—Escribiré a Kenji -prometió Shizuka-. Mañana enviaré a Kondo con el mensaje, aunque creo que no deberíamos prescindir de él...
—Hazlo -ordenó Kaede.
Shizuka preparó una infusión con la corteza de sauce que Ishida había dejado tras su marcha y persuadió a su joven señora para que la bebiera; pero el sueño de ésta fue inquieto, y a la mañana siguiente se encontraba febril y carente de energía.
Ishida acudió a la casa, aplicó moxa sobre la piel de Kaede y utilizó las agujas que traía consigo, al tiempo que la regañaba afectuosamente por no haberse cuidado mejor.
—No es nada serio -le dijo a Shizuka al salir de la habitación-. Se le pasará en un día o dos. La señora Shirakawa es demasiado sensible y se exige demasiado a sí misma. Debería contraer matrimonio.
—Sólo accedería a casarse con el hombre al que ama, y eso es imposible -replicó Shizuka.
—¿El padre del niño?
La doncella asintió con la cabeza.
—Ayer le llegó el rumor de que había muerto, y fue entonces cuando le subió la fiebre.
—Entiendo -los ojos del médico adquirieron un aspecto pensativo y distante, y Shizuka se preguntó qué o a quién recordaría de los días de su juventud.
—Temo los meses que están por llegar -confesó Shizuka-. Cuando nos quedemos aislados por la nieve, la melancolía acabará con ella.
—Traigo una carta del señor Fujiwara. Desea que la señora Shirakawa le visite y se aloje en su residencia durante unos días. El cambio de ambiente podría animarla y le serviría de distracción.
—El señor Fujiwara es demasiado gentil con esta familia, su atención para con nosotros es excesiva.
Mientras Shizuka recogía la carta, las protocolarias expresiones de agradecimiento le vinieron a los labios de forma automática. Notaba con intensidad la presencia del hombre que tenía a su lado, y sintió un escalofrío cuando las manos de ambos se rozaron durante un instante. La mirada perdida de los ojos del médico había despertado algo en ella. Durante la enfermedad de Kaede habían pasado muchas horas juntos, y Shizuka había llegado a sentir una enorme admiración por la paciencia y el talento del doctor. Era amable, al contrario que la mayoría de los hombres que ella había conocido.
—¿Volveréis mañana? -preguntó ella, mirándole por debajo de las pestañas.
—Desde luego. Entonces podrás darme la respuesta de la señora Kaede a la carta que le traigo. ¿La acompañarás a la residencia del señor Fujiwara?
—¡Desde luego! -bromeando, Shizuka repitió las mismas palabras que el médico.
Él sonrió y la tocó de nuevo en el brazo, esta vez deliberadamente. La presión de sus dedos hizo temblar a la muchacha. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había yacido con un hombre, y sintió el repentino deseo de sentir las manos de Ishida en su cuerpo; anhelaba tumbarse junto a él y abrazarle. Por su bondad, lo merecía.
—Hasta mañana -se despidió éste. La calidez de sus ojos daba a entender que había reconocido los sentimientos de la doncella y los compartía.
Shizuka se calzó las sandalias y salió corriendo para llamar a los portadores del palanquín.
* * *
La fiebre de Kaede remitió, y para el atardecer ya había recuperado parte de su energía. Había estado tumbada, inmóvil, todo el día, mientras pensaba en el futuro. Se había mantenido en calor gracias a la pila de mantas que la cubría y al brasero que Ayame se había empeñado en encender. Takeo podría estar muerto y su hijo ya nunca nacería. Lo único que deseaba era seguirlos hasta el otro mundo, pero la razón le decía que sería una debilidad malgastar su vida y abandonar a cuantos dependían de ella: tal vez una mujer pudiera actuar de esa forma; pero un hombre, en su situación, nunca lo haría.
"Shizuka tiene razón", pensó. "Sólo existe una persona que yo conozca que pueda ayudarme ahora. Debo reflexionar sobre los acuerdos a los que podría llegar con Fujiwara".
La joven doncella le entregó la carta que Ishida había traído por la mañana. Fujiwara también había enviado regalos para el Año Nuevo: pasteles de arroz especialmente moldeados para la ocasión; sardinas en salazón y castañas dulces; rollitos de algas y vino de arroz. Hana y Ai se afanaban en la cocina ayudando en los preparativos de la fiesta.
—El señor Fujiwara me halaga: me ha escrito con la caligrafía de los hombres. Dice que sabe que la entiendo -exclamó Kaede-. Pero lo cierto es que hay muchos caracteres que desconozco -exhaló entonces un profundo suspiro-. Hay tantas cosas que aún tengo que aprender... ¿Tendré suficiente con un invierno?
—¿Irás a visitar a Fujiwara?
—Supongo que sí. Tal vez él pueda instruirme. ¿Crees que lo haría?
—Nada podría proporcionarle mayor placer -respondió Shizuka con sequedad.
—Yo pensé que no querría volver a relacionarse conmigo; pero dice que ha estado esperando mi recuperación. Me encuentro bien, dadas las circunstancias -su voz denotaba un ligero matiz de duda-; pero debo mejorar. Tengo que cuidar de mis hermanas, de mis tierras y de mis hombres.
