Cuando la memoria olvida (40 page)

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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

BOOK: Cuando la memoria olvida
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—Doy por finalizada esta conversación, no pienso seguir soportando tus insultos —exclamó Ruth levantándose mareada del sillón y dirigiéndose dando tumbos al pasillo.

—No, "Avestruz", estás muy equivocada, esto no acaba aquí. Quiero a mi hija, quiero que ella sepa la verdad y quiero que esté conmigo. —La siguió hecho una furia.

—Lo pensaré —contestó yendo hacia la puerta.

—¡No hace falta que lo pienses! —Qué demonios, había preguntado los motivos, había intentado ser razonable, había intentando entenderla... Vale, en realidad la entendía perfectamente, y puede que se hubiera dejado llevar un poco por su mal tino y que incluso ahora mismo no estuviera siendo muy razonable. Pero su fuerte no era la paciencia y la sensibilidad, nunca lo había sido—. Va a suceder tal cual te he dicho. Mañana pasaré a buscaros, así que ten preparada las maletas.

—¡Qué!

—Os venís a vivir conmigo. Mañana. —Y no es que no estuviera siendo razonable, en absoluto, la dejaba una noche entera para prepararse. Además era la mejor opción: se acostumbrarían a vivir juntos y todo volvería a su cauce... Se separaría del tal Jorge de los huevos... y lo mismo Brad acababa en un descuido en el cubo de la basura.

—¿Qué línea lógica has seguido para llegar a esa conclusión? —¿Estaba chiflado o se hacía?

—Fácil. Quiero estar con nuestra hija. Ya hemos pasado suficientes años separados y no voy perder más tiempo.

—¿Eres tonto o te lo haces?

—No quiero más discusiones. Estaos preparadas mañana.

—¡Tú! Arrogante, autoritario, déspota, tirano... No vamos a ir contigo a ningún lado.

—No voy a permitir que mi hija vea cómo su madre se va con su ligue de los sábados teniendo a su padre a la vuelta de la esquina. Eso se ha acabado. Vendrás conmigo, nos casaremos y llevarás una vida como Dios manda.

—¡Fuera de mi casa! —dijo abriendo la puerta de la calle y señalando el descansillo.

—Si te niegas, pondré el asunto en manos de un abogado —amenazó desde el umbral.

—Perfecto. A partir de este instante cualquier cosa que quieras notificarme, hazlo por vía administrativa —finalizó cerrando de un portazo.

Cuando Darío por fin pudo librarse de la mujer que pedía mil y una explicaciones sobre cómo iba a teñir sus zarrapastrosos —eso no se lo había dicho— zapatos había pasado casi una hora.

Héctor esperaba en la cafetería, entreteniendo como buenamente podía a la inquieta Iris y al sosegado Ricardo. Hizo ademán de levantarse cuando vio salir tu hermano, pero un cabeceo de éste le indicó que se mantuviera al margen. Darío no sabía qué iba a encontrar al llegar a casa. Prefería enfrentarse a ello él solo, antes de meter en ese embrollo a su sobrina y su padre.

Entró en el portal corriendo y subió de un solo salto los escalones de la entrada. No se molestó en esperar al ascensor; ese trasto era una vieja glorieta de tiempos pasados que tardaba demasiado para su escasa paciencia. Subió los siete pisos sin apenas alterar la respiración y entró en casa preparado para descargar su frustración en caso de encontrarse al mal nacido. Lo que encontró fue el cuarto de su hermana cerrado y sollozos saliendo de detrás de la puerta. Llamó con los nudillos y esperó al menos un segundo antes de entrar como una tromba.

Ruth estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la pared y los codos apoyados en las rodillas. Sus ojos hinchados lo miraban mientras las lagriman rodaban por sus mejillas.

—¿Has venido solo? —preguntó hipando.

—Sí. ¿Qué tal ha ido? —interrogó Darío sin saber bien qué decir.

—De pena.

—Ya lo imagino. ¿Te ha hecho algo? —inquirió furioso.

—Oh, por favor, no empieces con tus neuras. Ni me ha hecho daño ni me lo va a hacer —desestimó Ruth.

