Cuando la memoria olvida (39 page)

Read Cuando la memoria olvida Online

Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

BOOK: Cuando la memoria olvida
9.83Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Convencerle. No tuviste que convencerle.

—No mami. Tu le convences, yo le lío... —rio Iris corriendo hacia los brazos de Héctor, que en ese momento la levantó del suelo y la hizo el molinillo.

Ruth y sus muletas se encaminaron fatigosamente a la tienda con la intención de recoger los deberes de Iris y asegurarse de que estaban bien hechos. Su hija tendía a apresurarse con la tarea y la letra le salía cuanto menos irregular. Agarró el tirador de la puerta y empujó, pero no se abrió. Extrañada repitió la maniobra con idéntico resultado. En ese momento un ruido parecido al que hace algo al caerse, rompió el silencio. Intentó mirar el interior del local pero no había manera: la cortina estaba echada. Golpeó con los nudillos el cristal, pero nadie respondió. Volvió a oírse otro ruido, esta vez seguido de una palabra malsonante.

Ruth sacó el móvil del bolso, lo desbloqueó y a continuación golpeó la puerta con fuerza. Ningún resultado. Pegó la cara al cristal y elevó la voz.

—Darío, tranquilo. En estos momentos estoy llamando a la policía. Llegarán en escasos segundos. —Respiró y continuó alzando más la voz—. Apeló al sentido común de la persona que esté contigo para que abandone sus intentos delictivos y se vaya. Me he alejado de la puerta, por tanto puede marcharse sin ningún problema. —"¡Dios, Dios, Dios!", pensó mientras marcaba el número de la policía. "Por favor, que no le haya pasado nada a mi hermano. Por lo que más quieras Darío no seas tan estúpido como para plantar cara a un ladrón, dale lo que quiera y que se marche..."—. Soy Ruth Vázquez, estoy en la plaza de San Juan de Cobas y quiero denunciar una agresión —anunció nerviosa cuando respondieron la llamada. En ese mismo instante se abrió la puerta y salió Darío hecho unos zorros y con sangre en la comisura de la boca—. ¡Dios mío! Sí, estoy segura —continuó hablando con la operadora—. Sí, Plaza San Juan de Co... —Marcos se asomó mostrando su cara adornada con un ojo a medio hinchar mientras se frotaba el estómago con una mano.

—Cuelga el teléfono, Ruth —ordenó Darío relajado tras el ejercicio físico.

—¡Por todos los santos! ¿Qué ha ocurrido? —le preguntó Ruth anonadada— siento, no se lo decía a usted, de hecho, creo que he cometido un tremendo error. Le estaría sumamente agradecida si anulara el aviso. No, no ha pasado nada. Gracias por atenderme. —Se despidió cerrando el teléfono mientras miraba anonadada a los hombres.

—¡Hala, tío! Cómo mola. ¿Por qué te has peleado? —preguntó Iris acercándose a la carrera.

—Héctor. —Se giró Ruth hacia su hermano pequeño—. Por favor, llévate a Iris y a papá a... dar una vuelta... Mira a ver si está abierto el parque de bolas de la esquina y que Iris juegue un rato, y lleva a papá a... la cafetería. Lo mismo le apetece ver jugar al dominó. —Control, necesitaba unos segundos para ver qué había pasado y recuperar el control.

—Eh, sí, claro —dijo él sin moverse del sitio.

—Te agradecería que lo hicieras lo antes posible Héctor.

—Sí, sí. Ahora mismo —dijo saliendo de su aturullamiento y llevándose a la niña y el abuelo.

—Y vosotros, entrad ahora mismo en la tienda y explicadme qué ha pasado —ordenó furiosa, sintiendo cómo le comenzaban a temblar las manos. ¡Caramba, ahora no!

Los hombres se apresuraron a obedecer, o por lo menos entraron en el local, porque decir, no dijeron nada. Ruth los miró alternativamente, esperando una locación que cuando llegó lo hizo convertida en pregunta.

—¿Cuándo pensabas contármelo? —preguntó Marcos sin más explicaciones.

—¿Contarte qué?

—Que tienes una hija —respondió Marcos.

