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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

Danza de dragones (106 page)

BOOK: Danza de dragones
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—En efecto, mi señor. La travesía es peligrosa en esta época. Un barco puede naufragar si va solo, pero tres pueden ayudarse entre sí. El Banco de Hierro siempre es muy prudente con estos asuntos.

—¿Podríamos tener una pequeña charla antes de que partáis?

—Estoy a vuestro servicio, lord comandante. En Braavos solemos decir que no hay mejor momento que el presente. ¿Os parece bien?

—No lo hay mejor. ¿Preferís que vayamos a mis aposentos, o deseáis conocer la cima del Muro?

El banquero miró hacia arriba, donde el hielo se cernía vasto y blanco contra el cielo.

—Ahí arriba hará mucho frío.

—Mucho frío y mucho viento. Al final se aprende a caminar bien alejado del borde. A varios hombres se los llevó el viento. Aun así, en este mundo no hay nada remotamente parecido al Muro. Puede que no tengáis otra ocasión de verlo.

—No cabe duda de que me arrepentiré en mi lecho de muerte, pero tras un día tan largo a caballo, me resulta más apetecible una habitación cálida.

—Entonces vamos a mis aposentos. Seda, tráenos vino especiado, por favor.

Las habitaciones de Jon, tras la armería, estaban bastante aisladas del ruido, aunque eran bastante frías. El fuego se había apagado hacía rato; a la hora de mantenerlo vivo, Seda no era tan diligente como Edd el Penas.

—¡Maíz! —El cuervo de Mormont los recibió con un graznido. Jon colgó la capa.

—Venís en busca de Stannis, ¿no es así?

—En efecto, mi señor. La reina Selyse ha sugerido que enviemos un cuervo a Bosquespeso para informar a su alteza de que lo espero en el Fuerte de la Noche. El asunto que deseo tratar con él es demasiado delicado para confiarlo por carta.

—Una deuda. —«No puede ser otra cosa.»— ¿Una deuda suya o de su hermano?

—No sería apropiado por mi parte hablar de las deudas que lord Stannis tenga o deje de tener —respondió el banquero al tiempo que apretaba los dedos—. Respecto al rey Robert… Tuvimos el honor de ayudar a su alteza cuando lo necesitó. Mientras Robert vivió, no hubo problemas. Sin embargo, el Trono de Hierro ha dejado de devolvernos los préstamos.

«¿De verdad son tan necios los Lannister?»

—No pretenderéis hacer responsable a Stannis de las deudas de su hermano.

—Las deudas las contrajo el Trono de Hierro —declaró Tycho—, y debe saldarlas quienquiera que se siente en él. Ya que tanto el rey Tommen como sus consejeros están empecinados, nuestra intención era abordar el tema con el rey Stannis. Si se muestra digno de nuestra confianza, le proporcionaremos con mucho gusto cualquier ayuda que necesite.

—Ayuda —gritó el cuervo—. Ayuda, ayuda.

Jon ya se imaginó algo parecido en el momento en que supo que el Banco de Hierro enviaba un emisario al Muro.

—Lo último que sabemos de su alteza es que se dirigía hacia Invernalia para enfrentarse a lord Bolton y sus aliados. Podéis ir en su busca, pero corréis el riesgo de veros envuelto en la guerra.

—Los que servimos en el Banco de Hierro nos enfrentamos a la muerte tanto como los que servís al Trono de Hierro —contestó Tycho bajando la cabeza.

«¿Sirvo al Trono de Hierro?» Jon ya no estaba seguro.

—Puedo proporcionaros caballos, provisiones, guías y lo que preciséis para alcanzar Bosquespeso, pero a partir de ahí tendréis que llegar hasta Stannis por vuestra cuenta. —«Y puede que os encontréis su cabeza clavada en una pica»—. Pero eso tiene un precio.

—Precio —coreó el cuervo de Mormont—. Precio, precio.

—Todo tiene un precio, ¿verdad? —sonrió el braavosi—. ¿Qué necesita la Guardia?

