Se pasó las manos por la frente y notó que estaba sudando. Hacía mucho calor en casa. Se miró los dedos. Temblaban. Y no precisamente por la situación de la buena mujer. Notaba la boca pastosa, tenía bastante hambre y se le empezaba desenfocar la mirada. ¡Caramba! Se había alterado más de la cuenta. Abrió la puerta de la nevera y cogió un zumo.
En ese momento sonó el timbre. Dejó el zumo sobre la encimera y fue a abrir puerta.
—¿Dónde está mi madre? —inquirió Marcos.
—En el salón.
—¿Se puede saber qué narices estás haciendo? —preguntó Marcos casi gritando a su madre.
—Estoy hablando con mi futura nuera.
—Estás "jodiendo la marrana". Coge tu abrigo y vámonos.
—No.
—¿No? ¿Estás sorda o te lo haces? He dicho que nos vamos.
—Marcos, no te enfades —le dijo Ruth a su espalda.
—¿Que no me enfade? ¡Qué va! Fíjate si estoy contento que estoy a puntito de dar saltos de alegría.
—Hijo, no hables así a tu futura esposa.
—Qué futura esposa ni que cuernos. Levántate y vámonos, ya has hecho suficiente por hoy.
—No entiendo por qué estás tan molesto, solo pretendo ayudar —suspiró teatralmente Luisa.
—¡Ayudar! ¡Irrumpiendo en la tienda de "Puños de Hierro" y cabreándolo con tus chorradas! ¡Qué gran idea! ¡Cómo no lo habré pensado yo mismo! Lo único que me faltaba es que Mr. "Te voy a matar" tenga un motivo más para machacarme.
—Marcos, tranquilízate. Darío no está enfadado, él entiende que tu madre es una persona especial —intervino Ruth.
—¿Especial? Joder, menudo eufemismo. Lo que está es loca como una cabra.
—¡Qué desgracia la mía! Mi propio hijo piensa que estoy chiflada. ¡Yo! ¡Su madre! Que sólo pienso en él, en ayudarle, en hacerle la vida más fácil. ¡Ingrato! —Luisa rompió a llorar sin lagrimas.
—Luisa, cariño, no pasa nada. No llore, serénese. Marcos está algo alterado, pero no pretendía decir lo que ha dicho. Son cosas que se dicen sin pensar, no lo siente de veras.
—¿No? —se burló Marcos cada vez más irritado. ¿Cómo era posible que ella se pusiera de parte de su madre?
—Marcos, por favor. La estás alterando. Todo esto no es necesario. Por favor, sé que estás enfadado, pero intenta recapacitar. Luisa es una persona especial, sensible, no la aturdas, por favor.
—Pero... ha venido aquí, a decir tonterías, a molestarte... —respondió él, confuso.
—No me ha molestado, hemos mantenido una conversación amena entre dos migas. De verdad, créeme, no pasa nada. —Mientras hablaba, Ruth no dejaba de acariciar el pelo de la anciana, de sonreírla, de consolarla.
—Está bien. Mamá, por favor, deja que te lleve a casa y lo hablamos tú y yo.
—¿Escucharás mis consejos?
—Sí, te haré caso en todo lo que digas, pero ahora, vámonos. —Tendió la mano a su madre.
—Me gustaría ver a mi nieta —solicitó Luisa hipando.
—Ahora está en la cabalgata de Reyes, pero le aseguro que mañana mismo la llamaré para que venga al parque con nosotras —dijo Ruth apiadándose de Luisa. Ojalá su propio padre supiera que Iris era su nieta, no impediría a la abuela que la conociera.
—¿De veras? —preguntó Marcos esperanzado.
—Sí. Mañana te llamo y hablamos.
—Gracias — dijo emocionado mientras ayudaba a su madre a ponerse el abrigo.
—¡Mamá, mamá! Al final te has perdido la cabalgata. Ha estado genial de la muerte. Todo el mundo mundial ha visto cómo el rey Baltasar me decía hola con la mano. De verdad de la buena —gritó Iris entrando por la puerta.
