Devorador de almas (34 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: Devorador de almas
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Mientras Malus lo observaba, el general paró su cabalgadura a unos diez metros de la línea cuando las compañías de lanceros se enfrentaron a un estrépito de gritos de batalla y entrechocar de acero y madera. Las banderas naggoritas estaban dispuestas en cuatro filas; la primera apuntó con sus lanzas a la altura del cuello, manteniendo los altos escudos pegados al cuerpo, mientras la segunda fila apuntaba desde arriba, por encima de las cabezas de los hombres de la primera, y atacando hacia abajo, hacia las cabezas de sus enemigos. Los hombres de Hag Craef estaban formados en dos líneas, lo que les permitía cubrir más terreno. Por lo general, esto habría supuesto que la formación fuera menos resistente, pero las fortificaciones improvisadas les daban protección añadida y el hecho de desplegar sólo dos filas hacía que todos los hombres de la bandera pudieran combatir.

Desde las ruinas llegaban el estrépito de los golpes y los gritos de los moribundos. Cada vez era mayor el número de heridos que se retiraba de las compañías naggoritas. Por ahora era sólo un goteo, pero un goteo de sangre que mermaba la fuerza de la formación. No había manera de saber la suerte que estaba corriendo el enemigo. Con que sólo una de las banderas de Hag Graef retrocediera, dejaría el camino abierto para que los caballos intervinieran haciendo estragos. Sin embargo, por el momento, el enemigo mantenía con firmeza sus posiciones.

Malus sabía que los harían picadillo. Tenían dos banderas, y ellos una sola. Tarde o temprano se abrirían camino, pero ¿a costa de qué?

Estudió el frente de un extremo a otro, tratando de detectar algún punto débil que pudiesen aprovechar la caballería o los caballeros pretorianos para hacer valer su fuerza, pero el terreno no lo permitía. Los espesos bosques que había a ambos lados del camino dirigían a las tropas naggoritas hacia las ruinas, y la línea de compañías de lanceros llenaba por completo los campos frente a las posiciones enemigas.

Por fin, Malus decidió que la clave era el general enemigo. Si él caía, la resistencia se debilitaría, pero ¿cómo llegar hasta él?

Una aclamación se oyó en el frente de batalla. La bandera naggorita que ocupaba el centro había lanzado una fuerte ofensiva contra los lanceros de Hag Graef que cubrían el camino principal y los había hecho retroceder casi diez metros hacia el sur. El frente enemigo empezada a ceder. ¿Cuándo llegaría al punto de ruptura?

Malus miró hacia la izquierda y distinguió a la joven autarii en cuclillas que lo estudiaba con desapasionada malevolencia. Le hizo señas de que se acercara, y ella acudió corriendo como un gamo. El noble señaló con un gesto por encima del hombro.

—Busca a lord Gaelthen y dile que traiga a los caballeros pretorianos.

Cuando la exploradora salió corriendo, sonaron más trompetas. Al volverse, Malus vio que la bandera naggorita del flanco derecho estaba retrocediendo. La implacable lluvia de virotes de ballesta había hecho mella en sus compañías. Al ver sus filas mermadas, Malus calculó que la bandera había perdido por lo menos a la mitad de sus hombres. Los lanceros retrocedían en orden, haciendo frente al enemigo y combatiendo lo mejor que podían, pero se había perdido la garra de los líderes de la división. La segunda bandera de la división, encabezada por su capitán, lord Kethair, ya avanzaba a la carga ladera abajo para evitar la caída por el flanco y salvar el honor del cuerpo.

En el centro, los lanceros de Hag Graef seguían cediendo terreno. Malus volvió a ver al general enemigo, cerca de la retaguardia de las compañías en retirada. El noble se dio cuenta de que no parecía preocupado y no pedía refuerzos.

Precisamente cuando los naggoritas conseguían superar la primera línea de las ruinas, el motivo de la retirada se hizo patente. Una andanada de negros proyectiles cayó sobre las compañías de lanceros de uno y otro lado al entrar en acción dos grupos escondidos de ballesteros que sorprendieron a las tropas naggoritas con un fulminante fuego cruzado. Malus observó, horrorizado, cómo parecía encogerse ante sus ojos un enorme bloque de hombres.

El terreno tembló bajo sus pies al acercarse trotando por el camino los caballeros pretorianos. Una rápida mirada hacia atrás le permitió comprobar que la división acudía en perfecto orden de batalla. El centro de la línea naggorita no podía aguantar mucho más. El noble tomó una rápida decisión. Desenvainando la espada, se puso de pie en los estribos y gritó con voz firme:


¡Sa'anHshar!
¡Los caballeros pretorianos se incorporan al combate!

Se oyó el sonido chirriante de mil espadas abandonando sus vainas y un rugido ávido de mil gargantas sedientas de sangre. Malus sumó a ellas su propio grito.

—¡Adelante! —gritó, bajando su pesada espada y haciendo que
Rencor
emprendiera un trote.

