—Mamá, debo saber algo. ¿Por qué tú nunca…?
La puerta del carruaje se abrió.
—¡Bonjour, Katrine! Milady —madame Roche se deshizo en sonrisas corteses, toda ella un revoloteo de volantes en negro, rojo y blanco. Emily sentó su esbelto cuerpo junto a Kitty y le puso un libro en la mano.
—Aquí tienes lo que te prometí. No es ni por asomo tan apoteósico como la obra de Racine que me dejó lord Blackwood, pero creo que te gustará, y de todos modos, dijiste que habías visto Fedra.
—Fue un gran plaisir encontrarnos tan pronto con su señoría otra vez. ¡Qué caballero tan amable!
—Le vimos ayer en el salón de lady Carmichael —añadió Emily.
—Hélas, con sus enormes perros —lloriqueó la elegante viuda.
—Kitty, no sabía que conocieras a lord Blackwood —dijo su madre, aguzando la mirada.
—Un poco.
—Más bien bastante, diría yo —comentó Emily—, pero era de esperar, dadas las circunstancias.
El corazón de Kitty latió con fuerza. Su madre la escrutaba. El carruaje se puso en marcha con un ruido sordo.
—He estado pensando sobre aquel duelo, Kitty, en el que murió su hermano —Emily frunció los labios—. Fue enormemente trágico.
—Así son los hombres, querida niña —dijo la viuda.
—Me parece que no los entiendo demasiado —replicó Emily.
Kitty sintió la mirada de su madre sobre ella. Estaba equivocada. No es que exigiera demasiado a todos los caballeros. Puede que, al igual que Emily, sencillamente no los entendiera.
La inauguración de la exposición ocupaba tres salas con altos techos del Museo Británico. Era una exposición espectacular, una muestra de óleos de los maestros italianos del Renacimiento tardío. Unos vigorosos Massacios competían por su posición en la pared con delicados Botticellis, y oscuros y meditabundos Caravaggios.
Kitty no ponía mucha atención en ellos. Tiempo atrás habría disfrutado con una exposición de ese tipo, pero ahora su distracción parecía no tener límites.
—Kitty, tú no eres la misma. Lady March me lo hizo notar recientemente y me atrevería a decir que tiene razón.
Ella apretó el bolso contra sí para disimular su angustia.
—Entonces sencillamente debe ser así, mamá.
—Dame tu brazo.
—No, tomaré el de Emily —dijo, y miró buscando a su amiga entre la multitud.
—No frunzas el ceño, Katherine, que te saldrán arrugas.
—No tengo por qué preocuparme por las arrugas. Tal como me indicaste amablemente en el carruaje, al parecer no tengo ningún interés en llamar la atención de un caballero.
—Estás tergiversando mis palabras —dijo la viuda, mientras observaba un gracioso retrato de la Virgen y el niño; la regordeta criatura trataba de alcanzar con suave abandono el pecho expuesto de su madre; una serena gracia inundaba sus caras radiantes—. Sí que llamas la atención, sólo que muestras poco interés.
Pero sí que estaba interesada, más de lo que podía soportar.
La viuda tomó su brazo, pero ella se alejó. Si le hubiera dicho a su madre la verdad años atrás, quizás ahora podría confiarse a ella. Pero era demasiado tarde. Debería soportar sola toda esa incertidumbre y confusión.
Buscó de nuevo a Emily y la encontró ante el retrato de una joven campesina sentada junto a un par de aves recién cazadas, atadas con un cordel.
—Es bastante realista, ¿no crees? —dijo Emily, pensativa.
—Demasiado —Kitty tomó su brazo y la alejó de allí—. ¿Qué estuviste haciendo la semana pasada otra vez en la ciudad, Marie Antoine?
—He dejado ya ese nombre, Kitty —respondió ella—, estoy dispuesta a encontrar otro.
—Estoy segura de que se te ocurrirá algo precioso, como siempre.
Bajo su mano, notó que el cuerpo de Emily se ponía rígido y se detenía. Kitty siguió la dirección de su mirada. Algunos metros más lejos, a través de un hueco entre la multitud, vio a un joven caballero, apuesto y moreno, que llevaba del brazo a una belleza cautivadora. Era el señor Yale con lady Constance Read, la prima de Leam.
—¿Qué miras, Emily? Es Yale —dijo, cosa bastante innecesaria—. ¿Le habías vuelto a ver después de Shropshire?
—No —los labios de Emily estaban tensos. El corazón de Kitty latió con fuerza. El caballero y su acompañante miraban ostensiblemente hacia ellas. Si hablaba con ellos, puede que dijeran algo acerca de Leam. Él no le había prometido nada. Ni siquiera sabía si seguía en Londres. Al parecer, había conseguido resistirse a ella después de todo, pero esta certeza no cambiaba nada en su corazón herido, ni en el ardor que bullía en su sangre cada noche, cuando se quedaba en vela pensando en él. Pensando en él y deseando vivir otra vida, la de una mujer que no necesitara lamentarse, recordar ni fantasear, una vida de verdad.
—Nos ha visto, debemos saludar —Kitty empujó hacia delante a su amiga.