—¡Qué cojones haces tú aquí! —exclamó Darío desde el descansillo de la escalera.
—Mi hijo ha venido a proponer matrimonio a tu hermana —contestó Luisa con altivez.
—¿Te vas a casar cariño? —preguntó Ricardo.
—¡Ahí va! ¡Pero si no ha escalado ningún castillo! —gritó Iris—. No puedes casarte con mamá si no subes a la torre más alta de la más alta torre del más alto castillo, lo sabe todo el mundo mundial.
—Cabronazo de mierda, te dije que no quería volver a verte y te presentas en mi casa cuando no estoy. Estás muerto colega —exclamó Darío yendo hacia él y dándole un puñetazo en pleno estómago.
—¡Darío basta! —exclamó Ruth poniéndose entre ambos hombres.
—Eh, Darío. Para amigo, tranquilízate —dijo Jorge sujetándolo más o menos, pues no le llegaba a Darío ni al hombro.
—¡Ahí va mi madre! —musitaba Héctor parado en la puerta sin saber cómo reaccionar.
—¡No toques a mi hijo! —gritó Luisa golpeando a Darío con el bolso—. No se te ocurra hacerle daño.
—No lo voy a tocar, lo voy a matar —contestó Darío protegiéndose como podía de los "bolsazos"—. Joder, señora, ¿lleva piedras en el bolso?
—¡Dejarás huérfana a la niña! No puedes matar a su padre —exclamó Luisa verdaderamente asustada.
—¿Por qué ibas a querer matar a este joven? Darío, por favor, compórtate —exclamó Ricardo ayudando a Jorge a sujetar a Darío.
—¿Al padre de quién? —preguntó Iris que no perdía palabra.
—Tu padre cariño, tu padre. Marcos es tu papá y se quiere casar con tu mamá —aclaró Luisa antes de que nadie pudiera silenciarla.
—Cállate bruja —aulló Darío esquivando los golpes arrítmicos del bolso.
—Basta —dijo Ruth con un hilo de voz.
—No insultes a mi madre. —Marcos se enfrentó empujando a Darío.
—¿Este es mi padre? —preguntó Iris con ojos de búho.
—¿Qué os parece si aclaramos todo este asunto en el interior de la casa? —preguntó Jorge— Lo digo porque estamos montando un escándalo tremendo en la escalera. Y no es que a mí me importe, pero ya sabéis... las vecinas...
—¡Ay señor! —murmuró Ruth mareada, le daba vueltas la cabeza.
—¡Todos dentro! —gritó Jorge empujando al personal dentro de la casa y cerrando la puerta.
—¡Mamá! ¿Este es mi papá? —volvió a preguntar Iris gritando para hacerse oír entre el jaleo.
—Pero si yo no tengo nietos, estoy seguro de que se está equivocando de persona —intentaba aclararle Ricardo a Luisa sin dejar de sujetar a su hijo.
—Por supuesto que no me equivoco. Esta niña es su nieta y mi hijo es su padre —afirmó Luisa.
—¡Que alguien haga callar a esta loca! —gritó Darío zafándose de Ricardo golpeando en la mandíbula a Marcos; golpe que le fue devuelto al segundo siguiente.
—Parad, por favor —susurró Ruth casi sin voz a la vez que se apoyaba en la red del pasillo.
—¡Héctor! Reacciona, hombre. Mete a tu padre en su cuarto y quédate con él —ordenó Jorge.
—Vamos papá. Estoy seguro de que hemos perdido algo en tu cuarto —dijo Héctor llevándose a su padre.
—Pero se están peleando en casa. —Se resistió Ricardo confuso.
—Sí, pero no es en serio. Vamos a tu cuarto y te lo explico. —Lo agarró de los hombros y lo empujó a través del pasillo.
—¿Estás seguro de que no es en serio?... A mí me parece que sí. —Intentaba resistirse, pero su hijo era más fuerte,
—Vamos, papá, por favor, hazme caso, anda.
—Iris, preciosa, vamos a tu cuarto y enséñame lo que te ha traído Papá Noel —dijo Jorge al ver casi resuelto el problema de Ricardo— Ruth, ven con nosotros.