—¿Qué tal se lo ha tomado? —curioseó sentándose a su lado en el suelo.

—¿El qué? ¿El tener una hija o que se lo haya ocultado?

—Ambas —contestó él dándole un paquete de Kleenex medio gastado y bastante arrugado que había sacado del bolsillo de sus vaqueros.

—Bueno —contestó después de sonarse—, no me ha dado la impresión de que le haya parecido mal ser padre... De hecho, quiere que Iris y yo vayamos a vivir con él. Creo que también ha dicho algo de casarnos, pero no estoy del todo segura.

—Jod... petas, eso es bueno, ¿no? Quiero decir, parece como si quisiera asumir responsabilidades. —¿Casarse? ¡Por encima de su cadáver!

—Mañana.

—¿Mañana qué?

—Ha dicho que mañana pasaría a recogernos. Que tuviera preparada la maleta.

—¿Pretende que vayas mañana a vivir con él? ¿Pero de qué va ese idiota?

—Si no pondrá el asunto en manos de los abogados.

—Voy a matar a ese jodido cabrón.

—Oh Darío, deja de decir esas cosas.

—¿Por qué? ¿No quieres que lo mate? No pasa nada, lo amordazaré y lo meteré en un saco de boxeo, luego lo colgaré del techo del gimnasio y haré prácticas con él.

—Bruto. —Sonrió un poco Ruth.

—O mejor todavía. Llevaré el saco a correos y lo enviaré por paquetería urgente a la Patagonia.

—Exagerado.

—Aunque lo que haré será llevarlo al gimnasio, a la nueva clase de defensa personal de los miércoles por la noche, y se lo daré a Ariel para que lo use para enseñar a las chicas cómo defenderse de los capullos. Si sale con vida de esa, será hombre con suerte.

—Eso sería peor que matarlo —exclamó Ruth riendo. Ariel era la nueva profesora del gimnasio al que acudía Darío, y éste contaba pestes de ella.

—Todo se solucionará, no te preocupes —aseguró abrazándola—, no puede obligaros a vivir con él si tú no quieres. Y no quieres, ¿verdad?

—Mañana no, desde luego.

—¿Más adelante? —preguntó algo asustado de la posible respuesta. No se imaginaba vivir en casa sin sus niñas.

—No lo sé. Ay Darío, no sé lo que quiero. Estoy metida en un enredo descomunal.

—Tranquila. Nadie te va a obligar a hacer nada, y si se le ocurre acercarse a Iris, me encargaré de que sea lo último que haga. —No hablaba en broma.

—Darío, prométeme que no le harás nada. No quiero que volváis a pelearos.

—No le haré nada grave.

—Darío.

—¿Por qué te preocupas por él después de lo que te ha hecho?

—No eres justo con él. Ha sido lo que yo he hecho, o más bien lo que no he hecho, lo que ha causado esto.

—Tonterías.

—Oh, Darío, no tienes ni idea de nada... no sabes nada —sollozó Ruth contra su camisa.

—Pues haz que lo entienda, habla conmigo.

—Se me está retrasando el periodo —murmuró.

—¿Qué?

—Hace cinco días que tenía que haberme bajado la regla —musitó cabizbaja.

—Joder. ¡Te has vuelto loca! Joder, joder, joder. ¡Cómo coño se te ocurre! —gritó a la vez que se ponía en pie furioso.

—¡Darío!

—Vale, vale. Ya está. —Inhaló profundamente y exhaló despacio, relajándose— No pasa nada. El lunes iremos al ginecólogo, si confirma el embarazo abortarás. No pasa nada, no hay problema.

—No sé si quiero...

—No discutirás con esto. Abortarás. No hay más que hablar.

—¡Dios! No debería haberte dicho nada.

—Claro que me lo tenías que decir. Ruth escúchame. —Posó sus manos morenas fuertes en las delicadas mejillas de su hermana, secándole las lágrimas con los pulgares—. No volveremos a pasar por otro embarazo. No puedes arriesgarte, Demonios, ¿no lo entiendes? No puedo volver a pasar por eso, no puedo.

