—¡Kitty, detente!
—Yo no deseo rodearme de recuerdos de tu amor, Leam. Ya no quiero que me ames más. Si me has buscado con la esperanza de que yo…
—No, nunca te he pedido eso.
—Voy a montar un espectáculo —parpadeó rápidamente, salió de sus brazos y se abrió camino entre los otros bailarines, después entre los grupos que estaban al borde de la pista. Así consiguió llegar hasta la entrada antes de que brotaran las primeras lágrimas, pero estas surgirían en contra de su voluntad y no tenía tiempo para esperar a que le entregasen su capa. Se aventuró a marcharse sola en el frío, buscando su carruaje en medio de la multitud de vehículos en el sótano. Era el centro de las miradas y murmullos silenciosos.
Pero no le importaba, estos la habían acompañado durante años.
Kitty durmió, agotada en cada resquicio de su cuerpo. Sin embargo, se despertó antes del amanecer, sintiendo una repentina conmoción.
El señor Cox creía que Leam tenía algo suyo tan valioso que había sido capaz de herirla para recuperarlo, pero ahora estaba jugando al gato y al ratón, rehusando mostrarse abiertamente. Al hablar de él con Leam, le vino a la memoria que Cox le había pedido al señor Milch que le ayudara a encontrar un objeto valioso perdido. Quizás era demasiado lejos para ir a buscarlo, pero Kitty creía haberlo visto. Ella había felicitado al joven Ned por eso.
Cogió un candelabro, fue al escritorio y sacó dos hojas de papel, una tamaño folio y la otra con sus iniciales grabadas. Cuando hubo terminado ambas misivas las selló y se las entregó a John con unas instrucciones precisas.
La respuesta de Emily llegó antes de que Kitty terminara de desayunar.
Querida Kitty,
Respondiendo a tu petición: ¡por supuesto! Clarice se siente honrada de que se lo pidieras. Estará lista muy pronto, el jueves a la una en punto. A mí también me encantaría ir, pero papá ha armado un escándalo terrible por la visita que hice la semana pasada a los muelles de Londres sola, sin ninguna doncella que me acompañase. Mamá ahora no se aparta de mi lado y como no se ocupa tanto de Clarice, es quizás el momento perfecto para vuestro viaje. Cuando regreses deberás contarme todos los detalles. Hasta entonces, claro, no diré ni una palabra, aunque toda la armada romana al completo insistirá.
Con cariño,
Boadicea
Al parecer Emily había escogido un nuevo nombre. El de una princesa celta que se rebeló contra el Imperio romano, lo que era tan escandaloso como una reina francesa guillotinada. Kitty sonrió, pero la sensación le era extraña en sus labios.
Al día siguiente, el día de la boda, lord Chamberlayne llegó a la hora de la comida y se reunió con su madre en privado. Al salir, la viuda estaba pálida, pero su mano seguía apoyada en el brazo de su prometido.
—Kitty —dijo él. Sus ojos claros se veían tranquilizados—. Se lo he explicado todo a tu madre.
A Kitty se le escapó un suspiro de alivio.
—Mamá, siento mucho habértelo ocultado.
La viuda se acercó a ella y le acarició la mejilla con la punta de los dedos.
—Cariño, te agradezco el valor de haber cumplido con tu cometido.
Ella se dejó abrazar por su madre.
Más tarde, se puso un discreto vestido azul y acompañó a su madre a la boda. Fue un evento sencillo, tan sólo con la familia y los amigos más cercanos. Kitty se esforzó por sonreír, quería que su madre y su padrastro se sintieran felices. Más tarde, cayó en la cama agotada por el esfuerzo de haber fingido.
Por la mañana, vio a su madre y a su padrastro en el carruaje de lord Chamberlayne. Iban hacia Brighton, donde los recién casados pasarían una semana de luna de miel, mientras Kitty al fin se mudaría a la casa de su hermano, calle abajo.
Regresó a su habitación para preparar el equipaje, después escribió una nota y le dio instrucciones a John para que la entregara a su hermano y a Serena cuando ella se hubiera marchado. John arrugó la frente como señal de evidente desaprobación. Pero la señora Hopkins parecía estar de acuerdo con la escapada y el señor Claude le preparó una cena fría para el camino.
Delante de la casa de los Vale, en la plaza Berkeley, madame Roche subió al carruaje y se sentó en el asiento contrario al sentido de la marcha con un gran suspiro.
—L’aventure! Me encomiendo a usted, lady Katrine.
—Muchas gracias por acompañarme, madame, es muy amable por su parte —ella estaba bastante deprimida en cuerpo y alma, pero al menos la compañía de la francesa aportaría algo de decoro al viaje.
El carruaje derrapó en una curva y madame Roche recompuso su vestimenta.
—Como ya no hay nieve, regresaremos en unos quince días, non?
—Depende del estado de los caminos —ella prefería no regresar jamás. Deseaba, al igual que la última vez que había transitado ese camino, escaparse para correr una aventura que nunca había imaginado.