—Para empezar, vuestros barcos. Y sus tripulaciones.

—¿Los tres? ¿Cómo voy a regresar a Braavos?

—Solo los necesito para un viaje.

—Un viaje peligroso, imagino. Habéis dicho «para empezar».

—También necesitamos un préstamo. Oro suficiente para alimentarnos hasta la primavera; para comprar comida y fletar barcos que nos la traigan.

—¿Hasta la primavera? —Tycho suspiró—. No será posible, mi señor.

¿Qué le había dicho Stannis? «Regateáis como una vieja por un bacalao, lord Nieve. ¿Es que vuestro padre os engendró con una pescadera?» Tal vez.

Llevó casi una hora convertir lo imposible en posible, y otra más acordar los detalles. La frasca de vino especiado que les había llevado Seda los ayudó a resolver los detalles más conflictivos. Cuando Jon firmó el pergamino redactado por el braavosi, los dos estaban borrachos y tristes. Jon consideró que era una buena señal.

Los tres barcos braavosi elevaban a once la flota de Guardiaoriente, que incluía el ballenero ibbenés que había requisado Cotter Pyke siguiendo las órdenes de Jon, una galera mercante de Pentos, también confiscada, y tres maltrechos navíos de guerra lysenos: los restos de la antigua flota de Salladhor Saan, arrastrada al norte por las tormentas otoñales. Los tres barcos de Saan necesitaban reparaciones urgentes, pero a esas alturas ya deberían estar arreglados.

No era muy prudente enviar once barcos, pero si esperaba más, la gente del pueblo libre que se encontraba en Casa Austera ya habría muerto cuando llegase la flota a rescatarla.

«Hay que navegar ahora, o nunca.» Aunque no sabía si Madre Topo y los suyos estarían suficientemente desesperados para confiar sus vidas a la Guardia de la Noche.

Cuando Jon y Tycho Nestoris dejaron la estancia, ya había oscurecido y comenzaba a nevar.

—Parece que ha sido una tregua corta. —Jon se ciñó la capa con fuerza.

—El invierno se nos echa encima. Cuando salí de Braavos ya había hielo en los canales.

—Tres de mis hombres pasaron por Braavos, no hace mucho —le comentó Jon—. Un viejo maestre, un bardo y un joven mayordomo. Iban escoltando a Antigua a una chica salvaje con un niño de teta. ¿Os los habéis encontrado, por casualidad?

—Me temo que no, mi señor. No hay día que no pasen ponientis por Braavos, pero casi todos llegan y se van por el puerto del Trapero. Los barcos del Banco de Hierro amarran en el puerto Púrpura. Si queréis, puedo preguntar por ellos cuando vuelva a casa.

—No será necesario. A estas alturas ya deberían estar a salvo en Antigua.

—Esperemos que sí. El mar Angosto es muy peligroso en esta época del año, y últimamente hemos recibido informes preocupantes de barcos desconocidos avistados en los Peldaños de Piedra.

—¿Salladhor Saan?

—¿El pirata lyseno? Hay quien dice que ha vuelto a los sitios que frecuentaba, ¿cierto?. Y la flota de guerra de lord Redwyne también pulula por el Brazo Roto. Sin duda van de camino a casa. Pero esos hombres y esos barcos nos son muy conocidos. No, esas otras velas… Puede que vengan del lejano oriente… Ha habido extraños rumores sobre dragones.

—Ojalá tuviéramos uno aquí. Caldearía el ambiente.

—Bromeáis, pero disculpad si no me río. Los bravoosi descendemos de los que escaparon de Valyria y de la ira de los Señores Dragón. No nos los tomamos a broma.

«No, ya veo que no.»

—Os presento mis disculpas, lord Tycho.

—No son necesarias. Empiezo a tener hambre. Prestar sumas tan altas abre el apetito. ¿Podríais indicarme cómo llegar a vuestro comedor?

