Hice una reverencia, abrumado por tanta generosidad. Él me hizo un gesto como para quitarle importancia.
—Sólo estamos pagando la deuda que tenemos contigo-
—No -repliqué yo-. Soy yo quien siempre estará en deuda. Haré cualquier cosa que me pidáis; estoy a vuestro completo servicio.
Ya me encontraba junto a la puerta, cuando el abad me habló de nuevo:
—Quizá hay algo que puedes hacer por mí.
Me giré en redondo y caí de rodillas.
—¡Lo que sea!
—¡Déjate crecer el cabello! -exclamó él bromeando.
Aún se escuchaban sus risas mientras yo seguía a Norio de regreso a los aposentos de los huéspedes. El joven acarreaba el cofre, pero yo portaba a
Jato.
El viento había amainado algo, y la nieve, que se había tornado más húmeda y pesada, amortiguaba los sonidos, cubría la montaña como una manta y aislaba el templo del resto del mundo.
Sobre la estera de la habitación habían extendido un colchón y la ropa de cama. Di las gracias a Norio y me despedí de él hasta el día siguiente. Dos linternas encendidas iluminaban la estancia. Desenvainé a
Jato,
contemplé su afilada hoja, y pensé en la fragua que lo habría forjado y le habría otorgado semejante combinación de fuerza y delicadeza, algo que lo convertía en un arma letal. Los pliegues del acero le proporcionaban un hermoso aspecto; parecía que fuesen olas. Era el regalo que yo había recibido de Shigeru, junto con mi nombre y mi vida. Lo empuñé con las dos manos y realicé los movimientos tradicionales que él me había enseñado en Hagi.
Jato
entonó para mí su melodía de guerra y de sangre.
Kaede regresó por fin de un lugar remoto, un rojo paisaje barrido por las llamas y manchado de sangre. Mientras había permanecido postrada por la fiebre, había presenciado imágenes terribles. Entonces, abrió los ojos y percibió las familiares luces y sombras de la casa de sus padres. Durante su estancia con los Noguchi en calidad de rehén, a menudo soñaba que se despertaba en su hogar; pero más tarde, cuando finalmente el sueño la abandonaba, la joven descubría la terrible realidad de su vida en el castillo.
Permaneció inmóvil, con los ojos cerrados y esperando despertar de nuevo, al tiempo que notaba un dolor punzante en el vientre y se preguntaba por qué en su sueño percibía el olor a moxa.
—¡Ha regresado a nosotros! -la voz de un hombre, de un desconocido, la sobresaltó.
Kaede notó una mano en su frente y al instante supo que se trataba de Shizuka; recordaba su tacto, pues muchas otras veces había sentido que sólo la frescura y firmeza de las manos de la doncella conseguían apartar sus pensamientos de los terrores que la asaltaban. No recordaba nada más. Algo le había sucedido; pero su mente no se atrevía a enfrentarse a la espantosa realidad. El movimiento de Shizuka le trajo a la memoria una caída... Debía de haberse caído de
Raku,
el caballo deTakeo, aquel corcel gris que él le había regalado. Sí, se había caído y había perdido a su hijo.
Los ojos de Kaede se cuajaron de lágrimas. Se daba cuenta de que no podía pensar con claridad; pero sabía que ya no llevaba a la criatura en su vientre. Notó que la mano de Shizuka se retiraba de su frente y cómo después regresaba para, con un paño ligeramente caliente, secarle el rostro.
—¡Señora! -exclamó la doncella-. ¡Señora Kaede!
Ésta intentó mover la mano, pero al parecer estaba inmovilizada y también notaba en ella algo punzante.
—No intentes moverte -aconsejó Shizuka-. El doctor Ishida, médico del señor Fujiwara, ha estado cuidando de ti y vas a reponerte. ¡No llores, señora!
