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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantasia

Con la Hierba de Almohada (37 page)

BOOK: Con la Hierba de Almohada
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* * *

Kaede sintió un profundo alivio cuando se alejó de Fujiwara. Temía regresar otra vez a su lado. Sin embargo, cuando llegó a su hogar y vio la comida, la leña y el dinero que el noble había enviado, se sintió agradecida, pues había evitado que los Shirakawa murieran de hambre. Aquella noche, mientras permanecía despierta, pensó: "Estoy atrapada. Nunca lograré escapar de él; pero ¿qué puedo hacer?".

Tardó mucho tiempo en conciliar el sueño y a la mañana siguiente se levantó tarde. Cuando despertó, Shizuka no se encontraba en la habitación. La llamó, y fue Ayame quien apareció con el té.

La criada sirvió la infusión en un cuenco.

—Shizuka está con Kondo -informó-. Él regresó anoche, pero era ya muy tarde.

—Dile a Shizuka que venga a verme -ordenó ella.

Kaede se quedó mirando el té como si no supiera qué hacer con él. Dio un sorbo, colocó el cuenco sobre la bandeja y después volvió a tomarlo entre sus manos, que estaban heladas. Rodeó el recipiente con los dedos intentando calentarlos.

—El señor Fujiwara envió este té -le dijo Ayame-. Un baúl entero. Es delicioso, ¿verdad?

—¡Ve a buscar a Shizuka! -gritó Kaede, enfadada-. ¡Dile que venga inmediatamente!

Minutos más tarde Shizuka entró en la habitación y se arrodilló frente a ella. Su semblante se mostraba sombrío.

—¿Qué sabes? -preguntó Kaede-. ¿Está muerto? -el cuenco empezó a oscilar entre sus manos y un poco de té se derramó.

Shizuka retiró el tazón y tomó con fuerza las manos de Kaede.

—No debes afligirte. No debes enfermar. Takeo no ha muerto; pero ha abandonado la Tribu y ellos se han lanzado tras él.

—¿Qué quiere decir eso?

—¿Te acuerdas de lo que él te dijo en Terayama? Si no se marchaba con ellos, no le permitirían seguir con vida. De eso se trata.

—¿Por qué? -preguntó Kaede-. ¿Cuál es el motivo? No lo entiendo.

—Así actúa la Tribu. La obediencia lo es todo para ellos.

—¿Y por qué ha huido?

—No se sabe a ciencia cierta. Se produjo un altercado, algún tipo de desacuerdo. Le enviaron a una misón y nunca regresó -Shizuka hizo una pausa-. Kondo piensa que puede que se encuentre en Terayama. De ser cierto, allí estará seguro durante el invierno.

Kaede retiró las manos de las de la doncella y se puso en pie.

—Tengo que ir al templo.

—Imposible -exclamó Shizuka-. Ya está aislado por la nieve.

—¡Tengo que verle! -gritó Kaede, cuyos ojos ardían sobre su pálido semblante-. Si ha abandonado la Tribu, será de nuevo un Otori, y si es un Otori, ¡podemos casarnos!

—¡Señora! -Shizuka también se incorporó-. ¿Qué locura es ésa? No puedes perseguirle de esa manera. Aunque las carreteras estuviesen abiertas, tal actitud sería impensable. Más valdría que, si te decides a casarte, contrajeras matrimonio con Fujiwara. Es lo que él desea.

Kaede hizo un esfuerzo por recobrar el control.

—No hay nada que pueda impedirme acudir a Terayama. Es más, debería ir al templo... en peregrinación... para dar las gracias al dios misericordioso por salvarme la vida. He prometido viajar hasta Inuyama para visitar a Arai en cuanto la nieve se derrita. Me detendré en el templo camino de la capital. Aunque el señor Fujiwara quisiera casarse conmigo, no me es posible tomar decisión alguna sin consultar antes con el señor Arai. ¡Oh, Shizuka! ¿Cuánto queda hasta la primavera?