—¡Darío! —exclamó Ruth mirando a su hermano, pidiéndole explicaciones.

—No le mires a él, mírame a mí maldita sea —bramó Marcos agarrándola por los hombros.

—No le pongas un puto dedo encima hijo de... —voceó Darío lanzándose contra Marcos.

—¡Basta! —chilló Ruth, quizá por primera vez en su vida—. Los dos. Basta. —Se interpuso entre ambos hombres e intentó tranquilizarse—. Darío, ¿qué ha pasado?

—Que este tipejo apareció por aquí dando por culo, y yo me quedé a gusto dándole a él.

—Darío, por favor —rogó a su hermano mirándolo confundida.

—Vine a comprobar una información que me había llegado —intervino Marcos irritado porque ella lo ignoraba a favor del señor puños de hierro. Joder, qué derechazo tenía el muy cabronazo.

—¿Qué información? —Ruth le plantó cara.

—Que tienes una niña.

—Correcto. No hacía falta que montaras esta escena. Si te hubieras molestado en preguntármelo, te lo habría dicho. ¿Quién te ha dado esa información? —preguntó enfadada.

—La arpía de tu jefa.

—¡Dios santo! —exclamó Ruth hundiendo los dedos en su cabello y deshaciéndose el moño sin percatarse— Estupendo. Ahora que has corroborado la información, ¿te importaría irte a... a cualquier otro lugar? —Lo despidió obviando las buenas maneras.

—No. Tenemos que hablar.

—Mira, no te lo tomes a mal, pero preferiría conversar en otro momento. Verás, ciertos energúmenos han utilizado este establecimiento como cuadrilátero de boxeo y bueno, cómo decirlo, hay que recoger un poco... Solo un poco, lo justo para que se consiga entrar sin tropezar con botas y zapatos. —"Me estoy alterando ligeramente", reflexionó Ruth sin importarle en absoluto ese hecho—. O sin romperse la crisma al intentar sentarse en la silla a la que, ¡oh sorpresa! Le falta una pata. ¡Caramba! Está incrustada en la pared. Aunque debemos dar gracias porque los exaltados que han hecho esto no se han cargado el cristal del mostrador... Hubiera sido divertido despachar a la gente sobre... ah... ¿aire?

—Iris es mi hija. Tenemos que hablar —respondió Marcos inmutable ante el monólogo de Ruth.

—Estupendo, ¿lo has descubierto tú sólito o te han dado pistas? —inquirió Ruth mirando a su hermano, el cual negó con la cabeza—. Fantástico. ¡Qué gran capacidad de deducción! ¿Y en base a qué has descifrado tu implicación en este asunto? —Estaba perdiendo el control, le sudaban las manos, se le desenfocaba la vista... necesitaba otro zumo.

—Eras virgen cuando estuviste conmigo y tu hija nació menos de ocho meses después. Solo hay que sumar dos y dos.

—Mal nacido hijo de p...

—Darío ¡Basta! No necesito esto. —Se dirigió a Marcos—. Acompáñame a casa, hablaremos.

—Ni de coña, estás loca si crees que te voy a dejar con este mamarracho a solas...

—Creo que deberías ocuparte de arreglar los desperfectos que has provocado —cortó Ruth.

—Mira, hermanita...

—Ahora —exigió Ruth.

—No.

—Es una conversación privada —Se acercó a su hermano y lo besó en la mejilla—. Necesito hacerlo, Darío. No va a pasar nada. Por favor.

—Tienes media hora —aceptó a regañadientes—. Luego subiré a casa y te aseguro que mataré a ese cabrón si aún sigue allí. —"Y si no está, lo buscaré y le arrancaré los huevos", pensó para sí mismo.

CAPÍTULO 36

Una discusión prolongada es un laberinto

en el que la verdad se pierde siempre.