—Es una reacción normal -oyó decir al médico Kaede-. Aquellos que se acercan a la muerte siempre lloran cuando regresan, aunque nunca he sabido si sus lágrimas son de alegría o de tristeza.
La propia joven señora lo ignoraba. Las lágrimas seguían surcándole el rostro y, cuando por fin cesaron, se quedó dormida.
* * *
Durante los días que siguieron Kaede solía dormir, despertarse, comer de forma frugal y dormir de nuevo. Poco a poco sus periodos de sueño se fueron acortando, pero ella yacía con los ojos cerrados y escuchaba los sonidos de los habitantes de la casa. Percibía la voz de su hermana menor, que iba adquiriendo seguridad; el tono gentil de Ai, y también podía oír a Shizuka, que cantaba o regañaba a Hana, quien había tomado la costumbre de seguirla como una sombra y hacía todo lo posible por agradarle. Era una casa de mujeres -los hombres se alojaban en otro lugar-, todas conscientes de haberse hallado al borde del desastre. Aunque todavía estaban en peligro, habían logrado sobrevivir. Lentamente, el otoño dio paso al invierno.
El único varón presente en la vivienda era el médico, que ocupaba el pabellón de invitados y visitaba a la enferma a diario. Se trataba de un hombre pequeño y muy competente, con largos dedos y voz tranquila. Kaede había llegado a confiar en él, pues sabía que el doctor no la juzgaba, que no consideraba sus acciones ni buenas ni malas. Lo único que le importaba era que ella se recuperase.
Utilizaba técnicas que había aprendido en el continente, y empleaba agujas de plata y de oro, un ungüento elaborado con hojas de ajenjo que cauterizaba la piel, e infusiones elaboradas con corteza de sauce. El doctor Ishida era la única persona que Kaede conocía que había viajado a ultramar. En ocasiones, ella permanecía tumbada con los ojos cerrados y escuchaba cómo el médico le narraba a Hana historias sobre los animales que había visto: enormes ballenas en el mar, y osos y tigres en tierra.
Cuando la joven recuperó las energías necesarias para levantarse y salir al exterior, el médico propuso que se celebrara una ceremonia en honor al hijo perdido. Kaede fue llevada hasta el templo en palanquín y estuvo arrodillada largo rato frente a la estatua de Jizo, la diosa que cuida de los niños del agua, aquellos que mueren antes de nacer. Se le partía el corazón al pensar en el pequeño cuya efímera vida había sido concebida y sesgada en medio de tanta violencia... Sin embargo, aquella criatura había sido fruto del amor.
"Nunca te olvidaré", prometió en su fuero interno, elevando una plegaria para que la próxima vida del pequeño fuera más segura. La joven tenía el convencimiento de que el espíritu de su hijo se encontraría a salvo hasta que iniciara de nuevo el recorrido de la vida. Entonó la misma oración por el hijo de Shigeru, y de repente entendió que, a excepción de Shizuka, ella era la única persona que había sabido de su breve soplo de existencia. Las lágrimas brotaron de nuevo; pero cuando regresó a casa notó una sensación de alivio.
—Ahora debéis continuar con vuestra vida -le pidió el doctor Ishida-. Sois joven... Os casaréis y tendréis otros hijos.
—Mi destino no es el matrimonio -replicó ella.
Él sonrió, dando por sentado que la joven estaba bromeando y, desde luego, lo parecía. Las mujeres de su rango y posición siempre se casaban o, mejor dicho, eran obligadas a casarse con el hombre que proporcionara la alianza más valiosa. Tal matrimonio era concertado por el padre de la novia, por los líderes del clan y, a veces, por el señor supremo. Sin embargo, ahora Kaede se encontraba libre de todos ellos. Su padre había muerto, al igual que la mayor parte de sus lacayos. El clan Seishuu, al que pertenecían las familias Shirakawa y Maruyama, estaba involucrado en los disturbios que habían seguido a la caída de los Tohan y la repentina e inesperada insurrección de Arai Daiichi. ¿Quién podría darle órdenes a ella? ¿Arai...? Quizá Kaede debería sellar una alianza formal con él y reconocerle como señor supremo. Pero ¿qué ventajas e inconvenientes acarrearía semejante unión?