—Yo mismo os acompañaré. —Jon hizo un ademán—. Por aquí.

Habría sido una descortesía no compartir el pan con el banquero, de modo que envió a Seda a por comida. La novedad de los recién llegados había atraído a casi todos los hombres que no estaban de guardia o dormidos, y el sótano estaba abarrotado y cálido.

La reina y su hija no se presentaron; lo más seguro era que estuvieran acomodándose en la Torre del Rey. Los que sí estaban eran ser Brus y Ser Malegom, entreteniendo a los hermanos allí reunidos con las últimas noticias de Guardiaoriente y de más allá del mar. Había tres damas de la reina sentadas juntas, debidamente atendidas por sus criadas y por una docena de admiradores de la Guardia de la Noche.

Junto a la puerta, Axell Florent, la mano de la reina, estaba atacando un par de capones; rebañaba la carne de los huesos y regaba cada bocado con tragos de cerveza. Cuando divisó a Jon Nieve dejó el hueso, se limpió la boca con el dorso de la mano y se le acercó. Las piernas torcidas, el pecho de barril y las enormes orejas le daban un aspecto muy cómico, pero Jon era consciente de que más valía no reírse de él. Era el tío de la reina Selyse y había sido de los primeros en seguirla cuando aceptó al dios rojo de Melisandre.

«Si no es un asesino de la sangre de su sangre, no anda lejos. —El maestre Aemon le había dicho que Melisandre había incinerado al hermano de Axell Florent, y que este había hecho bien poco por evitarlo—. ¿Qué hombre puede ver como queman vivo a su hermano sin siquiera inmutarse?»

—Nestoris —saludó ser Axell—, lord comandante, ¿os importa si os acompaño? —Se asentó en el banco antes de que tuvieran ocasión de responder—. Lord Nieve, me gustaría preguntaros… ¿dónde puedo encontrar a la princesa de los salvajes de la que habla su alteza?

«A muchas leguas de aquí —pensó Jon—. Si los dioses son benevolentes, ya habrá dado con Tormund Matagigantes.»

—Val es la hermana pequeña de Dalla, que a su vez fue la esposa de Mance Rayder y la madre de su hijo. El rey Stannis tomó prisionera a Val y a la niña cuando Dalla murió de parto, pero no es ninguna princesa tal como vos lo entendéis.

—Sea lo que sea, en Guardiaoriente, los hombres decían que era una moza muy bella —respondió Axell con un encogimiento de hombros—. Me gustaría verla con mis propios ojos. Hay salvajes a las que habría que poner de espaldas para poder cumplir los deberes maritales. Si no es molestia, traedla para que le echemos un vistazo.

—No es un caballo al que podáis examinar.

—Prometo no contarle los dientes. —Florent sonrió—. Oh, no temáis, la trataré con toda la cortesía que merece.

«Sabe que no está aquí. —Ninguna aldea tenía secretos, y el Castillo Negro no era excepción. No se hablaba abiertamente de la ausencia de Val, pero había hombres que sabían de ella, y por la noche, en la sala común, los hermanos hablaban—. ¿Qué habrá oído? —se preguntó Jon—. ¿Cuánto creerá de lo que ha oído?»

—Disculpadme, pero no voy a traer aquí a Val.

—Iré yo. ¿Dónde la tenéis?

—Está a buen recaudo. —«Lejos de ti»—. Ya es suficiente.

—Mi señor, ¿habéis olvidado quién soy? —El rostro del caballero había enrojecido. El aliento le olía a cerveza y cebolla—. ¿Tengo que hablar con la reina? Una palabra de su alteza, y me traerán a esa salvaje desnuda para que la examine.

«Eso no puede hacerlo ni una reina.»

—La reina no abusaría de nuestra hospitalidad —respondió Jon, con la esperanza de que fuera cierto—. Y lo siento, pero debo ausentarme, o incumpliré mis deberes como anfitrión. Lord Tycho, os ruego que me disculpéis.

—Por supuesto —dijo el banquero—. Ha sido un placer.

