Cuando un hombre se enamora (36 page)

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Authors: Katharine Ashe

Tags: #Histórico, #Romántico

BOOK: Cuando un hombre se enamora
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Un vaho de aire caliente emergió del hogar haciendo que la luz bailoteara por las paredes, por las sábanas y por el hombre que tenía delante y que le acababa de confesar una historia horrorosa.

—¿Tu hijo lo sabe?

—Nadie lo sabe. Nadie que esté vivo.

—¿Por qué me lo has contado?

Él cambió de postura y le tomó la mano.

—Porque —le dijo con rudeza— no quería que hubiera ningún secreto entre nosotros. Y porque soy un hombre celoso por naturaleza.

—¿Cómo de celoso?

Leam levantó una ceja.

—Creo que es evidente.

—Pero no te importó pensar que yo flirteaba con Yale en la posada.

—Sí me importó.

—No.

—Entonces es una excepción.

—¿Y qué me dices del señor Cox?

La cara de él quedó estática.

—Estaba celoso, muy celoso.

Ella deseaba decirle que no tenía que preocuparse, que su corazón era completamente suyo y que ningún otro hombre accedería a él. Pero se guardó la confesión. Al menos, era lo bastante lista como para saber que no debía seguir comparándose con su adorada esposa. Apartó la mano y la guardó bajo la colcha, encima de su pecho.

—Kitty, leí el informe de Poole —dijo Leam en voz muy queda—. Era un villano.

Ella no había reparado en que no le quedaba ni un aliento que ofrecerle, excepto un sonido delicado y corto.

—Espero que el hombre que corteja a tu madre no lo sea también.

Kitty asintió; se guardaba las lágrimas en el fondo de su garganta.

—¿Crees que funcionará esta farsa?

—Si es culpable, sí.

—¿De veras es necesario que vayas tú solo allí por la mañana?

Él asintió. Poco después, frunció el ceño y se apoyó en un codo.

—Kitty, no pensarás en ir. No me digas que sí.

—En ese caso, no te lo diré. Pero estaría ocultando la verdad. Le dije a lord Chamberlayne que lo vería allí.

—No.

—Sí. Debo ser totalmente convincente. ¿Qué credibilidad tendría una mujer engañada que no deseara presenciar el fracaso de su amante? Simplemente, no puedo dejarlo en manos del destino. Sería todo lo contrario de lo que lord Chamberlayne sabe acerca de mí. Lo que todo el mundo sabe.

—¿Él estuvo de acuerdo?

—Le dije que no tenía elección.

—Kitty, esto es arriesgado —él la miraba fijamente—. Si las sospechas de Gray están en lo cierto, Chamberlayne no puede estar tranquilo pensando que sé dónde está el cargamento del barco.

—Pero yo debo saber si es culpable. ¿Acaso crees que es sencillo para mí? ¿Traicionar a mi madre para no traicionar a mi país?

—No —él le cogió la mano y le besó la palma—. Sé que no debe de ser fácil. Pero si viera que corres peligro no respondería de mis actos.

—Es demasiado… complicado —dijo ella en tono agridulce, cerrando los ojos.

Él no respondió. Sólo le acarició la cara y la besó. Ella le tocó el brazo tanteando sus músculos.

—Kitty, ¿deseas que me quede un rato más esta noche?

—Sí —no podía engañarlo—. Más de lo que puedo expresar —¡abajo el juicio y la prudencia! Después de todo, su boca la delataba.

El pulgar de Leam acarició su pezón duro; todo su cuerpo se estremeció por el enervante suplicio.

—Entonces prométeme —le susurró— que no irás al encuentro de mañana por la mañana —la mano de él la torturaba, su cadera se movía contra ella.

—El chantaje no es propio de ti, milord —articuló ella, después se puso a jadear cuando él deslizó la mano por su entrepierna. No sabía que eso fuera posible, ser incitada con tanta facilidad tantas veces en la misma noche. Pero aún ardía de ganas y respondió dócilmente excitándose con sus caricias.