LUCIO ANNEO SÉNECA

Marcos siguió a Ruth al interior de la casa. Tras quince años de ausencia todo seguía igual, o casi igual. Al pasar frente al cuarto de su amiga, comprobó que ya no había una cama sencilla, sino unas literas, y que el póster de Madonna ya no adornaba la pared, sino que había sido cambiado por Doraemon y las Winx, Las paredes del pasillo ya no eran blancas, sino que estaban pintadas de salmón aunque el suelo seguía siendo plaqueta imitando a parquet. El salón se mantenía inmutable: el sillón de orejas en que Ricardo leía el periódico mientras ellos hacían los deberes, el sofá de tres plazas sobre el que saltaban Darío y Héctor de niños creyéndose piratas al abordaje, la mesita de centro con la esquina astillada de cuando Héctor chocó contra ella con el triciclo y el mueble de cerezo lleno de libros y fotos ancladas en las vitrinas. Eso sí, la televisión era de pantalla plana.

Ruth le indicó que se sentara en el sofá mientras ella cogía algo de beber. Volvió al cabo de un instante con un zumo y una cerveza y se sentó en el sillón orejero.

—Adelante. Tienes toda mi atención —dijo tras dar un sorbo al zumo.

Estaba sentada con la espalda muy recta, la nariz muy levantada, las piernas cruzadas a la altura de las rodillas y las manos descansando en los reposabrazos del sillón. Parecía una reina en su trono otorgando audiencia a la plebe.

—¿Por qué no me lo has dicho? —preguntó Marcos sin más dilación.

—No me pareció oportuno —contestó Ruth serena.

—¡No te pareció oportuno! Joder, te parece oportuno follar conmigo y no te parece oportuno decirme que tenemos una hija. Se me escapa la lógica de tu razonamiento —ironizó.

—Fornicar es algo que me atañe a mí única y exclusivamente. Si sucede algún desatino yo acepto el riesgo y asumo las consecuencias. Por el contrario, con Iris, ni asumo ni acepto riesgos. Es mi hija. Y mi deber es protegerla.

—Hablas como si fuera a hacerle daño a mi propia hija —protestó indignado levantándose del asiento.

—Me explicaste de manera convincente los pasos a seguir hace ocho años, cuando te informé de que podría quedarme embarazada, como comprenderás...

—¡Vas a echarme en cara esa mierda! —exclamó él interrumpiéndola.

—No. Solo constato los hechos, y si me permites continuar, expondré los motivos —contestó Ruth observando cómo Marcos se dirigía al mueble y empezaba a toquetear las fotos. Por lo visto no era la única que estaba nerviosa.

—Disculpe usted señora letrada. Continúe, por favor —repuso con mofa cruzando los brazos.

—En primer lugar, teniendo presente tu negativa en todo lo que se refiriera a posible embarazo, no creí pertinente informarte, más aún cuando mi decisión ya tomada y no iba a cambiar de parecer. En segundo lugar, aunque hubiera decidido comunicártelo, no hubiera sabido adonde dirigirme; por si lo has notado, un océano mediaba entre ambos —continuó ella mirándolo a los ojos desde su trono de reina, juntando ambas manos sobre sus rodillas para evitar que le temblasen—. Por tanto, cuando apareciste en la exposición y retomamos nuestra amistad, no me pareció necesario comunicarte la existencia de un ser que en el momento de su creación, ocho años atrás, aconsejaste eliminar. Al menos, no hasta saber si habías cambiado de parecer al respecto.

—¡Ya vuelves con lo mismo! Mira que te gusta remover la mierda. Te lo dije y lo repito. Siento lo que dije en aquella ocasión, creía que había quedado claro —Se dirigió hacia ella con grandes zancadas—. No argumentes tu engaño basándote en una discusión de hace años. Tenías miedo de decírmelo. ¿Por qué? ¿Qué pensaste que iba a hacer si me enteraba? —susurró inclinándose sobre Ruth.

—No fue por cobardía, sino por prudencia. No puedes aparecer de golpe y pretender que de buenas a primeras te diga: "Por cierto, ¿te he contado que tenemos una hija de seis años?". No sería sensato, necesitaba conocerte mejor antes de hacerlo —dijo pegando la espalda al sillón.

—Hemos salido varias veces en este mes, te ha dado tiempo de sobra de comprobar cómo soy. Mierda, has tenido mil ocasiones para contármelo y has obviado del tema. —Se alejó de un salto.