—Os habéis puesto muy seria -intervino el médico-. ¿Puedo preguntar qué pensamientos ocupan vuestra mente? No debéis preocuparos.
—Tengo que decidir mi futuro -replicó ella.
—Sugiero que no hagáis nada hasta que os encontréis totalmente repuesta. El invierno está a punto de llegar. Debéis descansar, comer bien y tener mucho cuidado de no constiparos.
"Y además, tengo que consolidar mis tierras; ponerme en contacto con Sugita Haruki, de Maruyama, y comunicarle que tengo la intención de reclamar mi herencia. También debo conseguir comida y dinero para mis hombres", pensó la joven, sin hacérselo saber al médico.
A medida que iba mejorando su salud, Kaede comenzó a realizar arreglos en la casa antes de que llegaran las nieves. Se lavaron todos los tejidos, se colocaron esteras nuevas, se arreglaron los biombos, se reemplazaron las tejas y las tablillas rotas, y el jardín se empezó a cuidar de nuevo. La joven señora contaba con poco dinero para pagar las reparaciones, pero encontró hombres que accedieron a trabajar para ella con la promesa de recibir su salario en primavera. Día a día, Kaede fue aprendiendo cómo una mirada o un tono de voz podía granjearle la fidelidad de los trabajadores.
La muchacha se trasladó a las habitaciones de su padre, donde tenía libre acceso a los libros. Leía y practicaba la caligrafía durante horas, hasta que Shizuka, preocupada por la salud de su señora, llevaba a Hana para que la distrajera. Entonces, Kaede jugaba con su hermana, y la enseñaba a leer y a utilizar el pincel como hacían los hombres. Bajo los estrictos cuidados de Shizuka, Hana había limado parte de su rebeldía, y su sed de conocimiento recordaba a la de su hermana mayor.
—Las dos deberíamos haber sido varones -suspiró ésta.
—De haber sido así, nuestro padre se habría sentido orgulloso de nosotras -replicó Hana, mientras apoyaba la lengua sobre el labio superior y se concentraba en escribir los caracteres.
Kaede no respondió. Nunca hablaba de su padre e intentaba no pensar en él. Pero lo cierto es que ya no sabía distinguir con claridad entre lo que realmente había sucedido cuando él murió y las febriles imágenes de su enfermedad. No quiso preguntar por ello a Shizuka ni a Kondo, pues le asustaba la respuesta. La joven había acudido al templo, había llevado a cabo los ritos de duelo y había ordenado esculpir una hermosa lápida para su tumba; pero aún sentía miedo del fantasma de su progenitor, que la había acechado durante su delirio. "No he hecho nada malo", pensaba. Sin embargo, aunque se aferraba a esta convicción, cuando recordaba a su padre experimentaba un sentimiento de culpa que solía enmascarar con rabia.
"Me será más útil muerto que vivo", decidió. Hizo público que cambiaría su nombre de casada por el de Shirakawa, ya que la voluntad de su padre había sido que ella fuera su heredera y permaneciera en la residencia familiar. Cuando Shoji regresó tras el periodo de duelo y comenzó a examinar los documentos y el estado de las cuentas del dominio, a Kaede le pareció apreciar cierta desaprobación por parte del lacayo, pero la administración de las tierras se encontraba en un estado tan lamentable que la joven señora utilizaba su cólera para intimidarle. Resultaba difícil creer que su padre hubiera permitido que sus posesiones adquirieran tal grado de deterioro. Parecía casi imposible asegurar el alimento de los hombres y las familias que Kaede tenía a su cargo, y era impensable intentar aumentar el número de los que ya estaban a su servicio. La escasez de alimentos era su mayor preocupación.