Con el cuello en tensión miró por la ventana.
—Mon Dieu, pero si se ha quedado en los huesos. Belle Katrine, debe comer para mantener la energía.
—Me temo que no tengo estómago para eso últimamente.
—Es muy triste, el asunto de su esposa —la francesa emitió una especie de sonido de rabia, seguidamente encogió sus labios rojos, escrutándola con sus ojos negros—. ¿Y qué va a hacer él con le bébé?
Kitty agitó la cabeza, ahora sentía dolor en el boca del estómago.
—¿Qué bebé? ¿Acaso lady Blackwood está embarazada? ¿Hay otro hombre? ¿Por eso ha regresado? ¿O…? —Kitty no podía pensar en otra opción. Él no podía haber fingido su consternación aquel día en el parque, al ver a su esposa por primera vez, y, por otra parte, era demasiado pronto para algo así.
El estómago se le estremeció. Oh, Dios, no debería pensar obsesivamente en él y en su esposa juntos.
—Ce bébé, la! —la señora Roche señaló el regazo de Kitty.
Kitty miró hacia abajo y tan sólo vio sus manos apoyadas en su estómago con náuseas.
En un instante, un arrebato enfermizo recorrió todo su cuerpo. Intentaba respirar.
—¿Este bebé? —exclamó.
Por Dios, qué inocente era. Qué tonta. Nunca se lo habría imaginado. Ni cuestionado. Ella había pensado que…
—Ma petite, me dice que no puede comer —madame Roche hacía gestos con la cabeza—. Pero, en cambio, duerme tout le temps del día, non?
Kitty estaba boquiabierta. Había visto pasar por lo mismo a Serena en los primeros meses. Aunque no estuviera instruida en temas de embarazos, debería haberlo sabido. Pero, en cambio, había atribuido su enfermedad a la tristeza.
Un sentimiento de pánico la invadió rápidamente. Luego sintió algo más que se mezcló con el pánico. Algo cálido y enriquecedor.
Euforia.
Se agarró bien al asiento intentando respirar, pensar, pero los pensamientos no acudían, sólo los sentimientos. Ya no le quedaban lágrimas por derramar y, de todos modos, ya no lo deseaba. Apoyó la espalda sobre los mullidos cojines del carruaje y cerró los ojos. El balanceo del coche le hizo sentirse mal, pero ahora no le importaba.
Él estaba en lo cierto al desconfiar de todo lo que ella le aseguraba. Y nunca se había sentido más feliz y más aterrada en toda su vida.
Compatriotas británicos,
Hace poco recibí el siguiente comunicado a través de mi editor:
«Querida Dama de la Justicia
,Su impertinencia me tiene asombrado, pero su tenacidad es encomiable. Me temo que la admiro por eso. Sin embargo, querida dama, si desea encarecidamente ser admitida en el Club Falcon, tan sólo debe descubrir los nombres de sus miembros y pedirles que la acepten. Uno de ellos, lamento comunicarle, nos ha dejado últimamente. A pesar de todo, cuatro de nosotros seguimos en el club. Uno de ellos soy yo mismo
.Su servidor
,Halcón Peregrino
Secretario del Club Falcon»
Es una impertinencia realmente. Este
Halcón Peregrino
se propone intimidarme con palabras tiernas y con halagos, métodos habituales mediante los cuales embauca a fin de controlar la sociedad. Estoy segura de que no cambiaré de opinión. Continuaré la búsqueda de todo el derroche de fondos y lo descubriré para que todo el reino lo pueda ver.Al parecer, me acosan los corresponsales. Hace tan sólo un par de días me llegó otra carta a mi despacho. Su autor era anónimo (una dama, por la elegante forma de escribir) y me imploraba que la imprimiera. Sus motivos para desearlo eran lo bastante interesantes, por eso lo hago ahora:
«
Para Determinados Caballeros a los que les pueda interesar: Me encuentro ahora en Shrosphire en busca de un camafeo con un retrato
».Amigos, eso es todo lo que decía. Estoy tremendamente intrigada y me pregunto tan sólo si la dama nos informará del éxito de su búsqueda a su regreso de Shropshire.
La Dama de la Justicia
Leam vio el panfleto en la chimenea; flotaba danzando en el aire caliente sobre el fondo de las cenizas, todavía no se había quemado. Apoyó las manos sobre la repisa.
Entonces, Jin, Yale y Constance, finalmente no habían dejado el Club. Y Gray… Leam no comprendía a su viejo amigo. Eso parecía arriesgado. Colin era arrogante, pero también directo y disciplinado, además tenía un único propósito: la seguridad de Inglaterra.
Así como el único propósito de Leam era la seguridad de Kitty.
Mañana se pondría su traje más rústico y de nuevo rebuscaría en los bajos fondos insalubres de Londres. Quería remover cada piedra hasta que encontrara en la que se escondía David Cox. Más tarde, cuando Kitty estuviera libre de toda amenaza, reflexionaría para tomar una decisión sobre qué hacer con su esposa.