—¿Sacarías a relucir tu más preciado tesoro ante alguien, a quien hace años que no ves y que puede no ser como esperas que sea? —Cambió de tercio poniendo un ejemplo.

—¿A qué coño te refieres? —¿De qué narices habla ahora?

—Han pasado años desde la última vez que nos vimos, Marcos. No sé cómo eres, ni cómo piensas, ni cuáles son tus prioridades. No podía hablarte de Iris sin saber si eres alguien en quien puedo confiar.

—Pero sí podías follar conmigo —acusó él—, para eso sí valgo.

—No creo que el compartir sábanas implique tener que compartir mi vida privada —respondió enfadada. ¿Qué tenía que ver el tocino con la velocidad?

—Me haces sentir como si fuera basura —siseó él entre dientes, acercándose a ella, apoyando las manos a ambos lados de su cabeza adornada con el estúpido moño de bibliotecaria, pegando los labios a la frente poblada de sudor de Ruth—. Sales conmigo, te ríes conmigo, haces el amor conmigo y yo como el idiota que soy, pienso que puede haber algo entre los dos, pero no hay nada. Solo un poco de sexo divertido y casual, un jodido revolcón de fin de semana. Bueno, ni siquiera eso, ya que no llego al nivel necesario para que me dediques los sábados... Me tengo que conformar con días sueltos. —Se separó de ella echando fuego por los ojos—. ¡Soy el padre de tu hija! —estalló para terminar susurrando. Y me tratas como si fuera mierda.

—¡No lo hago! —Se defendió ella—. No podía imaginar cuál sería tu reacción ante Iris, si te darías media vuelta y te marcharías, si querrías conocerla, implicarte en su cuidado, o qué sé yo... Por tanto, antes de darte a conocer su existencia necesitaba saber si podía confiar en ti, si eras buena persona.

—Cojonudo. ¿He pasado el examen? —preguntó indignado.

—No eres mala persona.

—Pero tampoco soy buena persona, ¿no? ¿Es eso lo que quieres decir? Como bajo tus expectativas no soy un ejemplo a seguir, pretendías mantenerme ignorante de la existencia de mi propia hija. —Si Ruth quería frases rimbombantes, por Dios que se las iba a dar.

—No es así, yo...

—¡No! Vaya, ya he visto cómo has corrido a decírmelo. Reconócelo "Avestruz", si Elena no hubiera soltado la liebre, jamás me lo habrías contado. Te has callado como una tumba. Mierda, eso no se le hace ni a tu peor enemigo. Y yo era tu amigo. ¿Por qué? ¿Qué motivos te he dado para que desconfíes de mí?

—¡Eres tú quien desconfía de mí! Quien se enfada por nada, quien me acusa de... de copular con Dios sabe cuántos hombres, quien traza planes maquiavélicos para Dios sabe qué. ¡Por favor! Si hasta has dado a entender que soy adicta al sexo.

—¡Yo! ¿Cuándo he dicho yo eso? ¿De dónde narices has sacado esa estupidez?

—Lo dejaste implícito al decir que podía satisfacerme con Brad a cualquier hora, cuando decidiste que no podía acostarme con ningún hombre hasta comprobar si me habías dejado o no embarazada la última vez. ¡Por todos los santos! ¡Si hasta parecías tener celos de Brad!

—¡Pero te estás oyendo a ti misma! Hablas de tu puñetero consolador como si fuera tu amante. ¡Joder! Me parece increíble que tú, ¡tú! —dijo señalándola, te atrevas a insinuar que soy celoso y posesivo cuando tú eres demasiado ligera de cascos, sales con tu amigo los sábados, te acuestas conmigo en cuanto tienes un segundo libre y te pajeas con tu puñetero Brad quién sabe cuántas veces.

Other books

Kill for Thrill by Michael W. Sheetz
Forever Changed by Gibson, Jamie
All Darkness Met by Glen Cook
Time After Time by Billie Green
The Ghost in Love by Jonathan Carroll
Swell by Rieman Duck, Julie
No Escape by Mary Burton
Jane Austen by Andrew Norman