—Como te he dicho muchas veces, Fujiwara es tu mejor aliado.
—Quizá no sea el mejor, sino el único; pero no acabo de confiar en él. ¿Qué es lo que quiere de mí?
—¿Qué quieres tú de Fujiwara? -replicó Shizuka.
—Muy sencillo. Por una parte, deseo que me instruya, y por otra, necesito dinero y alimentos para formar un ejército y poder mantenerlo. Pero ¿qué puedo ofrecerle yo a cambio?
Shizuka se preguntó si debía mencionar el deseo del noble de casarse con Kaede; pero decidió no hacerlo, pues temía que la noticia pudiera perturbarla hasta el punto de hacerla caer enferma de nuevo. Lo mejor era que fuera Fujiwara quien le transmitiera sus intenciones personalmente, y sin duda no tardaría en hacerlo.
—Se dirige a mí como señora Shirakawa, y a mí me avergüenza encontrarme con él cara a cara después de haberle engañado.
—Se habrá enterado de los deseos de tu padre con respecto a tu nombre -aventuró Shizuka.
Kaede la miró pensando que estaba bromeando, pero la expresión de la doncella denotaba seriedad.
—Desde luego, tuve que cumplir su voluntad -exclamó al fin la joven señora.
A su mente llegó un débil recuerdo que la hizo sentirse inquieta, algo que tenía que ver con su padre, con Shizuka y con Kondo; pero enseguida pensó que aquel episodio formaba parte de las pesadillas que había sufrido durante su delirio.
—Entonces, no hay nada más que Fujiwara necesite saber. La obediencia a un padre es lo primero.
—Eso dice Kung Tzu -terció Kaede-. Es cierto, no hay nada más que Fujiwara necesite saber; pero sospecho que él desea conocer muchas otras cosas... si es que aún está interesado por mí.
—Lo estará -aseguró Shizuka, al tiempo que pensaba que su joven señora se mostraba más hermosa que nunca; la enfermedad y el sufrimiento habían terminado con sus últimos rasgos infantiles y habían otorgado profundidad y misterio a su rostro.
* * *
Celebraron el Año Nuevo con los obsequios que Fujiwara había enviado, y comieron fideos de trigo y las judías negras que Ayame tenía reservadas para la ocasión desde finales de verano. A medianoche acudieron al templo, donde escucharon los cánticos de los monjes y el tañido de las campanas, que repicaban para alejar a los hombres de sus pasiones. Kaede sabía que debería orar para librarse de ellas y purificarse; pero sin darse cuenta rezó por aquello que más deseaba: que Takeo siguiera con vida... Después, suplicó riqueza y poder.
Al día siguiente las mujeres de la casa reunieron velas, incienso y linternas, mandarinas secas, castañas dulces y caquis, y se dirigieron a las cuevas de las que surgía el río Shirakawa tras sortear su curso subterráneo. Allí llevaron a cabo sus rituales ante la roca a la que el agua había dado la forma de la diosa Blanca. Según la tradición, a los hombres les estaba prohibido acercarse a aquel lugar; si lo hacían, la montaña podría derrumbarse y el clan Shirakawa se extinguiría.
A la entrada de la gruta vivía una pareja de ancianos, pero sólo la esposa entraba en la cueva para llevar ofrendas a la diosa. Kaede se arrodilló sobre la piedra húmeda y escuchó a la abuela mascullar unas palabras cuyo significado apenas entendía. Se acordó de su madre y de la señora Naomi, y suplicó la ayuda y la intercesión de ambas. Luego cayó en la cuenta de lo mucho que aquel lugar significaba para ella, y notó cómo la diosa la observaba.
Al día siguiente Kaede partió hacia la residencia del señor Fujiwara. Hana se enfadó mucho por no poder acompañarla, y lloró al tener que despedirse no sólo de su hermana mayor, sino también de Shizuka.
—Únicamente serán unos días -la consoló Kaede.
—¿Por qué no puedo ir con vosotras?
—El señor Fujiwara no te ha invitado. Además, no te gustaría alojarte allí. Tendrías que comportarte adecuadamente, hablar con corrección y permanecer sentada en silencio la mayor parte del día.
—Y tú, ¿estarás a gusto?
—Supongo que no -la joven exhaló un suspiro.
—Al menos comeréis cosas exquisitas -exclamó Hana con añoranza-: codornices, por ejemplo.
—Pero ten en cuenta que si Fujiwara nos da de comer a Shizuka y a mí, habrá más comida en casa para vosotras -replicó Kaede.
De hecho, aquélla era una de las razones por las que ella se alegraba de la visita, pues por muchos cálculos que hacía cuando observaba los alimentos de los que disponían y contaba los días del invierno, quedaba claro que se quedarían sin provisiones antes de que llegara la primavera.
—Además, alguien tendrá que entretener al joven Mitsuru -añadió Shizuka-. Debes asegurarte de que no sienta añoranza de su hogar.