El trompeta de Fuerlan ya lanzaba una señal de advertencia, pero el general había visto el peligro demasiado tarde. A la bandera del centro le quedaba muy poco resuello y el resto de los hombres de lord Ruhven no conseguirían llegar a tiempo. La columna de caballeros cubiertos de armadura llegó a la cima de la colina, y Malus apuró la marcha de su cabalgadura. Lord Gaelthen, en la primera fila, gritó una orden y la columna aceleró el paso. Adelante, las compañías de lanceros de la segunda bandera de Ruhven se apartaron dando voces de aliento cuando los caballeros se abalanzaron por el Camino de la Lanza como un relámpago.

Contando a su favor con el impulso de la larga pendiente, los nauglirs cubrieron los cien metros en cuestión de segundos, sorteando o saltando por encima de las rocas que les hubieran roto las patas a los caballos. Se encontraban a treinta metros de las ruinas cuando los primeros proyectiles enemigos empezaron a silbar con rabia entre las filas, rompiéndose contra los escudos y rebotando en las pesadas armaduras.

Presionada desde el frente y por ambos flancos, y encontrándose en el camino de una inminente carga de la caballería, la bandera naggorita que ocupaba el lugar central se abrió. Los soldados se olvidaron de la disciplina y corrieron en desbandada; abandonaron las lanzas y trataron de salvar la vida. Los lanceros enemigos emitieron un grito triunfal y cargaron; mataron a todos los que pudieron antes de darse cuenta, demasiado tarde, de que las tornas habían cambiado.

A veinte metros de la línea enemiga, Malus alzó su espada otra vez y describió con ella un arco descendente.

—¡A la carga! —ordenó, y los caballeros pretorianos respondieron con un grito enardecido, lanzando a sus cabalgaduras a galope tendido.

Rencor
rugió y afirmándose bien sobre sus patas delanteras saltó hacia los tropas enemigas con las fauces abiertas.

La línea de lanzas enemigas vaciló ante la carga naggorita. La primera línea retrocedió entre gritos aterrorizados, tropezando con los hombres que tenía detrás. El bosque de lanzas, que normalmente habría refrenado la acometida de una formación de caballería, se enmarañó, obligando a desalinear las mortíferas puntas. Malus se lanzó contra la muralla de hombres cubiertos de armadura y armados con relucientes lanzas aullando como un condenado.

Los nauglirs penetraron en la desordenada línea con un choque imparable y suscitaron un coro de gritos. Las astas de las lanzas se rompieron, y las puntas de acero volaron por los aires y penetraron en las filas girando y rebotando. En algún punto, un nauglir lanzó un bramido mortal. En torno a Malus la sangre salpicaba en todas dirección al caer los hombres hechos pedazos bajo el embate de los gélidos.

Malus luchaba contra los lanceros esperando que le devolvieran los golpes, pero ninguna de las lanzas enemigas dio en el blanco. Uno de los guerreros trató de dar la vuelta y salir corriendo, pero desapareció bajo las garras de
Rencor
. A otro le arrancó la cabeza de una dentellada y quedó seco donde se encontraba. Malus asestó un golpe con su espada sobre un lancero que tenía a la derecha, encontrando la brecha entre el borde inferior del yelmo y el espaldar, y rompiéndole el cuello al hombre. Recuperó la espada y la sostuvo, chorreando sangre, por encima de su cabeza.

—¡Adelante, caballeros! ¡Adelante! —gritó, espoleando su cabalgadura.

Rencor
dio un salto hacia adelante, apresó a un hombre a la carrera entre sus fauces y lo sacudió como si fuera un muñeco. El hombre gritaba y borboteaba mientras el nauglir avanzaba al galope, apremiado por Malus, y los caballeros aplastaban a la bandera de lanceros y caían como locos sobre el general y su guardia personal.

Los cuernos atronaron el aire alrededor de Malus mientras el enemigo reculaba ante la furia de la carga. Al frente, el noble vio que el general enemigo sacaba una pesada maza de mango largo de un gancho de su silla. Su armadura estaba hecha por manos expertas y lo cubría con numerosos sigilos de protección. Su rostro estaba oculto tras un ornamentado yelmo con forma de cabeza de dragón, pero Malus estaba seguro de que era uno de los jefes de la guardia de Lurhan, y además un noble poderoso. Sus guardaespaldas se adelantaron, tratando de interponerse entre los naggoritas y su señor, pero
Rencor
era más pequeño y ágil que el común de su especie, y Malus llegó al general en un abrir y cerrar de ojos.

Rencor
se lanzó contra el gélido del general y arrancó de una dentellada un lado de la cara del nauglir con sus garras; después, hundió sus colmillos como dagas en el cuello escamoso de la bestia de guerra. Malus arremetió hacia adelante, asestando un golpe con la espada plana, pero se quedó corto y sólo rozó el brazo blindado del general. Oyó que su contrincante bramaba bajo el yelmo con forma de dragón mientras esquivaba la espada de Malus y contraatacaba con un mazazo. El golpe alcanzó el espaldarón derecho de Malus, que sintió como si le hubiera caído encima una roca. Notó un dolor intenso en la articulación del hombro y el brazo se le entumeció hasta los dedos. Sólo su enorme fuerza de voluntad hizo que no soltara la espada.