—¿Pero es mi papá o no?
—Mira cariño, eso lo hablarás con tu madre después. Ahora vamos a tu cuarto.
Darío y Marcos seguían enzarzados en su pelea. Jorge suspiró y pasó de ellos tras haber decidido que era más importante sacar de allí a Iris, a su madre y a la bruja. Miró a Ruth, que intentaba convencer, con escaso éxito, a Luisa de que dejara de golpear a Darío con el bolso y la acompañara al comedor. Agarró a la niña de la muñeca y tiró de ella en dirección a cualquier otro lado que no fuera ese.
—¡Qué no! Quiero saber quién mata a quién —chillaba Iris intentando escapar de su agarre.
—Iris, obedece —habló Ruth con voz pastosa.
—No. Quiero saber si ese es mi papá y por qué el tío le está pegando.
—Iris, o vas a tu cuarto andando o te llevo a rastras —amenazó Jorge viendo Ruth pálida como la cera.
—¡No! No y no. No me muevo de aquí. Quiero ver qué pasa.
—Tú lo has querido. —Jorge levantó a la niña con la intención de llevarla en brazos hasta el cuarto y encerrarse dentro con ella.
—¡Qué coño estás haciendo! Suelta a mi hija —exclamó Marcos entre golpe y golpe, observando cómo el enano con la cara agujereada por los
piercings
agarraba a su hija contra su voluntad.
—¡Socorro! Me está secuestrando —gritó Iris sabiéndose el centro de atención.
—Iris, cariño, no grites. Vamos, ven conmigo —solicitó Ruth sin dejar de apoyarse en la pared.
—¡Suelta a la niña! —clamó Marcos.
—Vamos hombre, tranquilo, solo quiero alejarla de la bronca —respondió Jorge.
—¡Pero tú quién coño te crees que eres! ¿El enano de los anillos? —exclamó Marcos al límite.
—Soy Jorge, un amigo de la fami... —No pudo terminar.
—Cabrón, hijo de puta. —Se abalanzó Marcos sobre él.
—Joder, a este lo mato —exclamó Darío uniéndose a los otros dos hombres en el suelo.
Ruth aprovechó que Iris se había quedado paralizada para agarrarla a ella con una mano y a Luisa con la otra y llevarlas sin falta al comedor, luego fue a cerrar la puerta.
—¿Pero yo qué he hecho? —gritó Jorge escupiendo sangre.
—Mamá.
—No te preocupes Jorge, esto va a acabarse aquí y ahora —gruñó Darío.
—¿Mamá?
—Espera tu turno
Action Man
, primero me voy a cargar al capullo agujereado —se burló Marcos, casi disfrutando de la pelea. Por fin tenía a su alcance a su rival.
—¡Mamá!
—Eso habrá que verlo —apuntó Darío haciendo crujir sus lastimados nudillos.
—¡¡Mamá!!
—Vamos, chicos, calmaros, que todo tiene solución —dijo Jorge huyendo a gatas de esos dos locos.
—¡Tío, mamá no se despierta! —gritó Iris llorando y agarrando a Darío del pantalón—. Luisa la está pegando y no se despierta. No se despierta. Ven. Vamos. Ven.
Se hizo el silencio. No un silencio como si hubiera pasado un ángel. Era más a un silencio aterrado, asustado, premonitorio. Un silencio que presagiaba problemas.
Darío se incorporó de un salto y corrió al comedor, Jorge hizo lo mismo y Marcos se quedó tumbado en el suelo durante un segundo. Luego se levantó y fue tras los otros hombres.
—Ruth, despierta —murmuraba Luisa al oído de la joven—. No sé qué le pasa, repente se ha caído y no dice nada.
Darío no decía nada. Su hermana estaba tirada en el suelo, justo al lado de puerta del comedor, como si hubiera intentado llegar hasta el umbral para hablarle. Se agachó a su lado y le abrió los ojos con el pulgar, estaban en blanco. Luego metió los dedos entre sus labios cerrados y comprobó que Ruth tenía dientes apretados, cerrados totalmente. Posó una mano en su frente, estaba empapada en sudor.