Junto a Kondo, la joven se dedicó a examinar las armaduras y el arsenal de sus hombres, y dio instrucciones para que se llevaran a cabo reparaciones y se encargaran nuevas armas. Con el paso de los días, Kaede fue aumentando su confianza en la experiencia y la sensatez de Kondo, quien le recomendó que restableciera las fronteras del dominio para evitar invasiones y para mantener al día las habilidades de combate de los guerreros. Ella dio su aprobación, pues sabía que era necesario que los hombres estuvieran ocupados y entretenidos. Por primera vez se alegró de sus años de estancia en el castillo; se daba cuenta de lo mucho que allí había aprendido sobre guerreros y armas. A partir de entonces, Kondo solía partir a caballo con cinco o seis hombres, y aprovechaba aquellas salidas para recabar información.
Un día, Kaede pidió a Kondo y a Shizuka que hicieran correr rumores entre las tropas sobre la alianza con Arai, la campaña para reclamar Maruyama en primavera y la posibilidad de obtener promoción y riqueza.
La joven estuvo un tiempo sin ver al señor Fujiwara, aunque éste le enviaba numerosos presentes: codornices, caquis y vino, ropas de abrigo acolchadas... Ishida regresó a la residencia del noble. Kaede sabía que el médico informaría a Fujiwara sobre su recuperación y, con toda seguridad, no se atrevería a ocultarle ningún secreto. Ella no deseaba encontrarse con Fujiwara. Se sentía avergonzada por haberle engañado y lamentaba haber perdido la consideración que él le había manifestado; pero también sentía alivio por no tener que verle cara a cara. El interés que el noble sentía por ella le desquiciaba y le producía repugnancia, al igual que su pálida piel y sus ojos de cormorán.
—Fujiwara es un aliado útil -intervino Shizuka.
Las dos se hallaban en el jardín, supervisando la restauración de la linterna de piedra que había sido derribada por las tormentas. Era un día fresco y claro, de los pocos en los que lucía el sol.
Kaede observaba una pareja de ibis que se había posado en los campos de arroz, más allá de la cancela. Su invernal plumaje rosa pálido resplandecía sobre la tierra desnuda.
—El señor Fujiwara ha sido muy gentil conmigo -replicó la joven-. Sé que le debo la vida por haberme enviado al doctor Ishida; pero no me importaría no volver a verle más. No quiero pasar a formar parte de su colección.
Las ¡bis avanzaban por las charcas que se habían formado en un extremo de los campos, y sus curvados picos removían las aguas fangosas.
—De todas formas -añadió-, ahora ya no soy tan perfecta para él. Me despreciará más que nunca.
Shizuka no había hecho mención alguna sobre los deseos del noble de contraer matrimonio con Kaede, y en ese momento tampoco quiso desvelarlos.
—Tienes que tomar varias decisiones -dijo la doncella en voz baja-. De no ser así, moriremos de hambre antes de que llegue la primavera.
—No me gustaría tener que pedir ayuda -replicó Kaede-. No quiero parecer un mendigo necesitado y sumido en la desesperación. Finalmente tendré que recurrir a Arai, pero pienso que puedo esperar hasta que pase el invierno.
—Tengo la corazonada de que todo saldrá bien -admitió Shizuka-. Estoy segura de que Arai enviará a sus hombres a visitarte.
—¿Y qué será de t¡, Shizuka? -preguntó la joven señora. La columna ya había recuperado su posición vertical y la nueva linterna estaba colocada sobre ella. Esa noche Kaede pondría una lámpara en su interior y un hermoso resplandor iluminaría el jardín escarchado bajo el cielo libre de nubes-. ¿Qué harás? Supongo que no podrás quedarte conmigo para siempre, ¿no es cierto? Debes de tener otras preocupaciones. ¿Qué es de tus hijos? Seguro que estás deseando verlos de nuevo. ¿Qué órdenes has recibido de la Tribu?