Cornelia no había vuelto a mencionar a Jamie, a pesar de que Leam tan sólo la había visitado una vez desde aquella ocasión. Ella parpadeaba y le rogaba que no se divorciara. Él le dijo la verdad, que no tenía bases legales para hacerlo y no quería perjudicarse proclamando su infidelidad, la única razón que justificaba el divorcio. Él sólo le pidió que permaneciera en el apartamento hasta proporcionarle un domicilio que él sufragaría. Ella le puntualizó que prefería una casa más pequeña para poder gastar el dinero en caridad, en vez de tener que mantener a sirvientes innecesarios. En el convento de Italia se había acostumbrado a hacer donaciones a los pobres y deseaba continuar haciéndolo ahora en Londres.
Leam no creyó ni una palabra de todo eso. Pero no le importaba.
Su visión se nubló al fijarse en el impreso. Tan cerca de las llamas pero todavía sin consumirse.
Parecía curioso que justo el lugar que tenía en su mente casi sin cesar apareciese en la octavilla de la
Dama de la Justicia
. Shropshire era una región amplia y allí había muchos sitios donde se podría encontrar el camafeo, ninguno de ellos sería una hospedería desvencijada en un pequeño pueblo al lado del río. Esbozó una sonrisa.
Pero rápidamente se le borró. Se inclinó y salvó el papel humeante del fuego.
En el baile, Kitty había hablado del camafeo que le pertenecía a Cox. Al día siguiente, la
Dama de la Justicia
recibía una carta de una dama sobre un camafeo, estaba claro que se trataba de que un caballero mordiera el anzuelo. ¿Acaso Kitty se había enterado de algo que él no sabía? No la culparía por no explicárselo. Pero…
Eso era una locura. Un hombre en su sano juicio nunca pondría las dos cosas al mismo nivel. Después de todo, sus ojos, su mente y su corazón veían a Kitty por todas partes y en todo. Él quizás imaginaba señales y pistas donde no las había.
O quizá no, y la dama era la hermosa e inteligente mujer de la que se había enamorado.
Salió a toda prisa de su casa, recogiendo el abrigo, y apenas pudo sujetar la silla de montar al caballo cuando ya salía al galope por la calle, en dirección al domicilio que figuraba en el panfleto.
El empleado de la oficina de la imprenta no quería darle la dirección o el nombre de la
Dama de la Justicia
. Leam solicitó ver la carta de la dama anónima. El oficinista se negó. Leam puso dinero encima de la mesa. El empleado le soltó un discurso mordaz sobre la integridad periodística y la arrogancia de la clase aristocrática. Leam lo amenazó con emprender acciones legales. El oficinista hizo sonar la campanilla de su escritorio y un tipo fornido que parecía hecho para cargar baúles en barcos sólo con las manos entró en la estancia y lo miró, intimidándole.
A Leam no le apetecía especialmente quedarse los próximos quince días en cama al cuidado de una enfermera con los huesos rotos. Se marchó, dejó su tarjeta y una petición de que le visitase la
Dama de la Justicia
si ella así lo deseaba, él se lo agradecería profundamente. Quizá los métodos de Gray tendrían algún mérito.
No pudo dormir y, a la mañana siguiente, se vio obligado a visitar la casa donde menos se le quería ver. Picó a la puerta de Kitty. El criado abrió con los ojos muy abiertos y brillantes.
—¡Milord!
—¿Se encuentra aquí lady Katherine?
—No, milord. Se ha ido.
—¿Se ha ido?
El tipo asintió, su peluca se movía arriba y abajo.
—Lady Katherine se ha ido a Shropshire, milord —dijo el ama de llaves, de pie al fondo del vestíbulo.
—Shropshire —podía sentir las pulsaciones de su sangre—. ¿Está segura de eso?
—Sí, señor. Mi señora se acaba de casar y está de viaje de luna de miel en Brighton. Lady Katherine partió para Shropshire ayer.
—¿Sola? —«
Por Dios, no
», pensó.
—Con madame Roche, milord.
Leam dejó escapar un suspiro.
—Gracias —saludó al criado y fue hacia su caballo.
Debía hacer una visita antes de emprender el camino. No tenía idea de por qué Kitty suponía que Cox había perdido su camafeo, ni por qué Cox podía creer que Leam lo tenía, ni qué debía hacer con él. Pero ella debía saber algo sobre aquel hombre que él desconocía. Ella había hundido a un lord que había cometido una traición contra la corona durante años, observando tranquilamente a los demás, escuchando y prestando mucha atención. Ahora ella, con su inteligencia y valor le había hecho reaccionar y salir de la confusión. Las piezas todavía no encajaban pero estaban tentadoramente cerca.
Sin esperar a que Cornelia viniera a su encuentro, se dirigió directamente por el pasillo, mientras el criado lo miraba con el ceño fruncido.