—Prométemelo —él la tocaba hasta marearla.

—Sí —resopló ella—. Sí —repitió cuando él la penetró con su dedo—. ¡Sí! —volvió a exclamar cuando la hizo llegar al orgasmo tan sólo con la mano, lenta y hermosamente. Su boca le acariciaba los senos. El deseo de estar dentro de ella ahora era perpetuo y duradero en él.

Leam continuó haciéndola gozar. E hizo que durase incluso más que antes, hasta que a ella no le quedó nada, salvo el placer húmedo de hacerlo hasta que él quisiera. Como el que había sentido al principio, en una pequeña posada de Shropshire, cuando pensaba que lo peor en la vida sería rendirse ante un hombre que iba con sus perrazos desgreñados.

Cuando acabó, él la acercó contra su pecho y la abrazó.

—Confío en que no sea necesario que te recuerde lo que has prometido —le hablaba con los labios pegados a su cabello de un modo muy íntimo y confiado.

—¡Chantajista! Lo he prometido. Queda bien claro quién es el que tiene más práctica en hacer con los demás lo que quiere.

—No exactamente de esta forma —su tono parecía somnoliento, pero sus palabras le encantaron. Es cierto que, quizá, tenía algo de celoso en su naturaleza.

Tras un rato, comprobó que él dormía. Con dos dedos le rozó los músculos tensos del antebrazo. No se movía, ni siquiera su respiración; la tersura de la mandíbula y las mejillas con la sensual curvatura de su boca la fascinaban. Ella suspiró.

—Quiero volver a Shropshire —dijo, porque sentía que su corazón estallaba lleno de nostalgia con una especie de triste alegría y no podía mantenerla en su interior por más tiempo. Y porque ahora podía decirle todo tipo de tonterías pues él no escucharía.

Pero él dijo:

—Yo también —le cogió la mano y se la llevó al pecho—. Ahora duerme un poco.

—¿Por qué? Te vas a marchar pronto, ¿no es así?

—Demasiado pronto. Y a pesar de que disfruto de la conversación, desearía tener el placer de dormir a tu lado esta noche, aunque fuera muy poco.

¿Qué podía responder a eso?

Él la besó en la frente.

—¡Feliz cumpleaños, Kitty! —la abrazó y ella se quedó dormida demasiado pronto.

Cuando se despertó él ya no estaba, se había ido.

Capítulo 23

Cuando la viuda se presentó en la mesa del desayuno tenía los ojos brillantes, miraba a Kitty con entusiasmo. Por desgracia, Kitty no podía hacer nada para ocultar el rubor de sus mejillas y la ansiedad que le helaba las manos. En ese momento el encuentro entre Leam y lord Chamberlayne ya se habría celebrado. Ella sólo tenía que aguardar, impaciente por recibir sus noticias.

—Querida Kitty, no esperaba que te levantaras hasta más tarde —su madre se acercó una taza a la boca—. La señora Hopkins me explicó la visita del sereno a última hora. Un incidente con los platos de la cocina, al parecer.

A Kitty se le encendieron las mejillas.

—¿Eso te dijo ella?

El ama de llaves entró con una tetera en la mano.

—Lady Katherine fue muy amable al recoger todos los platos rotos antes de acostarse —sirvió el té a Kitty y lo dejó a su lado; sólo le hizo un guiño con una sonrisa fugaz y radiante—. Monsieur Claude fue el que más lo apreció. Yo también, gracias, señora —hizo una reverencia.

—De nada, señora Hopkins. Fue un… —tenía la garganta seca—. Un placer —¿él había recogido los platos y había limpiado todo antes de marcharse? No lo podía dudar del extraño noble que siempre había conocido. Se concentró en su té—. ¿Cómo está Serena, mamá? Tu nota no indicaba cuán enferma se sentía.