9

El invierno avanzaba con lentitud. Cada mes, Kaede acudía a la residencia del señor Fujiwara, se alojaba allí durante una semana y por las noches le narraba la historia de su vida, mientras la nieve caía o la luna emitía su fría luz sobre el jardín helado. Él le formulaba muchas preguntas y le hacía repetir numerosos episodios.

—Podría ser el argumento de una pieza teatral -exclamó Fujiwara en más de una ocasión-. Tal vez yo debiera intentar plasmar vuestra historia en una obra.

—Pero nunca podríais mostrarla a nadie -replicó ella.

—No, pero el solo hecho de escribirla me proporcionaría placer. La compartiría con vos, desde luego. Podríamos hacer que se representara una sola vez y después ordenar la muerte de los actores.

A menudo, el noble hacía esa clase de comentarios sin mostrar el más mínimo signo de humanidad, y eso era algo que alarmaba a Kaede por momentos, aunque ella mantenía ocultos sus temores. A medida que relataba su vida, su rostro adquiría una expresión más impasible, como si fuera una máscara; sus movimientos se tornaban cada vez más estudiados, y daba la impresión de que estuviera representando su existencia de forma interminable, sobre un escenario que Fujiwara hubiera creado con tanto esmero como en el que Mamoru y el resto de los jóvenes actores interpretaban sus papeles.

Durante el día, el noble mantenía su promesa de instruirla como si ella fuera un muchacho. Él empleaba el lenguaje de los hombres y hacía que la joven lo utilizara también. A Fujiwara solía divertirle el hecho de que Kaede vistiera las ropas de Mamoru y se peinase el cabello recogido hacia atrás con una cinta. La continua interpretación del papel de un muchacho la agotaba; pero le estaba proporcionando muchos conocimientos.

Fujiwara también mantuvo el resto de sus promesas, y al final de cada visita enviaba comida a la casa de Kaede y entregaba dinero a Shizuka. Después, la joven señora lo contaba con la misma avidez con la que se entregaba al estudio, pues sabía que la posesión de conocimientos y riqueza en el futuro le proporcionaría libertad y poder.

* * *

A comienzos de la primavera regresó una oleada de intenso frío que heló los capullos que adornaban las ramas de los ciruelos. La impaciencia de Kaede aumentaba a medida que los días se alargaban; el frío y la escarcha, seguidos por nuevas nevadas, la sumían en la desesperación. Notaba que su cabeza estallaba, como si fuera un pájaro atrapado entre las paredes de la casa; pero no se atrevía a confesar sus sentimientos a nadie, ni siquiera a Shizuka.

En los días soleados se acercaba a los establos y observaba a
Raku
cuando Amano soltaba a los caballos para que galoparan en la ribera, y con frecuencia daba la impresión de que el animal miraba inquisitivamente hacia el noreste, al notar el aire gélido.

"Pronto nos pondremos en camino", le prometió Kaede en silencio.

Por fin la luna llena del tercer mes hizo su aparición y trajo consigo el cálido viento del sur. Cuando Kaede despertó una mañana, pudo oír cómo el agua goteaba de los aleros, fluía por los torrentes del jardín y se desplomaba por las cascadas. Al cabo de tres días la nieve había desaparecido. El mundo se mostraba desnudo y lleno de fango, y parecía aguardar impaciente el regreso de los sonidos y los colores.

—Tengo que ausentarme durante un tiempo -informó Kaede a Fujiwara durante su última visita-. El señor Arai reclama mi presencia en Inuyama.

—¿Pediréis su permiso para desposaros? -Fujiwara ya había mencionado la posibilidad del matrimonio con anterioridad, y al tratar el asunto daba por hecho que ambos estaban de acuerdo en casarse. Con cada una de las visitas de Kaede, el noble había ido adquiriendo una actitud cada vez más posesiva y egoísta con respecto a la joven.