Furioso, Malus volvió a intentarlo, pero al ser su espada más corta se volvió a quedar a una cuarta del general enemigo. Tiró de las riendas y clavó las espuelas en los costados de
Rencor
, pero el nauglir estaba trabado en una lucha a vida o muerte con la cabalgadura del general y no atendía a nada más. En todos los sitios se oían gritos y alaridos mientras los caballeros pretorianos luchaban con los guardaespaldas del general. Hombres de infantería pasaban corriendo, maldiciendo y gritando, aterrorizados. El noble miró a su izquierda y vio a lord Galthen a pocos palmos de él, partiendo el yelmo de uno de los guardaespaldas del general con un golpe implacable de su espada.

Malus vio un movimiento con el rabillo del ojo y se volvió justo a tiempo para ver a otro guardaespaldas que cargaba contra él. El nauglir del hombre trató de morder a
Rencor
en el flanco y recibió un coletazo en todo el hocico por su atrevimiento; la bestia retrocedió un poco y dio por tierra con el intento de su jinete. El golpe del hombre se quedó corto y sólo golpeó a Malus en la rodilla derecha. La armadura paró el golpe, pero el impacto le produjo un estallido de dolor. El noble maldijo al hombre y puso todas sus fuerzas en un golpe a la cabeza del guardaespaldas. Esperaba atontar al hombre con un golpe resonante en su yelmo, pero quiso la Madre Oscura que la punta de la espada penetrara por la abertura del ojo y se le clavara en el cráneo. Sangre y fluidos corrieron por toda la ancha hoja de la espada mientras el hombre gritaba y se sacudía; a continuación, cayó hacia adelante y se precipitó a tierra con la espada de Malus todavía alojada en su yelmo.

El peso del hombre y de su armadura tiró también de Malus hacia abajo. En ese momento, algo golpeó en la parte trasera de su yelmo y la oscuridad lo envolvió.

18. En la trampa

Malus cabalgaba a través de una bruma caliente y roja que anulaba el sonido y se lo hacía ver todo borroso. No sentía los brazos — de hecho, no sentía nada—, pero sí sabía que cabalgaba sentado en una silla, detrás de un caballero cubierto con una armadura. Cada paso bamboleante que daba el nauglir hacía que rozase con el frío acero del espaldar del caballero; le llegaba un olor a metal y a aceite, a sangre y a tierra, y a cuero viejo. Sin embargo, todo lo que salía de sus labios era un gruñido sordo.

El caballero volvió la cabeza apenas. Malus oyó el crujido del cuero y percibió un olor como a moho.

—No hables —dijo el caballero. La voz era profunda y sepulcral, como si resonara en el interior de una tumba—. Te han partido la cabeza y se te han saltado los sesos fuera.

El caballero se volvió y le mostró su mano. En la palma tenía cuajarones de masa cerebral, y entre los dedos rezumaban sangre y un líquido de color blancuzco.

—Debes volver a ponerlos en su sitio antes de que sea demasiado tarde.

Malus dio un grito de terror y se apartó del caballero y de su macabra oferta. El viento de la muerte producía una sensación extraña en la parte posterior de su cabeza al rozar con sus helados dedos el hueso astillado y la sangre seca. Trató de mover los brazos, pero no pudo, y dio gracias por ello. De haber podido, habría tratado de tocarse la cabeza y temía que sus dedos pudieran encontrar algún desastre en esa zona.

Oyó un grito extraño, amortiguado, y unas manos invisibles lo cogieron. El mundo giraba desquiciado y volvió a gritar, cerrando con fuerza los ojos para no ver la bruma roja.

Se sintió caer como una hoja movida por una brisa invernal hasta posarse suavemente en el suelo. Por encima de él oyó un murmullo, un zumbido de voces que no podía distinguir. Haciendo acopio de voluntad, se obligó a tranquilizarse y abrió, poco a poco, los ojos.

La niebla empezaba a desvanecerse. Estaba tendido de espaldas cerca de una de las hogueras del campamento naggorita, mirando a las nubes y el sol de media mañana. Dos hombres estaban inclinados sobre él. Le llevó un momento identificar a uno de ellos como lord Eluthir. El rostro del joven caballero estaba manchado de sangre seca y sangraba por un corte profundo que tenía en la mejilla derecha. El otro hombre llevaba pesados ropajes negros manchados y bordados con runas en hilo de plata, y su cara alargada era vieja y llena de arrugas. Los dos hombres discutían acaloradamente, pero al principio Malus no podía distinguir lo que decían. Trató de incorporar la cabeza, pero sólo consiguió levantarla unos centímetros antes de que un acceso de náusea se apoderara de él. El noble volvió a echarse hacia atrás y cerró los ojos mientras trataba de pasar revista a sus miembros, que no le obedecían.

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