Yale sonrió con amabilidad. Emily soltó su brazo del de Kitty, dio la vuelta en redondo y desapareció entre la multitud.
—Lady Katherine, ¿qué tal está? —dijo él, inclinándose—, permítame que le presente a lady Constance Read.
La distinguida joven sonrió y le obsequió con una hermosa reverencia. Era más alta que Kitty, tres o cuatro centímetros más, llena de trenzas doradas, con un elegante vestido y brillantes ojos azules.
—Lady Katherine, estoy encantada de conocerla —dijo con un suave acento del norte—, mi amigo me ha contado historias muy divertidas sobre su estancia vacacional en Shropshire. Mi primo es mucho más introvertido, pero usted ya sabe que los hombres escoceses pueden ser bastante taciturnos.
Kitty tenía las manos húmedas. De repente se sintió… estudiada. Ambos la observaban, y le pareció que en el azul brillante y plateado de aquellas miradas había demasiada perspicacia como para un encuentro casual.
—De hecho, sé muy poco sobre los caballeros escoceses, lady Constance —dijo ella con algo de sinceridad.
—Pero el pretendiente de su madre, lord Chamberlayne, es paisano mío, por supuesto, aunque de mucho más al norte que Read Hall o Alvamoor —dijo Constance con una encantadora sonrisa que parecía completamente genuina—. Estáis más relacionada con caballeros escoceses de lo que creéis.
Kitty cruzó una fugaz mirada con Yale.
—Parece ser que mi prometida me rechaza —dijo él, mirando hacia la multitud.
—¿Entonces debo entender que lady Constance conoce vuestra comedia de Willows Hall?
—Así es.
—Tuvo el efecto deseado, ¿sabe? Sus padres han abandonado los planes de prometerla en matrimonio con el señor Worthmore. ¿Ella ya le ha dado las gracias?
—Con un par de palabras ariscas —dijo él, con una leve sonrisa—. Y hablando de comedias, milady, ¿ha visto a nuestro amigo en común recientemente? ¿Quizás esta semana?
Kitty se quedó sin palabras.
—Creo que usted debe saber que sí.
—¿Más recientemente que en el parque, con nuestro honorable vizconde? Por cierto, ninguno de los dos me habló de dicho encuentro, de lo contrario yo habría estado allí para arrojar mi guante en su defensa ante los dos —dijo, haciendo una reverencia—. Me vi obligado a enterarme de ello a través de otros canales.
Ella apenas podía pensar.
—No sé qué es lo que quiere saber —añadió.
—Lo que quiere saber, lady Katherine, ¿o puedo llamarla Kitty? —dijo lady Constance con encanto—, no soporto la excesiva formalidad.
¿Excesiva?
Kitty asintió.
—Lo que quiere saber, Kitty, es si ha visto a Leam en los últimos días, desde que volvió a ponerse su vestimenta de granjero y empezó a circular de nuevo por los salones de las damas con sus perros.
—Más despacio, Con, diría que estás desconcertando a Kitty.
—Muchas gracias, señor —replicó Kitty con más compostura de la que su pulso desbocado recomendaba—, pero no soy tan lenta como usted cree.
Sin duda, lady Constance estaba también implicada en los secretos.
—Por supuesto que no. Le ruego que me disculpe, señora.
—Déjese de tantas reverencias, señor.
Los visitantes de la exposición parecían deslizarse a su alrededor como un arroyo de aguas rápidas, y ella se hallaba en el centro, con los pies sumergidos en el agua helada. Estaba desconcertada, y la piel le ardía de pura agitación. Estaban hablándole como a una confidente, como si supieran que lo sabía todo. Así que, a fin de cuentas, eran espías. O casi, si había que creer a Leam.
—Si él no le comentó el encuentro con lord Gray, ¿acaso sabe que usted está hablando así conmigo ahora? —preguntó Kitty.
Yale negó con la cabeza lentamente.
—¿Y por qué lo hace? ¿No se trata de información secreta?
—A decir verdad, ya no estamos en ello, milady. Todos lo hemos dejado, excepto Gray, y lo más preocupante es que Blackwood haya vuelto a ello. Era el que más deseaba dejarlo.
—Vayamos al grano, Kitty —lady Constance le puso su suave mano sobre el brazo—. Mi primo confiaba en usted.
En Shropshire todo había ido demasiado rápido, su encuentro había sido como una tormenta repentina. Ahora sentía lo mismo, se sentía arrastrada por la corriente de lo irreal. Pero al igual que entonces, agradeció que eso sucediera. Lo anhelaba.
—Dijo que pretendía abandonar ese papel y volver a Escocia. Luego ¿por qué está haciendo esto? —preguntó lady Constance, alzando sus finas cejas—. Pensamos que quizás usted podría saberlo.
—Entonces ¿han venido hasta aquí para hablar conmigo?
La belleza rubia asintió.
—Me siento observada.
—Y así es —repuso Yale con una sonrisa.
—Pero no sólo por el señor Grimm —dijo lady Constance—. Por eso le pedimos su apoyo ahora. ¿Nos ayudará? Si lo hace, estará ayudando también a su madre, por supuesto. No creo que quiera permanecer ajena a la verdad del asunto.