No dijeron más palabras, simplemente se abrazaron hasta que escucharon a Héctor abrir la puerta. Luego se levantaron en silencio y se prepararon para acabar la noche.

CAPÍTULO 37

Los locos y los niños dicen siempre la verdad,

por eso se han creado los manicomios y los colegios.

PERICH

—¿Qué parte no entendiste? Porque yo creo que estaba muy claro. Oír, ver y callar, no era tan difícil. Pero no, claro, el impredecible, visceral y sumamente urgente de mi amigo, no es capaz de seguir un
guión
aunque le cueste la vida. Marcos, lo único que te ha faltado por hacer ha sido secuestrarlas.

—Vete a la mierda.

Marcos observaba hipnotizado cómo las llamas rojizas se elevaban en la chimenea. Había ido a pasar el fin de semana con Carlos, más que nada para no sucumbir a la tentación de aparecer en casa de Ruth y llevársela a ella y a la niña, a... a donde fuera. Y eso no sería secuestro. Sería convencerlas de dar un giro para... Mierda, sí que sería secuestro, porque si de una cosa estaba seguro es de que había metido la pata hasta el fondo y que Ruth hablaba muy en serio, eso de la "vía administrativa". ¡Joder! Hasta amenazando sonaba inteligente.

—Es que no me entra en la cabeza tío, ¿por qué has tenido que soltarle a la pobre tantas burradas? ¿Realmente te crees lo que dices? Porque cuantas más vueltas le doy al tema, más convencido estoy de que te estás dejando llevar por los celos sin tener base para ello. Joder, que hablamos de Ruth, leches. Se te ha metido en la cabeza que va a Gredos con ese tal Jorge a... ejem —carraspeó Carlos antes de acabar la palabra. Luisa estaba sentada muy recta en el sillón y no se perdía palabra de la conversación—. A eso, y a lo mejor a lo que se dedica es a pasear por el campo.

—Pasear... sí claro... a cabalgar es a lo que va —respondió Marcos enfurruñado.

—A ver, ¡eo! ¿hay alguien ahí? —preguntó Carlos llamando a la cabeza de su amigo con los nudillos.

—Auch. —Se quejó Marcos.

—Mira tío, hablamos de Ruth. R.U.T.H. La misma persona que cuida de su padre y de su hija ella solita, la que se ocupa de un centro lleno de abuelos medio sonados.

—Ejem —carraspeó Luisa. Su futura nuera dirigía una hacienda de categoría y daba asilo a ancianos aristócratas, o eso había decidido ella. —De ancianos con problemas de memoria —corrigió Carlos en el acto—. La que cuidaba de su casa con diez años, la mujer responsable y cabal que pone a todo el mundo por delante de ella, que se ocupa de todos, que no se sale jamás de la línea. Tío, es que no cuadra ni con cola con la
femme fatale
que describes.

—Efectivamente, mi nuera jamás sería capaz de engañarte con otro hombre —aseveró Luisa.

—No es tu nuera, y además, qué narices haces aquí, ¿por qué no te vas al ordenador a ver
Lujuria
?


Pasión
—corrigió Carlos—, la telenovela se llama Pasión.

—Eso mismo —se desentendió Marcos.

—Porque tu historia es mucho más interesante que la novela hijo. Pasan más cosas y las discusiones están más trabajadas. Es más auténtica.

—Joder. ¡Es que es real! ¡Es mi vida!

—Efectivamente, ahí quería llegar yo. Tienes que hacer algo para encauzar tu vida. Esconderte en la sierra en una granja de pájaros...

—Aves rapaces —corrigió Carlos.

—Jovencito, no me interrumpas. —Le fulminó Luisa con la mirada—. Esconderse en una granja de PÁJAROS, no va a hacer que se solucionen las cosas. Tienes que enfrentarte a la vida, hijo. Hacer de tripas corazón y arrodillarte ante ella hasta que te disculpe.

—¿Estás chiflada? Vamos, manda huevos. Pues no faltaba más que eso. Si ella quiere algo que me llame, no te jode.

—Pero es que ella no quiere nada contigo hijo. La has insultado, la has amenazado...

—¡Yo ni la he insultado ni la he amenazado!