—Ése es un asunto que debe ser discutido con el señor Arai antes de que yo pueda tomar decisión alguna -murmuró ella.

—Entonces os permitiré partir -los labios de Fujiwara se curvaron ligeramente, pero la sonrisa no le llegó a los ojos.

Durante el mes anterior Kaede había estado ocupada con los preparativos del viaje, y mientras esperaba el deshielo disfrutó de la sensación de poseer el dinero que Fujiwara le había entregado. Al cabo de una semana, se puso en marcha. Era una mañana fría y luminosa en la que el sol aparecía y se ocultaba tras las nubes empujadas por el viento del este, penetrante y vigoroso. Hana le había suplicado que le permitiera acompañarla, y en un primer momento Kaede había aceptado; pero le asaltó el temor de que, una vez que hubieran llegado a Inuyama, Arai pudiera mantener a su hermana como rehén. Finalmente, decidió que la pequeña estaría más segura en Shirakawa. No quería admitir, ni siquiera ante sí misma, que si Takeo se encontraba en Terayama quizá ella nunca llegase a la capital. Ai no quiso abandonar la casa y, como garantía de su propia seguridad, Kaede dejó a Mitsuru -su rehén- al cuidado de Shoji.

Eso sí, la joven se llevó consigo a Kondo, a Amano y a otros seis hombres. Deseaba avanzar lo más rápidamente posible, consciente en todo momento de lo breve que la vida puede llegar a ser y de la importancia de cada hora que transcurría. Se vistió con ropas de hombre y montó a lomos de
Raku.
El caballo había superado bien el invierno, pues apenas había perdido peso y su entusiasmo al emprender el viaje era similar al de la propia joven.
Raku
estaba soltando su pelaje de invierno y las ásperas hebras de color gris se adherían a las ropas de la muchacha.

La comitiva se completaba con Shizuka y una de las criadas de Shirakawa llamada Manami. Shizuka había decidido que viajaría hasta Terayama y, mientras Kaede se encontrara en la capital, ella viajaría hasta la casa de sus abuelos -situada en las montañas a espaldas de Yamagata- para ver a sus hijos. Manami era una mujer sensata y práctica que desde el primer momento se dispuso a supervisar las comidas y el alojamiento en las posadas en las que se hospedaban durante el trayecto; exigía que la comida y el agua para el baño estuvieran calientes, discutía los precios, amedrentaba a los posaderos y siempre se salía con la suya.

—No tendré que preocuparme sobre quién cuidará de ti cuando yo me vaya -bromeó Shizuka la tercera noche, tras haber escuchado cómo Manami recriminaba al dueño de la posada porque los colchones eran de mala calidad y estaban llenos de pulgas-. Estoy segura de que Manami, con su lengua, sería capaz de asustar incluso a un ogro.

—Te echaré de menos -dijo Kaede-. Tú me das la valentía que poseo; no sé si podré tener valor sin estar tú a mi lado. Ahora no habrá nadie que me desvele la realidad que se oculta bajo la capa de mentiras e hipocresía.

—Creo que tú misma eres muy capaz de discernir lo que es verdad y lo que no -replicó Shizuka-. Además, Kondo estará contigo. Si yo no estoy presente, ofrecerás a Arai una mejor impresión.

—¿Qué debo esperar de él?

—Arai siempre ha estado de tu parte; seguro que continúa defendiéndote. Es generoso y leal, salvo cuando percibe que le han ofendido o engañado.

—Me da la impresión de que es un hombre impulsivo -señaló Kaede.

—Es cierto; lo es tanto que incluso en ocasiones comete imprudencias. Es ardiente en todos los sentidos, apasionado y testarudo.

—¿Le amaste mucho? -preguntó la joven señora.

—Sólo era una chiquilla. Arai fue mi primer amor. Yo estaba profundamente enamorada de él, y creo que él también me quería a su manera. Estuvo a mi lado durante 10 años.