—Ai puede encargarse de eso -replicó Hana-. Mitsuru se siente atraído por ella.
Kaede ya se había dado cuenta de ese detalle. Su hermana Ai no había admitido que compartiera los sentimientos del muchacho, pero era muy tímida en aquellos asuntos. De todas formas, pensó la joven, sus sentimientos no tendrían ninguna consecuencia. Pronto Ai tendría que comprometerse en matrimonio: había cumplido los 14 a principios de año. Puede que Sonoda Mitsuru fuera un buen partido -si su tío se decidiera a adoptarle-, pero Kaede no estaba dispuesta a dejar marchar a su hermana a bajo precio.
"Dentro de un año multitud de hombres suplicarán el matrimonio con una Shirakawa", se dijo.
Ai se ruborizó al oír el comentario que a continuación hizo su hermana menor.
—Cuídate, Kaede -exclamó la pequeña Hana, abrazándola-. No te preocupes por nosotras. Yo me encargaré de todo.
—No estaremos lejos -replicó ella-. Envía a buscarme siempre que sea necesario -y a continuación, no pudo evitar añadir-: Si llega algún mensaje para mí, si Kondo regresa, házmelo saber de inmediato.
* * *
Llegaron a la residencia del señor Fujiwara a media tarde. El día había amanecido templado y cubierto de nubes; pero durante el trayecto la dirección del viento cambió hacia el noreste y la temperatura descendió.
Mamoru salió a recibirlos, les trasladó los saludos del noble y, en lugar de conducir a las mujeres a los aposentos donde se habían alojado en su estancia anterior, las llevó a otro pabellón de menor tamaño cuya decoración resultaba menos recargada. Sin embargo, a Kaede le gustó más, por su elegante sencillez y por sus apagados colores. Se sintió agradecida por la delicadeza de Fujiwara, pues había temido encontrarse con el iracundo fantasma de su padre en la habitación donde su secreto había quedado al descubierto.
—El señor Fujiwara considera que la señora Shirakawa preferirá descansar hoy. Os recibirá mañana, si es que os place.
—Gracias -dijo Kaede-. Por favor, transmite al señor Fujiwara que estoy a su entera disposición. Haré cualquier cosa que desee.
La joven se percató de la tensión que reinaba en el ambiente. Mamoru no había dudado en dirigirse a ella con el nombre de Shirakawa y la había mirado brevemente cuando habían llegado; pero desde entonces no había vuelto a poner sus ojos en ella. Sin embargo, sabía por experiencia lo mucho que Mamoru era capaz de extraer de ella sin que se notara. Enderezó la espalda y clavó los ojos en el joven con una mirada no exenta de desprecio. Decidió permitir que la examinara cuanto quisiese, que la utilizara como objeto de estudio para los papeles que representaría sobre el escenario. Mamoru nunca sería más que una imitación, y a Kaede no le importaba en absoluto lo que aquel muchacho pudiera pensar de ella. "Seguro que me desprecia", pensó; "pero si lo demuestra, aunque sólo sea con un parpadeo, nunca más volveré a verle. No me importa lo que él pueda hacer por mí".
Sintió alivio al enterarse de que su encuentro con Fujiwara se había pospuesto. Ishida acudió a visitarla, le tomó el pulso y le examinó los ojos. También le dijo que prepararía una nueva clase de té que la ayudaría a purificar la sangre y a fortalecer el estómago; asimismo, pidió que enviara a Shizuka a sus aposentos al día siguiente para recoger la infusión.
Habían preparado un baño caliente para Kaede y, mientras ésta disfrutaba del calor del agua, sintió envidia por la cantidad de madera de que disponían en aquella casa para calentarla. Algo más tarde, varias criadas que apenas pronunciaron palabra trajeron comida a la habitación que compartía con Shizuka.
—¡Es la comida tradicional que las damas toman en invierno! -exclamó la doncella al ver los deliciosos platos propios de la estación, pulcramente colocados en bandejas de laca: calamar y besugo crudos, anguila asada y rábano picante, pepinillos encurtidos y raíces de loto saladas, champiñones negros y bardana-. Éstos son los manjares que degustan en la capital. ¡Me pregunto cuántas otras mujeres en los Tres Países tendrán ocasión de probar algo tan exquisito esta noche!
—En esta casa todo es así -replicó Kaede. "Qué fácil es rodearse de lujo y elegancia cuando se tiene dinero", pensó.
Ya habían terminado de comer y estaban pensando en retirarse, cuando escucharon que alguien llamaba a la puerta con los nudillos.
—Las criadas han venido a preparar las camas -le informó Shizuka, mientras se dirigía hacia la puerta. Cuando la abrió, Mamoru se encontraba en el umbral. Su cabello estaba cubierto de nieve.
—Perdonadme -dijo-, pero la primera nevada del año ha empezado a caer y el señor Fujiwara desea visitar a la señora Shirakawa. La vista desde este pabellón es particularmente hermosa.
—Ésta es la casa del señor Fujiwara -terció Kaede-, y yo soy su huésped. Sus deseos también son los míos.