—No estuve en la otra casa anoche, Kitty. Te dije eso para que no te preocuparas —su madre revisaba el correo que tenía a su lado—. Señora Hopkins, ahora puede irse. Y cierre la puerta.

El ama de llaves miró un segundo a Kitty y se marchó.

Kitty contuvo el aliento.

—¿Entonces, si no estuviste en casa de Alex, adónde fuiste?

—Estuve con Douglas —la viuda levantó la mirada, tenía un aspecto tranquilo, estaba satisfecha e irradiaba felicidad—. Nos vamos a casar. ¿Quieres desearme felicidad, querida hija?

—Oh, mamá —¿cómo podía desearle algo así? Se levantó y abrazó a su madre a la altura de los hombros—. Pensaba que su propuesta te era indiferente.

La viuda la apartó y observó su cara.

—Tan sólo era prudente. Kitty, querida, ¿pasa algo?

Kitty le cogió las manos y se las unió.

—Sólo deseo tu felicidad.

—¿Entonces, esta noticia no te hace feliz? Yo esperaba que sí. A ti y a él se os ve tan a gusto juntos.

—Oh, pero mamá, como ves… —Kitty articuló algunas palabras para comenzar a hablar. No debería haber esperado a decírselo. Tendría que haber sido valiente. No podía soportar la mirada de su madre y evitarla. Sobre la mesa, en su taza había enganchada una nota con su nombre.

Como una tierna colegiala, había memorizado la escritura de Leam por el sobre en que le había enviado la partitura. Su corazón latía. La cogió y la abrió.

—¿Kitty?

—Mamá, yo… —una bocanada de aire salió de su boca. Lord Chamberlayne era inocente de realizar malas prácticas. Pero la nota decía algo más, que debía ir al parque a las once.

Miró el reloj de la alacena y se levantó de un salto.

—Mamá —fue hacia su madre, le cogió ambas manos y se las besó de una en una—. Estoy tan feliz por ti. Me gusta mucho lord Chamberlayne y estoy contentísima de que forme parte de nuestra familia.

—Kitty, esto es excepcional.

—Es posible. Pero me tengo que ir.

—Katherine.

—De veras, tengo una cita —se dirigió hacia la puerta y lanzó una mirada de complicidad a John. Él no se esforzó demasiado por ocultar una sonrisa.

Se sentía cada vez más nerviosa. ¿Por qué quería encontrarse con ella en el parque? ¿Por qué no había venido a decírselo? Antes, él jamás había tenido vergüenza por presentarse. No exactamente.

—Mamá —dio media vuelta. Su madre se levantó algo confusa. Kitty se volvió hacia ella y le dio un fuerte y largo abrazo—. Mamá, te quiero mucho. ¿Lo sabes, no? Claro que lo sabes y estoy muy, muy feliz por ti.

Corrió a cambiarse.

Nunca se le había hecho tan largo el camino hasta el parque. Bajo el cielo claro, Kitty se acurrucó en una esquina del carruaje mordiéndose las puntas de los guantes. Estaba cansada por la falta de sueño, irritada en zonas que nunca habría imaginado que podrían irritarse y extremadamente tensa por todo eso.

Al girar por la entrada del parque su estómago dio un vuelco. Había pensado en cada posibilidad, incluso que la nota fuese falsa y que se estaba dirigiendo hacia una emboscada. Pero no se había imaginado a Leam montado en su musculoso ruano esperándola cerca de la entrada. Los lebreles que caminaban al lado vinieron a su encuentro levantando la cabeza a medida que se acercaba el carruaje.

Lo saludó.

—¿Cómo está, milord?

Él puso el caballo junto al carruaje y la saludó desde la silla.

—Buenos días, milady. ¿Le apetece dar un paseo?

—Sí, gracias.