—Héctor —aulló—, llama a una ambulancia.
—¿Qué ha pasado? —exclamó su hermano entrando en el salón con el teléfono la mano—. Joder, joder, joder. ¿Qué ha sido esta vez?
—No tengo ni puta idea. No ha dicho nada.
—Hay un zumo abierto en la cocina —dijo Jorge entrando en el salón. Al ver a Ruth tirada en el suelo su primer impulso había sido ir a la cocina a por las ampollas de glucosa—. Lleno —apuntó como si eso explicara todo.
—Hipoglucemia —indicó Héctor al teléfono—, desvanecimiento por hipoglucemia. Sí, casi seguro —continuó dando la dirección y llevando a su padre y a su sobrina a rastras hasta el cuarto.
—¿Qué ha pasado? ¿Por qué está inconsciente? —preguntó Marcos asustado.
—Quita de en medio. —Le apartó Darío— Dame la glucosa. —Tendió la mano Jorge.
—Tiene los dientes muy apretados, no le va a entrar —dijo Jorge.
—Ya verás cómo sí. Tráeme una cucharita de café. —Rompió el plástico de la ampolla color naranja y buscó un espacio entre los dientes de Ruth—. Vamos, hermanita, no me hagas esto, relaja los dientes, vamos preciosa, no es tan difícil. Vamos cielo, abre un poco, solo un poco.
Jorge le entregó la cucharilla y Darío empleó el mango en separar la carne de los carrillos que tapaba las muelas de su hermana.
—Así cariño, así. Por aquí, por la muela que no has podido arreglar, ¿ves como al final te ha venido bien no poder ir al dentista? Así, vamos, cielo, traga. —Iba presionando poco a poco la ampolla, el líquido anaranjado se escurría por las comisuras de la boca creando regueros ambarinos en su pálido cuello.
—Lo está escupiendo —susurró Jorge.
—No, algo está entrando. Dame otra ampolla.
—A ver si vas a crear un efecto rebote.
—No te preocupes, sé lo que hago. Dame la ampolla. —La ambulancia tiene que estar al llegar, espérate. —Dame la puta ampolla, ya.
Jorge se la dio y Darío repitió el proceso. Esta vez el líquido que se derrama fue menos y la garganta se movió al tragar.
—Así hermanita, muy bien.
Ruth parpadeó ligeramente, permitiendo ver su iris marrón, luego volvió a desmayarse.
—Ya está hermanita valiente, ya está. Ya te dejo tranquila —susurró Darío a sil hermana a la vez que le colocaba la cabeza exánime sobre su regazo.
—¿Qué mierda ha pasado? —preguntó Marcos verdaderamente asustado.
—Lárgate de mi casa —habló entre dientes Darío.
—¡No! Quiero saber qué ha pasado, joder.
—¿Quieres una explicación? —contestó Darío muy calmado en apariencia.
—Sí.
—Acojona, ¿verdad?
—Sí.
—Pues esta vez no es nada, no pasa nada. El día que la tengas entre tus brazos, convulsionando, con los ojos en blancos, la boca rechinando, todos los músculos rígidos, delgada como una puta cuerda y con el cuerpecito de Iris marcándose en su barriga de siete meses, entonces te aseguro que te mearás encima del miedo, que te temblaran hasta las putas pestañas, que jurarás matar al cabrón inhumano que la ha puesto en ese estado. —Miró a Marcos con desprecio—. Te juro, estúpido mamarracho sin cerebro, que si te vuelves a acercar a mi hermana, que si la has vuelto a dejar embarazada, te cortaré tu jodida polla y te la meteré en la boca hasta que mueras asfixiado. Lárgate.
—Por favor, dime qué ha pasado —murmuró Marcos cayendo de rodillas ante la pareja de hermanos.
—Vamos, amigo, tengamos la fiesta en paz. Ahora lo último que nos hace falta son más malos rollos —intervino Jorge posando una mano sobre el hombro de Marcos.
—Suéltame —siseó Marcos a la vez que se retorcía como una serpiente para librarse de Jorge.