—Le suplicaré que te perdone -aseguró Kaede.

—No sé qué me da más miedo, si su cólera o su perdón -exclamó Shizuka, a quien en ese momento le vino a la mente el doctor Ishida, con el que había vivido un discreto romance durante todo el invierno.

—Entonces, tal vez sea mejor que no mencione tu nombre.

—En general, lo mejor es mantenerse en silencio -convino Shizuka-. De todas formas, la mayor preocupación de Arai será tu matrimonio y las alianzas que se puedan sellar a través de él.

—No me casaré hasta que me haya asegurado la posesión de Maruyama -replicó Kaede-. En primer lugar, Arai debe ayudarme a conseguir el dominio.

"Pero antes tengo que ver a Takeo", pensó. "Si no está en Terayama, me olvidaré de él. Ésa será una señal de que el destino no desea unirnos. ¡Oh, cielo misericordioso! ¡Permite que Takeo se encuentre en el templo!".

A medida que la carretera ascendía hacia la cordillera, el deshielo era menos patente. La nieve sin derretir aún cubría algunos tramos de los senderos y a menudo, bajo la nieve, yacía una capa de hielo. Los cascos de los caballos habían sido envueltos con paja, pero los animales avanzaban con lentitud, y la impaciencia de Kaede iba en aumento.

Finalmente, un día, a última hora de la tarde, llegaron a una posada situada en la falda de la montaña sagrada, donde la joven había descansado la primera vez que visitó el templo con la señora Maruyama, y se dispusieron a pasar allí la noche antes de realizar el ascenso final hasta Terayama a la mañana siguiente.

Kaede apenas pudo dormir, pues en la mente se le agolpaban los compañeros de su anterior viaje, cuyos nombres ya estaban inscritos en el censo de los muertos. Recordó el día en que se habían puesto en camino y la jovialidad que todos ellos aparentaban, cuando en realidad habían estado planeando un asesinato y una guerra civil. La joven entonces no tenía ni idea de semejantes propósitos; sólo era una ingenua muchacha que alimentaba un amor secreto. Le invadió una oleada de tristeza no exenta de desdén al recordar a aquella niña candida e ¡nocente. Había cambiado por completo; pero su amor seguía intacto.

La luz palidecía tras las contraventanas y los pájaros lanzaban sus cantos. La mala ventilación de la alcoba resultaba insoportable. Manami roncaba ligeramente. Kaede se levantó sin hacer ruido, se vistió con una túnica acolchada y abrió la puerta corredera que daba al patio. Desde el otro lado de la tapia llegaba el sonido de los caballos que, amarrados en las cuadras, golpeaban el suelo con los cascos. Le pareció escuchar cómo uno de los animales emitía un tenue relincho, como si reconociera a alguien. "Los hombres han debido de levantarse ya", pensó. A continuación pudo oír cómo unos pasos franqueaban la cancela y se escondió tras la contraventana.

Bajo la luz del amanecer, todo se veía difuso y borroso. Alguien apareció en el patio. Kaede pensó: "Es él". Pero, acto seguido, rectificó: "No es posible".

Takeo surgió de entre la bruma y se dirigió hacia ella.

La joven corrió a la veranda y observó la expresión que se extendió por el rostro de su amado al reconocerla. Con alivio y gratitud, se dijo para sí: "Todo está bien. Takeo sigue vivo. Y me ama".

Éste se acercó a la veranda en silencio y se arrodilló frente a ella, que también cayó de rodillas.

—Incorpórate -susurró.

Takeo se levantó y se quedaron mirándose el uno al otro durante unos momentos; ella, con las pupilas clavadas en el hombre que amaba; él, con una mirada esquiva, evitando encontrarse con sus ojos. Permanecieron sentados en embarazoso silencio, pues los sentimientos que compartían eran tan profundos que no acertaban a articular palabra.

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