lo más encarnizado del combate —dijo con una feroz carcajada antes de cargar ladera abajo.

Tan incansable como siempre,
Rencor
corrió colina abajo hacia los lanceros enemigos. Malus desvió su carga para pasar por la estrecha abertura que quedaba entre dos de las compañías de lanceros, contando con que el estruendo del combate cubriría su carrera hasta el último momento. Cuando estaba cerca, los primeros lanceros enemigos empezaron a caer por efecto de las ballestas de los autarii. Observó con satisfacción que los exploradores escogían sus blancos entre los que tenían aspecto de oficiales o trompetas.

Cuando estaba a diez metros de la retaguardia, los lanceros empezaron a darse cuenta de la amenaza que había surgido a sus espaldas. Las cabezas se volvieron y los dedos comenzaron a señalar a los exploradores y al solitario jinete que se les venía encima. La confusión reinó cuando los soldados se dieron cuenta de que sus jefes estaban muertos y las compañías de lanceros empezaron a reaccionar cada una por su lado. Algunos de los hombres rompieron filas y trataron de cerrar el paso a Malus, pero era demasiado poco y demasiado tarde.
Rencor
derribó a dos de los hombres que trataban de refugiarse entre los suyos y mordió en el brazo a otro, lo que provocó aun más confusión en las filas. Malus lanzó un feroz juramento mientras irrumpía entre la sorprendida fuerza enemiga. Cuando los hubo dejado atrás, se encontró ante la retaguardia de una unidad de caballería enemiga que luchaba contra los caballeros pretorianos que estaban algunos metros más allá.

Los jinetes enemigos no lo oyeron llegar.
Rencor
se lanzó sobre sus prietas filas como un lobo sobre un rebaño de ovejas y empezó a dar coletazos y dentelladas a diestro y siniestro. Un caballo fue arrollado por la fuerza de la carga del nauglir y el jinete quedó aplastado bajo las patas de
Rencor
. A la derecha de Malus, un soldado trató de volverse y hacer frente a la nueva amenaza, y el noble le atizó con su espada un golpe desde arriba que prácticamente partió en dos el yelmo y la cabeza del jinete. Sin darse descanso, Malus liberó su espada y la emprendió con el hombre que tenía a su izquierda. Alcanzó al hombre en la muñeca derecha y le cortó el pulgar y los tres dedos siguientes de la mano con que manejaba la espada.

Un rugido partió de los caballeros enzarzados en encarnizado combate al ver que la sorpresa recorría las filas enemigas, y se lanzaron con renovada furia contra la caballería. Los jinetes de la retaguardia estaban tan apiñados que no podían volverse para repeler el inesperado ataque de Malus. El cerco en torno a los caballeros empezó a distenderse y les dio ocasión de defenderse mejor. La cohesión de la unidad se vino abajo cuando los hombres se dispersaron y alguien, presa del pánico, empezó a llamar a la retirada. Al cabo de algunos minutos, los hombres de a caballo se replegaban y los caballeros asediados los despidieron con una cansada ovación. Varios levantaron las espadas para saludar a Malus cuando éste se sumó a sus filas.

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