—Decir que se acuesta con todo "kiski", no es llamarla bonita precisamente —argumentó Carlos.

—Y advertir con poner el asunto en manos de abogados tampoco es plato de buen gusto, me acuerdo de la telenovela...

—Sí, sí. Ya lo he cogido. Vale, reconozco que se me fue un poco la mano.

—¿Un poco? Metiste la pata hasta el fondo y más allá.

—¡Vale!

—Ahora lo que tienes que hacer es pedir disculpas.

—Muy bien, mamá. ¿Y cómo lo hago? ¿Me cuelo una noche por la ventana y suplico de rodillas en el suelo?

—Bueno, vive en un séptimo piso, lo mismo te matas escalando... Aunque quizá puedas bajar desde el tejado con una cuerda... —comentó imaginando la manera.

—¡Madre! ¡Estaba ironizando! —exclamó espantado.

—Lo mejor sería —continuó Luisa—, que te presentaras el día seis de enero, en Reyes, con un regalo para la niña. Eso ablandaría su corazón y seguro que te dejaría entrar... Luego sólo es humillarte y suplicar con convicción.

—¡Se acabó! Ni loco voy a hacer eso. Vamos, ni por todo el oro del mundo.

—¿Tampoco por el amor de tu vida? —preguntó Luisa—. La madre de tu hija, tu futura esposa, la mujer que te hace querer vivir un día más, la...

—Vale. Te he entendido. Mira, tengo que ordenar las fotos del reportaje, así que voy a darle un rato al portátil. Vosotros podéis seguir haciendo planes y todo eso. —dijo saliendo del salón.

—Tenemos que hacer algo Carlos.

—Ah, no. Ni de coña. Déjale que se lo piense un poco y después ya veremos, su hijo es más terco que una mula. Ahora no serviría de nada trazar estrategias. Has visto lo que ha pasado con la última. No señora, no. Que sufra un poco si así espabila.

Sufrió, vaya si sufrió. Durante todo el fin de semana le estuvo dando vueltas a la cabeza. ¿Y si estaba equivocado? ¿Y si veía lo que quería ver en vez de la verdad? ¿Y sí Ruth realmente iba con su amigo a pasar el día? La conocía de e intuía que en esas salidas Iris iría con ellos, y no haría nada delante de la niña, de eso estaba seguro. Ruth era demasiado responsable para hacer tal cosa. Aunque una vez que la niña estuviera dormida... podía ocurrir cualquier cosa. Joder, era el puto peluquero de su coño. ¿Qué hombre con sangre en las venas no se aprovecharía de eso? Pero por otro lado, si Ruth tuviera sexo con ese tipo, es que no lo iría diciendo por ahí, sería estúpido, y Ruth no era nada estúpida. Así mismo todo sucedía de manera inocente, le quitaba unos cuantos pelitos y a ir cada uno en su cama y con el pijama puesto. ¡Já! Lo más normal hubiera sido ocultarle la existencia del tipejo, pero ella no solo no lo ocultaba, sino que parecía orgullosa de que la peinase el pubis. Y bueno, si era solo eso, entonces no hacían nada malo —al menos no demasiado malo, por eso Marcos pensaba machacar al tipejo, pero no matarlo— tal y como ella le había dicho. Además, una cosa estaba clara: Ruth no mentía. Tenía buena prueba de ello. Cuando le preguntó por Iris, no intentó escaquearse, le respondió clara y serena con la verdad. Joder, no sabía qué demonios pensar.

El domingo por la noche, de regreso a su casa, y sin poder dormir, llegó a una conclusión. Compraría un regalo para Iris, no porque lo dijera su madre, sino porque era el día de Reyes y él era el padre de la niña, y por tanto tema derecho a ser de Rey Mago. De paso, intentaría hablar con Ruth, dialogar como personas civilizadas, y sobre todo, haría todo lo posible por confiar en ella y creerla en todo lo que dijera. Y luego... luego la conquistaría poco a poco —lo más rápido posible, sin prisa pero sin pausa— y se aseguraría de que jamás hubiera un hombre que no fuera él en su vida, ni en su cama.

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