Todo era muy cortés. Su corazón se aceleró. El carruaje se detuvo y, mientras el cochero bajaba, Leam ya había desmontado y estaba allí para tomarla de la mano y ayudarla a salir. Lo hizo con una cortesía exquisita, cogiendo sus dedos enguantados como la formalidad exigía. Por un momento, Kitty se sintió algo decepcionada, pero él no podía estar más encantador en el parque y ella observó su ropa. Una vez más, estaba elegante, vestido con buen gusto y hermoso. Eso la excitó.

Él le ofreció el brazo. Pero ella negó con la cabeza, demasiado nerviosa para tocarlo, y comenzó a caminar para apartarse del carruaje y de los sirvientes curiosos. Uno de los perros vino hacia ella y le tocó la mano con el hocico. Ella lo apartó distraídamente.

—¿No es culpable de ningún delito? —preguntó cuando ya se habían separado bastante de su doncella para que no les oyese.

—No lo es —caminaba cerca de ella con las manos cruzadas en la espalda—. Me buscaba sólo para rogarme que no entregara el cargamento a los rebeldes, cuyo cabecilla es su hijo. Estaba dispuesto a pagarme para destruirlo. No tenía ni idea de qué era.

—¿Y qué era?

—Aún no está claro. El Ministerio del Interior desea comprobar sus palabras antes de que sea digno de toda confianza. Su hijo es un conocido instigador, pero yo creo en la inocencia de Chamberlayne.

Kitty tomó aire.

—Le he oído hablar de su hijo. Están muy unidos.

—Aparentemente —la voz de Leam era firme—. Teme por él, y espera frustrar la rebelión poniendo obstáculos. Pero le fue difícil admitirlo, aunque creo que lo deseaba y que agradeció la oportunidad. Es un hombre orgulloso —se volvió hacia ella—. Tanto como una joven dama que conozco —suspiró acercándose poco a poco a ella.

—Ya no soy joven. Ayer cumplí los veinti…

—Seis, sí, me lo dijiste nada más comenzar a hablar conmigo en Shropshire. Me pregunto por qué.

—Porque me llamaste muchacha y yo intentaba ponerte en tu lugar.

La mirada de Leam se posó en sus labios.

—Una forma bastante peculiar de conseguirlo.

—¿Podríamos volver al tema del que hablábamos, milord?

Él se detuvo y ella también tuvo que hacerlo.

—¿De qué hablábamos? —bajo el suave cielo azul, los ojos de Leam brillaban con calidez.

—De la inocencia del novio de mi madre y, francamente, de por qué insististe en venir aquí en vez de visitarme para explicarme las noticias en casa. Me puse muy nerviosa y pienso que lo organizaste horriblemente mal.

—¿Esta mañana no nos andamos con remilgos, no es así?

—Nunca lo hago, o al menos muy pocas veces. ¿Ahora bien, tienes algo más que decirme sobre lord Chamberlayne? Mi madre y él se prometieron ayer por la noche, aunque él se lo había preguntado bastante antes, por lo que sé. Entonces, me gustaría saber si se me pedirá que le diga más mentiras horribles a mi futuro padrastro, cosa que no haré, ¿entiendes?

—Es la principal razón por la que estamos aquí —la diversión desapareció de sus ojos—. Le pedí a Gray que se encontrara conmigo.

—¿No le has comentado que yo también estaría aquí?

—Preciosa e inteligente —murmuró él, mientras observaba su cara.

—¿Por qué no?

—Él podría haberse negado —Leam miró de costado—. ¿Te encontrarás con él?

—Creo que estás intentando asustarme; al parecer, no estás escarmentado por mi reprimenda —ella siguió la dirección de su mirada. El vizconde venía cabalgando por el prado.

—No tengas miedo de mí, Kitty —Leam le habló con dulzura—. Nunca me temas.

Ella alzó la vista. Sus ojos emitían un brillo intenso. Una deliciosa sensación se expandió por sus venas.

—Anoche, Leam —dijo antes de que se le paralizara la lengua—, cuando me dijiste que habías leído los documentos sobre Lambert Poole, ¿qué entendiste sobre mi participación en eso?

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