—¿Qué… qué es lo que creen que yo sé?
—Lo que nosotros sabemos —dijo Yale con la mirada brillante— es que hay quienes sospechan que Chamberlayne tiene tratos con rebeldes escoceses, quizá que incluso esté instigando una rebelión y vendiendo secretos de Estado a los franceses. Y que se os ha pedido que facilitéis información que corrobore todo esto. ¿Lo habéis hecho?
Kitty negó con la cabeza.
Lady Constance sonrió.
—Bien, porque tenemos un plan mejor, uno que podría acabar con todo este asunto de una vez por todas.
—¿Un plan?
—Un plan que puede que no os guste del todo —añadió Constance.
Kitty permaneció en silencio.
—Hace poco, un navío inglés con un valioso cargamento desapareció frente a la costa este de Escocia. Queremos que finja ante lord Chamberlayne que ha tenido una aventura con Leam, durante la cual él le reveló que estaba involucrado en la piratería, y que ahora desea compartir este secreto con el amigo de más confianza de su madre, puesto que Leam le rompió el corazón y desea vengarse de él.
La gran sala parecía acorralar a Kitty, siglos de colores vibrantes y caras de santos se agolpaban a su alrededor.
—Quizá lo has planteado de forma algo rotunda, Con —murmuró Yale, con su mirada fija en Kitty.
—Oh, no creo. Leam no la admiraría tanto si ella no poseyera una gran perspicacia.
Kitty se vio obligada a tragar saliva a causa de la sequedad de su lengua.
—¿De qué modo exactamente estaría Leam involucrado en la piratería?
Yale sonrió. Los ojos azul cielo de lady Constance destellaron y dijo suavemente:
—Debe decir a lord Chamberlayne que Leam sabe dónde se encuentra el cargamento y que está trabajando con un cómplice para entregarlo a los rebeldes de las Tierras Altas, decididos a separarse de Inglaterra.
Un estremecimiento ascendió por la columna de Kitty. Su mirada fue de uno a otro.
—¿Es cierto eso?
—No que nosotros sepamos —replicó Yale—, pero si Chamberlayne está involucrado con los rebeldes, no querrá que la ubicación del cargamento o la de sus nuevos dueños sea difundida, ¿verdad?
—¿Y qué podría hacerle a alguien que lo sepa?
La mirada de Yale permaneció fija.
—El hecho de urdir una rebelión, milady, vuelve a los hombres ansiosos por eliminar obstáculos.
—¿Usted cree en realidad que lord Chamberlayne tiene tratos con los rebeldes? —Kitty casi no podía articular las palabras.
—Sinceramente, no tenemos ni idea. Pero los informantes apuntan a que así es.
—Entonces ¿por qué… por qué él no? Él me dijo que no creía en nada de eso.
Los ojos de Constance se ensombrecieron. Yale cruzó las manos detrás de la espalda. El corazón de Kitty latió aceleradamente.
—A él no le importa nada, ¿no es cierto?
—No le importa lo más mínimo.
—Entonces ¿por qué no regresa a su casa? ¿No es allí donde desea estar en realidad?
Yale inclinó la cabeza, pero no dijo nada. La suave mirada de Constance se volvió muy penetrante. Kitty apenas podía respirar.
No era posible que estuviera haciendo todo aquello por ella. Aunque ellos parecían estar diciendo exactamente eso. Y también lord Gray. Incluso Leam lo había admitido hasta cierto punto. De algún modo, su seguridad tenía algo que ver con todo esto.
—¿Leam sabe que ustedes quieren que yo haga eso?
—Oh, no —repuso Constance—. De hecho, no debe saberlo, o lo estropearía todo. No le gustaría que usted estuviera implicada.
—De ninguna manera —murmuró Yale.
—¿Y a él, lo pondrá en peligro?
—En última instancia, si estamos en lo cierto, lo salvará completamente del peligro, y también a usted.
Su corazón palpitaba.
—¿Cómo sé que puedo confiar en ustedes?
—Porque nos preocupamos por él. Y mucho —Constance sonrió con una cordialidad tan genuina que no podía ser mentira. Yale alzó una ceja y sonrió con un aire asombrosamente juvenil.
—Sí —repuso Kitty inspirando profundamente, con el corazón desbocado.
Su madre no podría culparla de no comportarse como siempre en el carruaje, ni siquiera después de dejar a Emily y a madame Roche en casa. Kitty charló como si no tuviera una sola preocupación en el mundo. Sin embargo, nunca había estado tan preocupada. La noche siguiente, en el baile, iba a poner en marcha el plan. Era un manojo de nervios.
—Mamá —dijo al entrar en la casa—, voy a cabalgar un rato —no podría quedarse quieta, ni ponerse a bordar, leer o escribir cartas, ni siquiera recibir visitas.
—No te acompañaré, querida. Debo acabar mi correspondencia, y lord Chamberlayne vendrá más tarde a tomar el té —la respetable viuda se quitó los guantes y los dejó sobre la mesa del vestíbulo—. Hay un paquete para ti. Quizás otra muestra de afecto de uno de tus desinteresados pretendientes.