Fuera nevaba cada vez con más fuerza. Más allá del patio, la Torre del Rey se había convertido en una sombra voluminosa, y las luces de las ventanas quedaban oscurecidas por la nieve.

Cuando volvió a sus aposentos, Jon se encontró al cuervo del Viejo Oso posado en el respaldo de la silla de roble y cuero, tras la mesa de caballetes. En cuanto entró, el pájaro empezó a chillar y pedir comida. Jon cogió un puñado de grano de un saco, junto a la puerta, y lo desperdigó por el suelo; luego se apoderó de la silla.

Tycho Nestoris había dejado una copia del acuerdo, y Jon la leyó tres veces.

«Ha sido fácil —reflexionó—. Mucho más de lo que esperaba. Mucho más de lo que debería.»

Aquello lo inquietaba. El dinero braavosi permitiría a la Guardia de la Noche comprar comida en el sur cuando empezase a escasear en los almacenes; suficiente comida para todo el invierno, durase lo que durase.

«Un invierno largo y crudo nos dejará con una deuda de tal magnitud que nunca saldremos de ella —se recordó—, pero si la elección es deuda o muerte, más nos vale pedir prestado.»

Sin embargo, no acababa de gustarle, y le gustaría menos aún cuando llegase la primavera y el momento de pagar todo aquel oro. Había quedado impresionado por la cultura y cortesía de Tycho Nestoris, pero el Banco de Hierro de Braavos tenía una reputación temible a la hora de reclamar deudas. Cada una de las Nueve Ciudades Libres tenía su propio banco; algunas contaban con varios, que luchaban por cada moneda como perros por un hueso, pero el Banco de Hierro era más rico y poderoso que todos los demás juntos. Cuando los príncipes dejaban de pagar a los bancos menores, los banqueros arruinados vendían a sus esposas e hijos como esclavos y se cortaban las venas. Cuando dejaban de pagar al Banco de Hierro, nuevos príncipes aparecían de la nada y ocupaban su trono.

«Tal como está a punto de averiguar Tommen, pobre gordito. —Sin duda, los Lannister tenían sus razones para no saldar las deudas del rey Robert, pero aun así, era una estupidez. Si Stannis era flexible a la hora de aceptar sus condiciones, los braavosi le darían tanto oro y plata como le hiciera falta; lo suficiente para comprar una docena de compañías de mercenarios, sobornar a un centenar de señores, y pagar, dar de comer, vestir y armar a sus hombres—. Si Stannis no yace bajo los muros de Invernalia, puede que ya haya cobrado el Trono de Hierro.» Se preguntó si Melisandre había visto aquello en sus fuegos.

Jon se reclinó en el asiento, bostezó y se desperezó. Al día siguiente prepararía las órdenes necesarias para Cotter Pyke.

«Lleva once barcos hasta Casa Austera. Vuelve con tanta gente como puedas; da prioridad a las mujeres y los niños. —Era hora de zarpar—. ¿Debería ir en persona, o encomendar la expedición a Cotter? —El Viejo Oso había estado al mando de una expedición—. Sí. Y no volvió.»

Cerró los ojos, solo un momento… y se despertó tieso como una tabla.

—Nieve, nieve —masculló el cuervo de Mormont.

—Mi señor, os reclaman. Disculpad, mi señor. Ha aparecido una chica. —Mully lo zarandeaba para despertarlo.

—¿Una chica? —Jon se sentó y se frotó los ojos para despejarse—. ¿Es Val? ¿Ha vuelto?

—No, mi señor. Ha aparecido a este lado del Muro.

«Arya.» Jon se incorporó. Tenía que ser ella.

—Chica, chica, chica —gritó el cuervo.

—Ty y Dannel la encontraron a dos leguas al sur de Villa Topo, en la persecución de unos cuantos salvajes que pretendían escabullirse por el camino Real. Volvían con ellos cuando se toparon con la chica. Es de alta cuna, mi señor, y pregunta por vos.

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